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viernes, 31 de octubre de 2025
Hoja Informativa del Cementerio Parroquial de Lugones 2025
31 de octubre: san Alonso Rodríguez, el viudo que abrió 30 años la puerta a Jesús
jueves, 30 de octubre de 2025
Sentimientos al acercarse el mes de Noviembre. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
Funerales sin Dios. Por Francisco Javier Bronchalo
miércoles, 29 de octubre de 2025
De Cáritas cada vez escribo menos. Por Jorge González Guadalix
martes, 28 de octubre de 2025
Beatas Enfermeras Mártires de Somiedo
La vida de Mª Isabel González del Valle, una mujer «enamorada del Señor»
lunes, 27 de octubre de 2025
Edith Stein y la empatía. Por Guillermo Juan Morado
domingo, 26 de octubre de 2025
''Uno era fariseo, el otro, publicano''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
Domingo, ''día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal''; esto es lo central que cada semana actualizamos en este día principal para nosotros. Y como aspiramos a participar plenamente de esa inmortalidad que el Señor nos ofrece cada semana y cada día, la palabra de Dios nos regala pistas para orientar el rumbo de nuestra vida hacia el cielo. Es este domingo XXX del tiempo ordinario nos acercaremos a la conversión radical del corazón que es lo que diferencia al autosuficiente, al soberbio y al engreído del modesto, humilde e inseguro de sí mismo. Acerquémonos a esta palabra que nos interpela para que nos preguntemos e identifiquemos quiénes somos nosotros en estos pasajes de hoy.
La primera lectura del libro del Eclesiástico nos presenta una reflexión que será la que actualizaremos en el evangelio de este día. Aquí el texto de Sirácida nos lleva a interiorizar como solamente vivimos la religión verdadera si nuestra creencia va de la mano de la moral de nuestra vida. La primera frase ya es una sentencia perfecta: ''El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas''. No necesita mucha explicación; ya otros domingos me lo habéis escuchado: tenemos gente encumbrada en este mundo que pasan por maravillosos, pero que ante Dios serán los últimos, mientras que hay personas que pasan por esta vida como excluídos y raros y de los que poco se puede decir, que aparentemente no caían bien a muchos, pero que para Dios serán los primeros y favoritos. Se nos olvida siempre: las matemáticas de Dios no son las nuestras, y prácticamente nunca sus caminos son los nuestros. También empiezan a aparecer alusiones al final: estamos en el trigésimo domingo del Tiempo Ordinario, y el año litúrgico va llegando a su final. Hay una frase de la primera lectura que nos suena ya al Adviento: ''El Señor no tardará''.
Quisiera detenerme en la segunda lectura con ese testamento espiritual que San Pablo dirige a Timoteo, cuando le dice: ''Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe''. El apóstol es consciente de que se acerca su final, de que su última predicación será aceptar la muerte siguiendo al Señor haciendo de la propia vida una oblación. Creo que este mes de octubre en que no pocos enarbolan los recuerdos bochornosos de la lamentable y fratricida Revolución de 1934 hemos de tener un recuerdo para nuestros mártires, los de la revolución y los de la guerra civil que fueron asesinados "por odio a la fe". Al igual que también hoy son masacrados nuestros hermanos por lo mismo en Nigeria a manos del terrorismo islámico, y en tantos lugares del mundo simplemente por no negar a Cristo.
Esta semana unos patéticos personajes melancólicos de su resentimiento (cuatro amigos con poco horizonte biológico ya y conocidos en su casa a la hora de merendar) que se hacen llamar ''curas obreros'' (aunque ninguno ha pegado un palo al agua en su vida, pero sí que vivieron como los curas de "antes") reivindicaban -¡ahora!- y tras una bandera republicana que ''la Iglesia debía pedir perdón por su participación en la guerra''... En fin, hay gente que uno no sabe qué tiene en la cabeza, más allá de su fracaso de vida y su pérdida de identidad...: ¿Le ha pedido alguien perdón a la Iglesia por sus mártires asesinados y torturados, por sus templos destruidos y arrasados, sus conventos saqueados y religiosas violadas, o sus muertos profanados?... La Iglesia nunca ha dejado de pedir perdón, hasta tal punto que nuestros mártires murieron con esa palabra en sus labios. Aún esta semana hemos recordado a los Beatos mártires de Nembra, un pueblo dividido en dos como las dos Españas y que se volvió a unir gracias a que su párroco Don Genaro y los tres adoradores nocturnos asesinados murieron perdonando y pidieron a los suyos que igualmente perdonaran. No hubo venganzas ni ajustes de cuentas en este pueblo al acabar la guerra; hubo el perdón sostenido por los mártires a pesar de que todo el mundo sabía quiénes habían participado en la muerte salvaje del anciano cura y sus tres feligreses. Aquí en Asturias siempre hubo una expresión anticlerical cuando alguien quería desearle algo malo al sacerdote de su parroquia: ''había que coralo''... Aún hoy se usa esa expresión y a no pocos les faltan ganas, a lo que habría que responder: ¡Ya lo hicísteis más veces!... Sí; así fue la muerte de Don Genaro, de Isidro y de Segundo (la muerte del joven Antonio fue diferente aunque también muy cruel). Aquel cura de Nembra con 70 años le coraron como a un cerdo; las mujeres recogían la sangre en baldes para hacer después morcillas mientras comentaban ''¡que bueno es este gocho que no grita para morir''... Cuando los Nacionales entraron en Nembra apresaron a los culpables y los llevaron ante las familias de los mártires para ver qué querían que hicieran con ellos... ¿Sabéis lo que pidieron los familiares para éstos?: que les perdonaran y soltaran... (¡casi lo mismo!). Hasta tal punto llegó el ejemplo de Nembra que la hermana pequeña de Antonio, uno de los mártires, la cual se hizo religiosa, al tener noticia que uno de los asesinos de su hermano estaba viviendo -ya anciano- en condiciones infrahumanas, ella misma fue a verle y lo llevó al centro sanitario donde estaba destinada y lo lavó y cuidó los últimos años de su vida, de forma que aquel hombre ateo y radical murió convertido a Dios, pidiendo perdón y solicitando confesar y recibir la Unción de Enfermos... Este es el perdón de la Iglesia que no necesita salir en prensa, en la TPA ni recibir aplausos baratos para notoriedad megalómana de resentidos sin identidad de lo que nunca pudo ser por imposible en un ideológico y farisaico afán de protagonismo, casposo, caduco y ya muy aburrido...
De esto trata también el evangelio de hoy, de lo que implica realmente ser seguidor de Jesús, algo que se nos expone a partir de esta parábola del fariseo y el publicano que nos presenta San Lucas en este capítulo 18 de su evangelio. Los personajes no son elegidos sin más, ya de por sí decían mucho en aquella sociedad, pues el fariseo era sinónimo de modelo en el cumplimiento de la ley, mientras que el publicano era todo lo contrario; prácticamente el modelo del antitestimonio. Nuevamente se nos recuerda lo dicho anteriormente, nuestros juicios nada tienen que ver con los de Dios, y es que sobran los que aparentemente pasan por justos y, sin embargo, desprecian a los demás. En aquellos momentos la religión estaba contaminada -como no pocas veces hoy, y al párrafo anterior me remito- por criterios políticos o ideológicos, por eso el publicano era alguien despreciado y considerado casi un traidor. Una persona que trabajaba para Roma y trataba con paganos no podía ser de ninguna manera un buen judío. Seguía vivo en el pueblo el anhelo de independencia, de restaurar el reino de Israel y librarse de la dominación romana. Por tanto, todo aquel que no contribuyera a lograr dicho fin era sencillamente un traidor. La misma actitud de cómo oraban nos describe esta realidad: el fariseo se ponía en un lugar principal y oraba de pie a la vista y "con publicidad", y se sentía orgulloso y modélico creyente, despreciando a los demás. El publicano, por su parte, oraba al fondo del templo, avergonzado de sus pecados y sin apenas levantar la vista del suelo... Mientras el fariseo daba gracias por ser tan bueno, el publicano suplica misericordia. Y es en este último en quien se encarna la oración del salmo 33: ''el afligido invocó al Señor, él lo escuchó''. El pasaje nos muestra otro pecado del fariseo, no sólo su ego de creerse tan bueno y despreciar y criticar al publicano que oraba humildemente: El difunto Fray Miguel de Burgos Núñez O.P. describe este actuar como el de "la ceguera religiosa", que como explicaba este dominico ''es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo para algunos, y lo malo es siempre bueno para otros"... Bueno es lo que ellos hacen, malo lo que hacen los otros. Porque la religión del fariseo se fundamenta en una religiosidad monólogo de sí mismo. Es una patología envuelta en el celofán de lo religioso desde donde ve (y trata de manipular) a Dios y a los otros tal y como él mismo quiere verlos, y no como son en verdad. En realidad, éste solamente se está viendo a sí mismo''... Esto ocurre muy a menudo, y lo vemos en las parroquias donde hay personas que se posicionan por encima de Dios mismo; no se auto examinan cara a cara con el Señor ni hacen examen de conciencia, sino que buscan un chivo expiatorio en la comunidad al que continuamente señalar: ''mira que malo es y qué buena soy yo''... Pero, ¿con quién se quedará -se queda- el Altísimo: con el fariseo o el publicano, con el de buena fama que sin embargo despreciaba a los demás, o con el de mala fama que vivió en clave de humildad?... Es curioso cómo el publicano ni se atreve a mirar o a levantar la vista ni mencionar al fariseo. Para él no es enemigo, tiene un concepto tan pobre de sí mismo que su oración se limita a rogar clemencia, y con ello ya le llega: ''Oh Dios, ten piedad de este pecador''. ¡Tomemos nota!
Evangelio Domingo XXX del Tiempo Ordinario
Sabiduría oriental, hondura alemana. Por Monseñor Jesús Sanz Montes O.F.M.
sábado, 25 de octubre de 2025
Horarios de Todos los Santos y Fieles Difuntos
Venerable Fray José Merino, un Superior de los Dominicos de La Felguera camino a los Altares. Por R. H. M.
viernes, 24 de octubre de 2025
La conexión asturiana de la corona robada en el Louvre
El robo de parte de las joyas de Eugenia de Montijo el pasado domingo en el Louvre ha reavivado la figura de la emperatriz de Francia, vinculada a Asturias a través de una de sus grandes amigas de juventud, Leocadia Zamora Quesada (Puerto Príncipe, 1819-Oviedo, 1891), fundadora del convento de las Carmelitas Descalzas de la capital regional. Es decir, impulsora del primer monasterio del Carmelo en Asturias, que desde 1980 se ubica en el barrio de Fitoria y que antes estuvo en un área cercana a la actual calle Muñoz Degraín.
El monasterio conserva en su archivo una carta de Eugenia de Montijo a su gran amiga, "la mujer más bella de la España de Isabel II", tal como aseguraba un artículo de "Blanco y Negro" en 1959. Así lo atestigua un cuadro de Federico de Madrazo de 1847, cuando la retratada aún brillaba en la vida social de la nobleza española. Leocadia alcanzó gran relieve social en la corte y cantaba en las veladas de los salones como el de la condesa de Montijo. En ellas se hizo muy amiga de las dos hijas de la casa: Francisca, más adelante duquesa de Alba, y Eugenia; y de la reina Isabel II, de la que curiosamente también conserva cartas el cenobio ovetense, tal como cuenta Elsa Campa Fernández, priora del convento, en el que habitan 17 monjas. "Tenemos esas cartas, y había más que se perdieron durante la Guerra Civil y la Revolución del 34; Eugenia de Montijo era muy amiga de nuestra fundadora", señala la religiosa, natural de Besullo (Cangas del Narcea).
La carta de la emperatriz, ya en el exilio, datada en Carabanchel (Madrid), donde tenían su palacio de recreo los Montijo, el 2 de julio de 1887, escrita en francés, comienza de un modo cariñoso: "Ma cherie Leocadia (Mi querida Leocadia)". En la misiva, la emperatriz alude a asuntos familiares, muestra su preocupación por su hermana y también recuerda a su hijo, el príncipe imperial Napoleón Luis Bonaparte, fallecido en Sudáfrica en 1879, a los 23 años. A Eugenia de Palafox y Portocarrero le gustaba escribir, prueba de ello son las numerosas cartas que se conservan a su hermana Paca, duquesa de Alba; a su madre, Manuela Kirkpatrick de Closebun; a Alejandro Dumas, y a su tutor, Prosper Mérimée, que en una carta enviada a Sevilla le adelanta parte de la trama de "Carmen".
Tras recorrer varias ciudades europeas y, según algunas crónicas, tras varios amores frustrados, entre ellos con su sobrino Rafael Zamora y Pérez de Urría, III Marqués de Valero de Urría, en 1870 Leocadia ingresó en las Carmelitas de Alba de Tormes bajo el nombre de Sor María Ana Teresa de la Sagrada Familia, y, aunque dijo adiós a las glorias mundanas, mantuvo el contacto epistolar con sus amistades.
La mujer que inspiró a Washington Irving sus "Cuentos de la Alhambra", enseguida quiso llevar la orden carmelitana a lugares en los que no estaba presente. Tras una frustrada fundación en Puigcerdá (Gerona), en 1879 le hablaron de Asturias, de la que escribió: "Es un Principado del país hermosísimo y fertilísimo, de clima suave en las estaciones, y en el contorno del cual no existe sino un convento de frailes dominicos en un confín de él, y en su capital, Oviedo, dos conventos de monjas". Leocadia murió en Oviedo en 1891.
Viaje frustrado a Covadonga
El 29 de junio de 1896, Eugenia de Montijo llegó a Pontevedra, para desde allí trasladarse a Villagarcía de Arosa, donde la esperaba su barco "Thistle" para continuar a La Coruña y seguir a Asturias con objeto de asistir a una ceremonia a la que acudiría el rey Alfonso XIII. Tras unos días en Galicia, cuando ya se disponía a embarcar se encontró con un fuerte oleaje que impidió su traslado al yate, y además surgió un grave problema médico: el cocinero se puso enfermo y fue diagnosticado de pulmonía grave, sin que los servicios médicos municipales pudieran hacer nada por salvar su vida. Todos estos imprevistos hicieron que la estancia en Villagarcía se prolongase más de lo previsto. El viaje a Asturias jamás se realizó.
El "Thistle" era el segundo barco de la emperatriz. El primero había sido el "L’Aigle", pero estando en Inglaterra lo perdió, con lo que le compró al duque de Hamilton el famoso "Thistle". La emperatriz era una gran navegante y adoraba el mar, especialmente el Cantábrico, que contemplaba desde su palacete de Biarritz, hoy convertido en un hotel donde su huella está por todas partes.


























