domingo, 26 de octubre de 2025

''Uno era fariseo, el otro, publicano''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Domingo, ''día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal''; esto es lo central que cada semana actualizamos en este día principal para nosotros. Y como aspiramos a participar plenamente de esa inmortalidad que el Señor nos ofrece cada semana y cada día, la palabra de Dios nos regala pistas para orientar el rumbo de nuestra vida hacia el cielo. Es este domingo XXX del tiempo ordinario nos acercaremos a la conversión radical del corazón que es lo que diferencia al autosuficiente, al soberbio y al engreído del modesto, humilde e inseguro de sí mismo. Acerquémonos a esta palabra que nos interpela para que nos preguntemos e identifiquemos quiénes somos nosotros en estos pasajes de hoy. 

La primera lectura del libro del Eclesiástico nos presenta una reflexión que será la que actualizaremos en el evangelio de este día. Aquí el texto de Sirácida nos lleva a interiorizar como solamente vivimos la religión verdadera si nuestra creencia va de la mano de la moral de nuestra vida. La primera frase ya es una sentencia perfecta: ''El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas''. No necesita mucha explicación; ya otros domingos me lo habéis escuchado: tenemos gente encumbrada en este mundo que pasan por maravillosos, pero que ante Dios serán los últimos, mientras que hay personas que pasan por esta vida como excluídos y raros y de los que poco se puede decir, que aparentemente no caían bien a muchos, pero que para Dios serán los primeros y favoritos. Se nos olvida siempre: las matemáticas de Dios no son las nuestras, y prácticamente nunca sus caminos son los nuestros. También empiezan a aparecer alusiones al final: estamos en el trigésimo domingo del Tiempo Ordinario, y el año litúrgico va llegando a su final. Hay una frase de la primera lectura que nos suena ya al Adviento: ''El Señor no tardará''. 

Quisiera detenerme en la segunda lectura con ese testamento espiritual que San Pablo dirige a Timoteo, cuando le dice: ''Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe''. El apóstol es consciente de que se acerca su final, de que su última predicación será aceptar la muerte siguiendo al Señor haciendo de la propia vida una oblación. Creo que este mes de octubre en que no pocos enarbolan los recuerdos bochornosos de la lamentable y fratricida Revolución de 1934 hemos de tener un recuerdo para nuestros mártires, los de la revolución y los de la guerra civil  que fueron asesinados "por odio a la fe". Al igual que  también hoy son masacrados nuestros hermanos por lo mismo en Nigeria a manos del terrorismo islámico, y en tantos lugares del mundo simplemente por no negar a Cristo. 

Esta semana unos patéticos personajes melancólicos de su resentimiento (cuatro amigos con poco horizonte biológico ya y conocidos en su casa a la hora de merendar) que se hacen llamar ''curas obreros'' (aunque ninguno ha pegado un palo al agua en su vida, pero sí que vivieron como los curas de "antes") reivindicaban -¡ahora!- y tras una bandera republicana que ''la Iglesia debía pedir perdón por su participación en la guerra''... En fin, hay gente que uno no sabe que tiene en la cabeza, más allá de su fracaso de vida y su pérdida de identidad...: ¿Le ha pedido alguien perdón a la Iglesia por sus mártires asesinados y torturados, por sus templos destruidos y arrasados, sus conventos saqueados y religiosas violadas, o sus muertos profanados?... La Iglesia nunca ha dejado de pedir perdón, hasta tal punto que nuestros mártires murieron con esa palabra en sus labios. Aún esta semana hemos recordado a los Beatos mártires de Nembra, un pueblo dividido en dos como las dos Españas y que se volvió a unir gracias a que su párroco Don Genaro y los tres adoradores nocturnos asesinados murieron perdonando y pidieron a los suyos que igualmente perdonaran. No hubo venganzas ni ajustes de cuentas en este pueblo al acabar la guerra; hubo el perdón sostenido por los mártires a pesar de que todo el mundo sabía quiénes habían participado en la muerte salvaje del anciano cura y sus tres feligreses. Aquí en Asturias siempre hubo una expresión anticlerical cuando alguien quería desearle algo malo al sacerdote de su parroquia: ''había que coralo''... Aún hoy se usa esa expresión y a no pocos les faltan ganas, a lo que habría que responder: ¡Ya lo hicísteis más veces!... Sí; así fue la muerte de Don Genaro, de Isidro y de Segundo (la muerte del joven Antonio fue diferente aunque también muy cruel). Aquel cura de Nembra con 70 años le coraron como a un cerdo; las mujeres recogían la sangre en baldes para hacer después morcillas mientras comentaban ''¡que bueno es este gocho que no grita para morir''... Cuando los Nacionales entraron en Nembra apresaron a los culpables y los llevaron ante las familias de los mártires para ver qué querían que hicieran con ellos... ¿Sabéis lo que pidieron los familiares para éstos?: que les perdonaran y soltaran... (¡casi lo mismo!). Hasta tal punto llegó el ejemplo de Nembra que la hermana pequeña de Antonio, uno de los mártires, que se hizo religiosa,  al tener noticia que uno de los asesinos de su hermano estaba viviendo -ya anciano- en condiciones infrahumanas, ella misma fue a verle y lo llevó al centro sanitario donde estaba destinada y lo lavó y cuidó los últimos años de su vida, de forma que aquel hombre ateo y radical murió convertido a Dios, pidiendo perdón y solicitando confesar y recibir la Unción de Enfermos... Este es el perdón de la Iglesia que no necesita salir en prensa, en la TPA ni recibir aplausos baratos para notoriedad megalómana de resentidos sin identidad de lo que nunca pudo ser por imposible, en un ideológico y farisaico afán de protagonismo casposo y caduco...  

De esto trata también el evangelio de hoy, de lo que implica realmente ser seguidor de Jesús, algo que se nos expone a partir de esta parábola del fariseo y el publicano que nos presenta San Lucas en este capítulo 18 de su evangelio. Los personajes no son elegidos sin más, ya de por sí decían mucho en aquella sociedad, ya que el fariseo era sinónimo de modelo en el cumplimiento de la ley, mientras que el publicano era todo lo contrario; prácticamente un sinónimo de anti-testimonio. Nuevamente se nos recuerda lo dicho anteriormente, nuestros juicios nada tienen que ver con los de Dios, y es que nos sobran los que aparentemente pasan por justos y, sin embargo, desprecian a los demás. En aquellos momentos la religión estaba contaminada -como no pocas veces hoy, y al párrafo anterior me remito- por criterios políticos, por eso el publicano era alguien despreciado y considerado un traidor. Una persona que trabaja para Roma y trataba con paganos no podía ser de ninguna manera un buen judío. Seguía vivo ese anhelo de independencia, de restaurar el reino de Israel y librarse de la dominación romana. Por tanto, todo aquel que no contribuyera a lograr dicho fin era sencillamente un traidor. La misma actitud de cómo oraban nos describe esta realidad: el fariseo se ponía en un lugar principal y oraba de pie, a la vista y "con publicidad", y se sentía orgulloso y modélico creyente despreciando a los demás. El publicano, por su parte, oraba al fondo del templo, avergonzado de sus pecados y sin apenas levantar la vista del suelo... Mientras el fariseo da gracias por ser tan bueno como es, el publicano suplica misericordia. Y es en este último en quien se encarna la oración del salmo 33: ''el afligido invocó al Señor, él lo escuchó''. El pasaje nos muestra otro pecado del fariseo, no sólo su ego de creerse tan bueno y despreciar y criticar al publicano que oraba humildemente: El difunto Fray Miguel de Burgos Núñez O.P. describe este actuar como el de "la ceguera religiosa", que como explicaba este dominico ''es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo para algunos, y lo malo es siempre bueno para otros"... Bueno es lo que ellos hacen; malo lo que hacen los otros. Porque la religión del fariseo se fundamenta en una religiosidad monólogo de sí mismo. Es una patología envuelta en el celofán de lo religioso desde donde ve (y trata de manipular) a Dios y a los otros como él mismo quiere verlos, y no como son en verdad. En realidad, solamente se está viendo a sí mismo''... Esto ocurre muy a menudo, y lo vemos en las parroquias donde hay personas que se posicionan por encima de Dios mismo, no se auto examinan cara a cara con el Señor ni hacen examen de conciencia, sino que buscan un chivo expiatorio en la comunidad al que continuamente señalar: ''mira que malo es y qué buena soy yo''... Pero, ¿con quién se quedará -se queda- el Altísimo, con el fariseo o el publicano, con el de buena fama que sin embargo despreciaba a los demás, o con el de mala fama que vivió en clave de humildad?... Es curioso cómo el publicano ni se atreve a mirar o a levantar la vista ni mencionar al fariseo; para él no es enemigo, tiene un concepto tan pobre de sí mismo que su oración se limita a rogar clemencia y con ello ya le llega: ''Oh Dios, ten piedad de este pecador''. ¡Tomemos nota!

No hay comentarios:

Publicar un comentario