Nuestro Patrono

``Todo lo consideró como desventaja comparado con el conocimiento de Cristo y la comunión con sus padecimientos, hasta hacerse semejante a Él en la muerte´´.
 (Flp 3, 8-10)



Una de las innumerables víctimas de la última de las grandes persecuciones del Imperio romano contra el cristianismo; y uno de los más ilustres mártires españoles inmolados por el furor del pretor Daciano, encargado de ejecutar la persecución en nuestro país.

En la vida de San Félix, el glorioso mártir gerundense, se mezclan profundamente la historia y la leyenda, hasta tal punto que se hace difícil descubrir su verdadera personalidad. Las actas de su martirio, junto con las de su compañero San Cucufate, fueron adulteradas por manos piadosas pero totalmente indiscretas, careciendo del valor histórico necesario para dibujar sobre ellas la silueta de nuestro biografiado. Nos será necesario, por consiguiente, con pocos datos intentar ver, tras lo que nos cuentan las fuentes, sólo destellos de lo que fue y de lo que hizo San Félix.

Él y su compañero de andanzas Cucufate, nacieron en el continente africano, en la región Scilitana, de familias acomodadas. En Cesarea marítima cursan sus estudios y tienen sus primeros contactos con los seguidores de Cristo, tantas veces declarados enemigos del Imperio y perseguidos con saña diabólica. Las enseñanzas evangélicas hallan terreno abonado en el corazón noble, puro y generoso de los dos jóvenes, que deciden recibir el bautismo. Su decisión y su entrega es tan definitiva que llegarán incluso a dar su vida en testimonio perenne de la divinidad de Jesucristo.

Nos hallamos a finales del siglo III. La Roma pagana empieza a fenecer, para dejar lugar a la Roma de Cristo, que cual nueva ave fénix aparece con una vitalidad inesperada que intentarán ahogar inútilmente en su propia sangre los crueles emperadores romanos. En estos decenios la persecución azota sólo algunas provincias del vasto Imperio, y entre ellas la Tarraconense. La orden de exterminio ha sido dada por los poderosos Diocleciano y Maximiano, que hace poco se han repartido los territorios imperiales, que no pueden ser gobernados con una sola mano.

Félix y Cucufate, saben que sólo una cosa es necesaria: amar a Dios sobre todas las cosas y que para amarle hay que amar primero al prójimo. Quieren ser consecuentes, y deciden abandonar su país, donde aún no ha llegado la orden imperial de exterminio, para ayudar a los cristianos de la Tarraconense a soportar la difícil prueba en que se hallan. Llenos de santo amor y simulando el oficio de mercaderes, pasan el Mediterráneo y llegan respectivamente a Ampurias y Barcino. Félix se traslada a Gerona, que será el centro de sus actividades heroicas. Vienen —como dicen las actas de su martirio— simulando ser mercaderes, porque es el hábito más propicio en este momento y porque llevan entre manos el negocio mejor, que es la salvación eterna, y la mercancía más necesaria, la fe en Cristo.

En Gerona, Félix promueve tanta admiración entre el pueblo por su integridad de vida y por su ferviente caridad, que convierte muchos paganos. Pronto su presencia y actividad inquietan a las autoridades, que le llevan ante el tribunal del Pretor. Del tribunal pasa a la cárcel y después de recibir sentencia condenatoria, es sometido a los más atroces tormentos, de los que es varias veces liberado por intercesión angélica. Primero es víctima de diferentes torturas, después es atado a unos caballos y arrastrado por las principales calles de la ciudad. Curado milagrosamente, pasa nuevamente por diferentes pueblos y, trasladado a la playa de San Feliu de Guíxols, le echan al mar llevando atada una rueda de molino al cuello. Nuevamente es salvado por intercesión de unos espíritus evangélicos que suavemente le conducen a la playa. Por último, termina heroicamente su vida cuando es sometido al terrible suplicio de desgarrarle la carne con garfios de hierro. Esto ocurriría cerca del año 304 y poco después del martirio del apóstol de Barcelona San Cucufate en el Castillo Octaviano, hoy San Cugat del Vallés.

Parece claro que San Félix no perteneció a la clerecía, ni desempeñó algún ministerio sagrado. Era un simple seglar que se convirtió en misionero. Su fervor era tan grande, que no dudó en abandonar su tierra natal, su familia y sus riquezas, para testimoniar su fe en Cristo, para ayudar a nuestros antepasados en la fe a permanecer fieles ante la persecución, incluso hasta entregar su vida y ser con ello simiente de nuevos cristianos.

En nuestro siglo XX, siglo que ha visto aparecer en el seno de la Iglesia con una fuerza jamás esperada el apostolado seglar, Félix, a pesar de la densa leyenda que cubre toda su vida, es un modelo perfecto para los que hoy, dentro y fuera de las organizaciones católicas, intentan seguir la orden del Señor: «Id, enseñad a todas las gentes..”..

Pronto la fama de su martirio se extiende por toda la cristiandad, y cien años después el primer gran poeta cristiano, Prudencio, en su Peristephanon, el libro de los mártires, le citará diciendo:

La pequeña Gerona, rica en cuerpos santos,
mostrará los venerables restos de San Félix.

Los Padres de la Iglesia Visigótica nos contarán sus milagros y los hechos extraordinarios obrados junto a su tumba y el rey Recaredo irá en peregrinación a Gerona para ofrecerle una corona votiva de oro.

Gerona continúa guardando sus preciosos despojos y sobre su sepulcro ha construido un gran templo para recordar a la cristiandad la fe y el amor de su apóstol mártir.


Oración a San Félix Mártir Glorioso y Bendito San Félix, Apóstol de Gerona: 

Postrado ante vos imploro vuestra intercesión ante el trono del Altísimo por todos y cada uno de los hijos de nuestra Parroquia de Lugones . Por los más pequeños, para que descubran a Jesús como tú lo descubriste en el seno de sus hogares, y por los jóvenes, que encuentren el sentido a sus vidas desde la fe; que afronten el mañana con ánimo y sean los constructores de un mundo mejor. Te ruego por los novios y los matrimonios, que cimenten su amor desde la sinceridad y el respeto. Que su amor sea una llama que vaya creciendo en luz y calor. Por las familias que pasan por momentos de dificultad por problemas económicos; por las que tienen enfermo alguno de sus miembros; por las que están separadas por la distancia del trabajo, que permanezcan firmes ante toda adversidad hasta que aparezca la luz después de la tiniebla. Te pido también, a tí, que partiste desde África hasta nuestro suelo hispano, por los emigrantes que llegan a nuestra Tierra y por los nuestros que tienen que marchar, que todos encuentren motivos de esperanza y futuro, que se sientan arropados y acogidos frente al desgarro de tener que dejar a los suyos a tanta distancia. Prisionero en la ciudad de los cuatro ríos, supiste lo que era vivir la angustia sin compañía. Cuida de tantos que viven en soledad, de los que nadie se acuerda hasta que ya es demasiado tarde. Cuida de los ancianos, nuestros pequeños evangelios vivientes; aquellos a los que todo les debemos. Que nunca sean relegados del importante lugar que les corresponde en nuestra sociedad. Mira por todos los enfermos de la Parroquia que sufren en sus cuerpos como sufrió el tuyo, cuya carne fue destrozada con peines de hierro. Aboga por su salud de cuerpo y por nuestra salud del alma. Que llegada la hora de nuestra muerte nos recibas con los coros angélicos a la entrada de la nueva Jerusalén. También te pedimos por todos los difuntos, los que ya gozan del resplandor celestial, y de forma aún más especial, por los que aún esperan purificándose en el purgatorio, intercede por ellos y que nuestra oración ayude a abreviar dicha espera. Querido y buen Patrono, custodia nuestra Comunidad Parroquial, sostenla en sus necesidades y problemas, y llévanos a Cristo, nuestro puerto, alentándonos a una Nueva Evangelización. Danos la valentía que necesitamos para anunciar el Evangelio como tú lo hiciste hasta las últimas consecuencias. 

San Felix, Patrono nuestro: Rogad por nosotros. Amén

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