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sábado, 30 de junio de 2018
Talitá kum, ¡muchacha, levántate!. Por Raniero Cantalamessa
El pasaje del Evangelio de este domingo está hecho de escenas que se suceden rápidamente en lugares distintos. Está ante todo la escena a orillas del lago. Jesús está rodeado de un gran gentío cuando un hombre se arroja a sus pies y le dirige una súplica: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Jesús deja a la mitad su discurso y se pone en marcha con el hombre hacia su casa.
La segunda escena acontece en el camino. Una mujer que sufría hemorragias se acerca a escondidas a Jesús para tocar su manto, y se siente curada. Mientras Jesús hablaba con ella, de la casa de Jairo llegan a decirle: «Tu hija ha muerto. ¿A qué molestar ya al Maestro?». Jesús, que ha oído todo, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe».
Y he aquí la escena crucial, en la casa de Jairo. Gran confusión, gente que llora y grita, como es comprensible ante el fallecimiento recién ocurrido de una adolescente. «Entra y les dice: “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida”. [...] Él, después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: “Talitá kum”, que quiere decir: “Muchacha, a ti te digo, levántate”. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar; tenía doce años. [...]. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer».
El pasaje del Evangelio sugiere una observación. Se vuelve a discutir continuamente sobre el grado de historicidad y fiabilidad de los Evangelios. Hemos asistido recientemente al intento de poner en el mismo nivel, como si tuvieran la misma autoridad, los cuatro evangelios canónicos y los evangelios apócrifos de los siglos II-III.
Pero este intento es sencillamente absurdo y demuestra también buena dosis de mala fe. Los evangelios apócrifos, sobre todo los de origen gnóstico, fueron escritos varias generaciones después por personas que habían perdido todo contacto con los hechos y que, por lo demás, no se preocupaban lo más mínimo de hacer historia, sino sólo de poner en labios de Cristo las enseñanzas propias de la escuela de ellas. Los evangelios canónicos, al contrario, fueron escritos por testigos oculares de los hechos o por personas que habían estado en contacto con los testigos oculares. Marcos, de quien leemos este año el Evangelio, estuvo en estrecha relación con el Apóstol Pedro, de quien refiere muchos episodios que le tuvieron como protagonista.
El pasaje de este domingo nos ofrece un ejemplo de este carácter histórico de los Evangelios. El nítido retrato de Jairo y su petición angustiosa de ayuda, el episodio de la mujer que se encuentran de camino a su casa, la actitud escéptica de los mensajeros hacia Jesús, la tenacidad de Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta, el mandato de Jesús referido en la lengua original aramea, la conmovedora solicitud de Jesús de que se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo hace pensar en un relato que remite a un testigo ocular del hecho.
Ahora, una breve aplicación del Evangelio del domingo a la vida. No existe sólo la muerte del cuerpo, también está la muerte del corazón. La muerte del corazón existe cuando se vive en la angustia, en el desaliento o en una tristeza crónica. Las palabras de Jesús: Talitá kum, ¡muchacha, levántate!, no se dirigen por tanto sólo a chicos y chicas muertos, sino también a chicos y chicas que viven.
Qué triste es ver a los jóvenes... tristes. Y hay muchísimos a nuestro alrededor. La tristeza, el pesimismo, el no deseo de vivir, son siempre cosas malas, pero cuando se ven o se las oye expresar a jóvenes oprimen el corazón todavía más.
En este sentido Jesús sigue resucitando también hoy a chicas y chicos muertos. Lo hace con su palabra y también enviándoles a sus discípulos, quienes, en Su nombre y con Su mismo amor, repiten a los jóvenes de hoy aquel grito Suyo: Talitá kum: ¡muchacho, levántate! Vuelve a vivir.
La segunda escena acontece en el camino. Una mujer que sufría hemorragias se acerca a escondidas a Jesús para tocar su manto, y se siente curada. Mientras Jesús hablaba con ella, de la casa de Jairo llegan a decirle: «Tu hija ha muerto. ¿A qué molestar ya al Maestro?». Jesús, que ha oído todo, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe».
Y he aquí la escena crucial, en la casa de Jairo. Gran confusión, gente que llora y grita, como es comprensible ante el fallecimiento recién ocurrido de una adolescente. «Entra y les dice: “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida”. [...] Él, después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: “Talitá kum”, que quiere decir: “Muchacha, a ti te digo, levántate”. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar; tenía doce años. [...]. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer».
El pasaje del Evangelio sugiere una observación. Se vuelve a discutir continuamente sobre el grado de historicidad y fiabilidad de los Evangelios. Hemos asistido recientemente al intento de poner en el mismo nivel, como si tuvieran la misma autoridad, los cuatro evangelios canónicos y los evangelios apócrifos de los siglos II-III.
Pero este intento es sencillamente absurdo y demuestra también buena dosis de mala fe. Los evangelios apócrifos, sobre todo los de origen gnóstico, fueron escritos varias generaciones después por personas que habían perdido todo contacto con los hechos y que, por lo demás, no se preocupaban lo más mínimo de hacer historia, sino sólo de poner en labios de Cristo las enseñanzas propias de la escuela de ellas. Los evangelios canónicos, al contrario, fueron escritos por testigos oculares de los hechos o por personas que habían estado en contacto con los testigos oculares. Marcos, de quien leemos este año el Evangelio, estuvo en estrecha relación con el Apóstol Pedro, de quien refiere muchos episodios que le tuvieron como protagonista.
El pasaje de este domingo nos ofrece un ejemplo de este carácter histórico de los Evangelios. El nítido retrato de Jairo y su petición angustiosa de ayuda, el episodio de la mujer que se encuentran de camino a su casa, la actitud escéptica de los mensajeros hacia Jesús, la tenacidad de Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta, el mandato de Jesús referido en la lengua original aramea, la conmovedora solicitud de Jesús de que se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo hace pensar en un relato que remite a un testigo ocular del hecho.
Ahora, una breve aplicación del Evangelio del domingo a la vida. No existe sólo la muerte del cuerpo, también está la muerte del corazón. La muerte del corazón existe cuando se vive en la angustia, en el desaliento o en una tristeza crónica. Las palabras de Jesús: Talitá kum, ¡muchacha, levántate!, no se dirigen por tanto sólo a chicos y chicas muertos, sino también a chicos y chicas que viven.
Qué triste es ver a los jóvenes... tristes. Y hay muchísimos a nuestro alrededor. La tristeza, el pesimismo, el no deseo de vivir, son siempre cosas malas, pero cuando se ven o se las oye expresar a jóvenes oprimen el corazón todavía más.
En este sentido Jesús sigue resucitando también hoy a chicas y chicos muertos. Lo hace con su palabra y también enviándoles a sus discípulos, quienes, en Su nombre y con Su mismo amor, repiten a los jóvenes de hoy aquel grito Suyo: Talitá kum: ¡muchacho, levántate! Vuelve a vivir.
viernes, 29 de junio de 2018
Homilía del Papa Francisco en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Las lecturas proclamadas nos permiten tomar contacto con la tradición apostólica más rica, esa que «no es una transmisión de cosas muertas o palabras sino el río vivo que se remonta a los orígenes, el río en el que los orígenes están siempre presentes» (Benedicto XVI, Catequesis, 26 abril 2006) y nos ofrecen las llaves del Reino de los cielos (cf. Mt 16,19). Tradición perenne y siempre nueva que reaviva y refresca la alegría del Evangelio, y nos permite así poder confesar con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11).
Todo el Evangelio busca responder a la pregunta que anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Pregunta que Jesús retoma y hace a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).
Pedro, tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el Mesías» (Mt 16,16), es decir, el Ungido de Dios. Me gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: “unge” al muerto (cf. Mc 5,41-42; Lc 7,14-15), unge al enfermo (cf. Mc 6,13; St 5,14), unge las heridas (cf. Lc 10,34), unge al penitente (cf. Mt 6,17), unge la esperanza (cf. Lc 7,38; 7,46; 10,34; Jn 11,2; 12,3). En esa unción, cada pecador, perdedor, enfermo, pagano —allí donde se encontraba— pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces. Como Pedro, también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no solo lo que hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas: hemos sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del Santo. Todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción (cf. Is 10,27). No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
Y es interesante, luego, prestar atención a la secuencia de este pasaje del Evangelio en que Pedro confiesa la fe: «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21). El Ungido de Dios lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas consecuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el “buen nombre”, las comodidades, la posición… el martirio.
Ante este anuncio tan inesperado, Pedro reacciona: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22), y se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo llama “Satanás”). Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos “secreteos” del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo “secreteos” porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención, «se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n. 326).
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz: Padre, glorifica a tu Hijo… «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,28). Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).
Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar (Cf. S. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 49), y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo.
Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Este es nuestro cantus firmusque todos los días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la alegría de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)» (S. Ambosio, Hexaemeron, IV, 8,32).
Todo el Evangelio busca responder a la pregunta que anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Pregunta que Jesús retoma y hace a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).
Pedro, tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el Mesías» (Mt 16,16), es decir, el Ungido de Dios. Me gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: “unge” al muerto (cf. Mc 5,41-42; Lc 7,14-15), unge al enfermo (cf. Mc 6,13; St 5,14), unge las heridas (cf. Lc 10,34), unge al penitente (cf. Mt 6,17), unge la esperanza (cf. Lc 7,38; 7,46; 10,34; Jn 11,2; 12,3). En esa unción, cada pecador, perdedor, enfermo, pagano —allí donde se encontraba— pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces. Como Pedro, también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no solo lo que hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas: hemos sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del Santo. Todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción (cf. Is 10,27). No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
Y es interesante, luego, prestar atención a la secuencia de este pasaje del Evangelio en que Pedro confiesa la fe: «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21). El Ungido de Dios lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas consecuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el “buen nombre”, las comodidades, la posición… el martirio.
Ante este anuncio tan inesperado, Pedro reacciona: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22), y se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo llama “Satanás”). Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos “secreteos” del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo “secreteos” porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención, «se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n. 326).
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz: Padre, glorifica a tu Hijo… «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,28). Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).
Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar (Cf. S. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 49), y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo.
Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Este es nuestro cantus firmusque todos los días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la alegría de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)» (S. Ambosio, Hexaemeron, IV, 8,32).
jueves, 28 de junio de 2018
800 Sagrarios abandonados. Por Rodrigo Huerta Migoya
La Diócesis de Oviedo cuenta entre iglesias parroquiales, templos filiales, templos de reparación (con culto pero sin ser parroquia), Santuarios y capellanías, con cerca de mil altares atendidos de continuo. No incluyo entre éstos ni capillas ni ermitas, pues quiero centrarme mayormente en aquellos que cuentan con reserva eucarística.
El abandono del Señor que está en el Sagrario se ha incrementado en los últimos años, y en muchos lugares con la muerte de valiosas personas y creyentes, se ha llegado a una pobreza mayor, pues es como sin con ellos se fuera la auténtica esencia del catolicismo militante que se resistía al tiempo.
No sólo las feligresías rurales y minoritarias experimentan esta dura realidad, sino que del mismo modo -aunque tarde más en notarse- ocurre igual en comunidades grandes y numerosas. Hemos olvidado la necesidad del Sagrario, pues ya no recordamos quién nos espera allí.
Los sacerdotes de las zonas rurales llevan tiempo debatiéndose entre dos criterios, por un lado los que han retirado el Santísimo de todos los templos, a excepción de la cabecera de la Unidad Pastoral donde el sacerdote vive y puede así velar con mayor seguridad para que el Señor no sea profanado: y por otro -no sin reparos y miedos- los que mantienen el Santísimo en todos los templos, con el convencimiento de que si le quitamos a una parroquia su corazón, ¿que le queda?...
Gracias a Dios, aún quedan benditas mujeres y piadosos señores que cuidan los templos, guardan las llaves, se preocupan de cambiar la lámpara del tabernáculo, de poner unas flores, de tocar las campanas, y, en especial, de mitigar las soledades de Jesús Eucaristía con sus rezos y visitas los días que no hay celebración.
Mientras queden entre la feligresía quienes se pongan a los pies del Salvador, habrá esperanza de que Dios siga siendo un vecino más en la localidad. Será lo que frene su marcha, pues no puede Jesús estar abandonado, y es esto lo que los párrocos con buen criterio quieren evitar.
La primera y principal pastoral de renovación eclesial hoy, pasa por aquí; por redescubrir al Jesús del Tabernáculo que tiene el mismo rostro que el refugiado, el pobre, el parado, el enfermo o el excluído... San Juan Bosco no se cansaba de recordarles a sus niños y jóvenes cuál es el secreto de su valor al decir: "El tesoro más grande que se puede hallar en el cielo y en la tierra está en el Sagrario, pues ahí habita el Dueño de todo lo creado". ¿Creemos esto? ¿Lo vivimos? Si no es así es por que hay que regresar a la emoción de la Primera Comunión, a volver a ser "los niños del Sagrario".
Carta semanal del Sr. Arzobispo
Cumbres luminosas
A mediados del siglo XIX apareció una novela de Emily Jane Brontë que luego tuvo una larga andadura. Se trata de la famosa obra Cumbres Borrascosas que ha dado lugar a muchas adaptaciones, incluyendo varias películas, dramatizaciones radiofónicas y televisivas, un musical, telenovelas y canciones. Entre nosotros fue el cineasta Luis Buñuel quien hizo una versión en español en los años cincuenta del siglo pasado. Viene a ser como una de las obras clásicas de la literatura inglesa contemporánea, como algunas de las obras de nuestros escritores de la altura de Leopoldo Alas Clarín y su inmortal La Regenta, aunque el tono, la ambientación y su didáctica sean tan diferentes.
Me viene este título de Cumbres borrascosas, para ensayar una especie de título contrario, antónimo, con el que poder explicar una altura a la que se llega tras un largo recorrido de ascensión, y gozando de su cumbre se atisba un horizonte diáfano, luminoso, en donde la mirada se dilata, el corazón se llena de gratitud y tras el merecido reposo se prosigue la escalada hacia la cima siguiente en la que nos espera también allí el Señor.
Por eso podríamos decir con toda holganza, agradecimiento y confianza, que estamos en una cumbre luminosa al acabar este curso pastoral en nuestra Diócesis de Oviedo. Ya lo escenificamos el año pasado y quedamos tan contentos por el fondo y la forma del encuentro, que nos conjuramos con humildad en este método que veíamos que nos señalaba en este momento Dios en su Iglesia.
Al acabar un curso pastoral tenemos en cuenta lo que nuestra tierra diocesana vive en sus distintas geografías: arciprestazgos urbanos y arciprestazgos rurales, donde tenemos parroquias inmensas en vida y población, o parroquias pequeñas y humildes con cristianos a los que queremos saber acompañar. Pero no solo es la geografía por donde se extienden nuestras comunidades cristianas, sino también las distintas áreas pastorales que como sectores también acompañan los distintos aspectos de la vida con los que estamos comprometidos por amor a Dios, a su Iglesia y a las personas que nos han confiado con su diferente edad y sus muy variadas circunstancias. En este sentido serán días también para valorar lo que las Delegaciones diocesanas que abarcan los factores de la vida pastoral han hecho. Están agrupadas en torno a cuatro comisiones, que tienen una cierta afinidad entre ellas y nos permite hacer un acompañamiento ordenado y eficaz.
Serían estas: La Comisión para la Transmisión de la Fe, que abarca las Delegaciones de Enseñanza, Catequesis, Liturgia, Familia y Vida, Misiones, Ecumenismo y para las Causas de los Santos. La Comisión para la Comunión Eclesial, con las Delegaciones de Clero, Vida Consagrada, Apostolado Seglar, Pastoral Juvenil y Vocacional. La Comisión para la Caridad y el Servicio, que incluye las Delegaciones de Caritas y Acción Social, Pastoral de la Salud, Pastoral Penitenciaria y Manos Unidas. Por último, la Comisión para la Cultura y la Comunicación, tendría las Delegaciones de Bienes Culturales de la Iglesia, Medios de Comunicación Social y Redacción de Esta Hora, Peregrinaciones, Piedad Popular y Cultura y Pastoral Universitaria.
Cumbres luminosas para revisar lo que en las áreas geográficas y en los sectores pastorales hemos realizado, lo que deberemos completar y lo que, tal vez, tendremos que insertar en el próximo curso. Estando como estamos embarcados en las Unidades de Pastoral, hemos de seguir ahondando en esa manera de concebir nuestra presencia de Iglesia y nuestro trabajo como comunidad cristiana, en el hoy de nuestros días, en los lares de nuestra Diócesis y con los nombres de nuestras biografías. Son las cumbres luminosas.
+Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo
miércoles, 27 de junio de 2018
EN EL RECUERDO. Por Joaquín Manuel Serrano Vila (Colaboración para la Revista "Centenario")
En el ocaso del mes de “Las
Flores” y en un radiante día de la primavera de 1983, alcanzando sus primeras
ilusiones, llegaba entusiasmado al Puesto de la Guardia Civil de Cangas de Onís
para cumplir su Servicio Militar como “guardia civil auxiliar”, un imberbe
mozalbete de apenas diecisiete años. Era yo.
El reto de la misión y el paisanaje eran nuevos, pero el
paisaje en absoluto. Desde niño conocí muy especialmente ese tramo tantas veces
remodelado entre Cangas y Covadonga, donde aún no había florecido como
champiñones el sector hotelero y turístico; quedando particularmente en mi memoria
el unidireccional sentido de circulación al ir llegando al Repelao y la posterior
“aparición” majestuosa de las torres de la Basílica al ascender hacia ella. Mis
padres y mi Parroquia natal me lo habían hecho profundamente familiar desde mi
más tierna infancia, presentándome muchas veces ante la Santina en la Cueva y
poniéndome a su disposición…Ella -yo aún no lo sabía- ya había hecho mi
“recomendación”.
Aquel torpe adolescente en muchas cosas, se sentía
muy honrado al formar parte del
dispositivo de seguridad que le diera protección al Santuario y a la “Piquiñina
y Galana” -que así le cantaría yo en brazos de mi padre en la Cueva la primera vez
allí-. En ese marco, y como un regalo de Dios, conocí gente estupenda. Guardias
civiles del Puesto de Cangas y del de Covadonga con los que compartí casi dos
años recorriendo palmo a palmo los concejos de Cangas, Amieva y Ponga, Onís y
Cabrales. Pero sobre todo recuerdo con cariño y como un verdadero privilegio, mis
largas noches en el Santuario mientras la lluvia aporreaba los cristales empañados
y el techo metálico del “Land-Rover”.
Supe que la Santina no sólo tenía un lugar en mi corazón
-y sin duda yo en el de Ella- sino que siempre estuvo en el inmenso corazón de toda
la Guardia Civil, unas veces de forma más visible y otras más “discreta”. Tal
era así que el mismo Santuario, casi desde su construcción, contaba un propio
cuartel a su servicio situado en un pequeño y funcional edificio bajo el Hórreo
y al lado del de La Escolanía.
Si bien es cierto que la devoción mariana en los
cuarteles tiene su singular advocación en “La Pilarica”, no lo es menos que ésta
tiene en las beneméritas familias y cuarteles de Asturias, una “prima-hermana”
que la representa muy dignamente con tanta o más devoción, si cabe, y que la
sola visión de una imagen de la Virgen de Covadonga en un acuartelamiento de
los de Ahumada, genera la misma sensación de “pronóstico feliz para el
afligido” que sus propios miembros en nuestra sociedad.
Cuando mi amigo Salvador Fuente me honró al solicitarme
una colaboración para esta revista “Centenario”, se atropellaron entonces en mi
memoria nombres, rostros y situaciones que se hacen indescriptibles, llevándome
todas ellas a Dios y a la Santina. Y porque nada ocurre “porque sí”, empecé a
escribir estas letras el día del Sagrado Corazón de Jesús, coincidiendo -sin
haberme dado cuenta- con el día de mi Ordenación Sacerdotal; y las concluyo al
siguiente, día del Inmaculado Corazón de María… Estoy convencido que a Ella le
debo mi segunda vocación -que realmente siempre fue la primera- cuando en
brazos de mi padre la primera vez en La Cueva, me “recomendó” a su Hijo
pidiéndome para su servicio, primero de una forma y luego de otra.
Profundamente agradecido por ambas, y habiéndome sentido
siempre acompañado por el Cristo de Candás -náufrago vencedor en la batalla de
la vida- y de su santísima madre de Covadonga, pongo en éste a sus pies a toda
la familia de la Guardia Civil que, con amor, tesón y eficacia, llevan en su
corazón a la “que tiene por trono la Cuna de España”. Y a la que en su nombre y en
el mío propio me atrevo a pedirle una vez más: Santina de Covadonga, ¡Sálvanos y Salva a España!
Joaquín Manuel Serrano Vila
Sacerdote y Guardia Civil en
Excedencia Voluntaria
Del Oficio del Día
Del Tratado del beato Elredo, abad, Sobre la amistad espiritual.
(Libro 3: PL 195, 692-693) LA AMISTAD VERDADERA ES PERFECTA Y CONSTANTE
Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: Tú -le dice- serás el rey, y yo seré tu segundo.
¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y concitaba contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes y peñascos, todos se comprometen a vengar la indignación regia; sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. Y fíjate cómo el padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo, agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole que se vería despojado del reino y privado de los honores.
Y, habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte contra David, Jonatán no traicionó a su amigo. ¿Por qué ha de morir David? ¿Qué ha hecho? Él puso su vida en peligro, mató al filisteo, y tú te alegraste. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared con su lanza, llenándolo además de improperios: ¡Hijo perverso y contumaz! -le dice-; sé muy bien que lo amas, para vergüenza tuya y vergüenza de la desnudez de tu madre. Y, a continuación, vomita todo el veneno que llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven, añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras viva sobre el suelo el hijo de Jesé, no estarás a salvo ni tú ni tu realeza.
¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. Tú -dice- serás el rey, y yo seré tu segundo.
Ésta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que, provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Ve, pues, y haz tú lo mismo.
RESPONSORIO Sir 6, 14. 17
R. El amigo fiel es un refugio seguro; * el que lo encuentra encuentra un tesoro.
V. El que teme a Dios encontrará al amigo fiel: según es él, así será su amigo.
R. El que lo encuentra encuentra un tesoro.
ORACIÓN.
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
martes, 26 de junio de 2018
El qué dirán. Por Jorge González Guadalix
A nadie le importa. Al menos en teoría. Todos qué digo libres, libérrimos ante lo que los demás digan, opinen, piensen o critiquen.Hemos hecho nuestra la canción de Alaska y vamos por calles y plazas, templos y sacristías, curias provinciales y episcopales repitiendo el estribillo: “¿a quien le importa lo que yo haga? ¿a quien le importa lo que yo diga?” Y ahora van ustedes y se lo creen.
El caso es que en “petit comité” todo el mundo dice, cuenta, denuncia, saca pecho o lo que haya que sacar, proclama que dice lo que quiere y que a él o a ella nada ni nadie le para los pies porque no tiene pelos en la lengua.
Pero… llega esa comida de empresa, la reunión de amigos, un encuentro de trabajo y ¡oh sorpesa! que nadie tiene nada que decir, ni aportar, ni denunciar ni mucho menos llevar la contraria a nadie, especialmente si nadie es aquel que manda.
A los católicos nos pasa lo mismo en todos los niveles de la vida cristiana. Nos pasa a los curas, por ejemplo. Cuando estamos dos o tres, o alguno más, si estamos solos, es decir, sin superiores de ningún tipo, quien más y quien menos se desahoga y suelta de lo divino y de lo humano. Más aún, cualquier momento de café en medio de una reunión o cualquier encuentro, se convierte en charla de que si habría que hacer, eso no sirve de nada, esto es perder el tiempo. Toca la campana, se regresa al trabajo y pasamos del “en dónde están los profetas” a un mucho más suave “qué bien todos unidos…” Cosas nuestras.
¿Por qué pasan estas cosas? Pues simplemente porque tememos al que dirán,especialmente a lo que pueda pensar el superior, más que a un pedrisco en tiempo de cosecha. Y el caso es que yo no sé por qué. Lo honrado precisamente es decir lo que crees en conciencia, colaborar, sacar adelante las cosas, pero no callar ante lo que uno cree que es incorrecto, inútil o contraproducente. Que a lo mejor estás equivocado, posiblemente, pero si crees que una cosa es de determinada manera, en conciencia hay que comunicarlo.
No son pocos los compañeros que me llaman o me escriben contándome cosas “por si te apetece escribir algo en el blog". Simpáticos ellos. Ya he dicho en varias ocasiones que lo que debe hacer uno no es escribir a este su seguro servidor, sino directamente al vicario, obispo o al msimísimo papa de Roma. O que no tengo problema en escribir sobre algo, pero, eso sí, dejando claro que Fulanito de Tal, con nombre y apellidos me cuenta esto. Más aún, no tengo problema en ceder el blog a un compañero si él, con su nombre y apellidos desea denunciar, anunciar algo. Hasta ahora, rien de rien que dirían los franceses.
Pues eso, que todos muy libres pero sin salirse jamás de lo políticamente correcto “for if the flies". Y mejor lo dices tú que tienes más gracia. Ya.
El sacerdote Jorge Cabal Fernández, nuevo Vicario Episcopal de Gijón-Oriente
(Iglesia de Asturias) El Arzobispo de Oviedo ha nombrado al sacerdote Jorge Cabal Fernández nuevo Vicario Episcopal de Gijón Oriente. Una responsabilidad que se hará efectiva a partir del próximo mes de septiembre, y que hasta ahora llevaba a cabo el actual Abad de Covadonga, Adolfo Mariño Gutiérrez.
Jorge Cabal nació en Oviedo, en 1976, y fue ordenado presbítero el 9 de junio de 2003. Comenzó su ministerio sacerdotal como Vicario Parroquial de la Sagrada Familia de Ventanielles (Oviedo) y posteriormente fue enviado a Roma para ampliar sus estudios, donde obtuvo la licenciatura en Teología Espiritual. Ha sido, además, formador del Seminario Metropolitano de Oviedo, Delegado episcopal de Pastoral Vocacional y Director de la Escuela diocesana de Animación y Educación en el Tiempo Libre. Ha ejercido su ministerio pastoral como párroco de Santiago Apóstol de Castropol, San Esteban de Barres, San Andrés de Serantes y San Salvador de Tol, y durante ese periodo, también fue nombrado arcipreste de El Eo.
Actualmente es párroco de Santa María de Villaviciosa, Santa Eugenia de los Pandos, San Vicente de Grases, Santa Eulalia de Carda y San Julián de Cazanes, además de capellán del Monasterio de la Purísima Concepción de las religiosas clarisas de Villaviciosa. También es profesor del Seminario diocesano. Desde 2016 es arcipreste de Villaviciosa.
Según el Código de Derecho Canónico, el Obispo diocesano puede nombrar uno o más Vicarios episcopales que, en una determinada circunscripción de la diócesis, para ciertos asuntos o para un grupo concreto de personas, tiene la misma potestad ordinaria que por derecho universal compete al Vicario general.
Forma, por tanto, parte de la Curia diocesana y es miembro del Consejo Episcopal, que colabora con el Arzobispo en la labor de gobierno de la diócesis. En el caso del Vicario de Gijón Oriente, coordinará los arciprestazgos de Gijón, Villaviciosa, Covadonga y Llanes.
lunes, 25 de junio de 2018
Ángel Cuartas, el seminarista Llastrín. Por Rodrigo Huerta Migoya
El Siervo de Dios Ángel Cuartas Cristóbal, nació en Lastres (Colunga) el día 1 de Junio de 1910. Hijo de José y de Josefa, nieto de Lucas y Esperanza y de Benito y Manuel; todos de Lastres. Siendo la familia materna del pueblo de Luces, Parroquia también de Lastres. Fue bautizado el mismo día de nacer por el sacerdote D. Victorio Cuervo Palacio.
En ese hermoso pueblo marinero con callejuelas empinadas y acariciadas por el salitre del mar, creció y se formó el pequeño Ángel. La vida del lugar estaba marcada por las temporadas de pesca y las devociones religiosas que en Lastres nunca fueron pocas: la Semana Santa con sus procesiones, la Virgen del Carmen, San Roque, la Virgen del Buen Suceso, el culto a las Ánimas, San José, el Corpus, la Dolorosa... Así, con la ayuda de su familia, siempre anclada en la esperanza como buenos llastrinos y la propia vida parroquial de un pueblo profundamente devoto, se generó el caldo de cultivo que ayudó a germinar en él una notable vocación sacerdotal. Cuando pienso en la vida de este seminarista cuyo sepulcro yo visité y veneré con cariño tantas veces, me vienen a la mente preguntas "tontas" sobre él; por ejemplo, ¿cantaría Ángel eso de "Yo soy de Llastres, yo soy llastrín, y vengo de la mar de pescar pixín"?... ¿Por qué no?. He aquí lo más bello de los amigos de Dios, que eran tan sencillos como cualquiera de nosotros.
En ese hermoso pueblo marinero con callejuelas empinadas y acariciadas por el salitre del mar, creció y se formó el pequeño Ángel. La vida del lugar estaba marcada por las temporadas de pesca y las devociones religiosas que en Lastres nunca fueron pocas: la Semana Santa con sus procesiones, la Virgen del Carmen, San Roque, la Virgen del Buen Suceso, el culto a las Ánimas, San José, el Corpus, la Dolorosa... Así, con la ayuda de su familia, siempre anclada en la esperanza como buenos llastrinos y la propia vida parroquial de un pueblo profundamente devoto, se generó el caldo de cultivo que ayudó a germinar en él una notable vocación sacerdotal. Cuando pienso en la vida de este seminarista cuyo sepulcro yo visité y veneré con cariño tantas veces, me vienen a la mente preguntas "tontas" sobre él; por ejemplo, ¿cantaría Ángel eso de "Yo soy de Llastres, yo soy llastrín, y vengo de la mar de pescar pixín"?... ¿Por qué no?. He aquí lo más bello de los amigos de Dios, que eran tan sencillos como cualquiera de nosotros.
Su familia era muy numerosa, él ocupaba el octavo puesto de nueve hermanos en una casa donde el único con oficio era el de su padre, pescador. La madre cuidaba del hogar y sus hermanos mayores se las apañaban para buscar pequeños trabajos en los que obtener alguna compensación económica o en especies que poder llevar a casa para ayudar a salir adelante.
A Ángel le gustaba la mar, pero sólo cuando venía en calma y con buen tiempo. Las historias de marineros que jamás volvieron calaron hondo en aquel niño bueno que, al igual que su madre, temía una historia propia cada vez que su padre se aventuraba mar adentro. Siempre recordaban sus hermanos el pánico que sentía al acercarse al mar cuando soplaba fuerte el nordeste o las nubes no eran claras. Las experiencias de haber visto caer la tormenta o las ráfagas de viento estando ocasionalmente a bordo de alguna lancha, dejarían en él mucho temor al mal tiempo del Cantábrico.
Sus vecinos le recuerdan como extremadamente trasparente y noble; un niño que muy pronto empezó a ir a trabajar con sus hermanos en la fábrica de pescado de Lastres, donde obtener algo de dinero para sacarles una sonrisa a sus padres y poder también permitirse alguna pequeña compra. Los pocos ahorros de Ángel siempre fueron destinados a adquirir algún pequeño libro, pues su afición a la lectura le hacía disfrutar de estos letra a letra.
Sus compañeros de clase en la escuela de "Primeras Letras" de Lastres, y especial sus amigos con los que compartía tardes de juego, de catecismo o de chapuzones en el puerto, siempre destacaron en él no sólo la ausencia de maldad en su naturaleza, sino un talento único para pacificar cualquier situación de disputa. Ángel era ya de niño, instrumento de paz para todos.
Justo un año antes de ingresar en el Seminario recibe en su querida Parroquia el sacramento de la Confirmación durante la visita pastoral del entonces Obispo de Oviedo, Monseñor Juan Bautista-Luis y Pérez, el 9 de Junio de 1922.
Justo un año antes de ingresar en el Seminario recibe en su querida Parroquia el sacramento de la Confirmación durante la visita pastoral del entonces Obispo de Oviedo, Monseñor Juan Bautista-Luis y Pérez, el 9 de Junio de 1922.
Con apenas trece años ingresa en el Seminario de Valdediós, en el año 1923. Nadie de los que le conocían se extrañó de aquel acontecimiento. El muchacho no fue al seminario por favorecer a su familia económicamente muy apretada, ni por buscar una salida a sus capacidades intelectuales; su decisión fue absolutamente vocacional. Quizá su forma de ser le ayudaba a vivir el día a día con esa naturalidad y prudencia del que hace las cosas sin necesidad de anunciarlas a los cuatro vientos ni justificarlas ante los demás. Su vocación la conocían los que la tenían que conocer, aunque nadie sorprendió de su decisión, pues en la parroquia siempre hizo gala de una piedad sincera y una clara inclinación hacia todo lo que se trataba en el catecismo, mostrando un gusto especial por las "cosas de la iglesia".
El tímido delantero
Como antes comenté al hablar de su vocación, Ángel era una persona con un carácter más bien tímido, siendo muy afable a la vez. Pero sobre todo era un jóven muy sensible. Los que coincidieron con él en el Seminario le recordaban como un muchacho al que le afectaba mucho todas las situaciones que se daban a su alrededor: el problema familiar de un compañero, la riña de un superior, las noticias sobre la situación política del país...
Era especialmente pulcro y cuidadoso con todo, y por esta virtud recayó en él la responsabilidad de la atención y cuidado de la sacristía del Seminario, donde pronto se ganaría la fama de ser un eficiente y ejemplar sacristán, preparando con mimo ''las cosas de Dios''.
También, como tantos muchachos de su edad, era muy "futbolero" al igual que casi todos los seminaristas de entonces; al jugar con sus compañeros siempre se pedía el puesto de delantero centro. En el Seminario no había muchos más juegos ni entretenimientos por aquel entonces, por lo que el fútbol era un "hobbie" muy común. Pasar el año entero practicando le permitía por las vacaciones ganar algún que otro partido a sus amigos, que veían la destreza que año tras año iba adquiriendo Ángel a pesar de contar él con la desventaja de jugar con sotana. También le gustaba mucho conversar y ayudar a sus curas; hablaba mucho con Don José (Ecónomo) y con Don Hipólito (Coadjutor). Años después su propio Párroco, D. José Fernández Acebedo, también sería martirizado.
En vacaciones, además de pasar el tiempo por las calles de Lastres, le encantaban los ratos y comidas en familia entre las que iba desgranando las aventuras, anécdotas y vivencias personales que acumulaba a sus espaldas durante de todo el año en Oviedo. Sus hermanos siempre recordaban cómo de entre los muchos seminaristas que mencionaba, hablaba con frecuencia de Gonzalo Zurro, a buen seguro relatándoles sus originalidades e "invenciones" teatrales. Quizá tengamos aquí la pista del por qué aquel trágico día de Octubre del 34 Ángel se uniera al grupo de Zurro en la huída del Seminario.
Avatares del escondite
Si en el relato del asalto al Seminario, en el artículo que le dedicamos al mártir Gonzálo hablábamos sobre una hora posterior a la de la comida (en torno a las 02:00 o 03:00 P.m.) como así recordaban algunos de los pequeños seminaristas supervivientes, otros, como por ejemplo como José González García, testigo principal de la ejecución del primer grupo de seminaristas, sitúa el final del combate en San Lázaro y del asalto a Santo Domingo, más bien sobre las cuatro de la tarde.
En algunos apuntes de los hechos de aquellos días, se matizan también otros detalles, como por ejemplo que el grupo de Milicianos que destruyó el Seminario y persiguió a los seminaristas no eran anarquistas sino milicianos socialistas, como varios autores también subrayan.
En mi opinión, hay que tener en cuenta una evidencia muy clara: los seminaristas se conocían al dedillo el barrio; no salían mucho del Seminario más allá de su huerto, su claustro y únicamente extramuros, la plaza de la Iglesia; siempre soleyera y acogedora. La rutina del Seminario de Oviedo en aquellos años treinta vivía lógicamente las líneas propias del espíritu del Concilio de Trento. Los jóvenes vocacionados tenían su pequeña clausura dentro de aquel viejo convento donde se respiraba la pura escolástica de Santo Tomás. Desde las ventanas, la imaginación de estos jóvenes volaba más allá de los muros, observaban cada novedad y no se les escapaba detalle del vecindario que rodeaba la que para ellos era su casa. Los solemnes paseos en fila de a uno detrás de los prefectos era uno de los momentos más deseados de la semana, y en ellos, los ojos curiosos de estos pequeños -niños aún- grababan y actualizaban sus conocimientos de ese viejo pero atopadizo Oviedo que les acogía.
¿Por qué me detengo en algo tan superficial? Pues sencillamente porque para comprender el éxito en la huida y supervivencia de tantos jóvenes que allí residían hay que contar con este factor. Cuando cundió el pánico y los muchachos se dispusieron a saltar en masa por las ventanas y balcones que miraban para la estación "del Vasco", cada cuál fue buscando para sí el mejor escondite; ese juego de infancia tantas veces repetido que ahora se había vuelto ya no un juego sino una dramática cuestión de supervivencia, de vida o muerte.
Lógicamente los seminaristas desconocían por completo qué vecinos seguirían siendo amigos y cuáles denunciantes, pero sí sabían los huecos, callejones y edificios que les posibilitaban el mínimo rincón para cobijarse como ratoncillos de campo y poder colarse y -como dice el salmo- salvar la vida como un pájaro de la trampa del cazador.
En algunos de los escondrijos llegaron a ser tantos los apelotonados que temían ya el estar preparándose para una carnicería sin límites si llegaran a ser descubiertos, viéndose tantos "huídos" en el mismo lugar. Esto también propició que bastantes tuvieran que ir cambiando de sitio por miedo a poner en peligro a los propios hermanos, como parece que así les ocurrió al grupo de Ángel Cuartas, los cuáles, según recogen los relatos, se escondieron primero en la cuadra de una casita baja próxima al Campillín donde llegaron a esconderse entre la hierba del establo y bajo los vientres de los propios animales. Pero eran tantos los amigos del Crucificado en aquel mínimo establo, que tuvieron que buscar la cruz en otro lugar.
Por la magnífica labor de reconstrucción de hechos y recopilación de datos de D. Ángel Garralda, sabemos el lugar exacto donde se fueron a esconder el grupo de seminaristas entre los que estaban Ángel Cuartas y Gonzalo Zurro. La dirección concreta era la "Travesía Monte de Santo Domingo" (hoy calle Melchor Garcia Sampedro), Casa nº 17; e incluso Don Ángel precisa que no era una casa en ruinas como se pretendió dar a entender, sino que la situación del edificio era de desalquiler. Más los seminaristas no asaltaron la vivienda ni la ocuparon, ellos únicamente se refugiaron en los sótanos del inmueble, seguramente por haber topado el acceso al lugar abierto precisamente por hallarse deshabitado. Hoy en dicho solar encontramos un edificio con cuatro viviendas y una empresa de "marketing" en la planta baja.
La tonsura que les costó la vida
Los perseguidores de los seminaristas eran personas muy alejadas de cualquier tipo de cuestión religiosa; eran absolutamente ignorantes en cualquier tema de Iglesia y realmente no sabían diferenciar seminarista de sacerdote. Para los milicianos, si vestían de sotana ya eran "del gremio" y eso les bastaba, por ello buena parte de los seminaristas -aunque no todos- en el momento del asalto y fuga del edificio del Seminario lo primero que hicieron fue 'vestir de "seglar'' antes de saltar a la calle, esperando así un mayor éxito en la escapatoria; un pasar más inadvertidos para moverse por la ciudad y, seguramente, mayor indulgencia en el caso de ser atrapados con esa ropa en lugar de con las sotanas, las cuales se habían convertido en "una provocación" para una sociedad enfurecida que movida por la sin razón, la ira y el odio, buscaba en Asturias repetir una trasnochada revolución a la francesa.
La tonsura era el primer grado que un seminarista recibía en su camino hacia la ordenación sacerdotal. Este gesto de recortar o afeitar un trozo de cabello a la altura de la coronilla era un prepararse ya para la Ordenación cuando el obispo les habría de imponer las manos; era un gesto de pertenencia a Dios y de renuncia al mundo. En la Iglesia Católica Romana la tonsura estuvo en vigor desde el medievo hasta el año 1972 en que Pablo VI estableció las nuevas "Órdenes Menores" previas al presbiterado, en la Carta Apostólica Ministeria Quædam. Junto a la sotana, la coronilla en la cabeza siempre fue una forma de reconocer al presbítero. Cuentan que en aquellos oscuros años del bajo medievo muchos clérigos ocultaban o empequeñecían su coronilla para poder compaginar su ministerio con una vida mundana, lo que llevaría a la Reina Isabel la Católica a imponer en el territorio de su corona que ningún sacerdote llevara una tonsura menor a las proporciones de la moneda de un real. Gracias a la música popular sabemos que también en Asturias la tonsura delataba a los clérigos más aún que el traje talar. Por ejemplo, en la "Jota de la Llana" se canta: ''El Señor Cura non baila/ porque diz que tien corona/ baile Señor Cura baile/ que Dios todo lo perdona''.
Ángel lucía una marcada tonsura, pues estaba en la recta final hacia el sacerdocio. Había sido ordenado recientemente subdiácono. El subdiaconado se recibía después del acolitado y antes del diaconado, y era un ministerio de servicio al Altar.
En su ordenación de subdiácono, Ángel ya había realizado promesa de celibato y había adquirido la obligación de rezar el breviario para unirse así a la Oración Universal de la Iglesia. Este ministerio no lo ejercía colaborando en ninguna parroquia (una costumbre aún muy actual) sino que continuaba su vida de estudiante ejerciendo su compromiso en los cultos del propio Seminario. En la celebración de la Santa Misa le correspondía a él proclamar una de las epístolas, así como asistir al diácono y al sacerdote. Dicha celebración tuvo lugar en la Catedral de León, presidida por el entonces obispo del lugar, Monseñor José Álvarez y Miranda (leonés de nacimiento pero asturiano de pila, al pertenecer entonces su Parroquia al Obispado de Oviedo). La Ordenación fue el 6 de Mayo de 1934.
Una vez descubierto Gonzalo Zurro, y al increparles los milicianos a gritos para que salieran de su escondite y se entregaran, Ángel fue apresado junto a sus hermanos de vocación. Salieron con miedo, pero la nobleza y buena fe de su inocente juventud les hizo creer que podría haber algo de bondad en aquellos hombres, y que en verdad no les harían otra cosa que llevarles al Comité, donde viendo que nada malo habían hecho les dejarían marchar sin mayor objeción. No sabían los pobres seminaristas el odio que encendía aquellos revolucionarios y la inhumanidad de la que cual hienas salvajes, llegarían a hacer gala.
Fue el segundo en morir, aunque ni tiempo tuvo de pronunciar palabra más allá de suspirar. En el momento de su martirio contaba con veinticuatro años. Una hermana suya se encontraba en Oviedo ingresada en el hospital, y en cuanto tuvo noticia del asalto al Seminario abandonó el centro sanitario para ponerse a buscar a su hermano ayudada por otra muchacha que la acompañó. Preguntó por conventos, colegios y por donde habría podido ir o estar, pero tuvo que volverse a Lastres con la angustia de no saber si estaba vivo o si le había ocurrido algo.
Sepultura y peregrinación de sus restos
Cuando los restos de los seminaristas fueron sacados de la fosa común en la que estaban para su reconocimiento, dieron aviso a la familia de Ángel al contrastar el número de la ropa que cada seminarista tenía asignado para identificar ésta en la lavandería del Seminario. Su hermano Julio fue el que, en representación de la familia, acudió al Cementerio del Salvador a reconocer a su hermano.
Fue uno de los pocos seminaristas cuyos restos fueron reclamados por la familia; ya reconocido fue sepultado en un nicho del Salvador. Dos años después, cuando "Sanidad" autorizó, fue trasladado a Lastres donde fue velado en casa durante tres días. Al tercer día fue llevado a la Parroquia y en ella (en la que tantas veces rezó) se celebró su solemne funeral, al que acudió todo el pueblo antes de inhumar sus restos en el Cementerio Parroquial, recibiendo cristiana sepultura en la Capilla del Santo Cristo del Campo Santo (antaño llamada de los Dolores) con el reconocimiento por parte de toda la comunidad cristiana del lugar de que allí descansaba un mártir. Aunque en un primer momento fue sepultado en el suelo de la capilla, a los pies del altar, pronto fue trasladado a una sepultura lateral donde permaneció hasta dos mil trece.
Previa solicitud y oportuno permiso a la vaticana Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, se procedió de nuevo a la exhumación de los restos del seminarista, a las diez de la mañana del día doce de marzo del referido año. La Santa Sede había notificado tiempo atrás el visto bueno para el traslado de los restos de Ángel Cuartas y sus compañeros, con la indicación de que esto se llevara a cabo de forma totalmente privada y sin ninguna trascendenciao signo de culto público.
En el acto estuvieron presentes, además de equipo funerario y los forenses, el Notario Actuario diocesano, Don Alejandro Soler Castelblanch; en calidad de Juez Eclesiástico, Don Jaime Díaz Pieiga, y el Promotor de Justicia Don Julio Eugui, como fiscal. También presenciaron el acto como testigos, el Arcipreste de Villaviciosa, el Rector del Seminario y la familia del mártir (algunos de ellos sobrinos directos). El entonces Párroco de Lastres -también Juez Diocesano- no pudo hacerse presente al encontrarse en el Tribunal de la Rota.
Una vez abierta la sepultura, los restos fueron depositados en una improvisada mesa de autopsias donde se realizó un primer reconocimiento, y ese mismo día, el cofre con los restos mortales fue llevado al Seminario Metropolitano en el que se practicó un segundo análisis. Tras ello, los restos se guardaron con cuidado en una nueva caja en espera de ser depositados en la nueva sepultura junto a los restos de los demás Seminaristas Mártires, el día de San José de ese mismo año. Sus restos fueron recibidos en el Seminario con toda solemnidad, siendo colocados en el Aula Magna, en la que tuvo lugar un definitivo y sencillo acto de recuerdo de su heroica vida.
Objetos personales de los Seminaristas custodiados en el Seminario
Padre, abuelo, bisabuelo y sacerdote
(El Comercio) Ceferino Fernández Suárez nunca sospechó lo que le depararía el futuro. Como imaginarse a él, un sacerdote católico licenciado en Teología y Psicología, hecho padre de cuatro chiquillos y ahora abuelo y bisabuelo. Pero, así fue.
Ceferino vino el mundo en 1938 en Fuejo, concejo de Grado. Aunque su barrio natural, como el acostumbra a decir, fue siempre el de Guillén Lafuerza, en Oviedo. Desde bien pequeño, tuvo muy claro lo que quería ser en la vida. A los seis años ya andaba diciendo misa mientras brincaba por los prados de Valduno, en Las Regueras, donde pasó unos años con su abuela Balbina.
Aquella era una época complicada para cualquiera en el país y más para los niños que crecían, nunca mejor dicho, de milagro. Fueron tiempos de hambre y juegos, de los que Ceferino recuerda esperar en silencio el tren que traía el pan de Trubia, un pan negro como las balas de los cañones que allí se fabricaban, pensaba él. También rememora risueño el recreo en el colegio, se lo pasaba pipa jugando a tres marinos en un mar, al pío campo y al fútbol con pelotas de trapo.
A los once años su precoz vocación religiosa tomó cuerpo y de la mano de sus padres ingresó en el seminario de Covadonga. Recuerda sonriente como cuando llegó al destino se juntó con los compañeros y se puso a organizar la habitación con tal entusiasmo que se olvidó de despedirse de su madre.
Pero no pasaría mucho hasta que volviese a casa con los suyos. Las escaseces de la familia en aquellos tiempos de posguerra chocaron de frente con las exigencias económicas del seminario. Al no poder hacer frente al pago de la matrícula, se vio obligado a regresar al barrio.
Cuenta agradecido como entonces, aquellas navidades de 1949, los reyes magos se adelantaron y personificados en Falín, jugador del Real Oviedo, y su esposa Tere, le regalaron a la familia de Ceferino Fernández el coste completo de la carrera de semiranista en Covadonga. Y así, regresó al seminario donde permanecería hasta su ordenación.
Ceferino se ordenó sacerdote en La Felguera con 23 años. Comenzaba así una nueva vida para este joven cura que pondría rumbo a Cudillero para hacerse cargo de la parroquia del pueblo de Faedo. Se ríe a carcajadas recordando sus tropiezos de cura primerizo. Relata divertido cómo, fruto de la inexperiencia y de cierta ignorancia, fue presa del pánico en el primer entierro que le tocó oficiar. Durante los siete kilómetros que separaban la casa del difunto de la iglesia y el cementerio, Ceferino encabezó el cortejo fúnebre rezando y mirando hacia atrás cada cuatro pasos por miedo a que el difunto fuera a salir del ataúd.
Los recuerdos de aquellos dos años en Faedo resultaron inolvidables para Ceferino como imborrable fue la huella que dejó su estancia en la parroquia y de la que da constancia una placa de agradecimiento que los feligreses le dedicaron cincuenta años después de su partida.
El regreso a Oviedo con su familia y sus amigos, a su barrio de siempre, le resultó muy grato. Fueron años agradables en los que trabajaría en La Tenderina y Ventanielles.
El gran cambio
Después, llegaría su traslado Madrid en 1973. En la capital le esperaría la gran sorpresa de su vida. Encontró consuelo a la añoranza en el Centro Asturiano del que fue capellán y vivió y ejerció el sacerdocio en poblados chabolistas donde las familias sobrevivían sin agua corriente y con la luz pinchada de la red municipal.
En 1981, los cuatro hijos de los vecinos de la chabola de al lado picaron a su puerta. Se habían quedado huérfanos, solos y venían a pedirle ayuda, cobijo. Tras quedarse paralizado en un primer momento, Ceferino abrió la puerta de su chabola y les dijo 'pasad'. «¿Cómo cerrar la puerta al amor que predico?», se preguntó. Y así el cura se convirtió en aquel instante, en Ceferino el padre de cuatro niños de entre catorce y cuatro años de edad: Pablo, Carlos, Loli y Raúl.
Juntos como una familia salieron adelante y superaron no pocas dificultades. Para alimentar a una familia numerosa Ceferino trabajó como docente y párroco al mismo tiempo. A día de hoy siguen unidos para orgullo del singular cura, que asegura que ser su padre ha sido lo mejor que le ha pasado en la vida junto al sacerdocio. Ahora, Ceferino ejerce además de abuelo de seis nietos y bisabuelo de tres niñas. Desde Illas, donde es párroco desde su jubilación de la docencia, cuenta los días que faltan para que su familia venga a Salinas a pasar parte del verano.
Ceferino vino el mundo en 1938 en Fuejo, concejo de Grado. Aunque su barrio natural, como el acostumbra a decir, fue siempre el de Guillén Lafuerza, en Oviedo. Desde bien pequeño, tuvo muy claro lo que quería ser en la vida. A los seis años ya andaba diciendo misa mientras brincaba por los prados de Valduno, en Las Regueras, donde pasó unos años con su abuela Balbina.
Aquella era una época complicada para cualquiera en el país y más para los niños que crecían, nunca mejor dicho, de milagro. Fueron tiempos de hambre y juegos, de los que Ceferino recuerda esperar en silencio el tren que traía el pan de Trubia, un pan negro como las balas de los cañones que allí se fabricaban, pensaba él. También rememora risueño el recreo en el colegio, se lo pasaba pipa jugando a tres marinos en un mar, al pío campo y al fútbol con pelotas de trapo.
A los once años su precoz vocación religiosa tomó cuerpo y de la mano de sus padres ingresó en el seminario de Covadonga. Recuerda sonriente como cuando llegó al destino se juntó con los compañeros y se puso a organizar la habitación con tal entusiasmo que se olvidó de despedirse de su madre.
Pero no pasaría mucho hasta que volviese a casa con los suyos. Las escaseces de la familia en aquellos tiempos de posguerra chocaron de frente con las exigencias económicas del seminario. Al no poder hacer frente al pago de la matrícula, se vio obligado a regresar al barrio.
Cuenta agradecido como entonces, aquellas navidades de 1949, los reyes magos se adelantaron y personificados en Falín, jugador del Real Oviedo, y su esposa Tere, le regalaron a la familia de Ceferino Fernández el coste completo de la carrera de semiranista en Covadonga. Y así, regresó al seminario donde permanecería hasta su ordenación.
Ceferino se ordenó sacerdote en La Felguera con 23 años. Comenzaba así una nueva vida para este joven cura que pondría rumbo a Cudillero para hacerse cargo de la parroquia del pueblo de Faedo. Se ríe a carcajadas recordando sus tropiezos de cura primerizo. Relata divertido cómo, fruto de la inexperiencia y de cierta ignorancia, fue presa del pánico en el primer entierro que le tocó oficiar. Durante los siete kilómetros que separaban la casa del difunto de la iglesia y el cementerio, Ceferino encabezó el cortejo fúnebre rezando y mirando hacia atrás cada cuatro pasos por miedo a que el difunto fuera a salir del ataúd.
Los recuerdos de aquellos dos años en Faedo resultaron inolvidables para Ceferino como imborrable fue la huella que dejó su estancia en la parroquia y de la que da constancia una placa de agradecimiento que los feligreses le dedicaron cincuenta años después de su partida.
El regreso a Oviedo con su familia y sus amigos, a su barrio de siempre, le resultó muy grato. Fueron años agradables en los que trabajaría en La Tenderina y Ventanielles.
El gran cambio
Después, llegaría su traslado Madrid en 1973. En la capital le esperaría la gran sorpresa de su vida. Encontró consuelo a la añoranza en el Centro Asturiano del que fue capellán y vivió y ejerció el sacerdocio en poblados chabolistas donde las familias sobrevivían sin agua corriente y con la luz pinchada de la red municipal.
En 1981, los cuatro hijos de los vecinos de la chabola de al lado picaron a su puerta. Se habían quedado huérfanos, solos y venían a pedirle ayuda, cobijo. Tras quedarse paralizado en un primer momento, Ceferino abrió la puerta de su chabola y les dijo 'pasad'. «¿Cómo cerrar la puerta al amor que predico?», se preguntó. Y así el cura se convirtió en aquel instante, en Ceferino el padre de cuatro niños de entre catorce y cuatro años de edad: Pablo, Carlos, Loli y Raúl.
Juntos como una familia salieron adelante y superaron no pocas dificultades. Para alimentar a una familia numerosa Ceferino trabajó como docente y párroco al mismo tiempo. A día de hoy siguen unidos para orgullo del singular cura, que asegura que ser su padre ha sido lo mejor que le ha pasado en la vida junto al sacerdocio. Ahora, Ceferino ejerce además de abuelo de seis nietos y bisabuelo de tres niñas. Desde Illas, donde es párroco desde su jubilación de la docencia, cuenta los días que faltan para que su familia venga a Salinas a pasar parte del verano.
domingo, 24 de junio de 2018
Evangelio Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,57-66.80):
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.
La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Palabra del Señor
sábado, 23 de junio de 2018
JUAN: LA ELECCIÓN DE DIOS. Por Ángel Gómez Escorial
1. - Estamos ante una coincidencia del calendario. El Día de San Juan Bautista, 24 de junio, cae este año en domingo y entonces celebramos su fiesta con la Solemnidad que nos marca la Liturgia. Y merece la pena. Juan el Bautista es uno de los personajes más enigmáticos y atractivos de la Sagrada Escritura. Desde el seno de su madre, ya tenía prevista su misión. El Evangelio de San Lucas recoge el momento de ponerle nombre. Con anterioridad Lucas ha contado como el sacerdote Zacarías, al tocarle turno para entrar en el santuario a ofrecer incienso supo que el Señor había escuchado sus oraciones para librar a su mujer de la esterilidad. Un ángel le esbozo el destino y misión de su futuro hijo. Dudó y fue castigado con la mudez. Pero cuando el niño recibió el nombre, volvió a hablar. Nació, pues, Juan con su nombre y su misión ya establecidas por Dios.
2. - Hay otro episodio y hermosísimo en el evangelio de Lucas que es la Visitación. Cuando María, que acaba de recibir al Arcángel Gabriel y sabe que va a ser la Madre de Cristo, recorre un largo y abrupto camino para visitar a su prima encinta. El niño, Juan, al oír que la Madre de Dios acude cerca de Isabel, salta en su seno. Es también un encuentro prodigioso en el que se ve la importancia de lo que esos dos niños acometerán 30 años después: nada menos que reconciliación entre Dios y los hombres, tras el pecado original de Adán y Eva. Nada sabemos de los años posteriores de Juan. Apenas, asimismo, habla el Evangelio de la infancia y la primera juventud de Jesús. Juan, debió retirarse muy joven al desierto a prepararse. Su forma de vivir y de vestir hace pensar que allí encontró refugio durante muchos años. Se encontrarían, después, en el Jordán. Juan sabe que es Jesús el que espera el pueblo de Israel y el mismo. Es el Espíritu quien se lo ha comunicado. La Escritura parece querer decirnos que no se conocían, que el vínculo familiar –eran primos— se había olvidado.
3. - Pero la liturgia de hoy quiere resaltar, sobre todo, la elección de Dios para esa misión que tendrá Juan que acometer, incluso aunque no quisiera. Así marca Dios a sus elegidos. El fragmento del capitulo 49 de Isaías diseña perfectamente esa misión. El Salmo 138, con su respuesta de elección portentosa, es lo mismo. A todos, Dios nos ha hecho igual, pero el elegido sabe de ello, sabe como ha sido. Reconoce la cercanía de Dios y su presencia indeleble para llevar a cabo la misión encomendada. Pablo, protagonista del relato del capítulo 13 de los Hechos de los Apóstoles, asocia perfectamente la elección de Dios en Juan, para predicar la llegada de su Hijo.
4. - Tuvo que ser muy relevante la misión de Juan el Bautista. Llegó a ser conocido y popular. El mismo Herodes le temía. Aunque muriera, después, por la debilidad del tirano. Sus discípulos fueron muy numerosos y de ellos iban a salir algunos de los que acompañarían a Jesús en su ministerio. Fue el caso de Juan y Andrés, que dio lugar a ese bello pasaje del Evangelio de Juan, cuando ellos dos siguen al Maestro. Y al volverse Él a mirarlos, le preguntan: “donde vives Señor” En fin, Juan supo además comprender –aunque con dudas— que era inferior al que precedía. Había recibido una misión, pero también una revelación directa, todo ello procedente del Señor. Supo descubrir al “Cordero de Dios que quita el pecado del Mundo”. Fue Juan el último profeta del Antiguo Testamento. Y el mismo fue frontera entre lo Antiguo y lo Nuevo.
5. - Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, también recibió del Padre una misión. Y la llevó a cabo con la misma entrega y determinación de todos los que han sido ungidos por el Señor. La misión de Jesús fue única e incomparable. Iba a ser altar, víctima y sacerdote ante Dios Padre, como inconmensurable sacrificio de reparación en nombre de todo el género humano. Pero en su condición de Hombre Verdadero fue arrebatado por dios a cumplir su misión. Por ello, hoy, todos deberíamos meditar sobre cual es la misión que Dios nos encomienda. Hemos de descubrir la elección portentosa que, sin duda, ha hecho en todos y cada uno de nosotros. Y es que Dios necesita de nosotros para seguir construyendo la Redención que inició su Hijo. Descubramos pues cual es nuestra misión.
viernes, 22 de junio de 2018
Orar con el Salmo del Día
R/. El Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella
El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.»
«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»
Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré porque la deseo.»
«Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»
jueves, 21 de junio de 2018
Necrológica
Falleció el Rvdo. Sr. D. Jesús García García
Nació en Candás el 6 de junio de 1937
Cursó los estudios de latín, filosofía y teología en las diversas sedes del Seminario Diocesano de entonces, concluyendo sus estudios en Oviedo.
Recibió la Ordenación Sacerdotal de manos del entonces Arzobispo Coadjutor de la Diócesis, Monseñor Segundo de Sierra y Méndez, el 30 de marzo de 1963
Sus destinos fueron:
Ecónomo de San Román de Casomera con su filial de San Lorenzo de Río Aller, así como encargado de San Juan el Real de Llamas - Aller (1966- 1970)
Regente de San Salvador de Perlora - Carreño (1970- 1971)
Coadjutor de San Félix de Valdesoto - Siero (1971-1972)*
*Aunque realmente su misión pastoral se desarrolló en el barrio de Carbayín Bajo, el cual tras su marcha en 1972 se erigió como Parroquia bajo el patronazgo de Santa Marta.
Coadjutor de San Felix de Candás - Carreño (1972-1982)
Encargado de San Salvador de Perlora - Carreño (1982- 1986)
Párroco de San Salvador de Perlora - Carreño (Desde 1986 a la actualidad)
Párroco de San Lorenzo de Carrió con su filial de San Juan de Pervera - Carreño (1986-2018)
Párroco de Santiago de Albandi con su filial de Santa María de Prendes - Carreño (1995-2018)
También fue teniente-arcipreste de Carreño (1988-1991)
D. E. P.
Coadjutor de Santiago Apóstol de Sama - Langreo (1963-1964)
Regente de San Miguel de Pajares; su filial de San Miguel del Río, y encargado de Santiago de Llanos de Somerón (1964-1966)
Ecónomo de San Román de Casomera con su filial de San Lorenzo de Río Aller, así como encargado de San Juan el Real de Llamas - Aller (1966- 1970)
Regente de San Salvador de Perlora - Carreño (1970- 1971)
Coadjutor de San Félix de Valdesoto - Siero (1971-1972)*
*Aunque realmente su misión pastoral se desarrolló en el barrio de Carbayín Bajo, el cual tras su marcha en 1972 se erigió como Parroquia bajo el patronazgo de Santa Marta.
Coadjutor de San Felix de Candás - Carreño (1972-1982)
Encargado de San Salvador de Perlora - Carreño (1982- 1986)
Párroco de San Salvador de Perlora - Carreño (Desde 1986 a la actualidad)
Párroco de San Lorenzo de Carrió con su filial de San Juan de Pervera - Carreño (1986-2018)
Párroco de Santiago de Albandi con su filial de Santa María de Prendes - Carreño (1995-2018)
También fue teniente-arcipreste de Carreño (1988-1991)
Fue también profesor de Religión en el IES de Candás durante 29 años, así como Capellán de la Ciudad Residencial de Perlora, cuyo templo dedicado a la Sagrada Familia atendió hasta su clausura.
Llevaba varios años delicado de salud. Recientemente tras pasar por el hospital de Jove donde estuvo ingresado varios días, retornó a la Casa Parroquial de Perlora en la cual quiso afrontar sus últimos días. En la mañana de hoy descansó en el Señor.
El funeral por su eterno descanso tendrá lugar (D.m.) mañana viernes día 22 de junio, a la SEIS de la tarde en la Iglesia parroquial de San Salvador de Perlora, y a continuación recibirá cristiana sepultura en el Cementerio Parroquial de la misma.
D. E. P.
''Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu salvación'' (Sal 51,8) |
Carta semanal del Sr. Arzobispo
Saber dar gracias por cinco siglos de historia
Lo afirmaba con hermosa convicción el Papa San Juan Pablo II cuando nos regaló esa guía de viaje para el tercer milenio cristiano que conmemoramos al llegar el año 2000. Decía el Papa santo: hemos de mirar el pasado con agradecimiento, con verdadera pasión el presente y tener ojos de confianza cuando nos asomamos al futuro aún no llegado. Es una precisa manera de hacer la remembranza, el recordatorio de algo y de alguien.
En Asturias estamos de enhorabuena por una de esas cifras redondas y fechas señeras al recordar nada menos que quinientos años de presencia de la querida Orden de Predicadores, los dominicos, que llevan entre nosotros estos cinco siglos desde que aquellos primeros frailes, hijos espirituales de Santo Domingo de Guzmán, fueran acogidos por el entonces obispo Diego de Muros.
Desde 1518 han ido sucediéndose tantos avatares en el mundo eclesial, cultural, político, social y cultural. Desde los más hermosos y benéficos hasta los más crueles y destructivos. La presencia de cuanto los frailes dominicos fueron sembrando desde que llegaron a nuestra tierra, nos fue acompañando a la comunidad cristiana de esta diócesis, así como a la sociedad en medio de la cual estamos. Han sido siglos de predicar el Evangelio de tantos modos. Desde el anuncio de la Palabra de Dios, a la formación de comunidades y acompañamiento de tantas personas sosteniendo su fe, encendiendo su caridad y alentando su esperanza. Ha habido también un trabajo pastoral y ministerial de acercar con los sacramentos la luz que viene de Dios, su perdón, su gracia, su consuelo, su misericordia y su paz. Y ha sido preciosa la labor educativa de tantas generaciones de niños y jóvenes a través de los colegios que ellos han fundado y mantenido formando a los hombres y mujeres del mañana que pasaron por sus aulas aprendiendo tantas cosas para la vida. En sus conventos, en sus centros docentes, en las parroquias que han asumido con una hermosa comunión y colaboración eclesial con la Diócesis que les acogió.
+Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.
Arzobispo de Oviedo
Santoral del Día
San Luis Gonzaga
miércoles, 20 de junio de 2018
De Viveiro a Cangas de Narcea
(La voz de Galicia) El convento de Valdeflores en Viveiro ha cerrado, en principio de modo temporal. El obispado de Mondoñedo-Ferrol certifica que las seis monjas de clausura que lo habitaban lo han abandonado. Fuentes conocedoras del monasterio anuncian el retorno de las otras tres religiosas de la congregación, más jóvenes y que se habían ido en noviembre del año pasado, por discrepancias con las seis que marcharon ahora.
Comunicado del obispado de Mondoñedo-Ferrol sobre el monasterio de Valdeflores (Viveiro)
La situación especial de avanzada edad y enfermedad de estas seis hermanas junto a otras dificultades de vida interna, sin posibilidad de encontrar nuevas hermanas más jóvenes que revitalicen la vida comunitaria, les llevó a solicitar ser acogidas en el monasterio de Cangas. Tras recibir respuesta afirmativa por parte de la comunidad conventual asturiana, se ha efectuado el traslado. Antes de partir, la priora ha entregado a la diócesis la comunicación de su renuncia y una llave del edificio.
La diócesis de Mondoñedo-Ferrol agradece los muchos años de presencia de estas seis hermanas de vida contemplativa que han marchado a Cangas de Narcea y tiene en muy alta estima la presencia de este monasterio de monjas dominicas en su territorio.
A partir de ahora, corresponde a la Orden de Predicadores dar los pasos oportunos para encauzar el futuro del monasterio de monjas dominicas de Valdeflores, al que también pertenecen tres hermanas que están residiendo temporalmente en otros monasterios de monjas dominicas. A este respecto, la diócesis colaborará en lo que se le pida y pueda hacer, como hasta ahora, y comprenderá y respetará cualquier decisión que tome la orden en pro del bien de la Iglesia y de las queridas hermanas dominicas de Valdeflores.
Por otra parte, los domingos continuará celebrándose el culto con los mismos horarios de siempre en la iglesia del monasterio de Nuestra Señora de Valdeflores.
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