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martes, 15 de abril de 2025
Homilía del Sr. Arzobispo en la Misa Crismal 2025
Hemos dado comienzo el domingo pasado a la Semana Santa de este año jubilar 2025. Acompañando a nuestro pueblo, hemos entrado en Jerusalén junto a Jesús que viene en un sencillo pollino de borrica y no en un brioso corcel; se adentra con el paso lento del borriquillo y no con el trote majestuoso de un alazán, para ponerse al ritmo de nuestras andanzas parsimoniosas; y se encarama en un pequeño animal que humilde no levanta su arrogancia, sino que se abaja para que Jesús alcance nuestra mirada. Así hemos dado comienzo a estos prime- ros lances que nos abocarán en el triduo pascual y el domingo de resurrección. Pero antes, tenemos los sacerdotes y el entero pueblo de Dios una especial convocatoria en la Misa Cris- mal que celebramos esta mañana.
Es esta una cita anual que siempre aguardé con inmenso deseo tras mi ordenación sacerdotal. La Providencia me hizo pasar por distintas diócesis en las que como franciscano ejercía el ministerio sacerdotal en comunión con la Iglesia particular donde me encontraba: Ávila, Toledo, Roma, Burgos, Madrid, Huesca, Jaca, Oviedo... El recuerdo de esos lugares me asoma a un calendario que tiene fechas y que tiene distintos escenarios con sus circunstancias bien diversas en mis momentos biográficos, lo cual significa que van pasando los años sin que haya botón de pausa en su itinerario. Se me agolpan los rostros, los nombres, los contextos humanos y eclesiales por donde he ido recorriendo paso a paso mi historia personal como sacerdote. Así, este año, vuelvo con vosotros, hermanos sacerdotes, a celebrar estos misterios en la Misa Crismal, con la alegría de concelebrar con los nuevos hermanos en nuestro presbiterio, así con el pesar de comprobar que algunos que nos acompañaban en años precedentes ya no extenderán sus manos en la consagración ni los podremos abrazar en el momento de la paz. Los tendremos presentes en el “memento defunctorum” como en años anteriores ofreciendo por ellos esta santa Misa especialmente fraterna.
El paso de los años nos reclama a renovar nuestro ministerio por motivos siempre pertinentes. No queremos que la inercia y el cansancio puedan arrojar un costumbrismo de mínimos que apaga aquel fuego de la ilusión cuando nos impusieron las manos. Las llamas pueden ser otras, pero debe seguir intacto el fuego hermano que nos mantiene vivos en el seguimiento discipular de Cristo después de los años transcurridos desde nuestra ordenación. Podemos decir parafraseando al gran músico alemán Gustav Mahler, amamos el rescoldo encendido que alumbra y caldea y no adoramos las cenizas apagadas que nos hacen rehenes del escepticismo.
Jesús es el testigo fiel, como nos ha recordado la lectura del Apocalipsis, el que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados, y nos ha hecho sacerdotes para Dios. Esta es la inmerecida llamada por la que hemos sido consagrados como sus hermanos llamados a su mismo ministerio, no como funcionarios de lo sacral. Es el don de una llamada amorosa y gratuita, no la pretensión de una conquista interesada. Y, como ha dicho Isaías, somos enviados para consolar a los afligidos quitándoles la pavesa que los abruma y poniéndoles la diadema de la esperanza, cambiando sus duelos en perfume de fiesta, y sus sayales de abatimiento en vestidos de alabanza. Pero ha sido el Evangelio el que más nos acerca el ministerio de Jesús que a nosotros se nos confía participando del suyo. Es hermosa la descripción que hace San Lucas de esa escena en la sinagoga de Nazareth. Jesús tomó el rollo del profeta Isaías y leerá esa vibrante página en la que realiza una identificación de la profecía mesiánica cumplida en Él mismo: la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y oprimidos, la vista a los ciegos. Añade el evangelista que todos quedaron en suspenso. La lectura que Jesús hizo de aquel texto ponía en el aire ese emocionado silencio que se tornaba elocuente, hasta que, devolviendo el rollo del profeta al encargado, nadie se atrevió a añadir nada. Y nos dice San Lucas que toda la sinagoga tenía los ojos clavados en Él.
Podemos imaginar la tensión expectante que envolvió aquellos instantes de silencio, hasta que el Maestro pondrá la clave que rubricará esa teofanía mesiánica: HOY se ha cumplido la Escritura que acabáis de oír. Era ese adverbio de tiempo que marcaba el encuentro con una respuesta inaudita a todas las preguntas del corazón humano a través de la historia de una espera: todo el pasado de aquellos hombres y todo su futuro, se hacía presente en el HOY que una presencia. Para entender esa respuesta hemos de poner nombre y traducir adecuadamente el significado que tiene la pobreza que espera una buena noticia, la cautividad que cercena y oprime anhelando la libertad verdadera, la ceguera que finalmente abre los ojos a la luz para la que nacimos. ¿Qué nombre tiene esa pobreza en nuestro mundo y cuál es su puerta de salida? ¿Cuáles son las cadenas que nos acorralan y por dónde nos llega la libertad debida? ¿Quién o qué nos hurta el color y las formas de belleza cuando no logramos ver lo que a diario se nos revela?
Así podríamos también nosotros concebir el ministerio como una labor sacerdotal al estilo del Buen Pastor que sale al encuentro de los pobres en sus variopintas pobrezas, de los esclavos con todas sus dependencias, de los ciegos con todas sus oscuridades de tinieblas, para poder reconocernos humildes instrumentos de ese mismo Señor que nos ha llamado para prolongar en el tiempo lo que aquel hoy de entonces hizo que todos clavaran en Él la mirada. Sería una preciosa imagen la de mirar nuestras manos que fueron ungidas el día de nuestra ordenación, y en silencio, en algún rincón orante y discreto bajo la mirada de Dios preguntarnos: que buenas noticias repartieron, que cautividades presas abrieron, que cegueras saca- ron a la luz del cielo. Porque en nuestro itinerario sacerdotal, con la edad que cada uno tenemos, en los diversos destinos por los que hemos pasado, hemos ido encontrando un hoy di- verso de gente buena y serena, pero también de gente herida y sola, son los hermanos que asomados a nuestro ministerio han clavado de mil modos su mirada en nosotros como la clavaron aquellos de la sinagoga en Jesús el Nazareno.
Y es cuando nos acercamos rendidos con la conciencia desnuda de apariencias, para para dar gracias por el don de la esperanza bendita o pedir el perdón por nuestra mediocridad acomodada. Y con perdones y agradecimientos, venimos esta mañana para renovar nuestras promesas sacerdotales que hicimos ante el obispo que nos impuso las manos para hacernos sacerdotes de Cristo para siempre. Renovar significa hacer nuevas las cosas, como explicaba Jesús a Nicodemo volviendo a nacer empezando otra vez aquello que tuvo en aquella llamada su comienzo. Renovar es mucho más que reformar, porque podemos cambiar las formas ocultando tras ellas lo que se torna caduco y viejo. Renovar es volver a pronunciar nuestro SI a la incesante llamada que se nos hace cada día.
Niños que hemos bautizado comenzando en ellos la vida cristiana, o aquellos que hemos dado la primera comunión como quien da el alimento que perdura en el alma, personas a las que hemos confesado acercando a sus heridas y pecados la misericordia que los levanta, matrimonios que hemos presidido como testigos de un amor que se abre a la vida, un amor lleno de ternura sin intereses que caducan, enfermos y ancianos que hemos consolado con el bálsamo que les unge en la esperanza, tantas predicaciones poniendo en nuestros labios la Palabra del Señor que llega a las entrañas, situaciones diversas que hemos acompañado como mejor hemos sabido sintiéndonos hermanos y padres de las personas que se nos confiaron. Todo esto renovamos en esta mañana, dando gracias. Lo vamos a expresar respondiendo al breve cuestionario que guía nuestra sincera renovación: unirnos más fuertemente a Cristo y configurarnos con Él renunciando a nosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que por amor al Señor aceptamos gozosos el día de nuestra ordenación poniéndonos al servicio incondicional de la Iglesia y de los hermanos.
Pero en esta celebración de la Misa Crismal, el pueblo de Dios también está convocado desde el sacerdocio común del bautismo para orar por todos nosotros los sacerdotes ordenados. Así, desde nuestra respectiva vocación sabernos parte de la Iglesia, cuerpo de Jesús que tiene en Él su cabeza: los pastores con nuestro ministerio, los consagrados con sus carismas y los fieles laicos con su compromiso bautismal en la familia, el trabajo y la política. Es la Iglesia de comunión, como explicó bellamente San Juan Pablo II y desarrolló después Benedicto XVI, es la Iglesia de una bien entendida sinodalidad de carismas y ministerios, como nos ha recordado el papa Francisco.
Vamos a proceder como Iglesia particular aquí reunida a la consagración de los santos óleos. Llamamos la bendición de los santos óleos, porque es el fruto del olivo el que está presente en los signos sacramentales que acompañan nuestra vida cristiana, como explicaba el papa Benedicto XVI: «En cuatro sacramentos, el óleo es signo de la bondad de Dios que llega a nosotros: en el bautismo, en la confirmación como sacramento del Espíritu Santo, en los diversos grados del sacramento del orden y, finalmente, en la unción de los enfermos, en la que el óleo se ofrece, por decirlo así, como medicina de Dios, como la medicina que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, la resurrección (cf. St 5,14)». Preciosas y precisas palabras llenas de la sabiduría teológica de este papa sabio.
En esta Misa consagraremos los Santos Óleos que tienen que ver con esa unción sagrada que Dios vierte en nuestras heridas abiertas y en nuestras cicatrices no curadas. Es el óleo que anuncia la paz con los labios creadores del Espíritu de Dios que sobrevuela nuestros diluvios de tensiones, desencuentros y violencias de toda forma y manera. Es el óleo con el que se restaña el dolor por las cosas que nos han hecho daño y que no logramos comprender ni hemos sabido utilizar redentoramente para volver nuestra mirada a lo único importante que vale la pena. Es el óleo que nos fortalece poniendo suavidad y quitando rigidez en que aquello que nos endureció ante Dios y ante los hermanos. Este óleo santo bendito como la gracia de Dios, lo consagramos en esta Misa en la que somos nuevamente ungidos mirando las heridas del Costado de Cristo que nos abre la puerta de la redención. Óleo para los enfermos de todas las dolencias y edades en donde se pone a prueba la esperanza y el amor; óleo para los cate- cúmenos que aceptan comenzar y de todos aquellos que podemos comenzar de nuevo; óleo del crisma que nos vuelve a consagrar en la pertenencia a Aquél de quien nos hemos fiado, Aquel que nos creó, nos llamó, nos consagró y nos envía. La liturgia de la bendición de los Santos Óleos es un apretado relato del fruto del olivo como signo de la salvación. Todos nosotros somos destinatarios de este aceite de gracia con el que Dios acompaña en su Iglesia nuestra humilde realidad. En esa almazara de gracia se prensa el aceite que hace suave el camino que nos reconcilia con Dios y con los hermanos todos. En nuestro mundo y en nuestra Iglesia tenemos necesidad del óleo de la gracia.
Misa Crismal en medio de nuestra Semana Santa. Desde Jerusalén hasta la Pascua, siguiendo a Jesús en su proceso de entrega extremada por amor a los hermanos que el Padre Dios le confiara. Damos gracias al buen Dios, verdadero Camino en nuestras sendas intrincadas y discreto Caminante a la vera de cada uno para encender nuestra esperanza. Pido a María, nuestra querida Santina, que no deje de sostener nuestra fidelidad cada día en el “fiat” de cada hágase y en la perseverancia de cada “stábat”.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.C.B.M. El Salvador Martes santo. 15 abril de 2025
lunes, 14 de abril de 2025
15 films clásicos del cine para ver esta Semana Santa
Ben-Hur (1959)
Rey de reyes (1961)
Los diez mandamientos (1956)
Jesús de Nazaret (1977)
Barrabás (1962)
Las sandalias del pescador (1968)
Quo Vadis (1951)
'La historia más grande jamás contada' (1965)
Espartaco (1960)
La túnica sagrada (1953)
El evangelio según San Mateo (1964)
La pasión de Cristo (2004)
Escarlata y negro (1983)
Marcelino Pan y Vino (1955)
El Príncipe de Egipto (1998)
«10.000 españoles fueron asesinados por odio a la fe»
(InfoCatólica) En el vídeo, difundido coincidiendo con el inicio de la Semana Santa de 2025, la organización subraya la importancia de recuperar «toda la memoria» de la Segunda República, recordando que durante ese periodo histórico «10.000 españoles fueron asesinados por odio a la fe». NEOS critica lo que considera una ofensiva actual contra la religión, que incluye desde burlas a lo sagrado hasta propuestas de volar edificios emblemáticos como el Valle de los Caídos o la Catedral de la Almudena.
El mensaje también denuncia la reciente supresión del delito de ofensas contra los sentimientos religiosos, que, según afirma, permite blindar los ataques bajo «el disfraz de falsas libertades».
Desde Santiago de Compostela, el vídeo concluye con una apelación a los creyentes: «Vuelve a encontrarte, sé tú misma, aviva tus raíces». También reivindica el papel de España como país con más misioneros del mundo y como transmisor de la fe más allá del océano.
NEOS enmarca esta producción en su labor de defensa de los valores cristianos y su compromiso con una interpretación integral de la historia de España. El vídeo finaliza con un mensaje esperanzador: «El amor vence siempre al final».
domingo, 13 de abril de 2025
Domingo de Ramos, Domingo de Pasión. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
Con la liturgia del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nos disponemos para la recta final de esta Cuaresma ya con los ojos puesto en el Santo Triduo Pascual que iniciaremos el Jueves Santo. Acudimos al templo en esta mañana con nuestras mejores galas y con nuestras palmas y ramos buscando expresar exteriormente lo que deberíamos sentir y vivir interiormente, diciéndole al Señor: ''yo quiero entrar contigo a Jerusalén; yo quiero seguir tus pasos y estar cerca de ti en el cenáculo, en el huerto de los olivos, en el pretorio, en el calvario...'' Y está muy bien que también hoy en todas las parroquias de España vivamos más o menos la misma realidad, pues nos ayuda igualmente a caer en la cuenta que el ser humano aunque parezca que ha cambiado mucho en dos mil años con tantos avances, seguimos siendo frágiles, limitados, torpes...
También el día que Jesús entró en la Ciudad Santa salieron todos a recibirle, pero cinco días después cuando le procesan, condenan y torturan, nadie le conocía; hasta los suyos le negaron, permaneciendo sólo al pie de la cruz Juan y un pequeño grupo de mujeres. Y en la mañana de Pascua de Resurrección, el día más grande de la historia, solamente las mujeres que madrugaron para ir al sepulcro. Esta semana veremos que nos pasa algo parecido: hoy viene todo el mundo, pero según avancen los días sólo llegarán a la meta de la Pascua aquellos a los que el Señor les revela el entendimiento de las cosas grandes, desconocidas para los "sabios y entendidos" de este mundo, pero que bien comprenden las gentes humildes de nuestras parroquias. Hoy es un domingo especial y querido; sí, pero será el próximo cuando todo cobre sentido, cuando la tristeza por todos los seres queridos que se nos han ido se vista de esperanza, cuando nuestra propia vida cobre sentido al ver que nuestra meta no es un sepulcro frío ni una original y decorada urna cineraria.
No es un día para reproches y riñas; es un día para la ilusión, para comprometernos a hacer el camino de esta Semana al lado de Cristo en los días principales del calendario para un católico. Abramos nuestro corazón al misterio de la fe, dejémonos interpelar por lo trascendente: ¡cuántos ateos han dejado caer las vendas de sus ojos en estos días santos de gracia! Ojalá muchos puedan experimentar lo mismo que el centurión romano al pie de la Cruz, que siendo no sólo incrédulo, sino enemigo del crucificado, supo hacer pública su confesión de fe: ''Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios'', o como dice la actual traducción el leccionario: «Realmente, este hombre era justo».
¿Y, cómo se nos presenta Jesucristo en estos días? Pues como es Él: ''humilde y sencillo de corazón''. No es un Mesías que avasalla, ni un rey de boato y lujos, ni un profeta que intimide, dogmatice y marque distancias. Cuando le apresan y condenan llevaba una vestimenta tan humilde que fueron a buscar unos mantos para reírse de su realeza divina; en la cruz lo vemos prácticamente desnudo, y resucitado lo imaginamos con una sencilla túnica o sábana. ¿Y, cómo le vemos hoy? pues en la borriquita; nadie entra en una ciudad para asaltarla, para presentarse como monarca ni para profetizar montado en un animal tan sencillo; es ya una muestra de paz, de pobreza, de cercanía a su pueblo. He aquí el hombre que camina con sumisión hacia su destino. Jesús rompe la idea que tantos tenían de Dios y de su Mesías: ni majestuosidad, ni esplendor ni sublimidad... Muchas veces perdemos de vista que ''la fuerza se realiza en la debilidad''. En estos días vislumbraremos cómo en algo tan sencillo como dos maderos que forman una cruz se obró nuestra redención, cómo el amor es más fuerte que la misma muerte, y cómo Dios cumple su promesa.
Vayamos pues con alegría y gozo igual que los niños hebreos gritando: ''Hosana al Hijo de David, Bendito el que viene en el nombre del Señor''. Los niños son los primeros en descubrir al Mesías, en aclamarlo y honrarlo moviendo sus palmas, pues ellos no tenían una idea prefigurada, su inocencia estaba intacta, por eso se llenaron de alegría y no pudieron reprimir la emoción. También para los niños de Lugones es este un día muy querido, pues ellos escenifican como nadie aquella entrada en Jerusalén que fue sobria, pues los que la hicieron triunfal fueron las palmas y los cantos de los más pequeños e inocentes. Vemos aquí también cómo se cumple la profecía de Isaías: "Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!"
Evangelio + Domingo de Ramos
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14 – 23, 56
C. Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo:
+ «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».
C. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo:
+ «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».
C. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
+ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».
C. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:
+ «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros».
+ «Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!».
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
C. Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo:
+ «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve.
Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».
+ «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».
C. Él le dijo:
S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».
C. Pero él le dijo:
+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».
C. Y les dijo:
+ «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».
C. Dijeron:
S. «Nada».
C. Jesús añadió:
+ «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin».
C. Ellos dijeron:
S. «Señor, aquí hay dos espadas».
C. Él les dijo:
+ «Basta».
C. Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
+ «Orad, para no caer en tentación».
C. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:
+ «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz;
pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo:
+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo:
+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».
C. Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron:
+ «Señor, ¿herimos con la espada?».
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo:
+ «Dejadlo, basta».
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
+ «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».
C. Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. «También este estaba con él».
C. Pero él lo negó diciendo:
S. «No lo conozco, mujer».
C. Poco después, lo vio otro y le dijo:
S. «Tú también eres uno de ellos».
C. Pero Pedro replicó:
S. «Hombre, no lo soy».
C. Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo:
S. «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo».
C. Pedro dijo:
S. «Hombre, no sé de qué me hablas».
C. Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces».
Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo:
S. «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?».
C. E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas.
C. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, y le dijeron:
S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo».
C. Él les dijo:
+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios».
C. Dijeron todos:
S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».
C. Él les dijo:
+ «Vosotros lo decís, yo lo soy».
C. Ellos dijeron:
S. «Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».
C. Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato.
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilato le preguntó:
S. «Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que
le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
C. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
C. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.
Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.
Palabra del Señor
Dominica in palmis de passione Domini . Por R. H. M.
Iniciamos la Semana Santa con esta liturgia tan hermosa y querida por el pueblo fiel con la que nos adentramos a vivir la conmemoración anual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Este día es conocido como "Dominica in Palmis de passione Domini" (domingo de ramos en la pasión del Señor) ó, abreviadamente "Dominica Palmarum" (domingo de ramos). La liturgia de este día quiere abrirnos los ojos sobre lo que representa la misión de Jesucristo en nuestro mundo, que nada tenía que ver con las pretensiones políticas del momento, sino que trasciende por completo este mundo, aunque empiece aquí su misión como la de todos los que formamos la Iglesia. Jesús no vino a ser homenajeado, a triunfar ni dominar, sino ''a tomar la condición de esclavo'', humillarse y despojarse para darnos a nosotros la libertad, levantarnos de nuestras caídas y revestirnos con la vida nueva que nos ganó en la cruz.
La primera idea de este domingo nos lleva a esa entrada mesiánica del Señor en la ciudad de Jerusalén, y lo hace en un pollino o borrico que ni siquiera era suyo, sino que le prestaron para la ocasión para que se cumpliera así lo profetizado por Zacarías: ''Mira, tu rey viene hacia ti, justo, Salvador y humilde''. No es un rey ostentoso, sino sencillo. Ya exteriormente vemos cómo es interiormente su corazón. La bendición de las palmas y ramos no es únicamente un recordatorio de aquel recibimiento apoteósico que le hicieron a Cristo aquel día, es una bendición especialmente para nosotros que queremos acompañar a Jesucristo a lo largo de esta Semana, la cual constituye el epicentro de nuestra fe. Es, además, un anticipo ya de la Pascua eterna que anhelamos. Los Padres de la Iglesia han sabido darle bellísimas interpretaciones al simbolismo del "pollino", por ejemplo que la asna representaría al judaísmo mientras el pollino a los gentiles: en algunas representaciones se representa a Jesús entrando con ambos animales -madre y cría- en la ciudad, la asna con yugo (la Torá) y la cría libre, ya que los gentiles no estaban atados a normas. Pero ambos entran con Jesús por las puertas de la Nueva Jerusalén; es decir, de la Iglesia.
Los ramos bendecidos que conservamos en nuestros hogares nos recuerdan, por ejemplo, las palmas de los mártires o las coronas de laurel llamadas también de triunfo o laureas, que en la cultura grecolatina se empleaba para premiar los éxitos deportivos, académicos... San Pablo, sin embargo, ya habla en su primera carta a los Corintios ''un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita''.
Domingo de Ramos sí, pero en la pasión del Señor; por ello la lectura solemne de la Pasión, este año según San Lucas, predispone ya nuestro corazón ante la semana que comienza. Jesucristo todo lo hizo con pasión: vivir, servir, amar... Él es el amor mismo entregado, por eso no sólo la Semana Santa es para vivirla apasionadamente, sino toda la vida en clave de fe. También la liturgia eucarística insiste en todo momento en la importancia de la Pasión por encima de la escena triunfalista de las palmas, como nos recuerda no sólo el color litúrgico del día, sino todas las oraciones. El prefacio, por ejemplo, es un resumen perfecto de todo el texto de la Pasión al cantar: ''El cual siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales''. Pero es que hasta la misma palabra ''Hosanna'' ha tenido a lo largo de la historia diferentes interpretaciones en lo que se refiere a este día, mientras para algunos ha supuesto un claro grito de victoria: ''¡Viva!''. Otros autores cristianos han defendido también el grito de auxilio del pueblo a su Mesías que le suplica: ''¡sálvanos!''.
Una mala costumbre en el mundo rural español es la de facilitar en todas las parroquias, por pequeñas que sean, la liturgia del domingo de ramos sin dedicar el mismo interés a la celebración de la Pascua. Muchos sacerdotes es tal el ingente número de celebraciones que tienen el fin de semana propio del domingo de ramos, que con frecuencia sustituyen la proclamación de la pasión por el evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén. A este respecto, la liturgia pide lo siguiente: ''En el Domingo de ramos de la pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que se refieren a la solemne entrada de Jesús en Jerusalén, tomados de los tres sinópticos; en la misa se lee el relato de la Pasión del Señor'' (Prenotandos del Leccionario nn.97-98).
La primera parte de la celebración que se suele hacer en el exterior para después entrar al templo en procesión, comienza con el saludo habitual: En el nombre del padre... La breve monición previa a la oración de bendición de los ramos y tras ésta la lectura del evangelio de la entrada en Jerusalén. El misal ofrece tres fórmulas para que el sacerdote anuncie el inicio de la procesión de las palmas:
1. Queridos hermanos, imitemos a la muchedumbre que aclamaba a Jesús, y vayamos en paz
2. Vayamos en paz
3. En el nombre de Cristo. Amén
Para el recorrido de la procesión el misal ofrece cuatro himnos apropiados: La antífona ''Los niños hebreros, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, aclamando: Hosanna en el cielo'' intercalada con el salmo 23. La antífona ''Los niños hebreos extendían mantos por el camino y aclamaban: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor''. La tercera opción es el himno ''¡Gloria, alabanza y honor!¡Gritad Hosanna, y haceos como los niños hebreos al paso del Redentor!¡Gloria y honor al que viene en el nombre del Señor''. Y el cuarto himno es ''Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo, proclamando, con ramos de palmas: «Hosanna en el cielo».
La segunda fórmula o entrada solemne está pensada para algo más sencillo; esta es la fórmula habitual de las parroquias rurales y urbanas, que consiste en la bendición de los ramos en las proximidades del templo. Tras la bendición y la lectura del evangelio se entra ya en procesión al templo. En este caso se omiten los ritos iniciales de la misa, quedando el acto penitencial a juicio del celebrante, pudiéndose pasar directamente a la oración colecta.
La tercera fórmula o entrada simple consistiría en la procesión de entrada del sacerdote, para ello se pide que el canto de entrada haga alusión a este hecho y, sino al menos, que el celebrante lea la antífona de entrada propia para esta fórmula.
La lectura de la Pasión se inicia sin signarse ni incensación. Conviene dejar algún momento de silencio, o al menos invitar a los fieles a arrodillarse en el momento en que se dice: ''expiró''. También se puede hacer un canto apropiado como "Perdón, oh Dios mío", o "Perdona a tu pueblo Señor". A pesar de lo larga que es la Pasión se pide que no se omita la homilía, aunque sea breve. El prefacio de este día es el de la Pasión (página 242 - 243 o 464). El apéndice musicalizado está en la página 1168.
Advertencia- Para los que hagan la lectura de la Pasión en su versión larga tengan en cuenta dos erratas que contiene el leccionario. *En la página 166 donde aparece la + ante la frase "Señor, ¿herimos con la espada?" corresponde en realidad al lector que hace de sinagoga. Por tanto tachen a lápiz la + y pongan S. *Otra errata aparece en la página 171 donde nuevamente aparece la + ante la frase "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". También aquí corresponde a la sinagoga y no al Señor, por ello toca tachar a lápiz la + y poner S. |
Estar en la procesión de la vida. Por Monseñor Jesús Sanz Montes O.F.M.
Ha llegado la fecha que aguardábamos un año más. Y ya tenemos a la mano en el horizonte la Semana Santa. Nos lo van recordando los hermanos cofrades que ensayan con sus pasos las procesiones que desfilarán por nuestras calles y plazas sacando a las afueras lo que en el interior de nuestras iglesias celebramos con honda fe en esos días especialmente religiosos. Son dos citas y dos modos de expresar la misma realidad cristiana: la liturgia y la religiosidad popular. Con la entrada de Jesús en Jerusalén entramos de nuevo en la semana grande del año cristiano. Los preparativos de estas cinco semanas precedentes nos han ayudado a esperar y vivir estas fechas que se acercan con una renovada conciencia de que, si bien Cristo ha resucitado, nosotros no, o al menos, no en todo. Tenemos necesidad, pues, de poner en nuestra vida el bálsamo de la misericordia y del perdón que Jesucristo nos ha traído.
En los aledaños del Coliseo de Roma, suele verse un grupo jóvenes vestidos de romanos (de los de antes): casco, espada en ristre, lanza y escudo, capa roja y faldilla a la usanza imperial. Sorprende ver al típico grupo de japoneses (de los de ahora) que se abalanzan eufóricos hasta los romanos para hacerse todo un reportaje fotográfico, que deberán pagar religiosamente. ¿Cómo no presumir después ante quien sea de unas fotos con los héroes supervivientes de la campaña de las Galias? De seguro que se permitirán esta broma. Me viene este pensamiento al recordar que dentro de unos días veremos por nuestras calles también a romanos y nazarenos, a niños hebreos y sibilas cantarinas. ¿Se trata sólo de eso: de una puesta en escena de cosas que sucedieron hace muchos siglos para que los paparazzi nipones nos inmortalicen? ¿Se trata, tal vez, de un piadoso recuerdo que exhibimos en nuestras calles y plazas a golpe de tambor?
Sin duda que nos podrán hacer fotografías, y estaremos encantados. También es cierto que recordamos piadosamente así el mejor sentimiento religioso de nuestra devoción popular. Pero las procesiones de Semana Santa tienen un hondo calado y un mayor significado. Es aquí en donde propiamente podemos cifrar la verdadera hondura de este gesto de procesionar: si lo hacemos simplemente por inercia costumbrista, por folclore de estos días, o como un recuerdo vivo lo que supuso aquella procesión histórica en la que Jesús el Señor recorrió nuestra vía dolorosa para abrirnos a la vía dichosa de la salvación. No se contradicen estos tres motivos: debemos mantener nuestras costumbres y tradiciones, vivir con empeño nuestro folclore religioso, y saber el por qué y el por quién lo hacemos. El problema vendría cuando todo se reduce a costumbre y folclore sin que haya nada ni a Nadie que recordar.
Cuando logramos integrar estas razones, entonces resulta que somos ayudados para continuar de un modo nuevo en la procesión de la vida, esa que a diario recorremos vestidos con nuestros habituales atavíos, acompañados por las personas que nos rodean por motivos familiares, laborales o amistosos, en el vaivén de nuestras cosas. También ahí, en la procesión de la vida, nos encontramos con vías dolorosas y con vías dichosas, sin romanos, aunque algún que otro japonés pueda aparecer. Será la mejor señal de que los cristianos hemos entendido el significado de nuestras procesiones de Semana Santa, si logramos caminar el resto del año al paso de Jesús, convirtiéndonos en cireneos disponibles que ayudan a llevar el peso en tantos de nuestros prójimos hermanos, como hace el Señor con cada uno de nosotros. Esta es la andadura distinta y no distante en la que nos aventuramos al llegar estas calendas entrañables de una Semana Santa realmente inédita. Ojalá nos dejemos sorprender por ese Dios que jamás nos aburre.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm,
Arzobispo de Oviedo
sábado, 12 de abril de 2025
viernes, 11 de abril de 2025
Semana Santa Lugones 2025
''Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer'' (Lc 22,14)
Vayamos al Cenáculo, al Calvario y al Sepulcro vacío. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Ante el inicio de la Semana Santa 2025
Queridos hermanos:
Con los ojos puestos en la Semana Santa, trataremos de vivirla con el consejo de San Pablo a los cristianos de Roma: "gozosos en la esperanza; pacientes en la tribulación; constantes en la oración" (Rom 12, 12). Que entremos por las puertas de esa bendita Semana no sólo con nuestras palmas, sino con el entusiasmo con el que las gentes de Jerusalén recibieron al Mesías que llegaba a ellos como lo vemos aquí en Lugones, montado en una borrica.
Saboreemos el encanto del Jueves Santo con todo lo que este día de gracia supone: el amor fraterno, la caridad, el sacerdocio y, especialísimamente la eucaristía. San Juan Pablo II en la carta que nos dirigía a todos los sacerdotes en 2004 con motivo de este día, decía: ''Hemos nacido de la Eucaristía. Lo que decimos de toda la Iglesia, es decir, que «de Eucharistia vivit »'' y afirmaba: ''Al atardecer, os veo entrar en el Cenáculo para iniciar el Triduo pascual. Jesús nos invita a volver cada Jueves Santo precisamente a aquella «sala grande» en el piso superior (Lc 22,12), y ahí es donde quiero encontrarme con vosotros, queridos hermanos en el Sacerdocio''. Somos invitados a la mesa del Señor, a su Santa Cena, de la que somos indignos, pero de la que tan necesitados nos sentimos. La noche en vela junto al Señor en el monumento en esa madrugada suya de plegaria en el Huerto de los Olivos prolongará el ambiente de oración de esta jornada.
La profundidad del Viernes Santo, se distingue en nuestra Parroquia como jornada peregrina con el Vía Crucis de la mañana, la procesión del Santo Entierro tras el oficio de la Pasión y la de la noche silenciosa con María en su soledad. Este día convoca a contemplar la cruz y mirar al crucificado. Benedicto XVI explicó con bellísimas palabras lo que es realmente el madero santo: ''La cruz es manantial de vida inmortal; es escuela de justicia y de paz; es patrimonio universal de perdón y de misericordia; es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado''. El mundo enmudece en este Viernes que marcará todos los viernes de la historia, y este silencio se prolongará a lo largo de todo el Sábado Santo, el día de María, en que aguardamos expectantes mirando a Nuestra Señora.
Y el inicio del Domingo de Resurrección, ya al comenzar la noche con la solemne Vigilia Pascual, nos hará vibrar recordando aquella Hora Santa en que Jesucristo salió del sepulcro. Y en la mañana del domingo haremos nuestra la sorpresa de las mujeres: "verdaderamente ha resucitado el Señor". Es la jornada para caer en la cuenta que todas las piedras del camino pueden ser superadas, ahí están las palabras del Papa Francisco en la bendición "urbi et orbi" del año pasado: ''Y he aquí el gran descubrimiento de la mañana de Pascua: la piedra, aquella piedra tan grande, ya había sido corrida. El asombro de las mujeres es nuestro asombro. La tumba de Jesús está abierta y vacía. A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la fraternidad en medio de la enemistad''.
María nos va a acompañar en esta Semana Santa, de modo muy especial como Madre de Esperanza. En muchos lugares representan esta imagen de Nuestra Señora con un ancla, y es que ese es el símil de la santa virtud, y a Ella nos agarramos hasta el final como el barco en plena tormenta, que para evitar ser arrastrado por la corriente y la tempestad envía al fondo del mar su ancla para aferrarse a las rocas firmes ante el oleaje. También María en su Soledad aguardaba -y meditaba- en su corazón la esperanza de que se cumpliría la promesa de su Hijo, que al tercer día habría de resucitar.
De corazón os deseo a todos una fructífera vivencia de estos días santos para crecer en esperanza por medio de la oración, el ayuno y la limosna: ¡Feliz Semana Santa y gozosa Pascua florida!
Joaquín Manuel Serrano Vila,
Párroco de San Félix de Lugones
Arcipreste de Oviedo
Consiliario del Cristo de la Piedad y la Soledad
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