La Diócesis de Oviedo cuenta entre iglesias parroquiales, templos filiales, templos de reparación (con culto pero sin ser parroquia), Santuarios y capellanías, con cerca de mil altares atendidos de continuo. No incluyo entre éstos ni capillas ni ermitas, pues quiero centrarme mayormente en aquellos que cuentan con reserva eucarística.
El abandono del Señor que está en el Sagrario se ha incrementado en los últimos años, y en muchos lugares con la muerte de valiosas personas y creyentes, se ha llegado a una pobreza mayor, pues es como sin con ellos se fuera la auténtica esencia del catolicismo militante que se resistía al tiempo.
No sólo las feligresías rurales y minoritarias experimentan esta dura realidad, sino que del mismo modo -aunque tarde más en notarse- ocurre igual en comunidades grandes y numerosas. Hemos olvidado la necesidad del Sagrario, pues ya no recordamos quién nos espera allí.
Los sacerdotes de las zonas rurales llevan tiempo debatiéndose entre dos criterios, por un lado los que han retirado el Santísimo de todos los templos, a excepción de la cabecera de la Unidad Pastoral donde el sacerdote vive y puede así velar con mayor seguridad para que el Señor no sea profanado: y por otro -no sin reparos y miedos- los que mantienen el Santísimo en todos los templos, con el convencimiento de que si le quitamos a una parroquia su corazón, ¿que le queda?...
Gracias a Dios, aún quedan benditas mujeres y piadosos señores que cuidan los templos, guardan las llaves, se preocupan de cambiar la lámpara del tabernáculo, de poner unas flores, de tocar las campanas, y, en especial, de mitigar las soledades de Jesús Eucaristía con sus rezos y visitas los días que no hay celebración.
Mientras queden entre la feligresía quienes se pongan a los pies del Salvador, habrá esperanza de que Dios siga siendo un vecino más en la localidad. Será lo que frene su marcha, pues no puede Jesús estar abandonado, y es esto lo que los párrocos con buen criterio quieren evitar.
La primera y principal pastoral de renovación eclesial hoy, pasa por aquí; por redescubrir al Jesús del Tabernáculo que tiene el mismo rostro que el refugiado, el pobre, el parado, el enfermo o el excluído... San Juan Bosco no se cansaba de recordarles a sus niños y jóvenes cuál es el secreto de su valor al decir: "El tesoro más grande que se puede hallar en el cielo y en la tierra está en el Sagrario, pues ahí habita el Dueño de todo lo creado". ¿Creemos esto? ¿Lo vivimos? Si no es así es por que hay que regresar a la emoción de la Primera Comunión, a volver a ser "los niños del Sagrario".
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