lunes, 22 de abril de 2024

Oriente con K. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Un amigo me ha provocado para que escriba una columna del periódico en la que figuren quince palabras que comiencen por la letra “k” y estén en el Diccionario de la Lengua Española. No valen nombres propios.

Por el tono en el que me lo dijo deduje que da por sentado que no seré capaz de hacerlo, pero acepto el desafío y voy a intentarlo. Es verdad que pensé en principio demorar el asunto «ad kalendas graecas», pero no, me pondré a ello inmediatamente, aunque no me facilite la labor el que, en español, calendas se escriba con “c”.

Vamos allá. La cuestión no consiste sólo en emplear vocablos con “k” inicial, que, diseminados sin más en el texto, aparezcan como una recopilación absurda, aunque no kafkiana, sino también en integrarlos en una unidad literaria con sentido.

Lo que no sabe mi amigo es que este tipo de ejercicios lexicales los hago con cierta frecuencia mientras sigo las noticias de la noche en televisión, levantando los ojos para ver lo que sale en pantalla solamente cuando me interesa lo que escucho.

Y observo que a los kremlinólogos, presentes a todas horas en los medios de comunicación social para hablar sobre la política de Putin, a quien la vida de los demás le importa un kopek, se han sumado ahora los expertos en analizar lo que está sucediendo en ese polvorín a punto de explotar que es el Próximo y Medio Oriente.

Por otra parte, ya no se convocan manifestaciones únicamente en favor de Ucrania, sino también otras en las que los asistentes exigen el cese de los bombardeos contra la población civil de Gaza. En éstas se exhiben kufiyas palestinas anudadas al cuello; y kipás judías, en cambio, en aquellas en las que los manifestantes reclaman la liberación de los rehenes israelíes.

Por si lo que ya estaba acaeciendo fuera poco, ahora, con el reciente lanzamiento de misiles y drones dirigidos hacia Israel desde Irán y la réplica del primero con drones hacia el segundo, hace tres días, se ha agrandado la lacerante herida que durante décadas no ha dejado de supurar ni de afligir a los pueblos del cercano Oriente.

Se prevén consecuencias globales. Entre otras, la subida del petróleo que, por el estrecho de Ormuz, distribuyen al mundo los barcos saudíes, kuwaitíes, iraquíes, qataríes y de otros países del Golfo pérsico, y el correspondiente aumento del precio de las materias que permiten proveer de keroseno a los aviones, el que consumamos energía eléctrica a golpe de kilovatios y que hagamos kilómetros en el coche.

Todo ello ha propiciado el que, en la Alta Galilea, en Israel, en donde no es infrecuente ver a soldados, con uno de sus uniformes, el de color kaki, esperando a los autobuses o haciendo autostop para ir de los acuartelamientos a sus domicilios y viceversa, haya sido decretado el estado de alerta máxima, y que los radares, cuya capacidad de alcance se amplifica en klistrones, estén a pleno funcionamiento. De hecho, algunos kibutzim han sido evacuados; otros, sin embargo, ocho en concreto, no.

Estos emplazamientos del norte de Israel son siempre objetivos preferentes de los cohetes que lanza Hezbolá desde el otro lado de la frontera. De aquí el que los residentes de los kibutzim que no han sido desalojados vivan en un estado de terror constante y preparados en todo momento para refugiarse en los búnkeres antiaéreos. Han solicitado del gobierno israelí que envíe personal del ejército para que los ayude en las escuelas y en situaciones de emergencia, pero no han sido atendidas sus peticiones.

En lo que respecta a Jerusalén, Ciudad Santa, desde la que se difundió inicialmente el kerigma cristiano, imagino que el turismo habrá descendido notablemente y que en las calles habrá patrullas de soldados y de policías revestidos de arriba a abajo con kevlar, la fibra con la que se hacen los chalecos antibalas y los equipos de protección individual. No es para menos, pues, además de los ataques desde el cielo, en cualquier momento puede hacer su aparición un kamikaze dispuesto a autoinmolarse en un autobús o en uno de los tradicionales restaurantes kósher jerosolimitanos.

En fin, querido amigo, que he realizado con creces lo que te parecía imposible que se pudiese llevar a efecto. Así que a ver si me invitas a comer una hamburguesa, que, en Oviedo, las hacen bien buenas. Mejor con mostaza que con kétchup. Si no, no te preocupes, que me endosaré el atuendo de deporte kappa e iré a hacer ejercicio al Parque de Invierno. Luego, ya en casa, encargaré una ración de kebab para que me lo sirvan a domicilio. Saborearé después la película “Memorias de África” y me enterneceré, una vez más, viendo las entrañables escenas que protagonizan los kikuyu. Por cierto, en español, aunque con otro significado, se dice kikuyo.

domingo, 21 de abril de 2024

''Yo soy el buen Pastor''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


En este Tiempo de Pascua encaminados hacia la Solemnidad de Pentecostés, nos reunimos en este Domingo IV en el que la liturgia de la Palabra nos invita a contemplar a Jesucristo con dos símiles muy expresivos que nos ayudan a entender el papel del Resucitado en nuestra vida: en primer lugar se anima a ver al Señor como la piedra que ha de cimentar nuestra existencia. En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo es precisamente Pedro -la piedra del Colegio Apostólico- quien aclara que ellos no hacen milagros, sino que todo el poder radica en ''el Nombre de Jesús el Nazareno'' y, seguidamente, el que había negado al Señor hace una definición magnífica sobre lo que les ha ocurrido y les ocurre a los que le persiguen, odian o no creen en Él al afirmar «Él es la “piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”. No hay salvación en ningún otro, pues "bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Este es Jesús, la pieza del rompecabezas que a tantos les falta en su vida, por eso buscan en todas partes la forma de llenar ese vacío sin ser capaces de logarlo, pues únicamente el Señor da plenitud a nuestra existencia si le colocamos en el centro de nuestra vida para dar consistencia a todo lo que sin Él se tambalea. No hay mejor punto de apoyo ni cimentación más sólida y segura para construir de forma duradera nuestra vida de fe. Sólo Él puede sostenernos, como ha venido sosteniendo a la Iglesia y su difícil misión en el mundo a los largo de estos dos mil años de historia. 

Y el otro símil o imagen a contemplar en este día es el de Jesús como Buen Pastor, ejemplo tan querido por el pueblo fiel que da nombre a este cuarto domingo de Pascua. A menudo podemos caer en el error  -incluso los creyentes- de que somos autónomos, de que nos bastamos a nosotros mismos y de que toda decisión, obra o camino se debe a nuestro sabio criterio. Pero nada de eso; el Señor se vale de mil y un formas que ni imaginamos para orientarnos, dirigirnos o convocarnos. Él, como Pastor fiel llama; nosotros unas veces como oveja dócil respondemos y acudimos, mientras que en otras ocasiones nos hacemos los sordos y vamos a riscos peligrosos lejos de las sendas seguras que Él nos había señalado. Así será toda nuestra existencia terrenal, un continuo discernir haciendo uso de nuestra libertad entre escuchar su voz o escuchar otras voces, entre estar dentro del redil o fuera, entre encaminarme a los pastos buenos y eternos o al barranco de mi propia perdición. Podemos arriesgar a dejar a un lado nuestras seguridades y autosuficiencias y dejarnos en sus manos, o podemos seguir buscando otros pastos aventuradamente sin tener muy claro cómo puede terminar esa expedición. 

Cuando vemos esas imágenes, efigies o estampas tan tiernas de Jesús con la oveja al hombro, en brazos o acariciándola, debemos de pararnos a pensar: no es una postal bucólica sin más, no es un anuncio paisajístico, sino que esa oveja o cordero que Cristo mira, toca, cuida y mima soy yo: eres tú, sosegado por su vara y cayado, conducido hacia fuentes tranquilas, guiado por el sendero justo, sabedores de que a su lado nada nos puede faltar, que sólo Él repara nuestras fuerzas, haciéndonos recostar en verdes praderas, y hasta caminando por cañadas oscuras nada tememos sabedores de que va con nosotros. 

Seguimos en el Tiempo Pascual, un tiempo marcado por el sentido de la muerte y la resurrección de Jesús: una vida entregada hasta el final y rescatada de la muerte por amor. Desde entonces, Jesús mantiene con nosotros una relación singular. Nuestra fe no es una afirmación teórica, sino una experiencia de relación personal con Él. En este Domingo tan especial debemos abrir los ojos a esta verdad; Dios no se desentendió de nosotros una vez fuimos creados, la Pascua tiene sentido por la muerte y resurrección de Jesucristo por nuestra salvación, e incluso tras resucitar no quiere dejarnos solos, sino que nos asegura su presencia continua y constante como así lo sentimos cada día en la eucaristía, en los sacramentos y en tantos momentos tristes y alegres de nuestra jornada. Ahora que por desgracia salen con frecuencia los pastores asturianos en la televisión por los problemas que tiene con el aumento de lobos, vemos cómo es su vida: ¿Qué hace un pastor?... estar pendiente siempre del rebaño, cuando hace frío y calor, cuando le apetece y cuando no, cuando toca reñirlas por desobedecer o darles una caricia por ser dóciles; cuando toca curarlas por que se han herido, o llevarlas a la esquila cuando se acerca el verano... Un pastor nunca abandona a su grey, cuanto menos Jesús nunca nos dejará de su mano y cuidado...

En este Domingo se celebra también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y hemos de pedir por el aumento de éstas a todos los estados de vida, pues la vida consagrada, misionera, matrimonial, laical o sacerdotal, implican todas ellas un seguimiento radical de Jesús, tratando de ser fieles en esa llamada de vida concreta y buscar lo que se nos pide en esa vocación de vida, al igual que Él es fiel a nuestro pastoreo. Y es que el Señor no es asalariado; no le mueve el interés, sino el amor.

¡Feliz Domingo del Buen Pastor! 

Evangelio Domingo IV de Pascua

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 11-18:


En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».

Palabra del Señor

sábado, 20 de abril de 2024

El Cardenal asturiano Ángel Fernández Artime recibió hoy en Roma la ordenación episcopal

(salesianos.info) En una emotiva y concurrida celebración, que comenzó a las 15’30, han recibido la ordenación episcopal los salesianos cardenal Ángel Fernández Artime, arzobispo titular de Ursona, y Mons. Giordano Piccinotti, presidente de la Administración del patrimonio de la Santa Sede, Arzobispo titular de Gradisca.

La ceremonia se ha celebrado en la Basílica de Santa María La Mayor, basílica papal muy vinculada a la historia de España, y que se encuentra próxima a la sede central de la Congregación Salesiana. Junto al obispo consagrante, el cardenal Emil Paul Tscherrig, estuvieron como obispos co-consagrantes, los salesianos cardenal Cristóbal López, arzobispo de Rabat, y Mons. Lucas Van Looy, obispo emérito de Gante. Junto a ellos un nutrido grupo de cardenales y obispos, muchos de ellos salesianos, así como el Consejo General de los salesianos, numerosos sacerdotes, familiares y amigos de los nuevos obispos, y miembros de la Familia Salesiana que llenaron la basílica papal.

En la ceremonia de consagración, fueron especialmente significativos algunos momentos, como el canto de las letanías implorando la intervención de los santos, con los dos ordenandos postrados en el suelo, la imposición de la mitra y el anillo episcopal, y la entrega del báculo, signos de su ministerio como obispos. Precisamente la casulla, la mitra y el báculo que ha usado el Rector Mayor, le han sido regalados por su comunidad de la sede central y fueron bendecidos, en la mañana del sábado, por Mons. Van Looy y entregados a don Ángel.

Al finalizar la eucaristía, el Cardenal Artime dirigió unas palabras de agradecimiento, en primer lugar, a Dios, por el don recibido, al papa Francisco por la confianza puesta en ellos, y también agradeció la presencia de familiares, amigos y, especialmente, el calor y apoyo de la Familia Salesiana. Terminó sus palabras con una invitación a cuidar a los jóvenes, “la porción más delicada de la sociedad” citó a Don Bosco, y acercarlos más a la Iglesia.

RECTOR MAYOR HASTA EL 16 DE AGOSTO

Precisamente esta mañana, el X Sucesor de Don Bosco envió un comunicado a toda la Familia Salesiana, explicando que, con un permiso especial del Papa, continuará como Rector Mayor de la Congregación hasta el 16 de agosto. Al ser ordenado obispo debería dejar de ser Superior General de la Congregación, pero el Papa concede una excepción, en este caso, hasta la fecha señalada. 

Ese día, en la Basílica de María Auxiliadora, celebrando los 209 años del nacimiento de Don Bosco, firmará la renuncia como Rector Mayor. Y, otro dato significativo, lo hará ante salesianos, Consejo General, y ante 370 jóvenes que habrán celebrado esa semana el sínodo de los jóvenes del movimiento juvenil salesiano. Desde ese momento, Stefano Martoglio, actual vicario del Rector Mayor asumirá el lugar de este hasta la elección del nuevo Rector Mayor y el Consejo General, en el Capítulo General 29 que comenzará el 16 de febrero de 2025.




Mensaje del Santo Padre Francisco para la 61ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.

Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida. Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento. Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; en los que se comprometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; en todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que se desgastan por el bien común. Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.

A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él.

Un pueblo en camino

La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos.

Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad.

Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2). Y la oración —lo sabemos— se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre. En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).

Peregrinos de esperanza y constructores de paz

Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos.

El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones. Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros. Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor. Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino.

Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales: el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta. Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento.

En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Esta esperanza —nos asegura san Pablo— «no quedará defraudada» (Rm 5,5), porque se trata de la promesa que el Señor Jesús nos ha hecho de permanecer siempre con nosotros y de involucrarnos en la obra de redención que Él quiere realizar en el corazón de cada persona y en el “corazón” de la creación. Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo, que «entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276). Incluso el apóstol Pablo afirma que «en esperanza» nosotros «estamos salvados» (Rm 8,24). La redención realizada en la Pascua da esperanza, una esperanza cierta, segura, con la que podemos afrontar los desafíos del presente.

Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto. A pesar de los fracasos y los contratiempos, el bien que sembramos crece de manera silenciosa y nada puede separarnos de la meta conclusiva, que es el encuentro con Cristo y la alegría de vivir en fraternidad entre nosotros por toda la eternidad. Esta llamada final debemos anticiparla cada día, pues la relación de amor con Dios y con los hermanos y hermanas comienza a realizar desde ahora el proyecto de Dios, el sueño de la unidad, de la paz y de la fraternidad. ¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz.

La valentía de involucrarse

Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! – ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos. Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse! Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que dar, ni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir.

Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz.

Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, IV Domingo de Pascua.

FRANCISCO

viernes, 19 de abril de 2024

Mañana Sábado

Desde nuestro brocal: Castiing vocacional

Andamos con las estadísticas y sondeos cuando llegan los comicios electorales, pero también cuando se auscultan los números de nuestras vocaciones eclesiales. Y puede sobrevenirnos que, ante el aluvión de ofertas comerciales, planes renove y créditos bancarios al alcance de cualquier hipoteca, caigamos en la tentación de creer que la solución al problema vocacional que atraviesan los seminarios diocesanos y las Órdenes religiosas del primer mundo, pasa por un audaz lavado de marketing promocional, como si fuera una cuestión publicitaria colocando el producto organizando un oportuno casting. 

La falta de vocaciones es un hecho que sacerdotes y religiosos constatamos cuando comparamos nuestro tiempo con otras épocas no tan lejanas. Otra cosa es la lectura que después se hace de este dato. No creo que ayuden las posiciones extremas de quienes leen esta realidad desde un pesimismo añorante y culpabilizador, como si fuese una maldición por la vivencia mediocre o infiel del propio carisma; o quienes interpretan esto desde un optimismo frívolo y exculpador señalando como única explicación la disminución de nacimientos, la secularización social o la convivencia con una cultura extraña y hostil hacia el cristianismo. Es ciertamente sintomático que nuestros colegios y parroquias, en donde trabajamos con tantos jóvenes, hayan dejado de ser en parte los espacios en donde florezcan vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Al mismo tiempo, es precioso ver cómo han surgido laicos en esos mismos espacios con un gran compromiso social y eclesial. Bienvenidos esos voluntariados, pero preguntémonos por qué no surge la pregunta vocacional de un seguimiento incondicional del Señor, porque una cosa es colaborar con una ONG y otra pertenecer a Cristo dando la vida por su Reino.

El ejemplo de los santos sacerdotes y religiosos que todos hemos conocido es muy próximo al primitivo cristianismo: han sido pro-vocación viva en la que se escuchó la vocación de la Vida. En un tramo concreto de la historia, ellos han sido grito o susurro, anuncio o denuncia, pero siempre testimonio de Dios: de su Belleza, su Amor, su Verdad, su Justicia, con una exquisita y audaz fidelidad a la Iglesia. Chesterton lo decía de san Francisco: los santos han sido una contradicción profética para su propia generación. Se encontraron con Jesús, y tuvieron la osadía de poner al sol sus preguntas todas como les ocurrió a Juan y a Andrés: “¿qué buscáis? — ¿Maestro dónde vives?” (Jn 1,38), reconociendo que ese corazón lleno de las preguntas de siempre y las de todos, era abrazado con una ternura y una verdad propias de Dios. Seducidos por ese encuentro, correrían para contar a los demás lo que les había ocurrido, convirtiéndose en los porta-voces de una Palabra y en los portadores de una Presencia más grandes, generando una esperanza que no nacía de sus estrategias ni de sus pretensiones, sino de Aquél que habían encontrado. 

Dios ha comenzado a decir una palabra que desea se siga escuchando en quienes prolongamos en el tiempo aquella palabra carismática inicial. Adhiriéndonos a ella, viviéndola, celebrándola, anunciándola, nos hacemos testigos de la Belleza de Dios, de su amor por el destino de cada hombre, testigos pro-vocadores de un encuentro como lo fue el Bautista ante Juan y Andrés, en donde pueda nacer esa gran pregunta que se hiciera S. Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 9, 6) y en donde se escuche después la gran respuesta a nuestra nostalgia de bondad y verdad: “venid y lo veréis” (Jn 1, 39). 

Y es que, el cuarto domingo de pascua es la jornada mundial de las vocaciones: al sacerdocio, a la vida consagrada, a la familia. Por este motivo pedimos al Señor que nos dé vocaciones que sean gloria para Él y bendición para los hermanos, haciendo un mundo que se reconozca en el proyecto de Dios y se distancie de nuestros torpes extravíos.

 + Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo