martes, 30 de abril de 2019

Calendario Comuniones


Cuando la Catedral de Oviedo resurgió de sus cenizas

(El Comercio) La reconstrucción de la Sancta Ovetensis, devastada tras la Revolución del 34 y la guerra civil, duró solamente tres años en el contexto social «más duro» | La obra tuvo un presupuesto inicial menor a dos millones de pesetas.

La catástrofe de la catedral de Notre Dame en París cogió a la comunidad internacional por sorpresa. Una hecatombe, en términos de patrimonio histórico y cultural, solo comparable con los daños sufridos por este tipo de construcciones centenarias y milenarias tras el fragor de la Segunda Guerra Mundial. En el caso de la vieja parisina, Francia puede respirar en cierto modo aliviada, y es que el mecenazgo de terceros ha hecho que sea posible su restauración en cinco años –anticipó el gobierno galo– gracias a los casi mil millones de euros recibidos a modo de donación de distintas entidades de todo el mundo en solo unos días. No obstante, y aunque el contexto es hoy bien distinto, la Catedral de San Salvador de Oviedo vivió algo parecido en el pasado. La Revolución del 34 y la guerra civil posterior la dejaron hecha añicos, «una escombrera», relata el deán, Benito Gallego; sin embargo, en tan solo tres años (entre 1939 y 1942), y con un presupuesto inicial que no llegaba a los dos millones de pesetas, la Sancta Ovetensis resurgió de las cenizas que habían dejado tras de sí el fuego, las balas de cañón y la dinamita.

Durante la noche del 11 al 12 de octubre de 1934 accedieron los revolucionarios por el fondo sureste de la Catedral, quemaron la invaluable sillería del coro, llenaron la capilla de Santa Leocadia, situada justo bajo la Cámara Santa, de cajas con 400 kilos de dinamita y volaron el conjunto. Con él, ineludiblemente, volaron también algunos de los contenidos más valiosos del ámbito histórico y artístico del Principado de Asturias. También se encontraba allí una de las piedras angulares del catolicismo, el Santo Sudario, una de las dos reliquias más importantes de la cristiandad.

Los daños fueron «catastróficos», explica el actual deán desde el monasterio de Santo Domingo de la Calzada, desplazado allí por la celebración de una reunión anual de cabildos. «Pero la ciudad de Oviedo hizo lo que pudo con los medios de los que disponía para poder devolverle todo su esplendor», admite. Benito Gallego no asistió en primera persona a los hechos, pero los conoce de primera mano gracias a los documentos de Luis Menéndez Pidal recogidos en el archivo catedralicio.
Menéndez Pidal fue nombrado tras la guerra restaurador de la zona norte y sustituto por mandato de Franco del anterior arquitecto encargado, Alejandro Ferrant que, junto al entonces deán Arboleya y a Manuel Gómez-Moreno, asistió el primero a la catástrofe y a los cinco metros de escombros que sepultaban la Cámara Santa. Juntos elaboraron el primer plan de reconstrucción, rescataron las reliquias que quedaban (la Cruz de los Ángeles, entre ellas) y dirigieron, al principio, el complicado desescombro de la sala, que exigía apuntalar la estructura al mismo tiempo para que no se viniese abajo.

Tras la voladura, la Cámara Santa –templo y relicario adosado al palacio de Alfonso II–, una buena parte de la torre y el conjunto de las vidrieras del edificio quedaron arruinadas. Ferrant propuso entonces rescatar todo lo que se había podido salvar y reconstruir las piezas perdidas con una sola peculiaridad: que las labores quedasen rematadas de tal manera que se pudiera distinguir lo original de lo reconstruido. Así lo explica, en declaraciones a este diario, la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo y miembro de la junta directiva del Comité Español de Historia del Arte, Pilar García Cuetos, y al mismo tiempo se pregunta: «¿Cómo es posible que Francia no tuviese un plan de contingencia específico para que no ocurriese esto en Notre Dame?». También comenta que la suma de 700 millones proveniente de donaciones para su reconstrucción es «escandalosamente alta».

En ese sentido, continúa la especialista, «Ferrant solicitó 358.050 pesetas para la reparación del arte mueble (sillería del coro, daños en algunos retablos barrocos, vitrinas, relicarios y expositores de la Cámara Santa) y un millón de pesetas para la reconstrucción del claustro y de la cámara». Tal cantidad, «por ser tan elevada», prosigue la catedrática, se le denegó y solo recibió un adelanto de 100.000 pesetas a las puertas de la guerra civil. El proceso quedó paralizado tres años, pero el trabajo del arquitecto, según García Cuetos, salvó la cámara durante esos años al estabilizarla y cubrir las ruinas con un tejado provisional.

Las convulsiones de aquellos meses y las nuevas destrucciones del edificio dilataron el proceso hasta el 29 de septiembre de 1939. Para entonces, la Catedral de Oviedo ya había recibido 160 cañonazos y la flecha de la torre estaba completamente destruida. Pero su reconstrucción fue «extremadamente rápida», entre otras cosas, gracias al «carísimo andamio de madera de Moya» que mantuvo en pie la torre, advierte la profesora. «El patrimonio, en ese momento se utilizó como un instrumento, había prisa para reconstruir la Catedral, porque Franco (que reinauguró la Cámara Santa en 1942 identificándose con el monarca Jaime II) la utilizó como un símbolo de legitimidad que tenía que portar cuanto antes».

La Catedral de Oviedo, por tanto, un edificio del siglo IX con una reforma Románica y una reconstrucción del siglo XX. Algo que, en palabras de otro historiador del arte, Juan Carlos Aparicio, «no le quita valor», sino que, en sus palabras, «está fijado ahora con el Plan Director de 1996». «Nuestra catedral está muy bien historiada y tiene un plan con más del 80% cumplido», dice. Un plan que, sumado a «otro de seguridad», debería «establecerse en Francia. Aquella cubierta era un verdadero peligro», apunta Aparicio.

lunes, 29 de abril de 2019

Lecturas. Andrea Riccardi, El siglo de los mártires. Por Guillermo Juan Morado

(La Puerta de Damasco) Andrea Riccardi, El siglo de los mártires. Los cristianos en el siglo XX, Ediciones Encuentro (Colección Mártires del siglo XX, 1), Madrid 2019, ISBN: 978-84-9055-958-1, 585 páginas, 29.00 euros.

Andrea Riccardi es un autor muy conocido: Profesor, historiador y analista de la historia de la Iglesia contemporánea, además de fundador de la Comunidad de Sant’Egidio. San Juan Pablo II lo nombró miembro de la Comisión de los testigos de la fe o Nuevos Mártires, encargada de resaltar los testimonios enviados a Roma desde todo el mundo con motivo del Gran Jubileo del 2000.

En esa experiencia de la Comisión de los Nuevos Mártires se gesta el presente libro, cuya edición italiana original es de 2000, luego ampliada en 2009. En el “Prólogo a la presente edición” y en la “Introducción”, A. Riccardi da cumplida cuenta de los objetivos que persigue esta obra, que “rescata una historia de cristianos asesinados en el siglo XX por ser creyentes” (p. 9). Un siglo, el XX, que se presenta como “el siglo del martirio”, aunque el martirio de los cristianos “ha continuado también en el siglo XXI y sigue siendo todavía un acontecer dolorosamente abierto” (p. 9).

Muchos son los escenarios en los que estas persecuciones acontecen: los grandes totalitarismos del siglo XX, el comunismo y el nazismo; la lucha anticristiana en España y en México; los problemas surgidos en las misiones, en las guerras, en la incertidumbre de la situación política, masacres como la de los armenios durante la I Guerra Mundial, etc.

Recordar el martirio de tantos cristianos es, nos dice A. Riccardi, recordar la fuerza de los humildes, “la resistencia tenaz y apacible al mal y a su fuerza avasalladora” (p. 13). “Se resiste al mal incluso dejándose golpear, pero no cediendo a sus amenazas” (p. 14). Los cristianos representan una presencia humana revestida de fuerza moral en situaciones que han perdido las connotaciones humanas (cf. p. 15).

El martirio constituye una revelación del cristianismo, manifestación “de un modo de ser de los cristianos en la historia” (p.15). Juan Pablo II supo reivindicar el papel decisivo de los mártires en la vida de la Iglesia contemporánea: “El martirio es una historia de fe, de amor, de coraje, que los creyentes cristianos consideran como una herencia significativa para el tiempo presente” (p. 16).

Los testimonios acerca de los mártires han de ser narrados “con sentido histórico y atendiendo al marco en el que se han producido” (p. 16). Son “un valor para la Iglesia, pero también un testimonio de la fuerza de las convicciones y de la conciencia frente a la coerción”. El martirio del siglo XX muestra el lado inhumano y oscuro de la historia reciente.

Riccardi ha optado “por narrar la historia de los nuevos mártires teniendo presentes sus motivaciones personales: encontramos así casos diferentes en tiempos diversos, perseguidores diferentes, pero una única gran historia que discurre desde el siglo XX a nuestros días” (p. 17). Su obra se sitúa, pues, entre la historia y la memoria: “quiere hacer memoria de una gran historia” (p. 31), de la que han sido protagonistas tal vez tres millones de cristianos asesinados por su fe (cf. p. 29).

El libro está estructurado en diez capítulos: I. El “siglo” soviético. II. El nuevo orden y los cristianos: la Europa de Hitler. III. La Europa del Este. IV. Martirio y misión. V. El comunismo asiático. VI. Los dolores de una minoría religiosa. VIII. El Estado contra la Iglesia: México y España. VIII. En los conflictos del África independiente. IX. Multitudes de mártires. X. Los mártires del siglo XXI.

Algunos relatos son especialmente estremecedores, como la historia de los religiosos de la abadía trapense de Nuestra Señora de la Consolación de Yangjiaping, situada a 180 kilómetros al noroeste de Pekín, obligados a realizar una dolorosa marcha a lo largo de la provincia de Hebei, del otro lado de la Gran Muralla (cf. p. 314 y siguientes). Otros emocionan porque ponen de relieve esa fuerza moral de los cristianos frente al horror del sinsentido y del odio, como es el caso de los seminaristas de Buta, de la diócesis de Bururi, en Burundi. Fueron asesinados juntos cuarenta y cuatro seminaristas, hutu y tutsi, el 30 de abril de 1997 por algunos guerrilleros hutu. Según algunos testimonios, invitaron a los seminaristas a dividirse entre hutu y tutsi; pero se negaron a hacerlo y los mataron a todos juntos (cf. p. 471-472).

Son dos ejemplos de entre los muchos que quedan recogidos en estas páginas: “No es solo la historia de algún cristiano valiente, sino la de un martirio en masa” (p. 19). Por ello, el libro que reseñamos interesará no solamente a los historiadores, sino también a los teólogos y a los lectores en general, tanto si son creyentes como si no.

Desde la perspectiva de la Teología fundamental, la obra de A. Riccardi ayudará a profundizar, desde una perspectiva concreta y vivencial, en categorías tan importante como “testimonio”, “martirio”, “revelación”…

De interés peculiar resulta la ampliación o reinterpretación del concepto de “mártir” a la que se alude citando unas palabras de Karl Rahner: mártir es también “quien cae luchando activamente por las exigencias de sus convicciones cristianas” (p.27). Pensemos, a modo de ejemplo, en santa María Goretti o en san Maximiliano Kolbe.

Necrológica


domingo, 28 de abril de 2019

Evangelio Domingo II de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. 

Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» 

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 

Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» 

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 

Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» 

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» 

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» 

Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!» 

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. 

Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor

sábado, 27 de abril de 2019

Jesús en medio. Por Francisco Cerro Chaves

Solo poniendo a Jesús en medio de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestra comunidad renace la vida. Sin Jesús no hay salida, seguiremos siendo cristianos de puertas cerradas por nuestros miedos e incoherencias.

Tres son las claves de la transformación de los apóstoles por la presencia viva de Jesús en medio. Primero es necesario estar unidos al unísono con el Corazón de Jesús que nos hace caminar y madurar en una fe viva, una esperanza cierta qué nos lanza a vivir de la caridad.

Es en el cenáculo donde con Jesús en la Eucaristía se pone en medio de la comunidad de los apóstoles que heridos por el pecado y el escándalo de la cruz deben recuperar la esperanza de que Dios sigue vivo y actuando plenamente en nuestro mundo y nuestra tierra.

Segundo estar con la comunidad es no perderse las gracias fraternales y comunitarias qué solo se reciben unidos en comunidad. Abierto a los hermanos. Sembrando comunión pues siempre es infinitamente más lo que nos une que lo que nos separa. Sembremos comunión y recogeremos fraternidad y vida de justicia y santidad.

El cenáculo será siempre para la Iglesia y para todos, el nacimiento a una vida nueva y entregada como servicio a los más pobres y necesitados.

Por ultimo a los ocho días se presenta en medio y les muestra las llagas de su cuerpo. Hablan de amor y vida entregada. Es necesario afirmar en la fe que el Resucitado es el crucificado del viernes santo. Jesús nos presenta su costado abierto como cantó el poeta. “El viene con tres heridas; la del amor, la de la muerte y la de la vida”. Es necesario vivir el cenáculo para salir a evangelizar, a decirle a cada persona que nos encontremos en nuestro camino, tú eres precioso para Dios.

Próximo sábado

viernes, 26 de abril de 2019

Orar con el Salmo del Día














Sal 117,1-2.4.22-24.25-27a

R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.

EL PADRE MENDIZÁBAL, ¿HACIA LOS ALTARES?


jueves, 25 de abril de 2019

Santoral del día: San Marcos

La tradición más antigua atribuye a Marcos la redacción del segundo de los Evangelios sinópticos. Este relato, dedicado a presentarnos «el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios« (Mc 1, 1), refleja con asombrosa fidelidad los rasgos humanos de Jesús y, a través de sus páginas, es posible intuir una larga y fiel convivencia del autor junto al apóstol Pedro.

Precisamente en este Evangelio encontramos un detalle que puede ser significativo sobre la identidad de su autor. La noche en que Jesús fue prendido en el huerto de los Olivos todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron. Todos, excepto un joven que le seguía cubierto sólo con un lienzo. Cuando los guardias trataron de detenerlo, el joven dejando el lienzo, se escapó desnudó (cf. Mc 14, 51-52). Muchos comentaristas ven en este joven al mismo evangelista que podría haber tratado de seguir a Jesús en el momento de su detención. La posibilidad queda ahí, sugerente corno una parábola. Si fuera verdadera, el joven Marcos sería para las comunidades cristianas antiguas y modernas todo un símbolo del seguimiento de Jesús a pesar de las dificultades y de la persecución.

Algunas tradiciones hacen de Marcos el fundador de la Iglesia de Alejandría. Cuando en el año 820 los comerciantes venecianos se llevaron a su ciudad los restos del evangelista, ya habían recibido veneración durante al menos cinco siglos en Bucoles, en el litoral alejandrino. Sin embargo, otra tradición fundada en las Crónicas de Hipólito de Roma (siglo II1) afirmaba que el cuerpo del evangelista había sido quemado después de su muerte.

Marcos, el joven seguidor clandestino de Jesús, educado en el hogar que acoge a la primerísima comunidad cristiana y discípulo de los dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo, se muestra a todos los cristianos como modelo de escucha y transmisión de la palabra del Señor. Discípulo de los discípulos primeros, es para nosotros testigo de la fe en la divinidad de Jesucristo y en su humanidad salvadora.

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Procesión de vuelta con gaita en ristre

Fue hermoso ver en la Catedral el pasado domingo de Pascua a nuestras Cofradías, esas que han deambulado días atrás en el triduo pascual por nuestras calles y plazas. Lo bello es verlas a cara descubierta donde hay en los más pequeños o en los adultos que los acompañan un semblante de alegría, la propia de un día festivo cristiano. Las nubes de estos días hicieron llover sus gotas, así como los ojos de tantos cofrades vertieron sus lágrimas del desencanto por no poder realizar lo que durante meses quizás se venía preparando. Pero la lluvia terminó, y estos llantos cesaron volviendo a salir el sol, para encontrarnos en la procesión de la vida dispuestos a seguir dando ese precioso alegato. Es menester dar las gracias por la labor de nuestras Hermandades y Cofradías: por su cristiano testimonio, por la formación catequética que brindan a los cofrades y por el compromiso eclesial con los más desfavorecidos en la vida de tantos pobres. 

Viene ahora la vida sin capisayos. Esa vida cotidiana que no tiene más procesión que la trama de cada día. Tras estos días de tregua en la Semana Santa de la devoción y del descanso, nos aguarda allí donde la dejamos la vida como tal con todos sus registros: los más hermosos para seguir gozándolos, los más pendencieros para seguir peleándonos. No hay botón de pausa en esta aventura de la vida, sino que tenemos que continuar su trama escribiendo cada día lo que corresponde a cada cual en el tiempo y el espacio que se nos ha asignado personalmente, profesionalmente, vocacionalmente. Ahí está el escenario de nuestra vida que pasa por la Iglesia a la que pertenecemos, por la sociedad en la que somos ciudadanía, por los diferentes ámbitos en los que nos jugamos la vida.

Pero esta semana de pascua tenemos alguna cita particular. Asturias viajará a Roma a través de la Fundación de Valdés-Salas, para tener una celebración especial: la Misa asturiana de gaita, una tradición litúrgica catalogada como Bien de Interés Cultural, sonará en la iglesia romana de Santa María la Mayor de Roma, especialmente vinculada con la monarquía española desde Felipe IV, y será presidida por el Arzobispo de Oviedo. Como ha señalado Joaquín Lorences, “esta ceremonia, interpretada a los sones de la tonada y con gaita, refleja la forma que tenían de vivir su espiritualidad nuestros ancestros. Es una misa con fuerte sabor identitario. La primera vez que la oyes reconoces que eso es Asturias, lo que tenemos grabado en los genes. Es emotiva, es emocionante”.

No cambia la misa, sino el modo de expresar su profundo arraigo entre las comunidades que durante siglos la han celebrado. En Asturias tenemos este modo que no representa un rito propio como el Romano o el Hispano-Mozárabe, sino una manera de alabar al Señor con los sones y tonadas con las que este pueblo astur celebra también sus cosas. Nuestro pueblo asturiano ha cantado con su propia vida el amor que no caduca ni trampea, y a la estrofa de esa letra ejemplar de salvación cristiana acercamos la música de nuestra tierra. La gaita ha acompañado a nuestro pueblo en los momentos festivos más gratificantes y forma parte de nuestro folclore asturiano junto al tambor que pone percusión en los motivos que nos hacen vivir alegres. Pero estos dos instrumentos sencillos y humildes no sólo se sacan para amenizar asturianamente nuestras reuniones festivas, sino también los encuentros de la fe. Con ellos alabamos al buen Dios para darle gracias por tantas cosas y para pedirle gracias tal vez. La gratitud por las cosas hermosas que se nos dan como gracia, y la petición mendiga de quien se acerca a dador de todas las gracias para esperar que con ellas nos bendiga. Tener Roma como escenario, y una de sus cuatro Basílicas Mayores, es un honor para Asturias y para nuestro modo de celebrar la fe.

+ Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo

miércoles, 24 de abril de 2019

¿Qué planes tienes para después de tu muerte?. Por Monseñor José Ignacio Munilla

En la felicitación de Pascua de Resurrección del año pasado («Vida Resucitada», 1-04-2018), me atreví a arrancar mi escrito desde una pregunta un tanto irónica: «¿Hay vida antes de la muerte?».

La pérdida de fe en la vida eterna de una buena parte de Occidente, ha llevado a vivir el presente con un estilo de «vida mortecina». La realidad ha resultado ser muy distinta a la que suponían los que creían que la «muerte de Dios» habría de traducirse en disfrutar con más intensidad del momento presente, sin esperar al cumplimiento de una promesa futura de felicidad, que fácilmente podría resultar alienante. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que tantas heridas como observamos en el panorama actual (agresividad, amargura, y tantas otras que provienen de la crisis antropológica y de la dictadura del relativismo), sugieren una enmienda a la totalidad a aquella profecía que auguraba una cultura liberada del lastre de sus raíces religiosas. Nuestra sociedad del bienestar y de la abundancia, teniéndolo todo carece de lo principal: la esperanza.

El tiempo nos ha demostrado que la escatología cristiana es, por sí misma, contraria a toda alienación; ya que las consecuencias de la victoria de Cristo sobre la muerte no esperan a sentirse hasta el fin de los tiempos, sino que se adelantan encarnándose en la historia. A los hechos me remito: ¡Cuántas experiencias de liberación y de dignificación del ser humano inspiradas por el resucitado! ¡Cuánta paz y alegría, en medio de las dificultades, en aquellos que han sido alcanzados por Él!

A lo largo de este último año he tenido la oportunidad de descubrir a un magnífico filósofo francés, cuyo nombre es Fabrice Hadjadj, varias de cuyas obras han sido ya traducidas al español. Es reconfortante comprobar la potencia de pensamiento que puede llegar a derivarse de la inspiración cristiana. Entre sus obras, me llamó la atención una, cuyo título es un buen aguijón a la indiferencia agnóstica: «Tenga usted éxito en su muerte».

Si de la negación de la vida eterna se ha derivado una crisis de sentido para vivir el presente, parece lógico subrayar la importancia de tomar partido ante la pregunta por el más allá de la muerte. Aunque en nuestra «cultura de la avestruz» pueda parecer una excentricidad propia de filósofos frikis, no puede haber una pregunta más clave en esta vida que la siguiente: ¿Qué planes tienes para después de tu muerte?; como tampoco se puede expresar hacia nuestra prójimo un mejor deseo que éste: ¡Que tengas éxito en tu muerte!

El reciente debate sobre la eutanasia, que discute el derecho al suicidio, ofrece una buena oportunidad para formular las preguntas definitivas sobre el sentido de la vida; esas mismas preguntas que con frecuencia solemos pretender ignorar a lo largo de nuestra existencia, como si la muerte no fuese con nosotros…

La vida, muerte y resurrección de Jesucristo, nos muestran que la dignidad del hombre no puede traducirse en la reivindicación de un supuesto derecho a morir, sino en la vocación a entregar la vida. A esto hacen referencia, de una u otra forma, muchos pasajes evangélicos: Los talentos no han de ser enterrados, sino que deben multiplicarse al servicio de los demás (cfr. Mt 25, 14-30); el que busca salvar su vida, la pierde; mientras que el que la pierda por la causa de Cristo, la encontrará (cfr. Mt 16, 25); si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto (cfr. Jn 12, 23-25); etc…

El Evangelio es especialmente claro a la hora de mostrarnos que el objetivo de la vida no es conservarla, ni cabe huir de ella cuando llega el sufrimiento; sino que su razón de ser se concreta en una entrega en gratuidad: «Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis» (Mt 10, 8)… Ahora bien, para poder llegar a entender que nuestra vocación es la de «dar la vida», es necesario haber descubierto primero que Dios dio la suya en favor nuestro.

En el citado libro del filósofo Fabrice Hadjadj podemos leer: «Este es el problema: la gente muere porque no tiene nada por lo que morir. Se dan muerte porque no se les propone una Verdad a la que entregar sus vidas. Se destrozan por no sacrificarse». Ya en el siglo XII decía San Bernardo de Claraval: El desconocimiento de uno mismo genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación». En esa misma línea, Viktor Frankl, un discípulo aventajado de Freud, y conocido fundador de la Escuela de la Logoterapia de Viena, afirmaba: «Cuando un hombre tiene un porqué, es capaz de afrontar cualquier cómo». Por ello, la mayor pobreza de nuestra generación es la falta de sentido, y la necesidad más urgente es la de conocer la revelación de Dios en Cristo.

Ahora bien, la Resurrección de Jesús es la clave de nuestra fe en Él; además de ser el principio y la fuente de nuestra resurrección futura. Así nos lo recuerda San Pablo en su Carta a los Romanos: «Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6, 8-11).

¡Feliz Pascua de Resurrección para todos, con el deseo de que la alegría, la paz y la fuerza del resucitado se manifiesten en el día a día de nuestra existencia!

Reflexión Pascual. Por Rodrigo Huerta Migoya

1. En la gloria de Dios Padre

Jesús descendió a los infiernos pero está sentado a la derecha de Dios, el todopoderoso y único Santo que VIVE y reina en esa unidad Trinitaria como afirmamos en el gloria: ''Tu solus Altissimus, Iesu Christe, Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris''. De forma solemne las campanas han repicado en la noche santa de Pascua acompañando este solemne ''Gloria'' anunciando al mundo que Cristo ha salido glorioso del sepulcro: ¡ha resucitado! También, junto a María, contemplamos los misterios gloriosos del Rosario.

Sin embargo, la expresión de ''gloria'' en el tiempo litúrgico en el que entramos adoptará un puesto secundario; ahora será el "¡Aleluya!" la exclamación cantada que unirá al pueblo fiel en la alegría de la resurrección, la cual nos acompañará hasta la próxima cuaresma.

La exclamación ''Aleluya'' que compartimos con el judaísmo -nuestros hermanos mayores en la fe - es una exclamación de alabanza a Dios. Más fueron los primeros cristianos quienes ya en el primer siglo de vida de la Iglesia ligaron esta palabra a la Pascua; es más, parece que en los primeros siglos únicamente se cantaba el domingo propio de Resurección. No será hasta el siglo VI cuando se introduzca en las celebraciones del resto del año litúrgico, por decisión de San Gregorio Magno.

Aleluya, aleluya, alegrémonos y gocemos y démosle gracias, Aleluya. El cántico en sí ya es una alusión al misterio que celebramos, pero además, que estas palabras formen parte del último libro de la Bíblia es otro detalle que invita a pensar que una vez que el mundo que conocemos llegue a su fin, será cuando el triunfo pascual de Jesucristo cobre su sentido pleno y absoluto sobre la almas buenas que creyeron y esperaron ser participes de su gloria.

Se hizo popular hace años una frase del Padre Arrupe que decía que la muerte del creyente era el último amén para este mundo y el primer "aleluya" para el siguiente; frase ciertamente bella, pero que no deja de ser un comentario coloquial a lo que ya San Agustín había dicho: los que en la Tierra digan «Amén» para aceptar a Dios plenamente, en el Cielo dirán «Aleluya» para cantar su gloria y su poder.

2 Luz de nuestras oscuridades

El Cirio es un símbolo del cuerpo del Señor, glorioso y resucitado. Por eso aparecen en él la Cruz y los clavos, pues la vida vino por la muerte. Y los números del año presente están para que no perdamos de vista que Él es el mismo ayer, hoy y siempre.

Los caminos de nuestra vida están cargados de oscuridades y sólo Jesucristo luz del mundo que supera toda luz, puede sacarnos de la penumbra. Lo lograremos no sólo dejándole entrar en nuestra vida sino situándolo en el centro donde alumbre a todos y no debajo del celemín.

Estamos llamados a ser luz, pero jamás podremos con nuestra luz propia poder llegar a desterrar tantas penumbras que nos rodean, eso sólo se puede lograr con la luz de Cristo que la liturgia de exequias tan bien resume al pedir: que su resplandor de ilumine nuestras tinieblas y alumbre nuestra camino hasta que lleguemos a Él, claridad eterna.

La luz visible del Cirio pascual acompañará los sacramentos que se celebran en las parroquias durante todo el año, más esta la luz también está presente de forma indivisible en el corazón de muchísimos creyentes. Ahí los Santos, los que mejor saben vivir las Pascua dado que viven en estado de gracia, de cara a Dios ya aquí, y finalmente una vez terminado su camino. Participan mejor esta fiesta no sólo por que están más cerca de Dios, sino por que han dejado atrás la penumbra. Catalina de Siena comentaba: ''Si sois sólo lo que tenéis que ser, prendereis fuego al mundo''. Y es que santidad y alegría no dejan de ser dos rasgos totalmente pascuales.

Y así llega esta cincuentena, la fiesta de la luz, la Resurrección florida; llamada para los no creyentes a creer y para los creyentes como invitación a "resucitar" ya aquí en nuestra vida mortal a la gracia que no sólo pasa por la confesión y la comunión para cumplir con la Pascua, sino además en lo que en la vida espiritual se conoce como conversión de costumbres. Como nos dice San Pablo: ''como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva'' (Rom 6, 4).

3. Frente al sepulcro las preguntas

Los grandes pensadores de los últimos siglos han tratado de sentenciar de un modo u otro lo que ha supuesto la figura de Jesús de Nazaret. El filósofo Ortega y Gasset reconocía que Jesucristo había ido creando -en muchos aspectos- un nuevo pensamiento cuyo principio del amor al enemigo aventajaba en mucho a los mismísimos griegos, a pesar de lo muy fino que estos habían hilado en temas de pensamiento. Ortega escribió: “Yo no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo". Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un sentido del olfato, del tacto, de la visión.(...) Pues si hay un mundo de superficies, el del tacto, y un mundo de bellezas, hay también un mundo, más allá, de realidades religiosas.

El filósofo, que sólo se concebía a sí mismo y a sus circunstancias, crítico, incrédulo pero sorprendido por el mensaje cristiano al que tantas vueltas le dió, sabemos que murió besando por dos veces un crucifijo, a la vez que pedía la gracia de creer.

Y es que sin duda el amor al prójimo, la otra mejilla... son claves primordiales del mensaje que el Señor nos vino a traer; sin embargo, todo ello queda incompleto si omitimos su Resurrección enfocada a la nuestra, o dicho de otra forma más oracional: "la vida del mundo futuro". La espera en la esperanza; la preparación para nuestro final aquí, con lo que supone preparar la maleta espiritual no sólo de lo que Dios me va examinar, sino de lo que me permitirá ser digno o nó de sentarme en el banquete de su Reino, es invitación a mantener firme la balanza entre las obras y oración.

De nada sirve tratar de imitar al maestro en todo y a la vez no aceptar que es el Unigénito de entre los muertos, el Único que salió de la fosa después de haber bajado a ella. Siempre ante el sepulcro el hombre se topa con las preguntas a las que autónomamente tendrá que dar respuesta. Creer que no es Dios de muerte y de muertos sino que está vivo; Él vive y nos ofrece vivir plenamente. Ciertamente, ''este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro todo gozo" (Sal.117). Hoy caemos en la cuenta de que sólo por el sepulcro vacío cobra sentido nuestra existencia. Es esta Octava de Pascua un tiempo apropiado para ir al cementerio, pues esto no puede limitarse al mes de Noviembre, ahora es el mejor momento para interiorizar junto a los sepulcros de los seres queridos la verdad que la Iglesia en su liturgia y doctrina, por medio de la Palabra de Dios, nos transmite en las próximas semanas. La liturgia bizantina de este día dice textualmente: ''con su muerte ha vencido a la muerte.Y a los muertos ha dado la vida''. Y es que en Cristo se ancla nuestro sentimiento de vivir eternamente, sólo por Él con Él y en Él.

martes, 23 de abril de 2019

La primera gran obra de monseñor Martínez Camino. Por Francisco Serrano Oceja

(Religión Confidencial) 
El libro sobre mártires cristianos del siglo XX arroja datos poco conocidos: más de tres millones de víctimas por la persecución religiosa. La Iglesia ortodoxa rusa es la mártir por excelencia

Martirologio matritense del siglo XX
Arzobispado de Madrid (BAC)

Al fin la Iglesia en Madrid cuenta con un Martirologio en toda regla. Bueno, en sentido estricto no lo es como tal, dado que no es un libro litúrgico en el que se recojan los santos mártires y confesores canonizados. Es un Martirologio en sentido amplio, en el que se resume de forma más completa posible “la peripecia biográfica y material básica de todos los sacerdotes y seminaristas relacionados con la diócesis de Madrid-Alcalá que fueron víctimas de la persecución del siglo XX por ser tales, con independencia de que sus muertes hayan sido reconocidas como martiriales de modo canónico o puedan llegar a serlo”.

Es, por tanto, una obra que se echaba en falta. No es la primera vez que se haya planteado el proyecto de hacer un trabajo de esta naturaleza. Pero siempre fracasó. Ha tenido que ser la constancia, adecuada dirección, empeño y comprensión de la trascendencia del proyecto por parte del obispo auxiliar de Madrid, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, la que ha hecho posible este volumen de casi novecientas páginas.

Cifras en el mundo y en España

En la clarificadora introducción que escribe monseñor Martínez Camino, hay datos que no deben pasar inadvertidos. Se habla, según Riccardi, de tres millones de mártires cristianos en el siglo XX. La Iglesia ortodoxa rusa es la mártir por excelencia, con 250 obispos y más de 200.00 clérigos, además de innumerables laicos.

Las cifras de España son más conocidas: 12 obispos, 4.200 sacerdotes y seminaristas y cerca de 3.000 religiosos y religiosas, junto con decenas de miles de laicos. Son ya cerca de 2.000 los que han sido elevados a los altares. En Madrid los números globales de sacerdotes y personas consagradas se acerca a los 1.000. Unos 400 han sido beatificados o canonizados, la mayoría religiosos o religiosas.

En concreto, y según el estudio que ha dirigido monseñor Martínez Camino y que ahora se presenta, murieron en Madrid víctimas de la persecución religiosa de los años treinta 427 sacerdotes y seminaristas diocesanos. De ellos, 355 residían habitualmente en Madrid. Los 72 restantes eran de otras diócesis, pero se encontraban circunstancialmente en la capital de España. Como curiosidad hay que decir que en este Martirologio se recogen 62 mártires que no aparecen en el clásico de Antonio Montero. Un texto, el de Montero, que es cotejado y rectificado en algunos aspectos por este volumen.

Más de 400 biografías

La característica principal de estas 427 biografías es el rigor. Rigor en la investigación, en la exposición y en las referencias documentales. Por lo tanto, se puede decir que es una obra pionera en muchos aspectos. Es cierto que hay datos incompletos. Aquí se ha seguido el criterio de que lo bueno es enemigo de los óptimo, y algunas carencias no debían paralizar los éxitos historiográficos conseguidos.

Las reseñas biográficas no son homogéneas, precisamente por las circunstancias y condicionamientos aludidos. Pero el conjunto de esta obra es impresionante, necesaria y de mucha utilidad. Por cierto que, tal y como reconoce quien ha dirigido los trabajos, este volumen es fruto de un amplio equipo que bien merece un reconocimiento.

Solo queda que el lector se entregue a la edificante tarea de ir pasando páginas, sacerdote tras sacerdote, seminarista tras seminarista, para que las preguntas sobre el sentido del martirio sigan fluyendo en la historia. Preguntas que han tenido la respuesta en la vida entregada por Cristo.

¿Seguirá el trabajo con los fieles laicos, con los seglares? Esperemos. Este tesoro debe ser conocido, difundido y enaltecido.

Ante las próximas elecciones. Por Monseñor Ricardo Blázquez Pérez

En poco tiempo, varias veces, somos los ciudadanos convocados a las urnas; son acontecimientos relevantes de la sociedad democrática y un ejercicio que reclama la corresponsabilidad de los ciudadanos.

Permítanme que exprese, en esta oportunidad, algunos deseos que estoy convencido de que conectan con los de muchas personas. La dedicación a la política es un servicio necesario y digno al bien común. Esperamos que los que trabajan de esta forma por la sociedad respondan lealmente a la encomienda que los ciudadanos les confían. La honradez los acredita y ennoblece; la corrupción, en cambio, los degrada y envilece. Necesitamos la ejemplaridad de quienes presiden las instituciones para fortalecer la moralidad en la sociedad.

Recuerdo algunas causas que requieren por parte de votantes y elegidos una consideración particular: la defensa de la vida humana desde el amanecer hasta el ocaso, desde la concepción hasta el fin natural, ya que en todo su recorrido y en todas las circunstancias está en juego la dignidad de personas; el cuidado y promoción de la familia, que es auténtico pilar de la sociedad, decisiva para la educación de los hijos, apoyo en la enfermedad, ayuda en las crisis individuales y sociales, equilibrio de las personas y estabilidad de la sociedad. El trabajo, subrayo ahora especialmente el de los jóvenes, es necesario para realizarse personalmente, ganarse el pan de cada día, ser reconocido en su dignidad personal y para constituir una familia. Reclamemos respeto a los derechos humanos, y nos exijamos la correspondiente obligación, sin discriminación «alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social» (Constitución española, art. 14). El camino es la justicia y la paz, la libertad y la concordia. Los derechos y los correspondientes deberes constituyen una unidad armoniosa dentro de la cual ninguno debe separarse de los demás.

Deseamos que en estos acontecimientos, tan importantes y decisivos para la vida en sociedad, brillen tanto la claridad en las propuestas como el respeto en las formas de comunicación. Los insultos no son argumentos; más bien, la descalificación de las personas es indicio de razones débiles. Los ciudadanos tienen derecho y obligación de conocer y sopesar los programas electorales. La manipulación de la verdad y la desinformación intencionada son particularmente dañinas en periodos electorales, ya que las consecuencias pueden ser graves y de largo alcance.

La papeleta que depositamos en la urna contiene nuestras legítimas expectativas y expresa nuestra responsabilidad.

lunes, 22 de abril de 2019

«Dios no está en las estrellas, está en el corazón»

El canónigo de la Catedral es astrofísico y busca el origen del Universo como científico y el principio como teólogo: «Somos mucho más que algoritmos»

(El Comercio) Teólogo y científico, José María Hevia Álvarez (Pola de Lena, 1947) descubrió la galaxia SMNR 1050 en el año 2000. Han pasado ya casi veinte años, pero el canónigo de la Catedral de San Salvador de Oviedo y profesor de Cosmología en el Seminario Metropolitano aún no ha apartado la vista del cielo. «Por lo que pudiera encontrar», bromea después de oficiar la misa capitular matutina instantes antes de iniciar esta entrevista. Becado por la Fundación Max Planck de Alemania, baraja dos destinos para analizar el cosmos durante el próximo verano: el observatorio de la Silla, en Chile, y el Centro Internacional Abdus Salam de Física Teórica de Trieste, en Italia. La altitud y la poca humedad en el desierto de Atacama «puede que me haga elegir la segunda opción» por motivos de salud, confiesa. Su técnica preferida es la llamada Interferometría de Muy Larga Base (VLBI por sus siglas en inglés). La misma que, entre otras cosas, ha permitido que hace una semana se tomase la primera fotografía de un agujero negro.

-Habrá visto con entusiasmo la primera fotografía tomada a un agujero negro.

-Con entusiasmo y mucha alegría, porque en el equipo de Interferometría algunos son compañeros. Ya se venía trabajando en ello, pero esta vez quedó el anillo bien hecho. Se percibe el síntoma del anillo alrededor del agujero negro. Aun así, el concepto de agujero negro (cuerpo gravitacional de tanta masa que no deja salir la luz) ya lo acuñó el pastor anglicano Jhon Mitchell en el siglo XVII bajo la nomenclatura de 'estrella oscura'.

-¿Qué hay más allá de la atmósfera?

-Más allá de la atmósfera hay un auténtico mundo. Muchas cosas visibles, otras detectables, muchas invisibles y otras deducibles. Un mundo relativamente nuevo. El Plus Ultra. A simple vista, solo vemos hasta Saturno, pero desde que Herschel descubrió Urano, no hemos parado de estirar el universo. El universo corre más que nosotros, está en expansión acelerada.

-Usted es un hombre de Dios y de la ciencia, ¿cómo lo conjuga?

-Hay muchos más eclesiásticos y creyentes que lo son. No es algo fuera de lo común. Lo que hay que tener en cuenta es la profesionalización y la especialización científica y no si uno cree en Dios o no. Hace cien años, la mayor cantera de los científicos que se declaraban ateos pertenecía a la Astrofísica. Actualmente eso ha cambiado y es en la Genética en donde hay menor porcentaje de creyentes. No es un tema que tenga que ver con la ciencia, sino con la opción personal de cada uno y sus aspiraciones. La Genética tiene ahora la aspiración de descubrir los confines del mundo y de arreglar los temas humanos a través de algoritmos biológicos. Aun así, ya sabemos lo que pasa cuando el hombre aspira más allá de sus posibilidades. La Torre de Babel. Somos más que algoritmos. El amor es mucho más que la química.

-¿Es algo común en la Iglesia?

-Copérnico fue canónigo, Lemaître (el primero en proponer la teoría de la expansión del universo) fue canónigo, el obispo de Dublín es astrónomo. Son solo unos ejemplos. Sí es cierto que en la Iglesia abundan más los humanistas que los científicos, pero es común. En el primer curso del Seminario hay una asignatura de Cosmología, la que yo imparto. A un seminarista se le muestran las novedades científicas y una cierta instrumentalización de racionalidad antes de darle la Biblia. Yo siempre digo a mis alumnos que a mi clase no entra Dios.

-¿Ha encontrado resistencias internas por los descubrimientos que pudiera realizar?

-Nunca. El avance de la ciencia no preocupa a la Iglesia. Otra cosa es el avance de la técnica. Y es que en muchas ocasiones la aplicación de las novedades científicas es antihumana. La clonación de ser humanos o la industria armamentística valen de ejemplo. Nos pasa lo mismo con el Cristianismo. Las Sagradas Escrituras han escudado más guerras de las que nos gustaría.

-La Iglesia siempre se ha mostrado ciertamente reticente al progreso...

-Las reticencias son en cuanto a la aplicación concreta. A la bomba atómica, por ejemplo, se la vio venir.

-¿Por qué puede resultar sorprendente que un canónigo sea a la vez un hombre de ciencia?

-Porque acaba siendo una especie de 'fake new' el hecho de que ciencia y fe sean incompatibles. Yo creo que eso viene desde el siglo XIX cuando los teólogos nos metimos a hacer descripciones del cosmos, que no eran en absoluto de nuestra competencia. La Teología ha de estudiar el principio y fundamento del cosmos, y la ciencia, los orígenes. Estas dos palabras son muy distintas. Si la ciencia intenta estudiar el principio y fundamento meterá la pata, porque no es su cometido. Lo mismo ocurrirá con la Teología si intenta lo contrario. Hay que tener la demarcación de campos perfectamente dialogada. Todos buscamos la verdad, que es una sola: 'Fides et ratio', fe y razón.

-Aun así, usted encontró una galaxia, ¿la mano de Dios le guió?


-Eso lo dijeron los periodistas de entonces. Para un mérito que es mío... (ríe) Lo cierto es que cuando la encontré, no supe directamente que era algo novedoso. Lo hice gracias a una aplicación simple del teorema del virial. En una estructura de un terceto de galaxias tiene que faltar una cuarta para justificar las distorsiones que tienen. No se veía a simple vista. Estaba detrás del polvo cósmico de una de las galaxias.

-Yaveh le dice a Abraham en el Génesis que cuente las estrellas si es que puede hacerlo, ¿es lo que trata usted de hacer?


-No, en absoluto. Hoy, con mucha más razón, el cosmos nos hace humildes. Seguimos sin poder contarlas todas.

-¿Ha encontrado a Dios en las estrellas?
-No, lo he encontrado en el corazón. Y si alguien afirma haberlo encontrado, en ese Dios yo no creeré. El Dios en el que yo creo me llama Chema. Es cierto que muchas veces rezo un salmo ante la grandiosidad del cosmos. Pero si yo soy capaz de deducir a Dios, deja de serlo.

-¿Fe y Ciencia se podrían complementar o una niega a la otra?

-Pascal ya dijo que hacen falta las razones del 'more' geométrico y las del corazón.

-Pero Dios no se puede demostrar...

-Si, por ejemplo, la teoría del Big Bang demostrase a Dios, habría que quitar el Credo. Aun así, se complementan. La fe puede ayudar a un científico a no mitificar lo que hay ahí fuera, a saber que lo que va a encontrar no son dioses.

-¿Qué le falta por encontrar al hombre más allá de La Luna?

-Cada vez que abrimos ventanas nos encontramos con ventanas mayores. Es oceánico lo que nos queda por descubrir.

--Como científico, ¿cree que habrá vida más allá de la Tierra?

-Tenemos tal cantidad de astros, que por cálculo de probabilidades, podría haberla; sin embargo, la Tierra es muy excepcional. Lo creeré cuando lo vea.

-De ser afirmativo, ¿qué supondría para el hombre moderno?

-Tengo muchas ganas, pero veo mucha ciencia ficción en ese reto.

-¿Y para el dogma religioso?


-La postura de la Iglesia sería la misma que hubo con respecto al descubrimiento de América (antes del descubrimiento, la Iglesia afirmaba que existían tres continentes por la Santísima Trinidad; después, adaptó su teoría a cuatro).

-En 1993, Leon Lederman escribió un libro de divulgación sobre las partículas elementales que se llamó así: 'La partícula de Dios'. Si el universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta? Dígame, ¿cuál es la pregunta que tenemos que hacernos?


-Dos preguntas: ¿cuál es el origen?, para los científicos; y ¿cuál es el principio y fundamento?, para los teólogos.

Nacidos a Cristo en la Pascua

Pascua 2019

En nuestra celebración de la Vigilia Pascual han recibido el Sacramento del Bautismo el Bebé de un año, Victor Alfonso, e Iván, de 14 años, el cual ha solicitado él mismo libremente el sacramento que lo incorpora a la muerte y resurrección de Cristo, junto con el de la Primera Comunión, para lo que se viene preparando adecuadamente en el último año. 

Se incorporará ahora al 2º Curso de "Confirmación" para recibir este año éste sacramento, cumplimentando así los de "Iniciación Cristiana". 

Muchas felicidades a los padres y padrinos de Victor Alfonso y, muy especialmente, a Iván y a su familia. 

¡Felicidades y Bienvenidos!

El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Concilio de Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra": Catecismo Romano 2,2,5).

domingo, 21 de abril de 2019

Urbi et Orbi + Pascua 2019


Evangelio del Domingo de Pascua

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

sábado, 20 de abril de 2019

Reflexión del Sábado Santo y la Vigilia Pascual. Por Rodrigo Huerta Migoya

En el sábado acompañamos a la Madre Iglesia al lado de Nuestra Señora esperando que se cumpla la palabra anunciada: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Lc 9, 22).

Con la liturgia de las horas interiorizamos la muerte del Señor, su descenso a los infiernos y su paso por el sepulcro. Con el cántico de Isaías en las laudes decimos: ''Es verdad, tú eres un Dios escondido'', y es que en estas horas vivimos el ocultamiento de Dios.

«¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad porque el Rey duerme (…). Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos» (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439).
Hemos matado a Dios, pero no como lo vendían Hegel, Dostoyevsky o el renombrado Nietzsche; no por que sea algo inventado por el hombre ni sea una creación para dar respuesta a nuestro desconocimiento. Los cristianos meditamos qué, evidentemente, hemos matado a Dios en su Hijo pero por nuestros pecados, por los cuales subió al leño para que muertos nosotros al pecado vivamos para la justicia.

El Sábado Santo no hay absolutamente ninguna celebración en la Iglesia, caminamos como en desierto en busca de oasis apoyados del oficio divino y algún acto sencillo de religiosidad popular.  El Viernes, sin embargo, decimos que el Sábado es "la Vigilia", aunque realmente la vigilia está ya dentro del domingo en sus albores, pues a partir de la hora Nona del citado Sábado, ya es el domingo. El Sábado es su mayor parte es jornada de penumbra, más aún, se conserva su antigua denominación de "Sábado de Gloria", dado que hasta 1955 la Vigilia Pascual se celebraba en la mañana del sábado por cuestiones del ayuno que se había iniciado la noche anterior de preparación para comulgar sacramentalmente. Dichas estas primeras ideas entramos ya en la reflexión sobre la propia "Vigilia Pascual".

Esta es la noche

Lo mismo que los judíos celebran su Pascua y el paso por el mar rojo, nosotros celebramos nuestra Pascua y el paso del Señor Jesús por el infierno, por la muerte y por el sepulcro. Así lo entonamos en el Pregón: ‘’Esta es la noche de la que estaba escrito, será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo...’’ Si los judíos celebraban y celebran que Dios abrió para su pueblo caminos en el mar, nosotros celebramos que el Señor ha trazado un camino aún más imposible, como fue trazar un camino a través de la muerte.

Dios pasa por el sepulcro, reposa sobre una losa, conoce la oscuridad del fin del hombre cuyo origen está en mismo primer pecado. Y Dios se asocia al hombre experimentando su caducidad, su finitud, su término. Más hay algo que Jesús no experimentó: las horas que pasó en el sepulcro, y es que no conoció la corrupción corporal, mientras que nosotros sí la padeceremos.

Como Hijo de Dios no conoció esa parte de su humanidad desaparecida tras su muerte, como tampoco fue igual a nosotros en el pecado. Dios también hará algo semejante después con la Santísima Virgen. El Padre ‘’No permitió a su fiel conocer la corrupción’’. Pero lo que nos interesa es que ese cuerpo frío e inerte recobró toda su vitalidad. Y lo hizo en esta noche. Hasta los mismos romanos habían entendido mejor las predicaciones de Jesús que los suyos, por eso mandaron poner guardia al sepulcro para que no pudieran deshacerse del cadáver y decir luego que había resucitado.

Bendita noche en que nuestro Salvador rompió las cadenas que lo ataban, no permitió que la muerte tuviera poder sobre él, venció a la muerte que llegó por el pecado, una vez para siempre. La muerte ya no tiene poder sobre Él, pues ese corazón traspasado por la lanza se paró, pero hoy ha vuelto a latir para no detenerse ya nunca más.

Bautismo – muerte – Resurrección

La celebración de la Vigilia Pascual es, además del corazón litúrgico de todo el calendario cristiano, el momento en que catecúmenos de todo el mundo se incorporan a la vida nueva con Cristo a través del Sacramento del Bautismo.

La Pascua y el Bautismo están unidas intrínsecamente; los que ya estamos bautizados renovamos las promesas de nuestro bautismo y junto a los neófitos celebramos ya como nueva familia el gozo de ser hijos de Dios de estar asociados a la gloria de Cristo, de ser conscientes que si con Él morimos, con Él vivimos, con Él reinamos... Nacemos del agua y del Espíritu para poder ser comensales del Reino de los Cielo como lo pidió el Señor.

El agua que mojó nuestras cabezas el día de nuestro bautismo, ese mismo agua que hoy el sacerdote bendice solemnemente, no nos lleva a pensar sólo en aquel bautismo de Jesús en el Jordán; vayamos más allá y veamos más bien el agua del costado del Crucificado, el agua que con su muerte regó la tierra junto a la sangre, pues ahí nace todo -Iglesia, Sacramentos, vida nueva-. Estamos purificados del pecado original pues como los justos del Apocalipsis, nuestras almas han sido lavadas en la sangre del cordero; es decir, hemos sido adheridos a Cristo por el agua bautismal.

El bautismo nos libera del yugo del pecado al igual que la resurrección del Señor fue la victoria sobre el pecado y la muerte; ¿puede haber por tanto mejor momento para celebrar el sacramento del bautismo que hoy?.

Nuestra andadura de cristianos pasa por el agua bautismal haciendo nuestras las enseñanzas de San Pablo: "Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva".

La alegría de los bautizados es alegría de la Pascua, gozo de saber que nuestro Señor vive y que ha de volver como Juez del mundo. Pero este júbilo no puede quedarse para nuestros adentros, sino que hemos de anunciarlo: ''Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado'' (Mt 28,19).
Y un segundo anuncio nos llega con la Pascua cuando el Señor Resucitado exclama: id y anunciad  a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán (Mt 28,7).  Nuestra fe radica aquí, en que la vida venció a la muerte, en que Cristo no es una leyenda, sino que está vivo, vive y nos da la única vida que no termina. La invitación del Señor de volver a Galilea es el recordatorio para los que ya nos decimos creyentes para recuperar el amor primero, a las mieles del encuentro primero, al origen y al reencuentro de nuestra mirada con la suya.

La Salvación culmina con la Resurrección

A través de la Palabra de Dios en sus siete lecturas y salmos, su epístola y su Evangelio caminamos el camino del Pueblo de Dios desde la Creación, pasando por el pecado, el desierto. Por la obediencia de Abrahán, las profecías de Isaac, Baruc y Ezequiel, y así vislumbramos el camino del hombre nuevo tras la Cuaresma.

Es el acontecimiento central de nuestra fe, muchísimo más importante que su natividad; he aquí todo lo que da sentido al seguimiento de Cristo. Aceptar sólo a Jesucristo, sin aceptar su Resurrección es quedarnos a las puertas de lo que constituye todo su mensaje. Sólo tendremos vida con él, por eso dice San Pablo: ‘’consideraos vivos para Dios en Cristo Jesús’’.

Los salmos que se intercalan en las lecturas nos adentran también en el sentir que hoy la Iglesia Universal vive como la liturgia de todas las liturgias: la acción del Espíritu Santo, la protección de Dios a los hombres, lo sublime de su victoria y nuestra obligación de ensalzarle por salvarnos: ''Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia''.

La liturgia de la Palabra que remata con el solemne evangelio de San Lucas, cuando las mujeres se encontraron el sepulcro abierto con las vendas por los suelos, nos dice con palabras lo que ya con gestos preciosos nos ha trasmitido el comienzo de la Vigilia. Una penumbra que es rota por un tibio fuego que una vez bendecido y recogido en el cirio pascual es compartido por toda la asamblea que se une con sus velas. La luz empieza a adueñarse del templo hasta que lo invade todo. En Navidad la Sagrada Escritura nos recordaba la profecía de Isaías: ''El pueblo que caminaba en tinieblas una luz les brilló'', y esa luz que es Cristo brilla hoy para nosotros como nunca, representado en el lucernario con el que entramos en el tiempo de Pascua.

La liturgia de la Iglesia no es un teatro, ni unos gestos bonitos o unas palabras viejas o huecas, pues Cristo mismo nos habla hoy, nos preside, nos da su Cuerpo... En el ara del Altar se vuelve a ofrecer por nosotros el Hijo de Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo, nuestro Cordero Pascual. El que se sigue ofreciendo, pero que ya no muere más y vive y reina para siempre.

En el Sábado Santo esperamos con María

(Infovaticana) Hoy es Sábado Santo y es un día de espera. Jesús se encuentra en el sepulcro y es María quien acompaña a la Iglesia.

María es la madre de la paciente espera, aunque está dolida por la muerte de su hijo. Ella fue la única que mantuvo viva la llama de la fe cuando Cristo fue sepultado.

Según el P. Paniagua en una reflexión sobre el Sábado Santo, muchos de los seguidores de Jesús se desilusionaron porque creían que él iba a ser el Gran Mesías de Israel.

Ellos esperaban a un guerrero que los liberara del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Sin embargo, cuando vieron que Cristo se dejó crucificar y murió, quedaron tristes y desilusionados. “Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, dijeron los discípulos de Emaús. También los apóstoles estaban con miedo, y se mantenían escondidos.

Incluso las mujeres que estuvieron al pie de la Cruz, van a embalsamar el cuerpo del Señor porque ya lo consideran como a un muerto. Ellas no habían creído en la resurrección de Cristo, y cuando encontraron el sepulcro vacío se llenaron de terror. Y no entienden por qué no está el cuerpo de Jesús y comienzan a dudar de lo que él les había dicho sobre la resurrección. Al aparecerse el ángel , una de ellas le pregunta : ¿ Adónde se han llevado al Señor? Sólo cuando Cristo se les aparece, creen.

María, en cambio, no fue al sepulcro porque había acogido la palabra de Dios en su corazón. Y por ser una mujer de fe profunda, había creído. Por lo tanto, ella no estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. Sino que espera plenamente en la resurrección de su hijo.

Pese de haber visto todo el dolor del día anterior, su fe y su esperanza son mucho más grandes aún. Se mantuvo firme al pie de la cruz, aunque profundamente dolida. En esos momentos lo único que la sostuvo fue la fe. Y también la esperanza de que se cumplirían las promesas de Dios.

viernes, 19 de abril de 2019

Reflexión del Viernes Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya

Responder al mal con bien, la primera victoria

Jesús irradia amor; ama a Judas, a Pedro, a los soldados, a los sumos sacerdotes… son conscientes de que es un hombre justo. Ahí tenemos a la esposa de Pilato, Claudia Prócula, que tuvo un sueño en el que aparecía Cristo -según nos dice San Mateo- y le pidió clemencia para ‘’este justo’’ a su esposo. La Tradición nos recuerda que luego ella sería de las primeras cristianas, dado que en la Segunda Carta a Timoteo hablan de una tal Claudia.

Jesús no tocó los corazones con palabras sino que en esta recta final de su vida lo hizo principalmente con su bondad. Camina para su ejecución y aún es Él quién consuela a las mujeres, a su madre, al reo que estaba a su lado. No muere renegando, odiando ni maldiciendo sino que las palabras que salen de su boca entre estertores son perdón, confianza, preocupación por los suyos, abandono, humanidad (sed), consumación y entrega. San Marcos dirá que al ver el centurión la forma en que había expirado comentó: ‘’verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios’’. Es decir, lo que impresiona al romano no es tanto que la tierra temblara sino que Cristo a pesar de morir en la muerte más terrible, aún así cerró los ojos mirando a sus verdugos con bondad.

Solamente su aspecto de sufrimiento y sumisión es la mayor lección que enmudece a los que lo contemplan. Así lo anunció el profeta Isaías: ‘’ante él los reyes cerrarán la boca’’. El camino al Calvario y la crucifixión dejaron un impacto total en toda la región, como luego dirán los discípulos de Emaús, no se hablará en tiempo de otra cosa aunque supuestamente había sido un fracaso. Esta fue la primera victoria del Señor, dar ejemplo aceptando el plan que Dios tenía para Él a pesar de que suponía besar el barro.

La expiración de Jesús ‘’muerte vicaria’’

Decimos que la muerte de Jesús fue una ‘’muerte vicaria’’, es decir, que fue un trueque; Él a cambio de salvar al resto. Fue una muerte sustitutoria. ‘’Cargado con nuestro pecado subió al leño para que muertos al pecado vivamos para la justicia’’. Dios no es indiferente al sufrimiento, por eso está ahí, muriendo de nuevo en cada ser humano que sufre. Como dice una canción: ‘’con los niños de hambre mueres Tú’’.

Hasta los malos sabían que la muerte de Jesús traería bien, aunque ellos lo pensaban de otro modo. Cuando Caifás dice: ‘’conviene que muera un hombre por el pueblo’’ lo dice a buen seguro convencido de que muerto el perro se acabaría la rabia, en el sentido de que acabando con Jesús se dispersarían sus seguidores y nadie más se acordaría más de aquello. Pero las palabras del Sumo Sacerdote nos sirven para entender el ofrecimiento que la liturgia resumirá tan bien al cantar: ‘’uno por todos’’.

Esta muerte no es una muerte cualquiera sino que es el sacrificio de la nueva alianza de Dios con los hombres por medio de Jesús, al que llamaremos desde entonces ‘’el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’’. Y la liturgia nos dirá: ‘’muriendo destruyó nuestra muerte’’.

La Eucaristía del Viernes Santo

Dentro del espectro general del Viernes Santo que se caracteriza por el silencio, la sencillez, la austeridad, el carácter penitencial, nos encontramos con un momento hermoso de este día que a veces pasa inadvertido, y es que en un día como éste no hay misa, no hay eucaristía, y sin embargo comulgamos gracias a que en la Misa del día anterior se ha consagrado "de más" para poder unirnos a Cristo en este día de su muerte.

Comulgamos el Viernes Santo conscientes de que la Eucaristía que ha sido constituida en el día anterior, cuando realmente toma cuerpo, sentido y alma, es precisamente hoy. Por eso hay teólogos que afirman que la Santa Misa tiene más de viernes santo que del jueves, porque la entrega total, el sacrificio supremo, la consumación sacramental se dan en el Calvario.

La primera Eucaristía empezó ciertamente en el cenáculo, pero donde se completó fue en el madero. Cada vez que el sacerdote consagra, eleva el pan que se convierte en su Santísimo Cuerpo. El presbítero no está únicamente repitiendo lo que Jesús hizo en la última cena sino que, mayormente, Cristo está de nuevo muriendo en la Cruz sobre el ara del Altar al hacerse presente entre nosotros.

Del costado de Cristo brota el agua del bautismo y la sangre de la Eucaristía, el agua que limpia nuestro pecado y el cáliz de salvación que nos redime. San Juan Fisher dirá: ‘’Es además un sacrificio perenne, de forma que no sólo cada año -como entre los judíos se hacía- sino también cada día, y hasta cada hora y cada instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo para que no dejemos de tener la ayuda más imprescindible’’.

A Jesús Yacente












Duermes, Señor, el sueño de la muerte
tus ojos son luceros ya velados,
tus manos son dos lirios desmayados,
es lívido clavel tu boca inerte.

¿Quién no se mueve a compasión al verte
si claman compasión tus pies llagados,
tus cabellos que en sangre están bañados,
tu rostro cuya palidez se advierte?

Es tal la majestad de tu figura,
impone tal respeto a tu reposo,
que ante ti se anonada la creatura.

Para quien te contempla fervoroso,
no eres sólo un prodigio de escultura
sino de fe y dolor símbolo hermoso.

jueves, 18 de abril de 2019

Reflexión para el Jueves Santo. Por Rodrigo Huerta Migoya

Eucaristía – Sacerdocio – amor y servicio

La celebración de este día está cargada de recuerdos, símbolos y enseñanzas; pero nos quedaremos con una única y principal: Cristo vino al hombre a servir como viene hoy a nuestro altar para dejarnos su cuerpo. Dios nos invita al cenáculo donde nos parte y reparte el pan.

Las prenotandas litúrgicas insisten en que los sacerdotes enumeren y se detengan brevemente en los principales hitos del día: Institución de la Eucaristía, Institución del Sacerdocio y Mandato nuevo del Amor -por eso llamamos a este el día del amor fraterno-. Y más que mandato -que quizás suena demasiado impositivo- podríamos hablar del testamento vital del Señor. Es lo último que nos tiene que decir formalmente de cara a su muerte; su legado es el amor con todos.

Y, por otro lado, el Lavatorio de los pies que es una catequesis visual preciosa de que cómo Cristo sigue diciendo a la humanidad que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate "por muchos".

Jesús se arrodilla no sólo cuando lava los pies, sino cada vez que baja a la tierra por manos de los hombres. Esto lo reflexionaba el P. Segundo Llorente, un sacerdote leonés que fue misionero en Alaska al escribir: “Ni la Stma. Virgen ni los Ángeles pueden hacer lo que hace diariamente un sacerdote. Cristo pudo haber arreglado las cosas de otro modo, pero escogió la intervención del sacerdote de quien se reviste él mismo para obrar la salvación de la humanidad”. Nuestro Dios nos trata como Dioses con Él, como Él y por Él; nos hace a su imagen y hasta se deja pisar y matar por salvarnos.

A fin de cuentas, en este día sólo celebramos a Cristo; Cristo que se entrega como Sacerdote, como Eucaristía, como Hijo de Dios que acepta ya en la mesa pascual su entrega su humillación ante los demás… un todo que es lo que Jesús; caridad sobre toda caridad ejemplifica en esta noche santa.

En la vieja Pascua comienza la Pasión, miramos a la Cruz

La Misa de la Cena del Señor con la que ponemos fin a la Cuaresma y entramos en el Triduo Pascual, es el comienzo de la cuenta atrás de las últimas horas de la vida terrena del Señor. Llega la hora para Jesús, -"habiendo llegado su hora de pasar de este mundo al padre’- por eso los textos ya aluden desde el principio a la Cruz como ocurre con el canto de entrada. ‘’Venía de Dios y a Dios volvía’’.

En la Santa Cena, aunque la idealizamos dado que constituye para nosotros el origen de dos sacramentos vitales como son la Eucaristía y el Orden sacerdotal, no podemos perder de vista su contexto de dolor. En la cena empieza la Pasión de Cristo constatando que el demonio se ha sentado también a la mesa y había puesto a uno de sus amigos ya en su contra para traicionarle. Y, por otro lado, al repartir el Maestro el Pan y el vino, al instaurar la fórmula de consagración ya está aludiendo a la Cruz: "mi cuerpo que se entrega’", "mi sangre que se derrama’".

Más hay un resquicio de esperanza, aunque los discípulos ni se han dado cuenta; los días previos el Señor les ha pedido que recuerden lo que les anunció y explicó, más ellos estaban lejos de comprender a qué se refería. Están en una cena de fiesta, es la cena de Pascua recordando que Dios les había salvado de la esclavitud, y ahora Jesús comienza la nueva Pascua en sí mismo: "Yo hago nuevas todas las cosas"...

La Soledad del Redentor

La institución del sacerdocio no se limita a la Cena; los actos que sucedieron al banquete fueron también puramente sacerdotales: predicó a los suyos, los acompañó espiritualmente en unas horas de nerviosismo y confusión, se retira a orar, dialoga en la intimidad de su corazón y, finalmente, da ejemplo ante los demás pidiendo que no se use la violencia, aceptando su arresto e incluso permitiendo la burla de sí mismo.

La oración sacerdotal de Cristo en el huerto de los Olivos es a menudo representada con esa escena en la que el Señor apoyado en una roca mira hacia arriba. Y así comienza también la oración sacerdotal de Jesús en el capítulo 17 de San Juan: "Y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre ha llegado la hora, glorifica a tu hijo para que tu hijo te glorifique a ti". Toda la vida terrena de Cristo no fue independiente de la Providencia, sino que vivió en continua unión y oración con el Padre. En la fórmula de consagración de la Plegaria Eucarística I (Canon Romano) se dice: "Y elevando los ojos al cielo, hacia ti Dios Padre suyo todopoderoso".

Cristo vive pendiente del cielo, necesita la oración y la relación íntima con Dios. Es una característica totalmente sacerdotal, aunque hoy se nos ha "olvidado". La oración no es de las monjas y los laicos, de monasterio y conventos únicamente; el sacerdote es el hombre de la oración. Por eso en el rito de ordenación el obispo le pregunta: "¿Queréis uniros cada vez más estrechamente a Cristo, sumo sacerdote, quien se ofreció al Padre como víctima pura por nosotros, y consagraros a Dios junto a Él para la salvación de todos los hombres?".

Jesús vive las horas álgidas de su sacerdocio al luchar contra la tentación en Getsemaní, perseverando en la oración y derramando ya las primeras gotas de sangre, consciente de que el suplicio era inminente. El Señor sabe que se queda solo y que se va quedar aún más solo. Ve su martirio, y en su oración anuncia ya lo que habrán de sufrir los suyos por Él y como Él: "Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como yo no soy del mundo’’.