(De profesión cura) Juana, en La Serna, es algo así como mi Rafaela particular. Muchos años, muchas penas, mucho trabajo, y una sonrisa siempre en su rostro.
La feligresa más constante. Cuántas misas no habremos celebrado los dos, y no digo solos porque con nosotros están siempre san Andrés, la Virgen del Socorro, san Agustín y san Antonio, que el templo se veneran, amén de ángeles, arcángeles, serafines, querubines, tronos, potestades y toda la corte celestial, para ir resumiendo.
Juana tiene su forma de hablar. la de siempre, la del pueblo, la que suena a diálogo con solera y verdad profunda. Clara, concisa, precisa en el lenguaje. Todo se le entiende.
El caso es que un servidor andaba este sábado pasado renqueando del pie derecho, cosa de poca importancia pero molesta, y que, por cierto, ya está casi superada del todo.
Fue entrar Juana al templo y verme andando con esa poca dificultad y me dice:
“Tenga cuidado, que lo mismo hocica y se va p’al suelo y luego a ver quién le levanta… Ya sabe cómo son estas cosas. Una caída mala… y dobla peineta".
Se entiende todo. Hasta lo de la peineta.
Le digo un día:
- ¿Vendrá alguien más a misa?
- Sí. Pelé, Melé y el palo la escoba. Me parece que ya estamos todos… Pero usted tranquilo, que ellos se lo pierden.
- Amén.
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