sábado, 29 de febrero de 2020

Un hijo de Don Marcelo para la sede de San Ildefonso. Por Rodrigo Huerta Migoya

Hace ya años que los rumores sobre quién sería el próximo arzobispo de Toledo estaba al orden del día, acrecentado por la delicada salud de Don Braulio en los últimos tiempos; desde esta pasada navidad ya sabemos quién es.

También hubo "quinielas" considerando que quizá encajara mejor para la sede toledana la personalidad de nuestro arzobispo Monseñor Sanz, muy conocedor de ésta por su formación en ella y de un perfil humano y pastoral más que adecuado para la misma; aunque finalmente, la diócesis castellano manchega y extremeña -Guadalupe- se lleva a un extremeño de formación toledana, de sacerdocio vallisoletano y episcopado cacereño.

Estoy seguro que Don Marcelo desde el Cielo lo está celebrando, viendo a su querido Paco Cerro preconizado como nuevo Metropolitano. Don Marcelo siempre le llamaba cariñosamente así, y así le ha quedado al pobre que aún hoy de esta forma es identificado. Recuerdo que en una ocasión estaba yo en la librería diocesana de Madrid -pues habíamos ido con Don Joaquín todos los monaguillos de Lugones- y yo quise ir a esta librería pues imaginaba que tendrían muchos libros que no llegan a la de Oviedo. Estando allí entró un sacerdote de la curia capitalina de riguroso "clerigman" preguntando en voz alta: ¿Ya os ha llegado el último libro de Paco Cerro? Yo me giré asombrado de la confianza, y éste al verme dijo: bueno; perdón, de Don Francisco...

En mi biblioteca personal tengo buena parte de las obras de D. Francisco Cerro y espero completar la colección. Sus libros, sencillos pero bastante pedagógicos, siempre me han supuesto un alimento espiritual desde el primero que cayó en mis manos ''Aprender a orar orando'', hasta el último que me he leído: ''La trampa se rompió y escapamos''.

Para un devoto como yo del Sagrado Corazón no es difícil ser admirador de este pastor que ha consagrado su ministerio episcopal en dar a conocer el amor de Dios a través de la evangelización de los pobres. Así lo reza su escudo episcopal: Cor Jesu fons evangelizationis pauperibus.

Extremeño de Malpartida de Cáceres, inició sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Cáceres, pero terminó en el de Toledo donde fue ordenado sacerdote. Allí, siendo coadjutor de la Parroquia de San Nicolás, inició su aventura de escritor en 1984 al publicar el librillo ''Una expresión de alegría''. Cuenta la historia de Sagrario Fernández Jiménez, una niña mística de su Parroquia popularmente conocida como ''Sagrarito''.

En Toledo colaboró también en la Parroquia de Santa Teresa en la pastoral juvenil, como Consiliario de la Archidiócesis y en la dirección de la Casa de Ejercicios. Amplió estudios en Roma, licenciandose primero y doctorándose después. También estudia en Salamanca "Teología para la vida Consagrada". Es uno de los mayores expertos en la figura y escritos de San Rafael Arnaiz, así como un gran defensor de la religiosidad popular.

Considerado uno de los principales fundadores de la "Fraternidad Sacerdotal del Corazón de Cristo"; se le identifica igualmente como discípulo del P. Mendizabal y una de las personas más próximas al Cardenal Don Marcelo, el cual le llegó a insinuar en una carta que su futuro pasaría por el orden episcopal cuando le escribió a modo de anuncio: ''Quizá tú continuarás ordenando presbíteros''.

Aunque era uno de sus colaboradores más fieles y uno de sus sacerdotes más queridos, Don Marcelo, por amor a la Iglesia, a su Valladolid querido y al Corazón de Cristo, ofreció este valioso hijo suyo a la archidiócesis vallisoletana para restaurar espiritualmente el olvidado Santuario de "La Gran Promesa" de Valladolid. No había sacerdote mejor indicado que Don Francisco para aquella misión, pues no eran muchos los presbíteros en España tan enamorados del Corazón de Cristo como Cerro Chaves.

Se incorpora a la diócesis de Valladolid en 1989 siendo Arzobispo Monseñor Delicado Baeza; aquí trabajará dieciocho años. Los trece primero con Monseñor José Delicado, y los cinco último con Monseñor Braulio Rodríguez, al que ahora sustituirá en Toledo.


En la ciudad del Pisuerga, además de Rector-Capellán del Santuario Nacional de la Gran Promesa, fue director del Centro de Formación y Espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús, Director Diocesano del Apostolado de la Oración, Delegado de Pastoral Juvenil, miembro del Consejo Presbiteral y profesor de Teología Espiritual en el Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid.

En veintiuno de Junio de 2007 fue preconizado obispo de Coria-Cáceres por nombramiento del Papa Benedicto XVI, recibiendo la ordenación episcopal el dos de Septiembre de dicho año en la plaza de Santa María, frente a la fachada de la Concatedral de Cáceres.

De Valladolid regresó a su diócesis de origen, la cual había dejado atrás para formarse en Toledo. Ahora, tras doce años de episcopado en su tierra natal, regresa a la diócesis de su formación, en la que fue ordenado sacerdote y donde vivió los primeros años de su ministerio.


¿Qué le diría Don Marcelo hoy? Me imagino que con su semblante serio y su voz ronca, con perfecto acento castellano le diría: ''Paco; ¡adelante, adelante, adelante!''.

Dios bendiga el nuevo ministerio de Don Francisco y el de todos nuestros Pastores.


''El Corazón de Jesús ha sido la fuente de mi alegría y mi gozo siempre, y nunca me ha fallado; amigo que nunca falla'' (Francisco Cerro Chaves)


''No sólo de pan vive el hombre''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Hemos iniciado este tiempo de Cuaresma con la imposición de la ceniza el pasado miércoles. En el evangelio se nos explicaba cómo debía de ser nuestro ayuno, nuestra oración y nuestra limosna. Hoy las lecturas de este domingo nos presentan más claves sobre este tiempo que hemos de aprovechar al máximo y que no debemos dejar pasar en balde. 

La primera lectura del Génesis nos muestra dos premisas que nunca hemos de olvidar; en primer lugar que Dios nos creó de la nada, y que somos algo gracias a que nos amó antes incluso de existir; y en segundo lugar, que nosotros mismos nos metimos -como nos seguimos haciendo tantas veces- en lo más profundo del fango cada vez que nos alejamos de Él, le damos la espalda o nos creemos auto-suficientes. Es decir, cuando preferimos el lodo al paraíso, el pecado a la virtud y situarnos por nuestros actos contra Dios en lugar de con Él. 

¿Cómo arreglar lo que nuestras acciones estropean? Pues antes de nada partir de reconocer nuestro error; parece fácil, más nunca solucionaremos algo por completo si no empezamos por aquí. A nadie le gusta entonar el "mea culpa", agachar la cabeza y reconocerse culpable... Pero ¿a qué temer?; ¿No sabemos que "el que se humilla será enaltecido"?. Es a lo que nos invita el salmista: Misericordia, Señor: hemos pecado

El primer domingo cuaresmal como bien sabemos, nos presenta el pasaje de "las tentaciones de Jesús en el desierto" que, de algún modo, acompañan todo el contexto espiritual de este tiempo litúrgico. Cristo va al desierto, pero no va Él, sino como nos dice el texto ''fue llevado''. Ya tenemos una primera enseñanza: fiarnos del Espíritu Santo, dejarnos llevar por las manos providentes de Dios.

El fragmento de este evangelio nos presenta, en resumidas cuentas, la eterna batalla entre el mal y el bien, entre lo que es del Maligno y lo que es del Señor. Es nuestra lucha diaria que en estos cuarenta días se hace más visible al ponernos a prueba, al auto-evaluarnos y al vivir las realidades del que entra en el desierto con su soledad para experimentar su flaqueza y su fortaleza. 

Cristo aprovecha estas tentaciones para salir con más fuerza moral una vez que vence todas y cada una de las malas proposiciones que el demonio le plantea. Hay una frase muy popular que dice: ''Dale a Dios tu debilidad, y Él te dará su fortaleza''. San Pablo insistirá mucho en este hecho: "Por eso me regocijo en mis debilidades: insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12,10). 

Ante el tentador necesitamos la gracia que proviene del Señor, pues sin ella no somos ni podemos nada. San Pablo ha sido muy claro en la epístola dirigida a los romanos, donde nos recuerda que no hay proporción entre el delito y el don, como tampoco lo hay entre entre la gracia y el pecado. 

A menudo no suele gustarnos este evangelio, pues lo utilizamos como examen de conciencia personal, y en cierto modo es verdad que lo es: ¿tengo mi alma saciada o pasa hambre? ¿Cuántas veces tiento a Dios buscando negociar y ganarle en mis intereses?  ¿A cuántos diosecillos de pacotilla adoro constantemente creyendo que consigo algo?... 

Jesús se hace hombre por mí; va al desierto por mí y se deja tentar para solidarizarse conmigo, para sentirse más humano y más cercano a nosotros, para verse en nuestra propia piel. Si Dios en Cristo se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado, aquí nos evidencia su amor al hombre al querer ser también igual a nosotros en la prueba, en la tentación, en verse acosado por el mal y darnos las claves para vencerle.

Estamos en un tiempo para contemplar la Cruz donde Jesús pisó definitivamente al demonio y a la muerte, donde nos ganó para Dios y donde nos liberó del mal y las tinieblas. San Agustín nos dirá: "Jesús con sus tentaciones nos prepara y alecciona para la victoria". En estas semanas que pondremos en práctica el ayuno recordemos que no sólo tenemos un cuerpo que dominar, sino también un alma con hambre y sed de Dios. Son días para sacar la Biblia de la estantería y sumergirnos en su palabra meditándola y haciendo "lectura creyente". Haciendo verdad lo que nos ha dicho hoy el Señor: 
No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de su boca. 

viernes, 28 de febrero de 2020

Carta semanal del Sr. Arzobispo

En un rincón de Oviedo, la sorpresa

No eran turistas que pasean por una plaza llena de sol haciéndose fotos junto a la estatua de la Regenta en Oviedo. Tampoco eran piadosos creyentes que acudían a una celebración a nuestra hermosa Catedral ovetense. Pero aquella mañana tan soleada, aquellos adultos en su mayoría jóvenes, estaban situados en otro lugar. 

No estaban afuera en la plaza, donde la vida pasa con su prisa siempre alocada en los pasantes, sus requiebros y donaires en los enamorados, su curiosidad observadora en los ancianos, su inocencia juguetona en los niños. No estaban tampoco adentro en la Iglesia Catedral orando como se debe cuando se va a dar gracias o se va a pedirlas por tanto y en tanto como nos acontece. Aquella mañana estaban en el atrio, ni dentro ni fuera, sino en el ámbito intermedio, como quien dice situándose así, de dónde viene y a dónde quisiera ir. Venimos de tantos rincones de la vida que en ese momento dejamos a la espalda de nuestra agenda, y que nos recuerdan tantas cosas que nos han sucedido: los sueños infantiles que nos hicieron dibujar un mundo diverso, los guiños adolescentes que nos sembraron de rubores cuando apuntaban maneras los amores primeros, las heridas con las que algunos reveses revistieron de perplejidad y encono nuestra alma y nuestra piel, los éxitos logrados y los fracasos cosechados… fechas, rostros, momentos y circunstancias. Todo eso quedaba atrás perdido en la plaza que teníamos detrás.

Y, delante, ¿qué teníamos? Dos puertas cerradas con el parteluz que las dividía, sin que hubiera allí una aldaba que tocar para que alguien las abriese, ni una rendija por la que poder fisgonear lo que se pudiera adivinar lo que adentro hubiese. Todo un misterio que nos dejaba mirando hacia algo intuido, deseado, soñado como correspondiente con lo que palpita en el corazón, pero sin saber poner nombre a su figura, sin saber entonar el aire de su canción.

Era el atrio de las preguntas, el espacio en donde la libertad se juega, pero también el punto de partida para una nueva vida que responde a una llamada verdadera de alguien que como nadie te da la Luz en todas tus oscuridades, el Agua en todos tus secarrales, el pan en todas tus hambres, la Gracia en todos tus errores y pecados. Y entonces te atreves a llamar a esa puerta como sea. Y esa puerta se te abre de par en par, para descubrir que eres bienvenido, que eras esperado, que no eres un extraño y que, finalmente, llegas a tu más dulce hogar donde Dios es tu Padre y los demás son tus hermanos.

Fue una celebración preciosa, con aquellos 126 adultos, que piden a la Iglesia ser bautizados, ser confirmados. Es una esperanza que nos llena de alegría. Les pregunté su nombre y qué querían, y ellos diciéndome cómo se llamaban respondieron que querían la fe y entrar en la Iglesia, formando parte de la comunidad cristiana. Venían acompañados de sus catequistas y párrocos. Ya en una capilla de la Catedral leímos el Evangelio en donde Juan y Andrés fueron tras Jesús para preguntarle dónde vivía (Jn 1,35). Ellos fueron y se quedaron con Él. Ahí comenzaba la primera comunidad cristiana. Esa que se prolonga en cada generación cada vez que bautizamos a un niño o a un adulto, iniciando y acompañando su fe, para que en este mundo sean testigos de la belleza y la bondad, de la verdad y de la paz, con las que los cristianos construimos el trozo de mundo que tenemos bajo los pies y que logramos amasar con nuestras manos. Es el catecumenado de adultos que responde y sostiene a tantos hermanos que regresan a la Iglesia o que no habían entrado. Dios sea bendito por este momento en el que cada vez más los cristianos no lo serán por costumbrismo e inercia, sino porque han encontrado a Jesús y quieren vivirlo todo en comunión con la Iglesia y contando con su vida el Evangelio.



+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo 

Necrológica

Falleció el sacerdote diocesano Rvdo. Sr. D. Joaquín González González  -''Cholo''-

Nació en Moreda de Aller el 21 de Febrero de 1944 en el seno de una familia muy religiosa; una de sus hermanas profesó como religiosa misionera comboniana. 

Ingresó en el Seminario Diocesano de Oviedo donde cursó sus estudios recibiendo la ordenación sacerdotal el día 15 de Junio de 1968 de manos de Monseñor Vicente Enrique Tarancón. 

Sus encomiendas pastorales fueron las siguientes:

Coadjutor de San Pedro de Mieres (1968 - 1972)

Estudios de Psicología en Salamanca (1972 - 1977)

Coadjutor de San Juan Bautista de Mieres (1977 - 1981)

Adscrito a Santa Marina de Mieres (1981 - 1987)

En 1987 fijó su domicilio en Gijón con su familia dedicándose a la enseñanza en varios centros de la ciudad y dedicando su ministerio sacerdotal a labores humanitarias con asociaciones como “Chavales en Libertad”, y más tarde colaborando con la fundación católica "Siloé" -dedicada principalmente a la atención de enfermos de sida-  y a otras acciones de pastoral social.

Ingresó en el hospital de Cabueñes por el deterioro de su salud, en el cual había sido intervenido días antes de un problema cardíaco. Cuando parecía que se recuperaba con normalidad la hermana muerte salió a su encuentro por medio de un infarto fulminante que puso fin a su vida en la tarde de ayer a los 76 años de edad.
D.E.P.

El funeral por su eterno descanso tendrá lugar en la iglesia parroquial de San Martín de Moreda (Aller) a las 12:00 horas de este sábado. La capilla ardiente estará situada en el Tanatorio de Moreda, Sala 3.


''Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan'' (Sal 85). 

jueves, 27 de febrero de 2020

Cuaresma: de la ceniza hacia la vida. Por Luis García Gutiérrez

(C.E.E.) La Cuaresma es uno esos tiempos litúrgicos que más ha marcado la historia, la vida y la espiritualidad de la Iglesia de todos los tiempos. Desde que la comunidad cristiana comenzó a organizar el año litúrgico, siempre ha considerado la centralidad de la celebración de la Pascua y ha privilegiado su correspondiente tiempo preparatorio. Aunque, a lo largo de la historia, este tiempo ha sufrido modificaciones en su concepción, expresión y extensión, siempre han permanecido unas constantes fundamentales. En estas líneas trataremos de mostrar esos ejes vertebradores de nuestra cuaresma actual que, como bien es sabido, se extiende desde el miércoles de ceniza hasta la mañana del jueves santo.

No puede haber una obertura más significativa que la imposición de la ceniza sobre el pueblo cristiano, expresando así su disposición a la penitencia; la materia final de las cosas después de la cual ya nada puede existir ni tener vida, recuerda al hombre su caducidad y finitud: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3,19). La ceniza se muestra así como un signo de muerte; un recordatorio de aquello que es común e iguala a todo ser humano y así ayuda a reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por Dios.

No obstante, este rito penitencial no pretende promover un sentido desesperado de la existencia; nada sería más contrario al Dios de la vida manifestado en Cristo. El rito de la ceniza encuentra su contrapunto al final de los cuarenta días, cuando todo se renueva por medio del principio esencial de la vida: el agua. Al recordar en la celebración pascual de la noche santa, las acciones salvadoras de Dios a través del agua y, en sumo grado, la maravilla del bautismo, recordamos el medio por el que el hombre, abocado al polvo, adquiere un nuevo sentido para la existencia: «el hombre, creado a tu imagen y limpio en el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu» (bendición del agua bautismal). Ceniza y agua, situados en los extremos de la cuaresma, se presentan como dos antagónicos, signos de muerte y de vida respectivamente, que marcan un comienzo penitencial y un final glorioso.

Cristo en la Cuaresma

Antes de ver en la Cuaresma una oportunidad para la ascesis y la penitencia, la Iglesia se manifiesta con el firme propósito de contemplar al Señor que comienza su ascenso hacia Jerusalén y ve cercana la culminación de su obra por este mundo. Es paradigmático el Evangelio del primer anuncio de la pasión (Lc 9,22-25) que se proclama el jueves después de ceniza. Allí se advierte a los discípulos que «el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Desde los primeros pasos cuaresmales del Señor y de la comunidad cristiana hacia el lugar de la pasión y de la glorificación, queda bien patente que Él marcha decidido y, al mismo tiempo, advierte a sus discípulos el rigor del seguimiento: «el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día».

Al mismo tiempo, la Iglesia contempla el misterio de Cristo retirado al desierto durante cuarenta días, donde es tentando (Evangelio del primer domingo). Este acontecimiento que, junto con el bautismo, preparó la vida pública de Cristo, en el contexto cuaresmal se traduce en un paradigma de la vida del cristiano, llamado a «sofocar la fuerza del pecado» (prefacio del I domingo). La cuarentena de días en el desierto ejerció un influjo poderoso para la constitución de nuestra cuaresma actual y tiene, al mismo tiempo, muy fuertes resonancias veterotestamentarias: días del diluvio (Gn 8,6), años del éxodo a través del desierto (Ex 16,35), días de Moisés y Elías en la montaña santa (Ex 25,18; 1R 19,8).

Con este simbolismo, la Cuaresma sitúa a la Iglesia en un periodo donde deberá aprender a superar la prueba y la tentación por medio de la confianza en la providencia y misericordia divinas, al igual que Cristo en el desierto.

A partir de estos dos grandes principios, la comunidad cristiana se siente movida a imitar a Cristo en su estancia por el desierto y, al mismo tiempo, se dispone a preparar los acontecimientos que tendrán lugar en los días del Santo Triduo Pascual.

La Iglesia en la cuaresma

Después de mirar a Cristo en la Cuaresma es preciso que tomemos conciencia de la vida de la Iglesia, sabedores de que uno y otra son realidades inseparables. El Concilio Vaticano II pidió que en el tiempo cuaresmal se potenciaran los elementos que muestran el doble carácter de este tiempo: bautismal y penitencial (cf. SC 109). La vida de la Iglesia, por lo tanto, se articula en torno a estos dos grandes ejes.

El tiempo de Cuaresma es el tiempo de preparación al bautismo por excelencia: «los catecúmenos, ciertamente, tanto por la elección y los escrutinios, como por la catequesis, son conducidos a los sacramentos de Iniciación cristiana» (Ceremonial de los Obispos 249). Siguiendo la tradición más antigua de la Iglesia, los llamados a la fe, intensifican su preparación durante los cuarenta días previos a su iniciación, que tendrá lugar en la Vigilia Pascual. El itinerario cuaresmal, por lo tanto, posibilita a los catecúmenos una mayor profundidad en su acercamiento a la vida de la comunidad cristiana así como una más intensa formación espiritual y doctrinal, en orden a purificar sus corazones y sus mentes con el conocimiento más profundo de Cristo. Esto se verifica por los escrutinios y las entregas (cf. Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos 25).

Por su parte, la comunidad de los creyentes no sólo «visualiza» los ritos que tienen lugar sobre los catecúmenos (escrutinios y entregas) sino que, sobre todo, intensifica su oración por ellos, los acompaña con el amor de una madre que espera el nacimiento de un nuevo hijo y les muestra el testimonio de la vida consagrada a Dios que da comienzo en el bautismo.

Al mismo tiempo que los catecúmenos son examinados para verificar el grado de su conversión, los ya bautizados examinan su conciencia y se acercan al sacramento de la penitencia de forma más asidua y más fructuosa, tal y como recomienda la Iglesia en este tiempo (cf. Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales 15).

Precisamente éste es el segundo carácter de la Cuaresma. Los que ya han sido iluminados, deben recordar y revivir su «vocación de pueblo de la alianza»; de esta forma, se hace posible que aquel bautismo que ocurrió una vez en la vida, siga siendo operante en el momento actual. Para ello es necesario abandonar el pecado y dar opción a una verdadera conversión; es decir, una auténtica adhesión a Dios: «vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, buscando siempre lo único necesario… nos dediquemos a tu servicio» (colecta, sábado primera semana). Dicho con otras palabras, la penitencia cuaresmal no es una ascesis desencarnada, sino el medio para seguir mejor a Cristo y vivir más fielmente el Evangelio. En este sentido, es bien significativo que el miércoles de ceniza se entreguen a los cristianos las armas de la penitencia «al luchar contra los enemigos espirituales» (colecta, miércoles de ceniza): la oración, el ayuno y la limosna (Mt 6,1-6.16-18). Esta tríada clásica favorece la dedicación más intensa y asidua a la alabanza divina, la liberación de las necesidades de la tierra para descubrir la necesidad de la vida divina y la generosidad con los necesitados como expresión de la caridad cristiana y de la generosidad divina.

La Palabra de Dios en la cuaresma

«El sacramento de los cuarenta días» es un espacio donde la palabra de Dios cobra una importancia destacada. Cristo en el desierto venció la tentación constatando que el hombre no sólo vive del pan material sino de toda palabra que sale de la boca divina (cf. Mt 4,4). Del mismo modo, el creyente, llamado a vencer el pecado y la tentación, encuentra en el contacto más frecuente y profundo con la palabra de Dios la luz en la lucha contra el mal.

Uno de las mejores oportunidades para este encuentro con la palabra, reside en los textos bíblicos dominicales de la Eucaristía. Es muy conveniente comprender el itinerario que marcan los Evangelios en cada ciclo. En el presente ciclo B, tras las tentaciones y la transfiguración (comunes a todos los ciclos), encontramos tres pasajes cristológicos del evangelista san Juan con la sugerentes imágenes del templo destruido y levantado, la serpiente elevada en el desierto, y el grano de trigo que es sepultado en tierra.

La Piedad Popular en la cuaresma

Además de los sacramentos, el Oficio Divino y la meditación atenta de la palabra de Dios, los creyentes han desarrollado con el paso de la historia unas formas de piedad que ayudan también a su preparación cuaresmal. Destacan las expresiones de devoción a Cristo crucificado, la lectura de la pasión, el Via Crucis y el Via Matris (cf. Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia 128-137).

Todo ello ofrece la imagen de una Iglesia que reconoce en el misterio pascual de Cristo el centro de su salvación; que ora, hace penitencia y renueva sus compromisos bautismales

Homilía del Santo Padre



miércoles, 26 de febrero de 2020

Ante el inicio de la Cuaresma. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Con el singular rito de la Imposición de la Ceniza, símbolo penitencial, nos sumergimos en esta cuarentena que es etimológicamente lo que significa el término "Cuaresma". Como todos bien sabemos son cuarenta días para amarme más a mí mismo, para amar más a los demás y para corresponder al amor que Dios me tiene y que le llevó a tomar la Cruz y a morir en ella por todos nosotros.

El número 40 tiene un destacadisimo valor en la Palabra de Dios, el cual encontramos en tantísimos pasajes, sobre todo del Antiguo Testamento, pero, ¿a qué alude esta cifra? Este es un número de plenitud, y esto es a lo que hemos de aspirar en este Tiempo. Saquemos provecho del mismo para vivir mejor el siguiente. Sólo si cuidamos la cuaresma con los instrumentos que la Iglesia nos señala -oración, ayuno y limosna- llegaremos a la Pascua con el corazón purificado y el alma esponjada. Pero no nos quedemos sólo aquí; esto es un símil sobre nuestras vidas, la terrenal y la celestial. Nuestra existencia mundana es una cuaresma que no termina hasta que dejamos este mundo y tras los estadios pertinentes llegar a Dios; ahí en verdad terminará el tiempo de la Cruz para abrazar la vida de la Luz. 

No podemos reducir la cuaresma únicamente a predisponernos para el Triduo y la Pascua Florida y el resto del año olvidarnos de Dios; no podemos ser cristianos que morimos con la Pascua y resucitamos con la Ceniza, sino que la intensidad espiritual debemos prolongarla a cada día de nuestra vida.

Las dos fórmulas que la liturgia nos propone en este día en el momento de la imposición de la ceniza son dos citas bíblicas cada cual más sustanciosa para nuestra interiorización: la clásica del Antiguo Testamento: ''Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás'' (Gn 3, 19), y la fórmula más actual tomada del Nuevo Testamento: ''Conviértete y cree en el Evangelio'' (Mc 1,15). No perdamos de vista que ambos versículos son tomados de los comienzos de las primeras páginas del Génesis y de las primeras del Evangelio, y es que lo que traemos entre manos es esencial.

En primer lugar, la cita del polvo nos recuerda nuestra fragilidad; lo poco que somos, lo rápido que la vida se escapa de nuestras manos para desaparecer por completo. Es una invitación al abajamiento, una llamada a la humildad y a liberarnos de nuestras autosuficiencias y aceptar nuestra caducidad.

Por su parte, el otro pasaje nos dice todavía más; nos advierte que necesitamos creer, necesitamos de Dios pues sin Él no podemos nada y sólo con Él lo podemos todo. Pero tampoco basta sólo con creer, pues por mucho que nosotros ansiemos estar con Dios no podemos hacerlo de cualquier manera, sino que hemos de purificarnos. Esto implica saber detenernos en las cosas cotidianas y ver lo que no hacemos bien, reconocernos como lo que somos -pecadores- y sintiendo ese "dolor de los pecados" no limitarnos a confesarnos reiterativamente con expresiones muchas veces aprendidas pero huecas -ni robo, ni mato, ni hago mal a nadie-!?...  sino después de un verdadero "examen de conciencia" y sincera "contricción", llevar el "propósito de enmienda" a mi vida cotidiana. 

La cuaresma busca, ante todo, recordar al hombre que está llamado a volver a Dios, que nuestro destino es la pascua definitiva, la vida junto a Él y la salvación de nuestra propia alma.

Comencemos este tiempo de gracia como un tiempo privilegiado y, como diría Santa Teresa,  de caminar.

Buena y provechosa Cuaresma

Joaquín, párroco

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2020

«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20)

Queridos hermanos y hermanas:

El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.

1-. El Misterio pascual, fundamento de la conversión

La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus vivit, 117).

Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva.

Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123). La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

2-. Urgencia de conversión

Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible solo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene.

De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.

Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.

3-. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos

El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia –a veces dramática– del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta «poner a Dios contra Dios», como dijo el papa Benedicto XVI (Enc. Deus caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).

El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21). Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.

4-. Una riqueza para compartir, no para acumular solo para sí mismo

Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.

Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía. Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. PÍO XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.

Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).


Francisco

Roma, junto a San Juan de Letrán, 7 de octubre de 2019 
Memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario

martes, 25 de febrero de 2020

Cuaresma, llamada al desierto. Por Rodrigo Huerta Migoya

Jesús va al desierto, pero, ¿a qué va? ¿Qué podemos interpretar de esta experiencia?. La teología nos enseña que Cristo al ir al desierto busca adentrarse en la realidad humana del pecado. Él era semejante a nosotros en todo menos en el pecado; sin embargo, es esta una verdad que aún no todos habían comprendido. No olvidemos que el retiro del Señor en el desierto tiene lugar cronológicamente pocos días después de su bautismo; es decir, al comienzo de su vida pública.

Aquí tenemos ya una premisa; he aquí un rasgo puramente sacerdotal de Cristo, que antes de iniciar su vida apostólica y sus tres años de predicación se prepara interiormente para ello. Desde antiguo la Iglesia siempre ha cuidado buscar un tiempo de retiro de forma específica entre aquellos que van a iniciar un ministerio sagrado y en fechas previas a las órdenes: diaconado, sacerdocio, episcopado o profesiones solemnes. Sin ir más lejos, en la misma labor del día a día rezamos antes de iniciar una faena, la clase o un rato de estudio. Igual que los sacerdotes oran cada día antes de salir al altar como previa preparación e interiorización de lo que van a hacer y celebrar.

Jesús al pasar cuarenta días en el desierto es tentado por el maligno como nos tienta a todos en cualquier momento y lugar, pero la diferencia la marca el propio Cristo con su "no" al pecado y su fidelidad inquebrantable al Padre. Aquí se manifiesta Jesús como el nuevo Adán; pues, a diferencia, el Hijo de María sale victorioso en la misma prueba en la que el primer hombre salió perdedor.

Encontramos aquí el sentido salvífico de este acontecimiento que hacemos nuestro en este tiempo litúrgico, como nos dirá el catecismo: "Jesús cumple a la perfección la vocación de Israel". Si los israelitas pasaron cuarenta años atravesando el desierto mientras ofedían a Dios, Jesús por su parte pasa los cuarenta días permaneciendo fiel al Padre venciendo al mal en un espíritu de unión espiritual filial. Es lo que los creyentes y particularmente los católicos llamamos "experiencia de desierto"; romper la rutina del ruido cotidiano para dedicarnos exclusivamente a enriquecer nuestra relación personal con el Altísimo.

También hay mujeres y hombres llamados a hacer experiencia de desierto su vida; los que han recibido la vocación contemplativa y gastan su existencia en la austeridad, el silencio y la búsqueda de perfección. Y que "casualmente", tiene su origen en esta vida de los desiertos de Egipto con San Pacomio, San Antonio Abad y aquellos primeros menonitas denominados "padres del desierto", que al aceptar discípulos en torno a sus retiros eremitas dieron paso a la vida cenobita; es decir, ya no vivir el retiro en la Soledad del ermitaño sino junto a aquellos que aspiran a la misma existencia en una vida de comunidad.

Este tiempo de soledad en el desierto no fue un capricho ni una excusa sacada de la manga para poner a prueba su divinidad, sino que el motivo único de esta decisión fue un impulso del Espíritu, por ello al entrar en este tiempo de desierto que es la santa cuaresma invocamos principalmente al Espíritu Santo para que nos envíe el don de fortaleza, y poder así resistir las tentaciones con la que el diablo nos aborda y trata de engañar en estos días.

Son días para contemplar especialmente la Cruz; para interiorizar el Vía Crucis y para la mortificación, pues no olvidemos que nos preparamos para la Pascua. El triunfo de Jesús sobre satanás en el desierto es el anticipo de su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte cuando al expirar el la Cruz ponga fin al dominio del mal.

Interesantes datos más sobre el Miércoles de Ceniza

(Rel.) 1.- ¿Por qué se impone la ceniza?

La ceniza es un símbolo descrito en el artículo 125 del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia: “El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual”.

2.- ¿La imposición de la ceniza es un ritual “oficial”?

El Miércoles de Ceniza es una celebración contenida en el Misal Romano. En este se explica que al término de la Misa, se bendice e impone la ceniza hecha de los ramos de olivo bendecidos en el Domingo de Ramos del año anterior. Algunos detalles sobre el tipo de ceniza dependen de distintos países y costumbres.

3.- ¿Cómo nació el ritual?

Los cristianos de la Antigüedad se colocaban la ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad con un “hábito penitencial” para recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo. La Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos casi 400 años después de Cristo y a partir del siglo XI la Iglesia de Roma impone las cenizas al inicio de este tiempo.

4.-¿Qué simbolizan las cenizas?

La palabra ceniza, que proviene del latín "cinis": expresa la muerte, la caducidad, la humildad y la penitencia. La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin. Se recuerda la lectura del libro de Génesis: "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gn 2,7); "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).

5.- ¿Cómo se hace la ceniza?

Se queman los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. Estas son rociadas con agua bendita y luego aromatizadas con incienso. Muchos conversos al catolicismo suelen comentar que al conocer este origen se asombran y dicen: “vaya, aquí está todo conectado”. Efectivamente, con los ramos del año anterior se crea la ceniza que inicia este camino cuaresmal.

6.- ¿Quién impone la ceniza y cuándo?

Este acto tiene lugar en la Misa al término de la homilía y está permitido que los laicos ayuden al sacerdote. Las cenizas son impuestas en la frente, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras bíblicas: «Polvo eres y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio». Si no hay sacerdote la impartición de cenizas puede realizarse sin Misa, pero se recomienda celebrar al menos una liturgia de la palabra. Atención: cualquier laico cristiano puede imponerla, pero sólo el sacerdote o el diácono puede bendecirla.

7.- ¿Quién se puede imponer la ceniza?

Una razón de que este rito sea tan popular en todo el mundo es que cualquiera puede recibirlo, incluso los no católicos ni cristianos. En Asia acuden a recibirlo budistas, hindúes, taoístas... El Catecismo (1670 ss.) lo define como un sacramental: los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo como sí lo hacen los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia estos «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella». Aunque mucha gente aprovecha el Miércoles Santo para confesarse, y es recomendable, no hay necesidad tampoco de confesarse o estar en gracia para recibir la ceniza.

8.- ¿Es pecado no ir a misa el Miércoles de Ceniza?

No: el Miércoles de Ceniza no es día de precepto, ir a misa este día tan especial no es obligatorio. Eso hace más hermoso ver que el templo se llena de gente con conciencia de que Dios quiere hacer algo en sus vidas.

9.- ¿Cuánto mantengo la ceniza en la frente?

Lo que se quiera, no hay un tiempo determinado. Algunos se la quitan en cuanto salen de la iglesia. Otros la llevan puesta con orgullo todo el día. No hay ninguna obligación. Para muchos es un gesto de humildad mantenerla y puede ser que se arriesguen a comentarios desagradables de otras personas. Para otros es un elemento simpático y hasta alegre, que encaja con lo que pedía Jesús: "Cuando ayunéis no pongáis caras tristes, estad alegres".

10.- ¿Cómo funciona el ayuno y la abstinencia en Miércoles de Ceniza?

El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo es obligatorio el ayuno para los católicos mayores de 18 años y menores de 60 (excepto enfermos, embarazadas y otros casos similares). Fuera de esos límites es opcional. Ayuno significa que los fieles pueden tener una comida “fuerte” una sola vez en todo el día.

lunes, 24 de febrero de 2020

Lo que le gusta a la gente como criterio pastoral. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Mal negocio. Mal negocio en el que se cae con demasiada frecuencia. Lo podemos contemplar sobre todo en la liturgia. Cuántas misas disparatadas, cuantas morcillas en cualquier momento, qué celebraciones tan improvisadas y supuestamente tan maravillosas, campechanotas y chachi guay. Es que, sabes, a le gente no le gustan esas misas tan serias, lo que a la gente le gusta son misas más cercanas, más participadas, más alegres… Ya. Tan participadas que dice el celebrante “El Señor esté con vosotros” y no responde nadie.

Mal negocio ese de dejarse llevar por lo que gusta. Supongo que los papás que llevan a sus niños a misas más divertidas porque les gustan, también les dejarán después comer todo el día a base de comida rápida, bollería industrial y refrescos con gas, ver la televisión hasta que quieran y dejar todo tirado por casa. ¿No es eso lo que gusta a los niños?

En las cosas de la fe, donde se supone que nos jugamos vivir desde hoy con dignidad de hijos de Dios y llegar un día al cielo, uno no puede tener como único criterio que “gusta”. No. Ni mucho menos.

El criterio no es lo que “me gusta” o “gusta a los niños”. Es otro: es lo que quiere Dios. Claro que te llega cualquier cantamañanas y te dice que lo que Dios quiere, que él lo sabe perfectamente, es que los niños se lo pasen pipa como sea, y que todas esas zarandajas de documentos y tal no sirven para nada. Es lo que tiene la humildad.

El gran criterio en la fe católica es hacer lo que tenemos que hacer porque así nos lo pide Dios a través de su Iglesia, aunque a veces me cueste o no siempre lo comprenda. Posiblemente lo primero que haya que explicar es la obediencia con la humildad del que no comprende todo, pero se fía de su madre la Iglesia. Es el primer punto. Hacemos no lo que nos gusta, sino lo que debemos hacer. ¿Y qué es lo que debemos hacer? Lo que nos pide la Iglesia, que tampoco es tan complicado. Esto es lo mínimo.

¿Y lo máximo? Lo máximo es descubrir la fe con tal profundidad que consigamos que lo que nos gusta coincida exactamente con lo que Dios quiere que nos guste.

Es facilito entretener niños. No es especialmente complicado hacer que la gente se sienta cómoda en la Iglesia a base de escamotear los principios esenciales de nuestra fe. Lo complicado es conseguir, y esto es mucho trabajo, mucha oración, mucha catequesis y mucho estudio, que los fieles aprendan a gustar la buena liturgia, la oración constante, la adoración ante el Santísimo, los textos de los santos padres.

Hay que educar. Educar para saber valorar a Velázquez, disfrutar con Cervantes, emocionarse con Bach y aprender que la dieta mediterránea es infinitamente superior a la grasienta bollería industrial. Claro que educar es un esfuerzo, y los niños se lo pasan mejor con el tío Manolo que los compra hamburguesas, los pone ciegos de helados y los deja quedarse viendo la tele hasta las tantas, que con unos padres estrictos que marcan y enseñan.

La liturgia guay del Paraguay y del Uruguay es vacuna que no falla. Vacuna contra la Iglesia para siempre. Normal. A las pruebas me remito. Años y años guays y los templos vacíos. No aprendemos. Sostenella y enmendalla. Lo que a la gente le gusta.

No. Lo que quiere Dios. Y a ver si tenemos el prurito de conseguir que a la gente le llegue a gustar lo que le gusta a Dios. Pero entiendo que es mucho trabajo.

Hermandad Sacerdotal de Sufragios. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

La Hermandad de Sufragios del presbiterio diocesano es una hermosa y antigua realidad en el clero secular que, en cierto modo, hemos descuidado y valorado más bien poco. Nació con el mismo fin que tiene hoy cumplir con una obra de misericordia como es no sólo enterrar físicamente a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, sino asegurarles la oración ante el altar del Señor al que ellos sirvieron.

Llegó a tener una cuota simbólica que en épocas pasadas por ejemplo, y con casi mil sacerdotes en una diócesis que llegaba a Lugo, León y Zamora, sirvió para hacer grandes obras; luego esto desaparecería con la llegada del llamado "Fondo de Sustentación del Clero", aunque el Fondo de la Hermandad Sacerdotal de Sufragios, por lo que he podido saber, tenía unos fines más propios que quizá sería conveniente recuperar. "Verbi Gracia": en no pocas diócesis, las necrológicas de los sacerdotes publicadas en el B.O.A. (Boletín Oficial del Arzobispado) se concluía el texto añadiendo ''era miembro de la Hermandad Sacerdotal de Sufragios y estaba al día en sus cargas''. ¿Y a qué se destinaba entonces ese dinero? Pues, por ejemplo, se empezaron a construir los primeros panteones colectivos para sacerdotes para asegurar a aquellos que ni lugar tenían para ser sepultados un sitio digno junto a sus compañeros más "pudientes". En algunas diócesis esa sepultura para sacerdotes se sigue llamando aún hoy el Panteón de la Hermandad Sacerdotal de Sufragios. 

Pero la recaudación de la Hermandad aún iba más allá: pagaba la esquela, un ramo de flores, etc. Alguno dirá que de eso ya se ocupan ahora los seguros, pero por desgracia, me ha tocado en no pocas veces asistir a velatorios de sacerdotes diocesanos que ni un ramo de flores tenían. Sacerdotes que mueren sin familia, que llevaban muchos años jubilados, que los últimos años los pasaron enfermos... ¿Quién se acuerda de ellos? ¿Quién les llevará una flor? ¿Quién les ofrecerá una misa por su descanso?
Ahí está la misión objetiva de la Hermandad Sacerdotal de Sufragios que nada tiene que ver con F.S.C. (especie de invento de dudosa canonicidad a modo de "impuesto revolucionario" o "auiditoría fiscal") como una realidad tristemente disminuida y necesitada de ser relanzada, reorientada y dada a conocer por y para -verdaderamente- favorecer a todos los sacerdotes en grado de "necesidad" (al igual que debería potenciarse -incluso con derramas solidarias- la Casa Sacerdotal). Mucha pena me causó ver que de tantos sacerdotes como fallecieron de nuestro presbiterio en el 2019 sólo cuatro pertenecían  a la Hermandad. Yo siempre aplico en mi Parroquia al menos una misa por cada sacerdote de la diócesis que fallece, pero a veces podría olvidar o no enterarme de alguna, y gracias a la comunicación anual de la Hermandad sé por cuales debo ofrecer "misa y responso". No entran aquí gustos, ideologías ni tendencias políticas, afectos o lo contrario (que de todo hay vergonzosamente entre nosotros); cada sacerdote sería como fuere, pero al fin y al cabo era un sacerdote. Y si nos hemos pasado la vida celebrando misas por los demás, ¿vamos a estar en contra de celebrar por lo que nos han celebrado y por que celebren llegado el momento por nosotros mismos?...

Hermano sacerdote, cuando vayas al Arzobispado para alguna gestión, pásate por la Cancillería y comenta: ''Me gustaría formar parte de la Hermandad Sacerdotal de Sufragios''. Es algo que no cuesta nada, con lo que haremo un gran bien y que supondrá algún día compensación para nuestra propia alma. Rezar por los que nos preceden nos hará dignos del perdón -que todos necesitaremos a gritos- cuando otros igualmente recen por nosotros.




domingo, 23 de febrero de 2020

AVISO


Evangelio Domingo VII del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.

Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor

sábado, 22 de febrero de 2020

''Amad a vuestros enemigos''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Ya en la antesala de la Cuaresma nos encontramos en el Domingo VII del Tiempo Ordinario, tiempo litúrgico que retomaremos tras la Pascua; es decir, que no lo concluimos sino que dejaremos en "Stand By" mientras nos preparamos para la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor.

En este domingo el Señor nos da una lección más que importante para la vida del creyente: limpiar de odio nuestro corazón. Así nos introduce en este aspecto la primera lectura del Libro del Levítico: "Seréis santos, porque yo el Señor, vuestro Dios, soy Santo. No odiarás de corazón a tu hermano"... El odio no sólo nos impide ser felices, sino que nos aleja del Señor y de los hermanos y nos daña a nosotros mismos. La clave para librarnos de este lastre que nos quema interiormente es fijarnos en las características de Dios; si Él es compasivo y misericordioso, ¿cómo no vamos a ejercer nosotros misericordia?

San Pablo nos da otra pista sobre este aspecto invitándonos incluso a humillarnos; a no creernos superiores, a no pensar que los malos y equivocados son siempre los demás. Por eso el Apóstol nos exhorta y nos dice: "Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio". 

El Evangelio, como siempre, nos ilumina completando todos los textos proclamados de la Palabra de Dios. Si se nos pedía no odiar, ser compasivos y no creernos por encima del resto, Jesús aún irá más allá en su enseñanza de este día. Si el pasado domingo Jesús nos decía que no venía para abolir la ley sino a darle plenitud, este domingo el Señor nos da una nueva pauta a los creyentes: amar incluso a los que no nos quieren, a los que nos odian o nos rechazan. 

No basta ser bueno, no sirven las apariencias, a Dios no le podemos engañar. Y Él que nos conoce, apela a nuestra conciencia para que asumamos esta máxima como una llamada a una vida más perfecta, más santa, más coherente con el ser cristiano. Dios no quiere que seamos felices únicamente aquí, sino por encima de todo Dios quiere que seamos santos para gozar eternamente de su presencia. Ese es el plan del Creador para nosotros sus criaturas; no que vivamos la vida a nuestra manera sino en la búsqueda de la perfección y santidad. 

Se nos proponen normas -los mandamientos- como instrumentos para ayudarnos a corregir nuestra conducta, para que vivamos a la luz de la Sagrada Escritura en unas costumbres históricas según el Catecismo y atentos a la voz de nuestros pastores. Y aquí tenemos "la prueba del algodón", pues un verdadero discípulo de Cristo no se conforma nunca con el cinco, sino que aspira siempre a la máxima nota.

Siglos antes de nacer Cristo, ya en la cultura china se proclamaba "no hagas al otro lo que a ti no te gustaría que te hiciera", una norma social que ya en sí misma nos cuesta mucho pues nos encanta criticar y murmurar aunque nos duele que nos critiquen, pasando muchas veces de éstas a la calumnia, pero no soportamos que nos difamen. Ponemos enseguida "etiquetas" aunque nos rebelamos cuando nos las colocan injustamente. Jesús aún nos hace el camino más cuesta arriba, pues nos exige amar hasta a los enemigos ¿Pero quién idea y quién puede con eso?... Nuestro Señor nos pide este esfuerzo mayúsculo de perfección y santidad no para fastidiarnos sino como medio y remedio para hacernos más humanos y mejores cristianos. Sólo cuando logre romper el hielo y derribar barreras con mi enemigo y acercarme a él sin rencor o resentimiento significará que entonces -y sólo entonces- seré en verdad un buen discípulo del Redentor.... "Pues si sólo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?"...

viernes, 21 de febrero de 2020

Una nueva Cuaresma. Por José Ángel Sáiz Meneses

El próximo miércoles comenzaremos una nueva Cuaresma. Recibiremos un año más la imposición de la ceniza con una exhortación: “Convertíos y creed en el Evangelio”. La ceniza nos recuerda la necesidad de la misericordia de Dios, y nos ayuda a reconocer nuestra propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por esa misericordia divina. Más allá del gesto exterior, significa la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal y simboliza nuestra disposición a comenzar una nueva Cuaresma expresando nuestro propósito de conversión.

La ceniza representa el fin, la caducidad y la muerte, pero también significa la humildad y la penitencia, y nos recuerda el origen y el fin, que Dios formó al hombre con polvo de la tierra y al final de la vida volveremos a la tierra de la que fuimos formados. Al recibirla sobre nuestras cabezas no lo hacemos con una visión negativa de la vida, al contrario, como cristianos hemos de ser esperanzados y buscar el lado positivo de las cosas. La Cuaresma es un camino hacia la Pascua que iniciamos con esta celebración, y la ceniza sobre nuestras cabezas marca el inicio de ese camino hacia el encuentro pleno con Cristo.

Nos podemos preguntar qué es la vida sino un largo camino en el que hemos de tomar decisiones. La Sagrada Escritura presenta la existencia humana como la elección entre dos caminos: el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte. El texto fundamental lo encontramos en Dt 30,15-16, en el que Moisés pide al pueblo de Israel que, antes de cruzar el río Jordán, ratifique la Alianza: «Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla». Lo esencial para el ser humano es, pues, saberse orientar bien, ya que su vida se determina en función de esta elección fundamental que le ha de llevar a conformar su existencia a la voluntad de Dios.

El Nuevo Testamento emplea el mismo lenguaje y contrapone el camino que lleva a la perdición y el camino que conduce a la vida. Jesús enseña el camino de Dios conforme a la verdad y él mismo es el camino vivo que lleva al cielo y da acceso a Dios. De hecho, Él mismo se presenta como el camino: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Obviamente, este camino no tiene nada de material o físico, porque se trata de una Persona, pero el valor de la metáfora cobra todo su sentido del contexto: Jesús va a dejar a los suyos, precisamente para llevarlos al cielo.

Los creyentes, peregrinos en esta tierra, estamos invitados a llegar a la meta final. Sabemos bien que Jesús ha iniciado el camino nuevo y vivo para que sus discípulos puedan seguirlo, y este camino es Él mismo. Es suficiente, pues, con creer en Cristo y acercarse a Él para encontrarse en presencia de Dios y recibir su luz y su vida, e incluso, un día, verle cara a cara. En el episodio evangélico de los discípulos de Emaús, es Cristo mismo quien hace camino con ellos y se hace camino para ellos, aunque no serán capaces de reconocerlo hasta que les explique las Escrituras y parta para ellos el pan (cf. Lc 24, 13-35).

Los cristianos peregrinantes tenemos garantizada nuestra seguridad sean cuales fueren los peligros, imprevistos o duración de la ruta. Ya no estamos abandonados a las propias fuerzas para guardar los mandamientos y permanecer fieles, pues contamos con Cristo, un Mediador que nos purifica de nuestros pecados, que defiende nuestra causa, que es y comunica la verdad y la vida, que constituye el propio camino para ir a Dios. Basta, pues, seguirle para entrar en la casa del Padre. De momento, os invito a vivir con espíritu de conversión esta Cuaresma que vamos a iniciar.

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Sacar la fe a la plaza pública

Siempre me ha llamado la atención la mirada curiosona de las personas que, sentadas en una plaza cualquiera, ven pasar a unos y otros, cada uno con su prisa y con su afán, en ese vaivén de actualidad. Puede ser un sano divertimento este inocente fisgoneo, y se aprende mucho de cuanto sucede en el trajín cotidiano, cuando ves pasar a los cansinos, los apresurados, los aburridos, los felices, los desdichados. Los hay que ríen cantarinos, los hay que van metidos en sus cuitas y problemas, otros tienen la tristeza como máscara clavada en sus ojeras; y así, sucede cada día, ante la mirada de quienes se paran a observar un instante lo que ocurre delante de la ventana de su curiosidad.

¿Y si esa plaza fuera la vida misma en la que la Iglesia de Cristo también está? Porque también Jesús fue un profundo observador de todo y de todos. De hecho, su enseñanza no estaba basada en entelequias abstractas de una vida inexistente e irreal, sino que partiendo de lo que a diario sucedía, Él iba contándonos su secreto, sus ensueños, su deseo… todo eso que cada noche atardecida o cada nuevo amanecer, se aprestaba a volver a escuchar en los ratos hondos e íntimos de coloquio con el Padre Dios.

Me viene esta reflexión sobre la plaza en la que la vida transcurre, porque muchas veces nos hemos empeñado los cristianos en vivir sólo en el templo, de puertas adentro, una fe y una religiosidad demasiado ensimismada en su castillo interior. El templo es el tiempo. No porque estén de más nuestras iglesias, sino porque no se puede reducir al recinto de una iglesia lo que un cristiano puede y debe vivir.

Ante esa vieja tentación que hoy toma carta de ciudadanía arrinconando la fe en las sacristías, hay que afirmar que debemos sacar la fe a la plaza pública, y nuestra condición creyente ponerla al sol de la vida, para que le dé el aire y ese aire sople vientos benévolos que acerquen la brisa de Dios. No estamos ya aquí –a Dios gracias– en épocas peleonas de persecución religiosa. La tolerancia como valor democrático y cívico, ha ido quitando los paredones y las incursiones quema-conventos, pero esa misma tolerancia que no mata a los cristianos, no les dejará vivir tampoco. Ni les quita la vida, ni les deja vivir: esta es la paradoja. Hasta se les podrá subvencionar un reducto escondido, cual “reserva india”, en donde acotados y sin peligro de contagio, puedan retozar los cristianos. Esta tolerancia no tolerará otra cosa, porque desea que la fe sea algo privado e individual, y sólo con esta condición se permite que exista. Pero el dinamismo de la misma fe cristiana, siempre empuja a vivirla como algo público y universal, nunca privadamente, aunque sí de modo personal.

Un Congreso de Laicos Cristianos como el que celebramos estos días en Madrid con una alta participación de católicos asturianos, para recuperar y seguir ahondando en la dimensión pública de la fe. Una fe que se hace cultura, política, educación, comunicación mediática, investigación, solidaridad, deporte, compromiso social, arte, que se hace vida allí en donde la vida está. Hay que cambiar el registro asustadizo de creer que sólo podemos ser cristianos en el patio del templo, y más bien salir a la plaza del tiempo para testimoniar allí las consecuencias que se derivan de la fe cristiana vivida.

Es un trasiego que ha de vivirse con la conciencia cristiana de saberse también entonces y también ahí, cristianos. Y porque lo olvidamos o nos lo intentan censurar, por eso debemos celebrar este Congreso en donde los laicos, que son quienes especialmente viven su vocación bautismal en la trama de la familia, del compromiso social, político y profesional, redescubran que están llamados a ejercer este testimonio público de una fe que no se esconde, y que se saca del patio particular a la plaza de la vida.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

jueves, 20 de febrero de 2020

«Corazón ardiente», el calor de un Dios que ama en un mundo frío, reconforta al espectador con luz

(Pablo J. Ginés/ Cari Filii) Pocas devociones son tan populares en España como la del Sagrado Corazón. Incluso personas alejadas de la fe tienen cierto cariño, por razones familiares, a imágenes y símbolos del Sagrado Corazón heredadas de su familia. Sin embargo, a menudo la gente conoce sólo alguna faceta de esta devoción, faltando una visión más amplia.

Quizá en Valladolid conocen a Bernardo de Hoyos y la Gran Promesa ("Reinaré en España"), quizá en Getafe conocen el Cerro de los Ángeles y su monumento dinamitado y fusilado en la Guerra Civil, en ambientes carismáticos pueden conocer a la comunidad del Emmanuel y su servicio en el  Santuario de Paray-le-Monial y en Barcelona muchos devotos viven la devoción ligada al Tibidabo y la adoración nocturna.

Ahora es posible tener una emocionante visión de conjunto de la rica espiritualidad del Sagrado Corazón con la película Corazón Ardiente de Goya Producciones, dirigida por Andrés Garrigó y filmada con ayuda de la Fundación Cari Filii, la Asociación Católica de Propagandistas y los centros de enseñanza CEU. El filme se estrena el 21 de febrero en España y en marzo en México, Colombia, Puerto Rico y Panamá.

Trama de ficción combinada con fragmentos documentales

La película combina una trama de ficción (dirigida por el veterano director de ficción Antonio Cuadri) con otra documental, como ya hiciera esta productora en Fátima, el último misterio. Una novelista hispano-mexicana, interpretada por Karyme Lozano, se encuentra más que apurada para escribir un libro por encargo. Karyme angustia al espectador con su cara de desesperación. Una periodista (María Vallejo-Nágera, la escritora, aquí en su primera experiencia como actriz novel) le recomienda explorar la historia del Sagrado Corazón.

- una recreación de las 3 primeras apariciones y mensajes de Jesús a la monja visitandina Santa Margarita Mª de Alacoque en Paray-le-Monial, en el siglo XVII

- expertos explicando su sentido central: "es Dios mendigando nuestro amor", repiten

- la "gran promesa" al beato Bernardo de Hoyos en Valladolid, 60 años después

- las profecías de Sor Mariana Francisca de Jesús en Quito en el siglo XVII

- la consagración de Ecuador en 1873 al Sagrado Corazón, primer país en dar el paso

- el asesinato de ese presidente ecuatoriano, el católico devoto García Moreno, casi seguro por masones

- la construcción del Sagrado Corazón de Montmartre, París, durante 40 años, por devoción popular

- el impulso constructor que incluye el Tibidabo en Barcelona y más de 400 monumentos al Sagrado Corazón en España

- el enlace con Santa Faustina Kowalska y su Divina Misericordia (53 veces menciona su diario al Corazón de Cristo)

- la consagración de España por el rey Alfonso XIII, y el enfado de los masones españoles

- la consagración de 14 países iberoamericanos (más Polonia) al Sagrado Corazón... ¿se cumple así la "gran promesa"?

Testigos actuales del Sagrado Corazón

Después, el documental recorre algunos aspectos de actualidad. Luis Petit, párroco en Barcelona y uno de los exorcistas de la diócesis, explica que "el demonio reacciona ante la devoción al Sagrado Corazón" y afirma que "los grupos y congregaciones con devoción verdadera al Sagrado Corazón no tienen crisis de vocaciones".

La laica salvadoreña Alicia Beauvisage, residente de París, explica cómo encontró en una tienda de trastos una reliquia de Santa Margarita María, que le llevó a Paray-le-Monial, y de allí a viajar por muchos países con las reliquias de la Santa difundiendo la devoción al Sagrado Corazón, acompañada del padre Marot, quien admite, arrepentido, que antes consideraba esta devoción "algo desfasado y caduco".

El documental muestra también que esta devoción está viva en la vida cotidiana de muchas familias hoy. En Barcelona habla con dos ramas de la familia Alsina (muy conocida en el movimiento de Schola Cordis Iesu) y en Toledo con una familia de Getsemaní, un grupo ligado a Jóvenes y Familias por el Reino de Cristo. Los niños hablan de cómo participan en la oración familiar y en la iglesia, y los padres de cómo les ha ayudado a crecer como pareja y familia.

Curiosamente, las mejores declaraciones del documental son quizá las que hace una niña en los títulos de crédito: "Me gusta el Sagrado Corazón porque me enseña que Dios no es un Ser abstracto, sino que tiene corazón, ama y quiere ser amado".

Experiencias de amor que convierten... y bombas en Afganistán

También recoge el testimonio de conversión de un abogado alemán de Madrid que, tibio en la fe, acudió a Paray-le-Monial, y sintió allí que Cristo le amaba y le acogía, transformando su vida. Es un caso clásico de conversión mística radical.

Y son muy interesantes las imágenes con militares españoles, recordando una experiencia en Afganistán. Todos en la unidad habían recibido un "detente bala", una estampa pequeña del Sagrado Corazón la tarde antes. Al día siguiente, en un convoy, un explosivo destrozó por completo medio vehículo blindado, pero ningún ocupante resultó herido. Lo recuerdan como un milagro.

Por último, y quizá tratando de abarcar un tema demasiado amplio e interesante, el documental intenta hacer un repaso rápido de milagros eucarísticos, uno antiguo (Lanziano, en Italia) y varios modernos (Santa María en Buenos Aires en los años 90, Tixtla en México en 2006, Sokolska en Polonia en 2008...). Estos milagros de pan que se convierten en carne, y más concretamente en tejido cardíaco -el documental acude a varios cardiólogos- trazan el enlace entre la adoración eucarística y la cercanía del Corazón de Jesús.

Una historia de perdón y confianza

Por su parte, la trama de ficción de "Corazón ardiente" avanza: la familia de Lupe, la escritora mexicana, tiene una historia de falta de perdón. Pero la enfermedad toca a su puerta. El poder del perdón para transformar corazones endurecidos o distraídos quedará patente y aporta un punto emotivo y hermoso a la película. Además, se insiste en la confianza en Dios ante la cercanía de la muerte, resistiendo a una confusa propuesta de eutanasia.

La película consigue emocionar y dar ganas de explorar más y mejor esta devoción que nutre a tantos cristianos. Finaliza con la hermosa música de la cantante argentina Athenas, contrastando un mundo frío de nieve y gris, con el cálido fuego que rodea al Corazón de Cristo: el calor de amor que necesitan tantas personas.