jueves, 28 de febrero de 2019

De la C.E.E.


Carta semanal del Sr. Arzobispo

Cambiando el mundo con los niños

Ocupaban el primer banco. Sus piernas de niños y niñas aún de pocos años se bandeaban colganderas al sentarse. No perdían ripio de cuanto allí sucedía clavando su mirada en mi atuendo de obispo. La mitra y el báculo les llamaba la atención y algo comentaban entre ellos al verme salir de la sacristía hasta el altar. Apenas habían terminado el “cate” hacía unos minutos, y participaban en la Misa junto a sus catequistas que los preparaban para la primera Comunión. Tras el Evangelio, yo hice una pregunta. Por qué Jesús decía algo tan revolucionario como que había que amar a los enemigos, rezar por los que nos maldicen y calumnian, dar la túnica a quien se ha quedado con nuestra capa, no reclamar al que habíamos prestado algo. Mi pregunta era si ellos pensaban que la gente hoy vive así. Y todos me respondieron que no. Me resultó fácil entonces poner algunos ejemplos de nuestro mundo, en los que yo les daba la razón.

El difícil momento que vive Venezuela en manos de un tirano ignorante que subyuga a su pueblo desde el populismo marxista con intereses corruptos en el narcotráfico más terrible, era un botón de muestra demasiado palmario y actual. Niños como ellos que morían sencillamente de hambre. Personas que agonizaban por no tener acceso a lo más elemental del cuidado sanitario y de las medicinas básicas. Jóvenes acribillados por las balas de la impune indiferencia y de las órdenes de los matarifes en el poder. Todo un espectro de dolor que te dice y restriega que nuestro mundo está enfermo, que no aprende de sus errores y que repite los horrores que han sembrado de sangre tantos siglos de nuestra historia humana. A ese ventanal de una tragedia, podríamos añadir otras tantas si nos asomamos a ciertos ruedos políticos donde se lidian las mentiras maquilladas, donde se venden las razones de Estado cuando sólo hay codicia de poder y avidez por las poltronas. Y así podríamos ir señalando tantas sombras negras que nos roban la esperanza y presentan como insólito y revolucionario ese Evangelio de Jesús con el que Él explica su programa de las bienaventuranzas. 

¿Qué hacemos entonces? Los adultos estaban impávidos. No estaban acostumbrados a un diálogo con niños que les dejara a ellos tantas cuestiones a flor de piel, como si lo que yo hablaba con los pequeños pusiese en evidencia las cuitas, las heridas, las incoherencias, las grandes preguntas sin resolver. Por eso, yo seguía con aquellos niños y niñas dibujando en color pastel sobre una lámina o en agua fuerte sobre plancha de cinc, esos trazos gruesos de un mundo complicado, inacabado, contradictorio, y tantas veces inhumano. Entonces les conté la anécdota de Santa Teresa de Calcuta. 

Resulta que algún bienhechor adinerado se quejaba ante la Madre Teresa de lo mal que iba el mundo, de lo difícil que resultaría cambiarlo, de cómo la humanidad era el continuo desmentido de un proyecto de amor divino que nuestros egoísmos habían frustrado. Ante aquella visión de pesimismo realista, la Madre Teresa le dijo: comience por su propio corazón, siga luego con su familia en el propio hogar, continúe con su ámbito de trabajo y con su círculo de amigos. En todos esos “lugares” ponga usted amor, ternura, perdón, esperanza, fe, misericordia, belleza, paz… Entonces habrá un rincón de la tierra y un trozo de nuestro mundo en donde el Evangelio de Cristo lucirá como una estrella, arderá como una llama, curará como un bálsamo, y cantará como una alabanza. Era toda una lección de humanidad cristiana. Aquellos niños marcharon convencidos de la iglesia parroquial con la inmensa tarea de cambiar el mundo comenzando por ellos mismos. Es lo que el Evangelio pedía y lo que Santa Teresa de Calcuta propuso. La verdadera revolución es así de concreta y así de realista.

+ Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo

miércoles, 27 de febrero de 2019

Del Oficio del Día

Buscad los bienes de arriba San Jerónimo
Comentario sobre el Eclesiastés

Si a un hombre le concede Dios bienes y riquezas y capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios.

No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede alegría interior. Lo que se afirma aquí es que, en comparación de aquel que come de sus riquezas en la oscuridad de sus muchos cuidados y reúne con enorme cansancio bienes perecederos, es mejor la condición del que disfruta de lo presente. Éste, en efecto, disfruta de un placer, aunque pequeño; aquél, en cambio, sólo experimenta grandes preocupaciones. Y explica el motivo por qué es un don de Dios el poder disfrutar de las riquezas: No pensará mucho en los años de su vida.

Dios, en efecto, hace que se distraiga con alegría de corazón: no estará triste, sus pensamientos no lo molestarán, absorto como está por la alegría y el goce presente. Pero es mejor entender esto, según el Apóstol, de la comida y bebida espirituales que nos da Dios, y reconocer la bondad de todo aquel esfuerzo, porque se necesita gran trabajo y esfuerzo para llegar a la contemplación de los bienes verdaderos. Y ésta es la suerte que nos pertenece: alegrarnos de nuestros esfuerzos y fatigas. Lo cual, aunque es bueno, sin embargo no es aún la bondad total, hasta que aparezca Cristo, vida nuestra.

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida?. Todo aquello por lo cual se fatigan los hombres en este mundo se consume con la boca y, una vez triturado por los diente, pasa al vientre para ser digerido. Y el pequeño placer que causa a nuestro paladar dura tan sólo el momento en que pasa por nuestra garganta.

Y, después de todo esto, nunca se sacia el alma del que come: ya porque vuelve a desear lo que ha comido (y tanto el sabio como el necio no pueden vivir sin comer, y el pobre sólo se preocupa de cómo podrá sustentar su débil organismo para no morir de inanición), ya porque el alma ningún provecho saca de este alimento corporal, y la comida es igualmente necesaria para el sabio que para el necio, y allí se encamina el pobre donde adivina que hallará recursos.

Es preferible entender estas afirmaciones como referidas al hombre eclesiástico, el cual, instruido en las Escrituras santas, se fatiga para la boca, y el estómago no se llena, porque siempre desea aprender más. Y en esto sí que el sabio aventaja al necio; porque, sintiéndose pobre (aquel pobre que es proclamado dichoso en el Evangelio), trata de comprender aquello que pertenece a la vida, anda por el camino angosto y estrecho que lleva a la vida, es pobre en obras malas y sabe dónde habita Cristo, que es la vida.

R/. Señor, padre y dueño de mi vida, no me entregues a caprichos perniciosos; no permitas que mis ojos sean soberbios, aparta de mí los malos deseos. No me entregues, Señor, a pasión vergonzosa.
V/. No me abandones, Señor, para que no aumenten mis ignorancias ni se multipliquen mis pecados.
R/. No me entregues, Señor, a pasión vergonzosa.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, concede a tu pueblo que la meditación asidua de tu doctrina le enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

Adolfo Mariño: "Covadonga es el lugar identitario de nuestro pueblo"

(lne) El sacerdote sabuguero y abad del real sitio, en el Casino: "Sueño a diario con Avilés"

Dice el sacerdote avilesino Adolfo Mariño que "Covadonga es el lugar identitario de nuestro pueblo", donde la naturaleza, la fe y la historia se dan la mano para formar un todo. En ese lugar, "las tardes son apacibles, las mañanas son de mucho silencio", pero esa quietud cuenta a la vez muchas historias.

"La Santina, el silencio en Covadonga" fue el título de la ponencia que ofreció ayer el abad de Covadonga, el sabuguero Adolfo Mariño, como aperitivo de una nueva edición de "Las lentejas del Casino". El sacerdote, protagonista de la cita, volvió a casa y disfrutó de una comida y sobremesa con su gente: "Estoy contento en Covadonga y lo estaré allí donde el Obispo me mande, pero sueño todos los días con mi pueblo. Recuerdo nombres, rostros, apellidos. En cada casa de la calle La Estación, donde me crié, en cada piedra, hay una historia".

El silencio de Covadonga en el que se aísla el presidente del Casino, Manuel González, fue la inspiración para la intervención de Mariño. Habló de la Santina, de la historia, de la naturaleza. "Covadonga no se entiende sin el agua, sin los manantiales ni los ríos que hacen de aquel lugar un enclave paradisíaco. No se entiende sin el canto y el trino de los pájaros, sin el mecerse de los árboles en días de viento que son por así decirlo como las copas que se doblegan ante la Santina. No se entiende sin los peregrinos que entran en silencio en la Santa Cueva. Covadonga es eso y mucho más, es el lugar de la madre de Dios donde hace más de 1.300 años que se venera a la Santina, una bella historia", indicó.

martes, 26 de febrero de 2019

Carta de un sacerdote de Getafe al Diario ''El País''

Carta a Soledad Gallego-Díaz, 
directora de El País

Estimada Soledad:

Mi nombre es Patxi Bronchalo y soy un cura. Usted no me conoce pero gracias a su periódico mucha gente me ha reconocido en los últimos días. El pasado 21 de febrero mi foto, junto a un grupo de hermanos sacerdotes y seminaristas, apareció nada menos que en la portada de su periódico. 

En dicha foto se nos veía a todos con semblante muy serio mirando al Papa Francisco, él aparece con el dedo levantado hablándonos y apuntándonos con el dedo índice, de forma que parece que nos está echando una gran reprimenda.

La foto venía a ilustrar una noticia sobre la cumbre de abusos sexuales a menores que estaba a punto de comenzar en Roma y que escribió su corresponsal allí, Daniel Verdú, bajo el titular: "Arranca en Roma la histórica cumbre contra la pederastia". La edición digital también traía su propio titular: "Quien ha hecho los deberes y quien no ante la cumbre contra la pederastia".

En realidad el motivo por el que estábamos con el Papa en el momento de la foto era muy distinto. Peregrinamos a Roma a ver al Papa para celebrar los 25 años de nuestro seminario. Lo que nos dijo, con seriedad pero sin enfado, mientras se captaba la imagen fue precioso: no dejar nunca de rezar, ser cercanos al sufrimiento de la gente y estar siempre en sintonía con los obispos, esos que una y otra vez medios como el suyo se empeñan en separar de nosotros.

En esa misma audiencia el Papa se encontró con víctimas supervivientes de abusos, una a una las fue escuchando y mostrando su cariño. Verlo me hizo entender la seriedad con que la Iglesia está afrontando esta crisis tan grave, y el camino a seguir. La crisis de la pederastia en la Iglesia es terrible y nos está afectando muchísimo a los sacerdotes, estamos avergonzados. Cada nuevo caso, cada víctima nos parte el alma. La inmensa mayoría de nosotros nos pasamos la vida tratando de mostrar el amor que Dios les tiene, algo que muy a menudo nos recuerda el Papa Francisco.

Conozco cientos de curas anónimos partiéndose la cara cada día por los más necesitados, sin ir más lejos, hace unos días fue asesinado otro misionero español en Burkina Faso, y este hecho no salió en ninguna portada. Amamos a Dios, amamos a las personas, nos destruye lo que sucede con la pederastia.

Es cierto que, tanto en la edición impresa como en la digital, aparece un pequeño texto que indica que la foto es de un momento distinto del que habla la noticia. Pero ya somos mayores, no nos engañemos, los dos sabemos que la mayoría de la gente no lee ese pequeñito texto y solo ven titular y foto. Los dos sabemos que una foto en la que aparentemente el Papa regaña a unos sacerdotes jóvenes es muy golosa para conseguir en el lector la impresión de que todos los curas somos malos y crear un sentimiento negativo hacia nosotros. Los dos sabemos que gran parte de lo que mañana se comente en puestos de trabajo, peluquerías y bares va a depender de lo que ustedes escriban e ilustren hoy.

No es un problema legalista de cita de fuentes: es un problema ético. Ilustrar una noticia sobre un tema convulso con una imagen que crea en el lector un sentimiento concreto es confundir y manipular a las personas para conseguir más ventas, más visitas y más animadversión hacia lo que ustedes elijan.

Se olvidan que detrás de las fotos de sus noticias hay personas que tienen familias que se llevan disgustos, que tienen amigos que se preocupan, que tienen gente cercana que se siente confundida y que sospecha, y que se cruzan cada día con mucha gente desconocida que puede señalarles.

Usted seguro que tiene familia y amigos, personas a quienes ama. Yo le pregunto: ¿Qué le parecería que apareciera la foto de alguien a quien quiere acompañando una noticia sobre abusos en el seno de la familia? ¿O que una imagen de quien aprecia ilustrara la portada de un periódico en el que se trata la noticia de una violación? ¿Y qué pensarían las personas que le quieren si fuera su foto la que encabezara una noticia sobre asesinatos? ¿Dónde están la ética y la humanidad del periódico generalista más vendido en España?

Nos piden seriedad y sinceridad en la Iglesia, me parece bien, pero ¿dónde está la suya? Con la manipulación y el engaño se llega a mucha gente en poco tiempo, pero como estamos sufriendo, a la larga hay mucho daño. La verdad, aunque es más lenta, nos acaba llevando a todas partes. También al Cielo.

Yo no soy mejor que usted, eso también se lo aseguro, por ello quiero decirle que le encomiendo en mis oraciones y le expreso mi cercanía, esa que nos pidió el Papa. Gracias por leerme hasta el final, bien sabemos ambos que eso casi nunca se hace.

Saludos cordiales.

Patxi Bronchalo, un cura señalado por el Papa

Onyx: los reyes del grial

EUROPEAN DREAMS FACTORY presenta su nuevo tráiler

Dirigida por Roberto Girault (El estudiante), la película está protagonizada por Jim Caviezel (La pasión de Cristo) María de Medeiros (Pulp Fiction) y Anthony Howell (La dama de oro).

La película, que mezcla ficción con documental, se exhibió en la sección especial ‘Castilla y León en Largo’ de la 63 Edición de la SEMINCI de Valladolid.

Sinopsis corta:

El hallazgo fortuito de un documento fatimí del siglo XI aporta la clave definitiva para localizar el cáliz de la última cena de Cristo. Una investigación trepidante nos conduce a través de las edades del hombre, en un viaje de descubrimiento de los acontecimientos que dieron forma a la civilización universal y dimensión al ser humano.

En cines el 22 de marzo.

Página web con toda la información, materiales de prensa, etc.: www.onyxlosreyesdelgrial.es

lunes, 25 de febrero de 2019

¿Por qué los sacerdotes necesitan nuestras oraciones ahora más que nunca?. Por Francis Phillips

(Catholic Herald) 
Recientemente se publicó en Catholic World Report, un artículo titulado «Un sacerdote que ofreció su vida en reparación por los pecados de los sacerdotes» por el Dr. Patrick Kenny. El Dr. Kenny es el editor de To Raise the Fallen: una selección de las Cartas de Guerra, Oraciones y Escritos Espirituales del P. Willie Doyle SJ, y su artículo trata sobre el P. Doyle. Es una pieza muy oportuna, que nos recuerda a este santo y humilde jesuita que sacrificó su vida, sirviendo como capellán en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, pero también de la necesidad apremiante de orar por los sacerdotes.

Un libro que también aborda el tema es el libro «Orar por los sacerdotes: Un llamado urgente para la salvación de las almas» por Kathleen Beckman, LHS (Sophia Institute Press). Si el P. Doyle entendió la fragilidad humana de sus compañeros sacerdotes en 1917, ¿cuánto más saben los laicos de esto en nuestros tiempos? Uno podría responder, por supuesto, uno debería orar por los sacerdotes, pero ¿por qué es necesario un libro para decirnos eso? Simplemente porque Beckman, una popular escritora y locutora católica en los Estados Unidos, profundiza en el tema, explicando cómo y por qué de la urgencia de este «llamado».

En su prólogo, el P. Mitch Pacwa SJ recuerda su seminario en 1963. Más de 500 jóvenes entraron con él, a una formación que incluía 3 horas diarias de estudio, misa diaria, rosario diario y confesión semanal. Luego vino la interrupción que siguió al Concilio Vaticano II; solo 38 hombres fueron finalmente ordenados.

Beckman es parte de un equipo de exorcismo diocesano. Como ella nos recuerda, en un exorcismo, un demonio se ve obligado a «prestar atención a su odio hacia los sacerdotes por la Eucaristía». Si Satanás puede destruir la fe de un sacerdote, ya sea por tentación sexual u otras debilidades, puede devastar el deseo en ese hombre de celebrar la misa y, en consecuencia, las bendiciones que fluyen de él. Al recordar el asesinato del sacerdote francés, el padre Jaques Hamel, en el altar mientras celebraba la misa, ella señala que gritó «¡Fuera, Satanás!» dos veces antes de morir.

La autora cita al padre GW Rutler y el padre Raniero Cantalamessa, así como el papa Benedicto XVI, que han llamado la atención sobre la necesidad de los sacerdotes por la oración intercesora. En particular, cita al sabio y santo padre John Hardon SJ, quien afirmó que «el sacerdocio católico necesita la oración y el sacrificio del Calvario como nunca antes». Debemos tratar esta afirmación con la gravedad que merece.

En respuesta a esta situación, la autora inició un nuevo apostolado de clérigos y laicos en 2013, la Fundación de Oración por los Sacerdotes. Sus miembros se comprometen con la oración, el sacrificio, el servicio y el estudio. En particular, se consagran a Nuestra Señora, «para vivir, la consagración mariana que es vivir a Cristo». Nuestra Señora es la madre celestial de todos los sacerdotes. Para San Juan Pablo II, fue ella quien desvió la bala durante el intento de asesinato contra su vida, y luego quien se la dedicó, tomando el lema «Totus Tuus» de San Luis de Montfort, su gran campeona.

Beckman también llama la atención sobre muchas otras «madres espirituales» en la historia de la Iglesia, como Santa Mónica, que oró por la conversión de su hijo, San Agustín; Santa Catalina de Siena, consejera de papas; Eliza Vaughan, cuya numerosa familia produjo muchos sacerdotes y monjas, incluyendo un obispo, un arzobispo y un cardenal; y Santa Teresa, que tenía un amor especial por los sacerdotes misioneros.

Ella sugiere que siempre que sea posible, los católicos hagan una Hora Santa frente al tabernáculo por el bien de los sacerdotes. Ella aconseja a los lectores que no estén ansiosos sobre qué oraciones decir: «Cultive un corazón que escuche. Jesús está complacido de tener su compañía». Ella cuenta un anécdota del fallecido Arzobispo Fulton Sheen, (quien decidió desde el principio de su sacerdocio hacer una hora santa diaria): una vez que lo hizo estaba tan cansado que se quedó dormido por 1 hora. Cuando se despertó le preguntó a Dios: «¿Hice una Hora Santa?» Recibió la respuesta: «¡Sí! Esa es la forma en que los apóstoles hicieron su primera oración» - una referencia al Jardín de Getsemaní.

El libro también incluye una oración por los escándalos actuales del clero, un Rosario por las víctimas de abuso, por sus abusadores, por sacerdotes falsamente acusados, por la sanación y por el perdón. Está lleno de buenos consejos y sustento espiritual.

Actividades con motivo de las beatificaciones

(Iglesia de Asturias)
El Seminario Metropolitano se encuentra desarrollando un programa de actividades a partir de la beatificación de los Seminaristas Mártires del próximo 9 de marzo. 

Entre otras se encuentran una exposición que recoja datos y objetos que se conservan de los jóvenes mártires y una conferencia con el Vicerelator de la Causa en Roma, el padre Fidel González. Además, las actividades para jóvenes como la Marcha a Covadonga estarán centradas también en ello.

domingo, 24 de febrero de 2019

Evangelio Domingo VII del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. 

Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. 

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

Palabra del Señor

sábado, 23 de febrero de 2019

Los Seminaristas Mártires. Por Andrés Pérez Díaz

(Blog Andrés Pérez Díaz)

Queridos hermanos:

- El sábado 9 de marzo, en la Catedral de Oviedo, van a ser beatificados 9 seminaristas, que murieron mártires entre 1934 y 1937, en la Revolución del 34 y en la Guerra Civil Española.

Quisiera en esta homilía contaros algunas cosas de estos seminaristas.

Seis murieron en la Revolución de 1934. Fueron Jesús Prieto López con 22 años. Ángel Cuartas Cristóbal, de Lastres y con 24 años. Mariano Suárez Fernández, de El Entrego y con 23 años. César Gonzalo Zurro Fanjul, de Avilés y con 21 años. José María Fernández Martínez, de Pola de Lena y con 19 años. Juan José Castañón Fernández, de Moreda y con 18 años.

Tres murieron durante la Guerra Civil: Luis Prado García, de san Martín de Laspra; murió el 4 de septiembre de 1936 y con 21 años. Manuel Olay Colunga, de Noreña; murió con 25 años el 22 de septiembre de 1936. Sixto Alonso Hevia, de Luanco; murió el 27 de mayo de 1937 con 21 años.

- Apenas había comenzado el curso, se iniciaron revueltas en las cuencas de Mieres, Langreo... Exactamente, en la madrugada del día cinco. Toda esta fecha transcurrió en el Seminario sin otra novedad que la inquietud y zozobra producidas por las noticias que iban llegando, de cuanto sucedía.

Durante la noche, se oía el tiroteo y éste se fue intensifi­cando en la mañana del sábado, día seis. A medida que las horas pasaban, la intranquilidad iba apoderándose de los seminaristas los cuales, con la consiguiente cautela iban observando el curso de los acontecimientos, especialmente el proceso del combate que se libraba hacia San Lázaro, entre los que venían en dirección a la ciudad y la fuerza pública que trataba de contenerlos. Al fin, cesó el tiroteo a poco más de las dos de la tarde, tomándose este fenómeno como indicio del final de la lucha. Enseguida atacaron al Seminario por todas partes, principalmente por el lado de la plaza de Santo Domingo.

Precipitadamente, como se pueda, hay que abandonar el Seminario; provéense los que hallan medios para ello de traje de seglar y se lanzan hacia el campo por las ventanas y galerías sobre el prado que se halla al lado atrás del edificio. De allí, en distintas direcciones. El grupo más numero­so se introduce primeramente en un casa desalquilada y este grupo, junto con algunos más que recogerán los revoltosos en puntos muy variados, serán hechos prisioneros y conducidos a Mieres hasta el momento de ser liberados por las fuerzas del Gobierno que entrarán en Mieres poco después de mediodía del viernes, día 19.

Hubo varios que, al salir del Seminario, atravesaron la carretera del Monte de Santo Domingo y lograron refugiarse en uno de los sótanos de las casas adyacentes al lado Sur de la misma carretera. Techo bajo, humedad en el suelo, frío en el ambiente.

Nos hallamos al atardecer del mencionado día seis. Los que allí estaban, eran los siguientes: Angel Cuar­tas Cristóbal, de quinto año de Sagrada Teología; Mariano Suárez, de cuarto; Jesús Prieto, de tercero; Gonzalo Zurro Fanjul, de segundo; José María Fernández Martínez, de primero; Juan Casta­ñón, de tercero de Filosofía. Estos eran los que habían de sufrir la muerte y es curioso notar cómo cada uno de ellos pertenecía a un curso diferente y todos los cursos tenían su representación. Además de los citados, se hallaban allí el P. Esteban Sánchez, O.P. y otros dos seminaristas Juan Alonso Pérez, de primero de Teología y José González García, de tercero de Filoso­fía.

Allí pasaron toda la noche del seis al siete y la mañana del día siete. Es admirable leer el relato del sobreviviente José González y los diálogos que sostenían, fiel reflejo de su dispo­si­ción de ánimo. Tuvieron, naturalmente, sus tiempos de silencio; pero aparte de eso, rezaron el Santo Rosario más de una vez, recibie­ron bendiciones del P. Dominico y el que lo estimó conve­niente se confesó con él, hicieron una oferta común de ir todos a Cova­donga si salían ilesos y otras ofertas particulares. Hasta llegan a tratar sobre sí, en caso de que los fusilasen, merecerían el glorioso título de mártires... Proponen dar un ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!, en caso de fusila­miento.

Entre doce de la mañana y una de la tarde, después de haber pasado veinticuatro horas sin comer ni beber, pareciéndoles que no había gente por los alrededores, se dispuso a salir uno de ellos, Gonzalo Zurro. Saltó una tapia, atravesó una callejuela y un patio y al salir a la calle fue descubierto: "Ya caíste, pájaro". Dijéronle que no les pasaría nada; y, dando orden a los demás de que salieran, fiados en que nada les harían sino presentarlos al Comité, salie­ron todos, a excepción del P. Dominico y el seminarista Juan Alonso.

Los otros siete, con toda diligencia custodiados, subieron por la travesía del Monte de Santo Domingo hasta dar vuelta a la esquina, en dirección hacia San Lázaro. La gente que por allí se había congregado no cesaba de gritar, insultándolos y apostrofán­dolos. Doblada la esquina, habían andado unos pasos por la carre­tera, camino de San Lázaro, cuando les ordenaron hacer alto junto a un portón. Pasaron muy breves minutos y entonces uno de los que allí mandaban se puso en frente de Zurro, a unos cinco metros a lo sumo. Zurro, al ver que la actitud que adoptaba era de dispa­rar, gritó: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!" Comienzan los disparos. Caen mortalmente heridos los tres primeros: Gonzalo Zurro, Ángel Cuartas y Mariano Suárez. Caídos los tres, el asesi­no disparó sobre el cuarto, José González García, los tres últi­mos cartuchos del cargador, errando los tres. Entonces otro revolucionario hizo sobre el mismo José por la espalda un disparo de pistola, hiriéndole en el muslo de poca gravedad y cayó éste junto a los compañeros. Los asesinos siguieron disparando, hasta que cayeron los otros tres seminaristas: Jesús Prieto, José María Fernández y Juan Castañón. Finalmente, fueron rematando a tiros y golpes a los que aún tenían algo de vida.

Hubo, sin embargo, una excepción: José González. Al intentar disparar nuevamente contra él, salió al paso una mujer diciendo: "Este no es de los curas", [pues no le veía corona]. Le interro­garon y contestó que, en efecto, no era cura sino estudiante. Uno de los que allí estaban que parecía tener algo de mando, dio orden de llevarlo a Mieres como prisionero...

Los seis seminaristas fueron más tarde traslada­dos al cementerio y enterrados en montón con otros cadáveres. El día 28 siguiente, a las tres semanas del fusilamiento, también domingo, obtenido el correspondiente permiso de la Autoridad Militar, fueron desenterrados por la Cruz Roja, convenientemente identificados y sepultados de nuevo.

- Manuel Olay Colunga estuvo oculto durante la Guerra Civil hasta que el 18 de Junio de 1937 fue descubierto y detenido. Estuvo preso en la ‘Iglesiona’ de Gijón cinco días, des­pués de los cuales fue destinado a fortificar en San Esteban de las Cruces, junto a Oviedo. Su hermana Faustina contó: “Según dijeron los compañeros, a Manuel lo mandaron ir por un ladrillo y le tiraron un tiro por detrás y lo mataron. A Manuel lo persiguieron porque estaba en el Seminario, porque iba para sacerdote”.

Sixto Alonso Hevia estaba pasando las vacaciones de verano en su casa, cuando estalla la guerra. A él, junto con su padre, los encierran en la iglesia, que hacía de cárcel. Motivo: ser católico el padre, y ser seminarista el hijo. En plena guerra fue llamada su quinta al frente. Fue llevado a la parte de Cangas de Onís, aunque estuvo poco tiempo. En seguida murió: El día 27 de Mayo de 1937, estando en el puerto de Ventanie­lles, concejo de Ponga, cuando se hallaba haciendo un poco de chocolate en un montículo, le sorprendieron unos desalmados, le desnudaron de medio cuerpo arriba y le apuñalaron, mientras clamaba a Dios y les suplicaba le dejasen morir.

Covadonga nos narra este precioso detalle de su hermano Sixto: “También una cosa que me tiene dicho mucho mi madre, después de que pasó todo, es que mi hermano Sixto les decía: ‘-Si a mí me pasa algo. Vds. tienen que perdonar’. Mi padre le contestaba que si alguna vez le pasaba algo que nunca les perdonaría. Mi hermano decía que sí porque a él que no le importaba”.

Luis Prado García estaba escondido desde el inicio de la Guerra Civil, pero fue descubierto y fue llevado a Salinas. Una noche lo sacaron y lo llevaron a Gijón para matarlo. Un médico que certificaba el fallecimiento de los fusilados había recogido sus pertenencias personales y dio detalles de su muerte. Por ejemplo, de Luis decía que tenía 11 tiros y decía dónde: en el vientre, en una mano, en la cabeza. Le mandaron levantar la mano y decir algo, y Luis dijo: “-¡Viva Cristo!” Y en la mano le pegaron un tiro. Le volvieron a decir: “-Levanta la mano y di: ¡Viva la República!” Volvió a levantar la mano y dijo: “-¡Viva Cristo!” Y entonces le pegaron cinco tiros en el vientre. Y todavía dijo: “-¡Viva Cristo!”, con las balas en el vientre y luego le dieron un tiro en la cabeza.

ES NUESTRA HORA. Por Francisco Torres Ruiz

(Sancta Sanctis) En este domingo el Señor pone la guinda en el pastel, nos muestra la excelencia de la religión cristiana. La pedagogía litúrgica de la Iglesia nos plantea el problema del obrar cristiano ante situaciones difíciles y cómo actuar.

En la primera lectura, comprobamos con que nobleza actuó el rey David cuando tuvo en sus manos el poder acabar con su enemigo y, sin embargo, perdonó su vida porque la justicia es solo de Dios. Esta acción ejemplar, dará pie, no solo para entender el Evangelio de hoy, sino para comprobar que es posible vivirlo.

El señor nos ofrece tres acciones positivas que, humanamente, es muy difícil vivir: amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir y rezar por quien nos está haciendo daño. A continuación, enumera otras cuatro acciones negativas que agitan nuestra alma y hacen que el rencor o la violencia aniden en ella: la violencia, el robo, las exigencias y el hurto.

La consecuencia es lógica: si nosotros, los cristianos, reaccionamos como humanamente se esperaría, no nos distinguiremos en nada de quienes no confiesan nuestra fe y nuestra moral. Los cristianos, en este sentido, estamos urgidos por el Salvador, a reaccionar de una manera teologal, esto es, con misericordia como es misericordioso el Padre del cielo.

Los cristianos estamos en el mundo para ser testigos del amor y de la misericordia de Dios y dar ese mismo amor y esa misma misericordia a quien no la ha experimentado, o llevarlas a donde no las conocen. Hermanos, no podemos ser estériles en este sentido. Que si no sembramos la acción bondadosa de Dios en este mundo, nadie lo hará. Que esto depende de nosotros; que Dios confía en sus hijos para hacer del mundo un lugar habitable. Solo así podremos ser, en verdad, hijos del Altísimo. Así sea.

viernes, 22 de febrero de 2019

Una historia de amor. Por Manuel Robles Freire

(Iglesia de Asturias) 

La historia de estos nueve seminaristas asturianos bien podría ser contada por un novelista católico. Y es que esta desgracia que es la violencia sobre las personas inocentes siempre es un buen argumento para aprender a no tropezar en la misma piedra. También habría que contar cómo la gracia de Dios se abre paso, para dar la vida, a los que creen en la vida eterna, y para dar vida a los que todo lo quieren resolver con la violencia y la muerte.

En estos tiempos nuestros, ramplones y arrugados, ya sé que no está de moda lo sobrenatural, y tampoco olvidar y perdonar. Pero estos chavales nos recuerdan que la fe no es una antigualla del pasado, sino algo actual y puede que contagioso, porque estas historias siguen ocurriendo en nuestro tiempo.

Me estoy refiriendo a la vida y muerte de nueve jóvenes de Asturias, que el próximo 9 de marzo serán beatificados en la Catedral de Oviedo. Y es que, como ha dicho el Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, “en todo momento se mantuvieron firmes en la fe y en la esperanza, y rezaron el rosario, hicieron diversos ofrecimientos, algunos se confesaron pensando que aquél sería su último día. Y la Positio recoge que el motivo de su asesinato fue la animadversión a la religión, conocido como el odium fidei”.

Algunos de mis lectores escépticos pensaran que los católicos siempre hacemos lo mismo: que hilamos las cosas, usamos el repetido Deus ex machina, para fabricar sueños que nada tienen con la realidad. No es así. Porque la realidad es que la grandeza de alma sigue existiendo, en todo hombre, y también en la gente joven hay una fuerza, que es la fe, que va más allá del sexo, la apariencia , y el dinero. Estos jóvenes –que van a ser beatificados– son testigos de lo que puede un alma, incluso un alma enamorada. Y con sus vidas, y totalmente en serio le cantaron a Dios, aquello de “una vez nada más se ama en la vida”. Benditos sean.

El autor es el Delegado episcopal para las Causas de los Santos

Orar con el Salmo del Día













Sal 22,1-3.4.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara, mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

jueves, 21 de febrero de 2019

Testimonio vocacional


Carta semanal del Sr. Arzobispo

El atrio, la plaza y el templo

Nada menos que cincuenta y seis personas, en su mayoría jóvenes, han dado comienzo también este año al catecumenado cristiano para adultos. Se trata de gente que no fueron bautizados, o que siendo bautizados no han tenido luego vida cristiana en su biografía personal. Estamos ante algo que empieza a ser frecuente. Que ese cristianismo sociológico de quien se hace cristiano por inercia, va dejando paso a un cristianismo que responde a la convicción de las familias realmente cristianas, o fruto de un encuentro personal con el Señor, a veces a través del testimonio cristiano de los creyentes.

Estábamos en el atrio de la Catedral. No todavía en el templo catedralicio. Tampoco estábamos ya en la plaza. Era el atrio, como lugar intermedio de quien viniendo de la plaza quiere adentrarse en el templo. Toda una parábola de lo que es este rito del catecumenado de adultos. En la plaza está la vida que a diario se pasea, la prisa que nos gastamos en los vaivenes cotidianos, también están los ancianos que toman el sol serenamente sentados en sus años de sabiduría, o los niños que corretean de aquí para allá dando vivacidad a una esperanza que en ellos es cierta, o los piropos que se dejan escuchar en jóvenes enamorados de cualquier edad. En la plaza está la vida.

En el templo catedralicio está el Misterio con mayúsculas, porque Dios mismo ha querido poner la tienda de su encuentro en medio de las contiendas de nuestros desencuentros, y es allí en su casa donde el Señor es un vecino más sin ser un paisano cualquiera, donde escuchamos una Palabra que no engaña, donde recibimos un alimento eucarístico que no trafica con nuestra hambre, donde la paz que nos intercambiamos es un sincero gesto de reconciliación, donde la música sagrada, el arte de los retablos, las columnas y bóvedas, todo se concita para acogernos a todos los hijos de Dios para que aprendamos más y mejor a ser hermanos de quien Él nos ha querido confiar poniéndolos cerca o queriéndolos desde lejos.

Yo acababa de volver de África, donde he estado visitando a nuestros hermanos misioneros en la Misión diocesana que allí tenemos. Me sorprendió cómo en aquel lugar los cristianos me pedían que mantuviese a los misioneros trabajando sacerdotalmente con ellos y no los llevase a España, y que les ayudase para agrandar la capilla-parroquia o para hacer una nueva, debido a que ya no caben por el precioso modo de crecer de aquellas comunidades cristianas. Y les comenté a nuestro plantel de catecúmenos en la Catedral cómo es hermoso ver que crece la Iglesia.

Pero no pude dejar de compartir con ellos el contrapunto de unos días antes. Por estar dirigiendo la Comisión de cultura del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas, hacía dos días que había tenido reunión en Bruselas. Allí un anciano obispo holandés me comentaba con tristeza que estaban vendiendo la Catedral, porque ya prácticamente no iba nadie a rezar ni a celebrar, y les resultaba insostenible su mantenimiento. ¡Qué contraste entre unos y otros! Una Iglesia pujante y sencilla, pobre y auténtica, y otra Iglesia gastada, vacía, derrotada y en venta.

Les emplacé a nuestros catecúmenos para que fueran piedras vivas de una Iglesia acogedora, que sabe vivir debidamente el culto que glorifica a Dios, y que sabe, al mismo tiempo, ser brazos tendidos y puertas abiertas para que los hermanos sean bendecidos en sus vidas y curados en sus heridas. Es esperanzador que a pesar de las dificultades que en estos tiempos atravesamos los cristianos, Dios no deja de darnos signos para que nuestra esperanza no decaiga y, debidamente purificados por nuestras contradicciones, podamos cantar el himno de la alegría que sólo el Señor resucitado pone en nuestros labios y entrañas.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

miércoles, 20 de febrero de 2019

El altar mayor de la Catedral cambia su ambón por uno de mármol

La sustitución, con una nueva pieza obra de una empresa asturiana, responde a motivos litúrgicos

(lne/ Elena Fernández - Pello)

El atril de madera situado a la derecha del Altar Mayor de la Catedral ha sido reemplazado por un nuevo púlpito, de mármol negro y blanco y fijado al suelo. Se trata de una pieza única, encargada por el Cabildo catedralicio a la empresa Artecdos Arquitectura Técnicas de Restauración y Construcción.

La sustitución responde a motivos litúrgicos, explica el deán de la Catedral, Benito Gallego, para mantener cierta coherencia en el conjunto de elementos que se integran en el altar principal de la basílica de San Salvador. El nuevo púlpito, o ambón, está realizado en mármol negro, con la parte alta para el reposalibros en blanco, en consonancia con la mesa del altar. Junto a la pieza incorporada hace unas semanas al altar se ha colocado el portacirios pascual, realizado en el mismo material y por los mismos profesionales, en el que, como explicó el deán, se coloca una vela encendida el Sábado Santo y que el resto del año permanece vacío.

El anterior atril ha sido retirado y de momento no se le ha encontrado un nuevo uso. La pieza había sido adquirida en una casa comercial de Albaida, en Valencia, "Veremundo", por catálogo.

Artecdos ha trabajado en ocasiones anteriores para la Catedral. Sin ir más lejos, la empresa asturiana se hizo cargo hace casi un par de años de la restauración de la fachada del templo que da a la Corrada del Obispo, en la que se habían producido desprendimientos. También ha intervenido en la capilla de Covadonga.

La Catedral de Oviedo está pendiente desde hace ya meses de la restauración de los retablos de la girola y de la capilla de los Vigiles.

Del Oficio del Día

La sabiduría de Dios nos mezcló su vino y puso su mesa Procopio de Gaza. Comentario sobre los Proverbios 9

La Sabiduría se ha construido su casa. La Potencia personal de Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo, en el que habita por su poder, y también lo preparó para aquel que fue creado a imagen y semejanza de Dios y que consta de una naturaleza en parte visible y en parte invisible.

Plantó siete columnas. Al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en él y observe sus mandamientos, le ha dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el conocimiento por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales.
Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los designios divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de percibirlos; y por el don de entendimiento, que nos ayuda a someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos.

Ha mezclado el vino en la copa y puesto la mesa. Y en el hombre que hemos dicho, en el cual se hallan mezclados como en una copa lo espiritual y lo corporal, la Potencia personal de Dios juntó a la ciencia natural de las cosas el conocimiento de ella como creadora de todo; y este conocimiento es como un vino que embriaga con las cosas que atañen a Dios. De este modo, alimentando a las almas en la virtud por sí misma, que es el pan celestial, y embriagándolas y deleitándolas con su instrucción, dispone todo esto a manera de alimentos destinados al banquete espiritual, para todos los que desean participar del mismo.

Ha despachado a sus criados para que anuncien el banquete. Envió a los apóstoles, siervos de Dios, encargados de la proclamación evangélica, la cual, por proceder del Espíritu, es superior a la ley escrita y natural, e invita a todos a que acudan a aquel en el cual, como en una copa, por el misterio de la encarnación tuvo lugar una mezcla admirable de la naturaleza divina y humana, unidas en una sola persona, aunque sin confundirse entre sí. Y clama por boca de ellos: «Los faltos de juicio, que vengan a mi. El insensato, que piensa en su interior que no hay Dios, renunciando a su impiedad, acérquese a mí por la fe, y sepa que yo soy el Creador y Señor de todas las cosas.

Y dice: Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: «Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación».

R/. La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, 
ha mezclado el vino y puesto la mesa.
V/. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él», dice el Señor.
R/. Ha mezclado el vino y puesto la mesa.

Oración
Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

V/. Bendigamos al Señor
R/. Demos gracias a Dios

martes, 19 de febrero de 2019

Eugenesia y aborto: “Que venga sanito”. Por Guillermo Juan Morado

(La Puerta de Damasco) La “eugenesia” es el estudio y la aplicación de las leyes biológicas de la herencia orientados al perfeccionamiento de la especie humana. En principio, nada que objetar, siempre y cuando sea respetado, en su dignidad, cada ser humano.

No solo importa la especie humana, sino que importa cada ser humano, cada persona humana, que, como decía Kant, es fin en sí misma y no medio; tiene dignidad y no precio.

La razón humana es un instrumento muy potente. Nos permite conocer, comprender, planificar, calcular… Para que este grandioso medio no se ponga al servicio de lo peor, necesita partir de bases adecuadas, de buenos principios. Sin ese fundamento estable, cualquier cosa – hasta la más disparata – puede ser ejecutada según los dictados de la razón. La historia y la experiencia de cada día lo atestiguan más que de sobra.

Si la eugenesia se vuelve loca, si en aras del supuesto perfeccionamiento de la especie humana, vale todo o casi todo, estamos ya perdidos. Si vale “todo”, ese todo incluirá el sacrificio de “un” individuo, o de dos, o de los que sean necesarios, siempre y cuando salga – supuestamente - beneficiada la especie.

Y, por otra parte, ese perfeccionamiento que “todo” lo justifica queda al dictado, o al capricho, de los pocos que mandan en el mundo y que pueden – con el poder que da el dinero - hacer valer sus criterios.

Apliquemos esta cuestión al problema del aborto. Si el principio del que partimos es el de que el embrión humano es algo y no alguien, una cosa y no una persona, una realidad que puede ser tratada como un objeto y no como un sujeto… empezamos muy mal. De ese principio se puede seguir una aprobación completa del aborto, únicamente sometido al albur del que manda.

Si el concebido aún no nacido es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien, resulta difícil, a mi modo de entender, oponer cualquier razón al argumento de muchas feministas: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Argumento que las feministas usan a discreción, ya que ese mismo motivo no parece convencerlas cuando se trata de los llamados “vientres de alquiler” (también paren las “madres de alquiler”, también podrían decidir…).

Si el concebido aún no nacido es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien, resulta difícil, a mi modo de entender, oponer razones de peso a los argumentos proclives al mal llamado “aborto eugenésiso” – abortando a un individuo no veo cómo se mejora la especie - . La ley de aborto vigente en España dice que se podrá abortar cuando “no se superen las veintidós semanas de gestación y siempre que exista riesgo de graves anomalías en el feto y así conste en un dictamen emitido con anterioridad a la intervención por dos médicos especialistas distintos del que la practique o dirija”.

Si el concebido aún no nacido es solamente algo, un bien, que no tiene derecho a ser tratado como alguien, resulta difícil oponerse a que, sin límite temporal, se pueda abortar cuando “se detecte en el feto una enfermedad extremadamente grave e incurable en el momento del diagnóstico y así lo confirme un comité clínico”.

Ya hace años que se ha observado que el diagnóstico prenatal, que en principio es algo bueno, si se trata de curar una enfermedad, se ha convertido, a la mínima “discapacidad” que se detecte, en un pretexto para abortar.

Mucha gente suele decir: “Que venga sanito”. No es un mal deseo. Pero, ¿si no viene “sanito”, qué? ¿Y qué es “venir sanito”?

Si lo que “viene” es un objeto, cabe desecharlo si no está del todo “sanito” (si no se adecua a las expectativas de quien lo espera). Si el que acaba de venir ya era no solo algo, sino alguien, entonces lo moral es acogerlo, sin evaluarlo como si fuese una mercancía en más o menos perfecto estado.

Las palabras duras de un periodista acerca del nacimiento de niños con discapacidad han motivado una respuesta de la Fundación Lejeune: “Todo ser humano tiene derecho a vivir, independientemente de las condiciones en que se produzca esa vida. Por tanto, negar a una persona el derecho a la vida es siempre una vulneración de derechos".

La Fundación Lejeune tiene razón. Por desgracia, no solo un periodista particularmente atrevido justifica como mejor, hasta desde el punto de vista moral, el aborto de un niño que viene con alguna discapacidad. También, en cierto modo, la ley lo justifica. Y hasta la opinión de muchos - ¡que venga sanito! - que, al oír las consecuencias que se derivan de ciertos principios, se hacen los escandalizados.

Contra ese periodista solo pueden argüir coherentemente - así lo creo - aquellos que se oponen al aborto. Aquellos que reconocen siempre la dignidad de la persona humana, también la del incapacitado y del enfermo, sea niño o anciano. Aquellos que permiten que la razón se amplíe al dejarse conmover por la presencia del otro, sin permitir, sin embargo, el falso y voluble recurso al mero sentimentalismo, proclive al escándalo de falso beato y a las lágrimas de cocodrilo.

El padre Nieto: El alma bella de un santo feo. Por Pedro Miguel Lamet

Hay hombres y mujeres cuya santidad viene envuelta en unas cualidades de lujo, tanto físicas como intelectuales o psicológicas. Y otras personas en donde las virtudes quizás brillen más porque las cualidades humanas echan para atrás. Este el caso de Manuel García Nieto, SJ, cuyas virtudes heroicas acaban de ser aprobadas por el papa Francisco en nuevo paso en su camino hacia los altares.

Del padre Nieto cuentan que era tan horrorosamente feo -rostro deforme, andar renqueante, voz ronca- que a la hora de ser candidato para el sacerdocio sus superiores se plantearon si admitirlo o no, pues del Derecho Canónico aconseja que no se ordenen a los muy feos por el rechazo que esto puede suponer en los fieles. Nieto se limitó a presentar a su hermano que era más feo que él y fue admitido.

Pronto se vería la belleza espiritual cautivadora de aquel muchacho débil de salud que había nacido en un pueblecito de Salamanca llamado Macotera el 5 de abril de 1894 y que desde muy niño le gustaba jugar a decir misa. A los catorce años ingresó en el seminario salmantino y trabajó seis años como sacerdote diocesano, los dos primeros con el cargo de coadjutor en Cantalapiedra, y los otros cuatro como teniente cura en la parroquia de Santa María de Sando y su anejo El Valejo. Desde el principio fue un modelo de sacerdote, "tras las huellas del Cura de Ars", como dice su biógrafo Benigno Hernández. Por ejemplo fomentaba mucho las vocaciones entre los jóvenes de su parroquia.

En 1926 decide hacerse jesuita e ingresa en el noviciado de Carrión de la Condes, para estudiar sucesivamente en Salamanca y Oña (Burgos) donde se dedicó a repasar teología. A partir de ese momento Manuel ocupará el único y gran destino de su vida: director espiritual del seminario de Comillas, tanto con los seminaristas más jóvenes como de los mayores, a los que impartió también clases de Teología Pastoral y Teología Ascética y Mística.

Estaba dirigiendo una tanda de ejercicios espirituales a un grupo de sacerdotes cuando estalló la guerra civil. En comunidad durante el mes de agosto de 1936 fue detenido con sus compañeros y conducido por un piquete milicianos a Santander. Pronto se dedicó a trabajar clandestinamente con seminaristas dispersos, arriesgando su vida, pues en aquel tiempo fueron asesinados 25 de los detenidos en Comillas. Al año siguiente, gracias a un salvoconducto, se refugió en Vizcaya, hasta que ocupada Comillas por las tropas de Franco, vuelve a ejercer su cargo de director espiritual de filósofos y teólogos.

Muy duro consigo mismo, pues dormía poco y comía menos, era sin embargo muy cautivador para los alumnos del seminario, del que en los años cincuenta saldría una buena cosecha de insignes sacerdotes, muchos de ellos obispos. Tenía especial debilidad por atender a los pobres. En los años de escasez de la posguerra su cuarto parecía una tienda de ultramarinos, donde se acumulaban ropas y víveres para los necesitados.

Su fuerza estaba sobre todo en su profunda y continua vida de oración, su amor a la Eucaristía y en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio que impartía sobre todo a sacerdotes durante los veranos. "Por nada del mundo cambiaría media hora de Sagrario", decía. "Un acto de amor de Dios vale más que la creación entera", o "hay que reventarse por Cristo". Sufrió cuando la Universidad Comillas fue trasladada a Madrid y sus métodos, en la vorágine del posconcilio, fueron cuestionados. A partir de 1968 permaneció en Comillas hasta su muerte el 13 de abril de 1974. Un buen perfil traza de él el arzobispo Gabino Díaz-Merchán: "En su vida la mortificación ocupaba un puesto muy importante, pero no estaba separada del amor. Por eso era al mismo tiempo atrayente. Inculcaba la necesidad de la penitencia, sin embargo en la dirección espiritual era muy indulgente". Y José María Cirarda: "Siempre admiré en él la austeridad penitencial, y una humanísima comprensión para todos, animada por una caridad exquisita".

El escritor José Luis Castillo-Puche le dedicó muchas páginas en su novela Sin camino (Buenos Aires 1956) sobre esta última etapa. También aparece en la novela La vida a una carta (Barcelona 1986) Murió en loor de santidad el Viernes Santo de 1974 cuando contaba con 80 años. En principio fue enterrado en Comillas (Cantabria) pero en 1985 fue trasladado a una capilla de la Iglesia Parroquial del Milagro de San José en Salamanca.

Su epitafio dice así:

P. Manuel García Nieto, S.J.
Macotera, 5-IV-1894 - Comillas, 13-IV-1974
Vida de continua oración
Penitencia por amor a Cristo
Entrega generosa al pobre
Corazón sacerdotal

Como san José María Rubio, SJ en su humilde apariencia física resplandecía más la acción de Dios. Cuentan que una vez le dijo a un seminarista: "Cuando recuerdes mis defectos, anótalos para que no se te olviden". Ahora se ha dado un paso más para que brille como ejemplo de santidad para toda la Iglesia.

lunes, 18 de febrero de 2019

Gracia y privilegio de ser cura de aldea. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Hace unas semanas, preparando los ejercicios espirituales que dirigí a un grupo de sacerdotes de la diócesis de Lugo, pregunté al delegado de clero, D. Miguel Asorey, si estaba interesado en que planteara alguna cosa especial, algún tema que pudiera parecer interesante o necesario para los sacerdotes que pudieran acudir. D. Miguel solo me pidió una cosa: aquí, me dijo, prácticamente todos somos párrocos de pueblos y aldeas y a veces nos cansamos. Necesitamos que nos animes…

A raíz de esta sugerencia, ofrecí a los sacerdotes una meditación que, precisamente, llevaba este título y en la que quise compartir con ellos la gracia y el privilegio que supone ser cura de aldea. Siempre lo intuí, pero desde que me he convertido en cura más que de pueblo de aldea (de hecho, en el pueblo en el que vivo apenas llegamos a los cincuenta habitantes en invierno) cada día experimento con mayor abundancia la gracia y el privilegio que supone ser cura de aldea. Bendito sea Dios.





Muchas son las razones, y ahora no las voy a exponer todas. Quizá un día me anime y ponga por escrito aquella meditación que me consta que a algunos compañeros les hizo mucho bien, pero hoy sí quería comentar simplemente alguna de las razones para vivir la pastoral y la presencia en nuestros pueblos mínimos como una auténtica gracias de Dios.

Ayer, en Braojos, celebré misa como cada tarde. En la preciosa capilla de diario, tres mujeres mayores y un hombre que llegó a última hora. Pensaba que algo así era el calvario. Cristo en la cruz, muriendo por nosotros, dando su sangre en remisión de los pecados y al pie de la cruz apenas María, alguna mujer y el discípulo Juan.

Cada misa es el calvario, el sacrificio de Cristo. Tan misa la solemne del Vaticano como la catedralicia, la monástica, la dominical de una parroquia inmensa o la de diario de Braojos con tres o cuatro personas. La de Braojos, la que celebra un servidor en su pueblito, y siendo igual que todas las demás, me hace entrar de manera especial en el calvario con su soledad, su nada, su abandono. Es como si a uno se le regalara el privilegio de acudir al calvario de una manera muy cercana.

Cristo predicó caminando de aldea en aldea. Doy gracias a Dios por el privilegio de predicar y celebrar yendo de pueblo en pueblo, y tantas veces con prácticamente nadie. Serán cosas mías, pero es como si uno tuviera la suerte, la gracia y el privilegio de vivir especialmente cerca a la vida y el ministerio de Cristo.

Cualquier sacerdote hablará de la soledad del calvario. El cura de pueblo la experimenta. Cualquier sacerdote sabe que Cristo caminaba de aldea en aldea. El cura rural lo sabe y lo hace. Es sencillo y repetido hablar de los últimos. Nosotros, los curas de aldea, tenemos la gracia, la suerte y el privilegio de estar allí donde ya no hay nada, apenas unos ancianos.

Ser cura de aldea es experimentar la voz del Maestro que te dice: “mira, tú en la ciudad te vas a dispersar y corres el riesgo de despistarte en tu ministerio, así que te voy a llevar al desierto para hablarte al oído y cuidarte especialmente”.

Yo sé que esto no se entiende. Y es que, también los curas, pensamos como los hombres, no como Dios. Pero, si pensamos como Dios, lo de ser cura de pueblo, de aldea, es el gran privilegio que solo algunos hemos podido recibir. Me ha tocado.Y no dejo de dar gracias a Dios por este gran regalo.

«Murieron gritando 'Viva Cristo Rey'»

Nueve seminaristas asturianos serán beatificados en la Catedral el 9 de marzo | El más joven tenía 18 años y el mayor, 25. La Iglesia acaba de declararlos «mártires asesinados por odio a la fe» entre 1934 y 1937

(El Comercio/ A. VILLACORTA)

«La gloria de los mártires permanece, mientras que los regímenes de persecución pasan». La frase fue pronunciada el pasado mes de noviembre en Barcelona por Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el mismo cardenal que el 9 de marzo presidirá la ceremonia de beatificación de nueve seminaristas asturianos en la Catedral de Oviedo. Un acto cargado de solemnidad que dará comienzo a las 11 de la mañana y que pondrá el punto final a un proceso que comenzó hace ya veintinueve años.

Fue en 1990 cuando el entonces arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, encargó al sacerdote Ándrés Pérez -en aquella época, recién licenciado en Derecho Canónico en Roma y hoy párroco de Tapia de Casariego- que estudiase los casos de una veintena de asturianos fallecidos durante la guerra civil para su declaración de mártires de la Iglesia católica. Una encomienda extremadamente compleja en la que, tras recabar decenas de testimonios de testigos y «tras descartar a aquellos héroes que murieron con un fusil entre las manos», se abrió finalmente la causa de beatificación de nueve chavales que estudiaban en el antiguo Seminario de Oviedo -entonces, de Santo Domingo- y que, según la Iglesia, fueron «asesinados por odio a la fe» (odium fidei) entre 1934 y 1937.

«Estos procesos son largos porque deben recogerse todas las pruebas documentales y testificales que permitan arrojar luz sobre cada caso», cuenta el postulador de la causa, que precisa que «es necesario demostrar tres cosas. La primera, que fueron asesinados por el odio a la fe. La segunda, que aceptaron su muerte. Y, finalmente, que perdonaban a quienes los mataban, bien de forma explícita o implícita».

Todas las pruebas se reúnen en la fase diocesana del proceso y, una vez recogidas y concluido ese periodo, se envían las actas a la Congregación de las Causas de los Santos de la Santa Sede, donde se estudian pormenorizadamente, antes de que el Papa pueda emitir un juicio.

Fue el pasado 7 de noviembre cuando la Congregación hizo pública la aprobación por parte del Pontífice de los 'Decretos de Martirio de los Siervos de Dios' Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros de aulas del Seminario de Oviedo. «El mayor tenía 25 años cuando fue asesinado. El más joven, 18».

El subdiácono lastrino Cuartas y otros cinco estudiantes (César Gonzalo Zurro Fanjul, Jesús Prieto López, José María Fernández Martínez, Juan José Castañón Fernández y Mariano Suárez Fernández) «fueron asesinados entre el 6 y el 7 de octubre de 1934», relata el sacerdote Andrés Pérez, «y no murieron blasfemando ni insultando a sus asesinos, sino gritando 'Viva Cristo Rey' y 'Viva España católica'».

«Todo empezó mientras estaban en clase. Sabían que los mineros habían venido de las Cuencas y, de repente, empezaron a escuchar tiros. Cuando dejaron de oírse, varios decidieron escapar como pudieron y un grupo se refugió en un sótano lleno de humedad, sin agua ni comida», cuenta el postulador de la causa. «Esa noche, hablaron de qué harían si morían como mártires. El que quiso se confesó y uno de ellos dijo que no podían seguir allí siempre, así que salió. Y, de pronto, escuchó que alguien le soltaba: 'Ya caíste, pájaro. ¿Dónde están los demás?'. Cuando los llevaban por la calle Padre Suárez, la gente chillaba: 'Matailos, matailos'. Y, al llegar a la estación de El Carbonero, ya les ordenaron que se pusieran contra la pared. Primero mataron a tres. A Gonzalo, Ángel y Mariano. Otro compañero se salvó diciendo que no era cura. Y, después, cayeron Jesús, José María y Juan José, el más joven».

La sangre volvió a correr el 4 de septiembre de 1936. Ese día, Luis Prado García, natural de San Martín de Laspra y que al estallar la contienda decidió esconderse en Avilés, fue descubierto para ser trasladado «primero a la cárcel de Salinas y, más tarde, a Gijón. Y, allí, en la playa de San Lorenzo, le conminaron a levantar el puño y a dar vivas a la República, pero él se negó. Le metieron once tiros, algo que sabemos por un médico de los milicianos que certificó su muerte. Tenía 21 años».

Solo cuatro más, 25, tenía Manuel Olay Colunga, nacido Noreña y a quien «se llevaron a fortificar San Esteban de las Cruces para después ejecutarlo también con varios disparos en Villafría (Oviedo) el 22 de septiembre. Su cuerpo aún no ha aparecido».

Y 21 tenía Sixto Alonso Hevia, el mayor de once hermanos. «A él y a su padre les metieron en la cárcel y después fue enviado a la zona de Ponga. Ya se la tenían jurada y le hacían la vida imposible. Hasta que un día, mientras se estaba haciendo un chocolate para desayunar, le acuchillaron hasta matarlo». Pero, como explica Andrés Pérez, «no se trata de hablar de los asesinos ni de política. Está claro que ambos bandos hicieron barrabasadas y que ellos tienen a Las 13 Rosas o a Aida Lafuente. Aquí se trata de que murieron por su fe».

domingo, 17 de febrero de 2019

Evangelio Domingo VI del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. 

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. 

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacian vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor

sábado, 16 de febrero de 2019

Juan José Castañón, el eterno niño de Aller. Por Rodrigo Huerta Migoya

Antecedentes biográficos 

El apellido ya le delata; Castañón nos suena a cuenca del Caudal, como el Beato Genaro Fueyo Castañón, lenense del pueblo de Congostinas. Y así es, "Castañones" en estos valles mineros se encuentran unos cuantos.

Parece que el apellido ahonda sus raíces en esa Cuenca, en cierta zona de León y, especialmente, en Aller donde se documenta una antiquísima casa solariega de este apellido en la parroquia de Nembra.

Nació Juan José Castañón Fernández un 6 de Agosto de 1916, fiesta del Salvador, Patrono de Oviedo y titular de la Iglesia Catedral de la Diócesis. Su madre era de La Felguerosa (Moreda), mientras que su padre José y su abuelo Luciano, vivían en Moreda, aunque con ascendencia en Grameo (Gramedo), un pueblo de la parroquia de Santa Cruz de Mieres. Y la abuela paterna, Dionisia, era de Carabanzo (Lena). Los abuelos maternos, José y Esperanza, él de La Felguerosa y ella de Moreda. El niño fue bautizado al día siguiente de nacer, como era costumbre entonces, por el Coadjutor D. Alfonso García. 

Desde bien pequeño Juan José dió sobradas muestras no sólo de buena conducta, sino de una caridad por encima de lo normal, por no hablar de la sensibilidad social hacia los pobres y los trabajadores. No era el hogar del pequeño Castañón una casa de lujo, ni una familia de posibles, ni un apellido de altura, a pesar de que a lo largo de la historia fueran numerosos los destacados Castañones que gozaron de renombre y prestigio. No; lejos de ello, en su familia se cumplía aquel canto allerano que decía ''en Moreda ta la fame''. Y es que la mina era además de dura y peligrosa, mal pagada, por no hablar de la situación en la que quedaban las familias que en aquellos comienzos del siglo XX perdían al cabeza de familia por un accidente laboral.

Era morenín o prietu, de tez dura y oscura como el carbón de su tierra. De niño su familia lo describía como un niño más bien regordete, pero con el paso de los años y al pegar el estirón cambió totalmente su forma física. Destacó siempre por su alegría y su amable sonrisa. Nunca fue de los altos de entre los muchachos de su quinta, por lo que siempre aparentaba ser más pequeño de lo que en realidad era.

Terminadas las primeras letras en su Moreda natal, pasó al Colegio de los Hermanos de la Salle de Caborana, donde continuó sus estudios. Era, además de aplicado, inteligente y buen estudiante, con un expediente sin tacha.

Ya de bien niño jugaba a ser sacerdote y a decir Misa, algo que siempre recordaron con cariño sus primos de Mieres, en cuya casa pasaba muchas temporadas y donde siempre que jugaban a "celebrar misa", Juanjo lograba la atención de una veintena de niños de los alrededores que se acercaban muy curiosos a ver y escuchar al pequeño allerano rezar en latín imitando al sacerdote y hablarles de la vida eterna con Cristo.

Su infancia no fue nada fácil tampoco; perdió a su madre siendo muy niño, quedando solos Juanjo con  su padre y sus cuatro hermanos. Su padre se casa por segunda vez y de cuyo matrimonio nace su hermano Luciano, pero tampoco la felicidad durará mucho ya que su madrastra fallecerá igualmente pronto. Casado por su padre por tercera vez con la que será su última esposa, este matrimonio no traerá ya al mundo ningún niño.

Esto no hizo del hogar de Juanjo nada diferente al resto; en su casa se siguió rezando y llevando vida de familia plenamente cristiana que con la entereza de la fe iban enfrentando y sobrellevando las contrariedades que en el devenir de la vida les iba presentando.

Allerano de Moreda 

En ese precioso Valle de Aller creció el pequeño Juanjo. Allí empezó a dar sus primeros pasos en la vida, a la vera de la Iglesia primitiva de San Martín de Moreda, edificio que constituía el típico templo rural asturiano con espadaña y pequeñas dimensiones, abrazado por un amplio cabildo para resguardarse de la lluvia y poder reunirse. Aquí, en esta vieja iglesia recibió Juan José las aguas del bautismo. Este templo fue derribado en 1918 para levantar en el mismo solar un nuevo templo, pensando en el crecimiento de la localidad.

El patrono de Moreda es un Santo internacional, no se entiende ya el pueblo sin el santo ni el santo sin este pueblo que le ha dado nombre y renombre hasta fuera de España, y es que hasta el que no es de la cuenca minera, el 11 de Noviembre piensa en Moreda, que está de San Martín...

Siempre tuvieron fama los moredanos de ser gente acogedora, muy nobles y muy ''humanos''. Ese ser muy ''humanu'' -como dicen por esas tierras- quiere decir que uno tiene caridad y sensibilidad; es decir, que no tiene uno el corazón de piedra ante las desgracia de un semejante. Y es que a lo largo de los años los de Moreda han tenido como referente al Santo Obispo de Tours, aquel que partió su capa con un mendigo. Y es que la catequesis de San Martín no es otra que la aplicación pura del Evangelio: ''cuando con uno de estos los más humildes lo hicisteis, conmigo lo hicisteis''.

Frente a este hermoso patronazgo y esta lección sublime del Santo Francés, nace en Moreda la "Sociedad de Humanitarios de San Martín" trece años antes de nacer nuestro admirado mártir. Así, en aquel 1905 nace a la sombra de la Parroquia pero promovido por el pueblo fiel, esta entidad con tres fines claros. En primer lugar, para promover la caridad siguiendo la estela del Santo; en segundo, aunar a todo el vecindario de la localidad -más o menos creyentes- para entre todos luchar por la mejora del pueblo, y, en tercer lugar, para mantener la esencia asturiana que años atrás se presentaba algo difuminada en la zona por la absorción de la industrialización.

Este espíritu, esencia y vivencia de la humanidad de San Martín que recrea Moreda para ser humana como él, será la primera corriente de espiritualidad de la que beba Juanjo y muchos otros chicos y chicas de su tiempo, los cuales convertirán esta Parroquia del Santo de Tours en la que se dice que fue la segunda más levítica de las cuencas, por detrás, lógicamente, de la de Nembra (que encabezaba el "ranking") y cuyas estadísticas no tienen precedentes ni comparación en la Diócesis.

Un buen cristiano de Moreda sabe ver a Cristo en el que sufre, como vió San Martín en aquel pobre mendigo. Parece algo evidente, harto repetido y supuestamente sencillo de llevar a la práctica, más por desgracia, como se puede contrastar, no todos los que se dicen cristianos -y menos aún todos los bautizados- han sabido hacer suya esta enseñanza tan antigua y a la vez tan necesaria y actual.

Conocía la realidad de la mina a la perfección, pues al menos una vez a la semana allá iba en busca de su padre o a colaborar en alguna faena que los niños prestaban en aquellos tiempos. Su padre no quería que su hijo tuviera su futuro en la mina, y Dios escuchó su deseo llamándolo primero al sacerdocio y después acogiéndolo en el Cielo en la Asamblea de los Bienaventurados.

"Castañina" o "Sapina"

Con una vocación muy latente cuyos referentes -abordaremos más tarde- Juan José le da su primer sí al Señor tras comentar en casa su anhelo de ser sacerdote tras la invitación del Coadjutor de la Parroquia de ir al Seminario, con la ayuda de alguna beca... Así deja el pequeño allerano su tierra partiendo para tierras maliayas, ingresando en el Seminario de Valdediós en 1928.

Don Custodio sabía que era un chico aplicado, inteligente y muy capaz, por lo que desde el primer momento tranquilizó a su familia respecto a las cargas económicas, confiado de que si seminaristas con menos capacidad habían logrado alguna ayuda, "Juanjo, con lo listo que es, seguro que logra por su esfuerzo una beca para toda la estancia". Tenía buen ojo el Coadjutor de Moreda, pues así fue; prácticamente logró cursar todos los años de seminarista con becas que en su totalidad cubrieron los gastos, y si alguna vez faltaba alguna menudencia, su Parroquia se encargaría de cubrir la diferencia.

Siempre fue un seminarista popular por su forma de ser, por su espíritu atrevido y noble, su alegría y sencillez. Muy estudioso y aplicado, formal y piadoso; llamaba la atención la vida espiritual tan profunda que manifestaba con un grandísimo amor a la Santísima Virgen y un preclaro anhelo pastoral. Estaba enamorado de su vocación y ningún obstáculo imaginaba en su camino que le impidiera llegar al día de las Órdenes. Cuentan que en cierta ocasión unos yendo por la calle unos obreros se rieron, le insultaron y ridiculizaron por ir de sotana, y él les respondió que estudiaría para ser sacerdote sin demora, también por y para ellos.

Tenía una cabeza muy bien amueblada y se le daba muy bien la filosofía en cuyos densos libros y manuales se sumergía con facilidad y gusto. También tenía habilidad para los pasatiempos, siendo sus preferidos los crucigramas, los cuales resolvía con soltura y bastante rapidez. Le gustaba igualmente jugar al balón.

Los testigos que le conocieron le asignan preciosas definiciones y todo tipo de buenos adjetivos: candoroso, aplicado, agradable, ameno, ocurrente, maduro... estimado por compañeros y profesores, con alma misionera, tenaz y constante en el estudio, modélico y querido por todos; y, aunque poco comunicativo, se hacía querer. Era serio, atento, muy activo, muy dispuesto en ofrecerse para echar una mano.

El pobre Juanjo nunca destacó por ser buen mozo, más bien menudo; era el más bajito de su promoción y el que por facciones siempre se le consideraba de los más "pequeños" por sus rasgos aniñados que siempre le caracterizaron y diferenciaron del resto, que parecían crecer a mayor ritmo que él. Esto nunca le supuso ningún trauma, con mucha alegría aceptó su etiqueta de chiquitín del Seminario, lo cual le convertía siempre en el actor que representaba los personajes menudos, infantiles y hasta de recién nacidos como el caso de las "Pastoradas Navideñas" donde ya era tradición en la Casa que Castañón hiciera las veces del niño Emmanuel.

Algo que a los asturianos nos cuesta mucho evitar son los diminutivos y aumentativos, que aunque para los de fuera pueda sonarles hasta ofensivo o malsonante, aquí los hacemos como muestra sobre todo de cariño, confianza o familiaridad. Así, a Juan José le "cayeron" múltiples pseudónimos y todos -lógicamente- diminutivos: Juanjín, Castañín, Castañina, Sapina... Nunca fue algo peyorativo, sino que formaba parte de la idiosincracia astur. En el clero mayor los sacerdotes siempre se llamaban entre ellos con dos acepciones muy típicas: el "mote" del Seminario o por el nombre de la Parroquia, algo que aún se respira por ejemplo en la Casa Sacerdotal donde, por ejemplo, Don Luis Piñera era "Piñerina", Don Manuel Antonio, el de Pravia, era "Barrerina", Don Francisco, "Caborana" o "Pacón"... Si no se destacaba por grande ni en pequeño se recurría al apellido o al pueblo natal, pues en aquellos años eran tantos seminaristas que los nombres se repetían por doquier. Así, por ejemplo, a Don José Antonio Rodríguez le quedó "Nembra", y a Don Manuel Peláez, "Peláez" a secas, para sus compañeros. Y luego ya estaban los "motes" de profesores que ya eran más originales. Por poner algún ejemplo, Don Celestino Martino era "Agamenón", y Don Enrique López, ''Tofós''; por cierto, Don Enrique fue Coadjutor en Moreda con Don Custodio.

Su vocación y forma de ser

Aunque cuando empezó en el Seminario era un muchachillo más bien rollizo, pronto fué perdiendo peso, a lo que a buen seguro contribuyó la vida ajetreada del seminario así como la escasa y mala alimentación de la que disponían en aquel frío monasterio de Valdediós.

Todos apuntan -como ya insinuamos- que su vocación despertó a la sombra del entonces coadjutor de Moreda D. Custodio Álvarez Muñiz. Don Custodio fue toda una institución en Moreda, parroquia y pueblo de sus amores, y aunque había nacido en Trubia (Oviedo) en 1901 se hizo un allerano más. Tras cursar sus estudios en el seminario de Oviedo recibió la ordenación sacerdotal en la cuaresma de 1926 de manos del entonces Obispo de Oviedo Monseñor Juan Luis y Pérez.

Su primer destino será como coadjutor de San Martín de Moreda, donde permanecerá durante tres años (de 1926 a 1929) junto al entonces titular de la Parroquia Don Tomás Suero -del que hablaremos más adelante-. Es en esta época cuando Don Custodio conoce al pequeño Juanjo.

Deja Moreda para ir destinado a la Comarca de la Sidra, comenzando como Ecónomo de San Martín de Vallés y Encargado de San Emeterio de Sietes -Villaviciosa- donde permanece hasta 1933 al pasar como Ecónomo de Santiago de Gobiendes (Colunga). Durante unos meses estuvo encargado de la Parroquia de San Cristóbal el Real de Colunga (Septiembre de 1948 a Enero de 1949). En 1951 -de Enero a Septiembre- fue el Arcipreste de Colunga. Regresa a su amada Moreda, en la que ejercerá como Ecónomo de 1951 a 1955 en que recibe, finalmente, el nombramiento de Párroco. Permaneció en la Parroquia hasta 1986 cuando renunció a esta por su falta de salud para continuar. Un total de tres años como coadjutor, cuatro de Ecónomo, y treinta y uno de Párroco; un total de treinta y ocho años de ministerio sacerdotal en Moreda. Falleció en la Casa Sacerdotal de Oviedo el 9 de Enero de 1991 a los 92 años de edad.

Fue éste un sacerdote modélico que supo llegar a todos sus feligreses, que conocía a cada familia y su situación. Defensor incansable de la dignidad de los trabajadores y denunciante de sus injusticias, pues siempre estuvo del lado de los mineros, manteniéndose al margen de políticas de ningún tipo. Su preocupación era realmente las personas concretas y jamás los colores ideológicos o sus campañas. Transmitió la autenticidad de la fe católica. Pastor celoso e incansable caminaba por las calles de Moreda con su vieja y gastada sotana, el cual parecía haber inspirado la canción de Victor Manuel: "Un cura D´aldea". Cuentan que cuando anunció su marcha toda Moreda se rebeló, incluidos los más ateos del lugar. Vivió admirando y encomendándose a los mártires, especialmente a Juan José, al que le hubiera gustado ver en los altares.

Don Tomás Suero Covielles, el otro sacerdote que conoció nuestro mártir, no tenía nombramiento de párroco, pero a todos los efectos lo fue para Juanjo. Será de las primeras víctimas de la persecución religiosa vivida en Asturias en la revolución del 1934. Fue asesinado el 5 de Octubre, dos días antes que su feligrés, y parece que el seminarista tuvo noticia de la muerte modélica del cura de su pueblo. Con él murieron otros vecinos más de Moreda, todos acusados de "fascistas", aunque el verdadero motivo fue la condición de creyentes.

Decíamos antes que Don Tomás no era párroco de Moreda, hablando en términos puramente canónicos, era Regente -no Ecónomo como refieren algunas biografías- y, no podía ser párroco de San Martín de Moreda porque mantenía la oposición de una parroquia de Llanes próxima a su pueblo, quizá con la intención de volver a sus orígenes cuando se viera mayor, teniendo así la posibilidad de seguir ejerciendo en una parroquia rural y pequeña, con menos trabajo que la de Moreda.

A Don Tomás le pilló de lleno la revolución de Octubre en sus primeros movimientos de sublevación en las cuencas mineras. En Moreda se dio un episodio bastante doloroso con el asalto de los revolucionarios al Sindicato Católico, donde se encerraron veintinueve hombres y una mujer. Pasaban las horas y mientras caían sin apenas dificultad los cuarteles de la Guardia Civil de toda la zona, la también llamada Casa Social de Moreda -sede del Sindicato Católico- permanecía atrincherada frente a los llamados revolucionarios. La tensión aumentaba con el paso de las horas y se presagiaba ya una carnicería en plena localidad ante la firmeza de la revolución. Con la intención de enfocar la rendición de los atrincherados, los rebeldes fueron a la Parroquia para arrestar al sacerdote. Así lo hicieron, y conduciéndole al sindicato le obligaron a entrar como mensajero para que hiciera un llamamiento a la rendición a cambio de que se les perdonaría la vida.

Don Tomás se encontró con la oposición de los de dentro que no se rendían, y con los de fuera que no estaban dispuestos a dejar pasar el encontronazo sin el uso de las armas. Parece que pasó mucho miedo, pero aún así no se escondió en un rincón sino que consciente de que era el final se dispuso a escuchar en confesión y a preparar espiritualmente para la vida eterna a los católicos allí refugiados. Un grupo logró huir y echarse al monte, y con ellos se llevaron al buen sacerdote, Don Tomás se separó de ellos en la subida a Boo, cuando ya fatigado, optó por buscar cobijo en una casa amiga que él conocía. Llamó a la puerta de aquella casa, pero a las pocas horas fue denunciado y arrestado. Se ensañaron con él de forma sangrienta. Cuando yacía ya su pobre cuerpo en el barro lleno de golpes, heridas y balazos, aún consideraron que era poco lo que le habían hecho y decidieron llevar su cuerpo a rastras hasta Moreda para que todo el mundo fuera partícipe de que habían dado caza al cura. La noticia del martirio de Don Tomás corrió por toda Asturias como la pólvora, pues fue de los primeros en morir a manos de los enemigos de la Cruz, el mismo día que perdieron la vida los novicios pasionistas de Mieres y los párrocos de Valdecuna, la Rebollada y Sama de Langreo.

No quisimos omitir la vida e infortunio de Don Custodio ni de Don Tomás, pues las consideramos figuras clave para entender el nivel sacerdotal del que gozaba la parroquia natal de Juanjo cuando era niño, y de cuyos pastores se enriqueció indudablemente, madurando así el alma de aquel pequeño, tan seguro de lo que significaba seguir a Cristo sin reservas.

Mártir y modelo de Mártires

Era 5 de Octubre de 1934 y la revolución, aunque no había llegado aún a Oviedo, ya se había cobrado la vida de sacerdotes y religiosos de las cuencas mineras. En el Seminario se fueron conociendo los hechos sin muchos detalles, a buen seguro por evitar que cundiera el pánico y la preocupación entre los seminaristas más jóvenes. No se logró, evidentemente, pues el miedo reinaba en toda la Iglesia asturiana que presenciaba atónita cómo se había retornado de repente a los tiempos del esconderse y huir, de martirios y catacumbas...

Estoy personalmente convencido que la noticia del martirio del cura de su pueblo tocó ya de forma muy concreta el corazón de Juanjo; él, que siempre se sintió tan unido a su parroquia natal y a sus sacerdotes, a los que a su vera había sentido la llamada del Señor viéndolos a ellos ayudar a los demás, ¿no sería este suceso una invitación también para aceptar los nuevos designios de la Providencia que se vislumbraban "posibles" ante sus ojos?...

Era evidente que Juan José no quería morir, él quería acabar los estudios para poder ser ordenado sacerdote, pero hacía suyo ya el sentir de "mis caminos no son vuestros caminos". Y vivió los acontecimientos que se iban precipitando con el distintivo más auténtico del discípulo de Cristo, del católico verdadero; es decir, amando a los enemigos, a los perseguidores, a aquellos mineros -como su padre- que engañados y manipulados ideológicamente habían destruido su Parroquia y le habían arrebatado la vida a su cura.

Con esos ojos los miraba Juanjo, con los ojos de María, que siempre son misericordiosos. Igual que Cristo estuvo dispuesto a aceptar la pasión y muerte que le llevó al sepulcro, este pequeño allerano asumió que era la hora del testimonio valiente de los amigos del Nazareno que no le niegan ni se avergüenzan de reconocerse sus amigos.

Dos días después de que la sangre de Don Tomás fuera esparcida cruelmente por las calles de Moreda, le llegaba la hora a su seminarista y feligrés de profesar la fe con su vida. Con sentimientos de congoja y con temblor pero confiado en Dios, Juanjo afrontó el final con su detención primero, y su fusilamiento después.

Juan José fue el último en ser disparado en aquella horrenda matanza que se realizó ante el portón de la Calle Santo Domingo. Y no fue el último por casualidad, sino que seguramente fue el seminarista que a los canallas asesinos más les costó poner en mira de sus fusiles, disparar y rematar. El pobre Juanjo era un crío en alma y físico. Su presencia era de inocencia verdadera, pero ante aquellos desalmados fue todo un adulto en su madurez de fe y vocación. Disparar a Castañón no era matar a un curilla, en realidad fue quitarle la vida a un niño, a un guaje de apenas 19 años -¡valiente hazaña!-que nada malo había hecho más que aspirar a ser de mayor como los curas de su pueblo.

La mujer que increpó a los revolucionarios cuando ya prácticamente todos habían expirado, a excepción de José González, parece que se descaró con ellos señalando en relación precisamente a los cuerpos yacentes, que no estaban matando curas, que aquellos no podían ser curas, únicamente niños en cuyas cabezas claramente se veía que no había coronilla de tonsura, que eran unos chavalillos. (Lo que tampoco justifica en modo alguno el ensañamiento canalla que tuvieron con D. Tomás y con otros verdaderos sacerdotes).

Quizás si la buena mujer que salió a pedir clemencia hubiera podido llegar unos minutos antes se hubiera salvado también el pequeño Juanjo por ser el benjamín del grupo, y que menos sospechas por su descrito aspecto hubiera infundido en los justicieros, ávidos de sangre.

Ya el primer tiro había llegado a su cuerpo totalmente a bocajarro, cayó al instante sin poder apenas articular palabra, entre sorpresa, dolor y gritos cayó al suelo mezclándose su sangre en el suelo con la de sus hermanos. La sangre de seis indefensos seminaristas arrollaba en plena calle para regocijo de unos inhumanos hombres que aún creía haber llevado a cabo un hecho épico sin caer en la cuenta de aquellos pequeños cuyos cuerpos rotos que iban perdiendo su calor y su luz les habían mirado con amor y les habían regalado en sus últimos suspiros el perdón...“El tirano muere y su reino termina. El mártir muere y su reino comienza". (Kierkegaard)

Cuando aún no se habían cumplido dos años del cruel asesinato de Juanjo y sus hermanos seminaristas, su tío abuelo, Baltasar Rodríguez Fernández, el cual era el Párroco de Santa María la Real del Naranco-Oviedo, sufrió igualmente martirio por su condición de sacerdote.

Don Baltasar era hermano pequeño de su abuelo, natural de Folgueras (Lena). Llevaba tan sólo ocho años de sacerdote y ya el día de su primera misa había comentado consciente que se avecinaban años difíciles para la fe y que no había mayor gloria que morir como el Apóstol Pedro derramando la sangre por el Señor. Su primer destino fue como Coadjutor, y después ya pasó al Naranco como Ecónomo de la Parroquia y Capellán del Sanatorio de la Delegación del Centro Asturiano de la Habana en Oviedo, y a la Comunidad de religiosas Hijas de la Caridad que lo regentaban.

Si Don Baltasar ya había manifestado muy pronto sus anhelos de dar su vida si hiciera falta, estos anhelos crecieron aún más al conocer el asalto, incendio y martirio del Seminario donde perdió la vida Juanjo, el nieto de su hermana.

Una de sus hermanas que vivía con él en la vieja rectoral adosada al templo prerrománico, le convenció para huir, y así, vestido de paisano, llegó hasta la rectoral de Loriana donde fue arrestado junto con el cura del lugar, más no llegaron a fusilarles al ser liberado Oviedo de los revolucionarios a las pocas horas.

Vivió con mucho miedo, pero sumido en sus obligaciones pastorales y en la oración. Un canónigo de la época diría de él que vivía como un autentico anacoreta, preparándose espiritualmente para lo que hubiera de llegar y pidiéndole a Dios la gracia de ser fuerte cuando llegara el momento de confesar la fe. El Señor le concedería más tarde esa gracia.

El 25 de Julio, fiesta del Apóstol Santiago -primero de "Los Doce" en morir- Patrono de España, y fiesta también en El Naranco, Don Baltasar celebró por última vez la misa, y por la noche aún asistió a un enfermo grave al que llevó el Viático y la Unción. El día 26 domingo cuando se disponía a ir al Sanatorio para celebrar la temprana eucaristía de las religiosas, fue arrestado y recluido en el lugar. En el sanatorio le quitaron la sotana y lo vistieron con un mono azul y un brazalete de la cruz roja para identificarlo como "cura". Pidió como último deseo antes de morir -pues sabía su fin, que le anunciaban entre mofas y befas- que le dejaran ir por última vez a su Iglesia del Naranco, y se lo concedieron. Bajó al Naranco acompañado por dos milicianos y una vez allí les pidió unos minutos para orar a solas en el interior. Don Baltasar aprovechó para consumir todo el copón de la reserva del Sagrario. Regresó feliz a su arresto pues volvía en diálogo con Jesús Eucaristía y con la tranquilidad de que ya no podrían profanar el Sagrario que estaba bajo su responsabilidad. Finalmente, el 8 de Agosto de 1936, junto al sacristán de San Miguel de Lillo y otro vecino que algunos identificaron como de la Adoración Nocturna, fueron fusilados. Enterraron sus cuerpos bajo un castaño en el barrio de Ules. Su familia, después de identificar su cadáver, le dio sepultura en San Pedro de los Arcos, descansando actualmente en el Cementerio del Salvador de Oviedo tras la clausura del camposanto de Los Arcos.

La sangre que brilla en el camino de San Lázaro

Su tío Benjamín (hermano de su padre) tuvo tres hijos llamados por Dios a su servicio, a los que tengo la dicha de conocer muy bien y a los que guardo un profundo cariño: Don Celestino, Sor Berta y Sor Ángeles Castañón González. Un sacerdote diocesano de Oviedo y dos franciscanas del Buen Consejo.

Don Celestino tenía ocho años cuando asesinaron a su primo Juanjo, algo que le marcó de por vida. Su familia siempre contó cómo el germen de su vocación parte del día en que la familia tuvo noticia del asesinato de Juan José, en especial en casa de su tío Benjamín y sus primos que era prácticamente su casa, dado que al quedar huérfano estaba a diario con esta parte de la familia, la cual  se esmeró siempre en darle el cariño que ya su madre no le podía dar. El pequeño Celestino se entera de la noticia al ver a su madre, Laura, llorando desconsolada al saber cómo había sido el final de su pequeño sobrino. Entre balbuceos, esta buena cristiana se limitó a comentar: "¡Qué desgracia Señor, ahora que ibamos a tener un sacerdote en la familia, y nos lo matan!"... Y entonces su pequeño hijo corrió a sus brazos para arroparla y mientras la besaba dijo con firmeza: ''no llores mamá, yo seré sacerdote ''.

Otra hermana de Don Celestino, Maria Elvira, dejará en sus poemas en asturiano para niños buena prueba de la esencia de fe que rezumaba toda esta familia, con un mártir y un sacerdote en la misma. Dice así la prima de Juanjo en un verso infantil: ''¡Ay! Jesusín de mi vida/ tú que yes Dios de los cielos/ sabes que ye de verdá/ lo muncho que yo te quiero''.

El martirio de su primo alentó de modo singular la vida sacerdotal de Don Celestino, incluso en el recordatorio de su Ordenación apareció una dedicatoria para su primo Juan José, mártir. Tras ejercer el ministerio en Sabugo (Avilés) y en Carabanzo (Lena), el cura de su pueblo natal -Santa Cruz de Mieres- solicita al obispo que Don Celestino sea destinado a esta Parroquia como Coadjutor suyo y capellán del templo y poblado de Bustiello. A ella irá y en ella permanecerá, llegando a ocupar el cargo de Párroco hasta que a finales de 1968 Monseñor Enrique y Tarancón le llama a su despacho para encargarle una nueva misión: fundar una nueva parroquia en Oviedo en la zona de Otero. Don Vicente le argumentó que la mayoría de la población del nuevo barrio que se estaba formando, era gente venida de la Cuenca, y por ello le consideró el sacerdote idóneo por ser de allí y haber trabajado en la pastoral de la Cuenca,  y así se pone en marcha la nueva Comunidad Parroquial de San Lázaro del Otero.

Cuando se empezó a estudiar las posibilidades de dotar al barrio de una sede parroquial, alguien le apuntó a Don Celestino: ''oiga por qué no utilizar la Iglesia de los dominicos como sede provisional''  -en ese año de 1968 aún no se había creado la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán- pero Don Celestino no lo consideró así por dos motivos, el primero porque consideraba que la parroquia debía enraizarse en el barrio y no fuera de este, y segundo, porque él siempre evitaba pasar tanto por la calle como por las proximidades de los dominicos, pues como siempre recordaba ''ahí está la sangre de mi primo'', y se le encogía el corazón al recordar el dolor que produjo la noticia de su muerte en la casa familiar cuando él era niño. Finalmente, en 1969 Santo Domingo de Guzmán fue erigida como Parroquia y San Lázaro comenzó sus tímidos pasos; primero se pensó en la vieja Capilla de la Malatería, pero dado su reducido espacio acabó naciendo la parroquia en un local de las Escuelas del Ave María, donde permaneció la sede parroquial hasta la consagración del actual templo, en 1983. El hecho de que el grupo de seminaristas mártires fuera asesinado cuando eran encaminados hacia San Lázaro del Camino, hizo que tanto Don Celestino como sus hermanas vieran en esta casualidad un guiño de Dios, un sabor agridulce de un recuerdo doloroso que por otro lado significaba una hazaña de fe y un testimonio perenne para todos. Y es que en esa calle que de Santo Domingo que sube a San Lázaro, sigue estando la sangre de los Mártires que no se ha borrado y sigue clamando a Dios en favor nuestro...