lunes, 14 de julio de 2025

Exposición en Luanco


¿Quién teme al transhumanismo?. Por Pedro Gómez Carrizo

(Infocatólica) Leo que el Gobierno de Cantabria acaba de presentar este 9 de julio el primer anteproyecto legislativo europeo para proteger los neuroderechos. Lo cual significa –en el más puro doblepensar al que nos ha habituado la Agenda 2030– exactamente lo contrario: si se requiere una ley para proteger la mente, lo que se oficializa es que el camino a ella está libre y expedito. Acceso al pensamiento, registro de interfaces neuronales, datos cerebrales equiparados a datos médicos… La medida ha sido celebrada como una «vanguardia ética» porque se dice que protege la intimidad mental y preserva la libertad del yo; pero lo cierto es que cuando hace falta proteger por ley lo inviolable por definición es que algo se ha desplazado en el centro mismo de lo humano. La conciencia deja de ser santuario.

Por supuesto el contexto no deja lugar a dudas: en su reglamento de Inteligencia Artificial en 2024, la Unión Europea ya definió las neurotecnologías como «de uso estratégico» y «prioridad para la innovación médica» y mediante fondos como InvestEU y InvestAI está financiando proyectos piloto de convergencia entre IA y actividad cerebral en contextos sanitarios, educativos y laborales. Mientras en paralelo, la OMS impulsa estándares internacionales para el tratamiento de datos cerebrales, sin cuestionar el principio mismo de su instrumentalización.

La amenaza del transhumanismo avanza. La técnica, por definición, no se detiene. Jacques Ellul lo comprendió hace años con lucidez: «Todo lo que puede hacerse, se hará».

Así que nada más serio, y no obstante, siendo esta la mayor amenaza que pueda concebir cualquier persona que considere el cuerpo un templo sagrado del espíritu, al leer la noticia me ha venido a la cabeza, con alivio, la musiquilla de la canción infantil de los tres cerditos Who’s afraid of the Big Bad Wolf?, y cómo, jugando con esas palabras, el dramaturgo Edward Albee escribió su Who's Afraid of Virginia Woolf? Esta obra teatral, llevada a la pantalla por Mike Nichols, abordaba la manera como los individuos nos enfrentamos a nuestros «lobos», la fragilidad de la existencia y las máscaras que utilizamos para enfrentar la realidad.

Celebro este caso de cerebración inconsciente, porque, en realidad, ¿cabe temer al transhumanismo? ¿Debemos tener miedo a esa quimera de silicio, datos y carne optimizada? ¿Hemos de temblar ante la promesa de vencer la muerte a golpe de prótesis, edición genética, inteligencia artificial, suplementos cognitivos y almas en la nube?

Muchos cristianos alzan la voz, alertan del peligro, advierten sobre la deshumanización, llaman a la resistencia… Es perfectamente comprensible, porque el transhumanismo tiene todas las trazas de ser el golpe de gracia de la Bestia. Sin embargo, ¿no estaremos concediendo demasiado crédito al enemigo? ¿No será que el proyecto transhumanista, en su aceleración terminal, expone al fin la mentira sobre la que se ha construido la modernidad misma? ¿Acaso no le saldrá a Satán, el mono de Dios, el tiro por la culata?

El cristiano no niega el mal, pero tampoco debería escandalizarse ante él. Sabe que todo error llevado a su extremo se autodestruye, y que la desviación, cuando se vuelve sistema, sólo puede engendrar una caricatura de la vida. El avance del transhumanismo pone de relieve la naturaleza espectral del mundo moderno: la absoluta solidificación del mundo. Deja en evidencia de manera creciente que el ser humano es, indiscutiblemente, una cosa distinta –de infinita mayor calidad– de lo que el pensamiento hegemónico nos induce a creer.

Nada de esto ha surgido de golpe. Hace siglos que el mundo se desliza hacia una ontología de lo cuantificable. Lo cualitativo, que no puede medirse, y donde reside lo que nos hace humanos, desaparece, y lo que no puede ser procesado no se considera real. La inteligencia artificial, la medicina predictiva, el gobierno algorítmico… es una culminación del proceso moderno. La vida separada de la vertical es una vida suspendida: no cae porque no tiene peso, no sube porque ha perdido dirección. Cuando el espíritu se retira, sólo queda la materia como obsesión.

Y el transhumanismo no es una ruptura con esa lógica sino su lógico e inevitable corolario. Es la forma más coherente del proceso de conversión hacia la mera cantidad, y de esta, a la escoria. Porque tal es la promesa del transhumanismo: una parodia de hombre, una contraimagen de Dios. ¿Eternidad? Puede que tal vez sí sea el camino para lograr la supervivencia de la escoria material, pero desde luego no la eternidad del alma glorificada.

Recuerda el catecismo que «El cuerpo humano participa de la dignidad de la imagen de Dios», y sin esa gracia, el ser humano es mineral. Modificar artificialmente esa parte sólida del ser humano, solo para evitar que se reduzca a polvo, es maldición (aunque eso que los antiguos sabían instintivamente se haya vuelto hoy programa político y sanitario). Y si a ese residuo se le otorga inmortalidad –mediante prótesis, conexión, almacenamiento, ingeniería, programación…–, lo que se logra es la perpetuación de un cuerpo sin alma. Esa escoria anunciada es la gran promesa que se supone compite con el hombre que se sabe hijo de Dios: la gran obra del transhumanismo es Nosferatu, el no-muerto.

Por eso, desde la perspectiva cristiana, este desenlace no debe inspirar miedo. Llegada a su paroxismo, la mentira se vuelve visible. La aceleración tiene mucho de revelación. Como decía Houellebecq en La posibilidad de una isla, «la isla evocada… no existe», lo que no puede morir, tampoco puede vivir. El transhumanismo pone al desnudo su naturaleza parasitaria: quiere salvar lo que no vive. Y he ahí la lectura paradójica: el extremo de toda degeneración es siempre un punto de inflexión. Más que terror, el avance del transhumanismo debería generar esperanza escatológica, pues cuanto más se acerca a su cumplimiento el intento del hombre de reemplazar a Dios, más se pone al descubierto el vacío que late en el centro del proyecto moderno.

¿Quién teme a Virginia Woolf?, se preguntaban Martha y George en el salón devastado de sus mentiras. Lo que temían no era el fantasma de la escritora, sino el colapso de la ficción que sostenía sus vidas. El título era un guiño ante esa verdad desnuda, la caída de las máscaras. Lo mismo ocurre con nuestra actitud ante el transhumanismo. Su culminación será la carcajada final de una mentira que se ha quedado sin disfraces, la evidencia de que el ser humano lleva demasiadas décadas confundiéndolo todo.

Y en ese futuro soñado por el tecnocientifismo, cuando todo eso se prolongue hasta el límite, cuando ya no haya piel, ni error, ni infancia, ni muerte, cuando todo parezca controlado, asegurado, calibrado, ante un cuerpo transhumano, posthumano…, tal vez se escuche por fin la pregunta que había quedado en suspenso: ¿Dónde está el hombre? Y entonces, quien haya resistido, quien haya conservado el alma, responderá con calma: Aquí.

domingo, 13 de julio de 2025

''Un samaritano que iba de viaje''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Caminando entre el estío del verano, la palabra de Dios en este domingo XV del Tiempo Ordinario nos invita principalmente a hacer nuestras tres enseñanzas hermosas en las que yo quisiera fijarme particularmente... Los mandamientos nos encaminan a la conversión del corazón, la necesidad de reconocer la autoridad de Cristo, que lo es todo en todas las cosas, y la enseñanza del buen samaritano, que nos reclama la compasión hacia todo el que sufre, aunque sea aparentemente contrario o nos tenga por enemigos. Sólo viviendo la ley de Dios aceptaremos a Cristo como Señor y Rey de nuestra vida, y desde ahí trataremos de practicar la misericordia a ejemplo de quien es rico en ella.

La primera lectura del libro del Deuteronomio nos presenta uno de los versículos más queridos para el pueblo elegido, que con tanto celo y piedad sigue repitiendo hoy: ''Escucha la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma''. Yahvé establece un pacto con su pueblo, en el que no vale todo, sino que pasa por una ley de mandatos y preceptos, y esto sigue vigente para nosotros hoy. Los mandamientos no suponen ideas trasnochadas o irrealizables; el mismo autor nos lo ha recordado: ''Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable''. No estamos por tanto ante metas inaccesibles, sino que nos pide el Señor aquello que Él bien sabe que podemos lograr: ''El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas''. Estamos ante un lucha interna; aparentemente pudiera parecer que el Señor nos dice que es malo todo lo que nos parece llamativo, pero si somos sinceros, es exáctamente todo lo contrario, lo que Él quiere es liberarnos de las trampas de este mundo que nos esclavizan. El Salmista aporta su particular oración como resumen a toda esta cuestión: ''Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón''

La segunda idea nos la trae San Pablo en su segunda epístola a los Colosenses. Ya en otra ocasión comenté intencionadamente el lema episcopal de nuestro arzobispo: "Cristo es todo en todas las cosas" (Christus omnia in omnibus), y es que el mismo está sacado también de la carta de San Pablo a los Colosenses, aunque en otro pasaje. Como veis, vuelve a incidir el Apóstol en esta cuestión de la supremacía de Jesucristo, tanto en lo referente a la creación como en la obra de la salvación: ''Cristo Jesús es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y dominaciones, principados...'' Estamos ante un himno cristológico que no resalta la superioridad de Cristo sin más, sino que al reconocerlo como Hijo de Dios, nos lo presenta como Salvador, como cabeza de la Iglesia... Jesucristo es el centro, no sin más, sino porque creemos que el Verbo se hizo carne, y que en la humanidad de Jesús de Nazaret no queda fuera su divinidad: ''Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud'', por eso contemplando a Jesucristo vislumbramos también la gloria del Padre. A imagen de Dios fuimos creados, y esta imagen deformada y dañada por el pecado es restaurada por Cristo a través de su muerte y resurrección. Qué hermosa forma de llamar al resucitado: “primogénito de entre los muertos”; es decir, que fue el primero en salir con vida del sepulcro. Y si lo llama "primero", es porque ya da por hecho que los que sigamos sus pasos también participaremos en su momento de la misma suerte y dicha.

Y por último, el evangelio de este domingo es una página no solo bella, sino con una enseñanza muy necesaria para nuestros días. El contexto del hecho sucede entre los maestros de la Ley: ahí está Jesús en medio de ellos cuando uno le hace la pregunta que todo ser humano en algún momento de su existencia se hace: «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Y Jesús no se anda por las ramas, no responde con un acertijo complicado, sino que nos da la respuesta al examen señalándonos cuál es el camino para ir al cielo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente... Y “a tu prójimo como a ti mismo”». Ya está: en una frase Jesucristo lo ha condensado todo y, por desgracia, seguimos sin enterarnos de lo que significa seguir a Jesús, de cuál es el camino para ir a Él, y que debemos equilibrar en nuestra vida la balanza del amor a Dios y a los hermanos, pues el error está en centrarnos sólo en una parte: ''Haz esto y tendrá vida'' -le dice Jesús al escriba- y nos lo dice también a cada uno de nosotros. Y aquí surge otra pregunta del Maestro de la Ley al Nazareno: «¿Y quién es mi prójimo?». Y Jesús le responde con la parábola del hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y que cayó en manos de unos bandidos. Nos conocemos bien esta historia; sin duda uno de los relatos más reconocidos del Nuevo Testamento. Si volvemos la mirada a las lecturas previas, encontramos mucha correlación. El maestro de la ley lo que esperaba de Jesús era una puntualización o explicación jurídica, y en su lugar el Maestro le regala una enseñanza sobre el corazón.

Los personajes de la parábola son víctimas de ese cumplimiento farisaico de la ley a pies juntillas, sin ponerle corazón. Los dos primeros que pasaron junto a aquel pobre hombre herido le ignoraron; quizás el sacerdote tenía prisa por llegar al templo para ofrecer a Dios su incienso, o el levita lo creyó por muerto o enfermo y no quiso verse impuro y contaminado. La puntilla Jesús la da con el tercer personaje, un samaritano, que fue el único que al ver al herido y tirado al borde del camino se detuvo a socorrerle, e incluso le traslada a un lugar seguro donde poder recuperarse y reponerse. El Señor rompe los esquemas a todos, pues aquel pobre judío apaleado fue ignorado por los suyos y, sin embargo, salvado por un réprobo de la ley. Hablamos en nuestro lenguaje coloquial del buen samaritano, esa persona que hace el bien sin mirar a quién. Y este es Jesucristo en nuestra vida, el que nos saca de nuestras cunetas, de nuestra postración, el que carga con nosotros en sus brazos y nos lleva a donde ser curados ''con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza''. Se nos llama a ser compasivos y misericordiosos, pero no como algo complementario, sino porque esa es en esencia la característica del Dios de Jesucristo que se arrodilla para sacar del borde del camino hasta a quien lo tiene por enemigo. Por eso los Santos Padres siempre tuvieron claro que quien realmente estaba bajo las ropas del Samaritano era el mismo Dios. San Agustín hace una disertación muy interesante sobre la parábola. Para él, Jerusalén representa el paraíso, los salteadores al diablo y sus huestes, las heridas los efectos del pecado, el sacerdote y el levita a los hombres de ley del momento, el hombre medio muerto al ser humano que ha perdido la inmortalidad, y el samaritano a nuestro Señor Jesucristo. Ni siquiera en el verano podemos tomarnos vacaciones de ser buenos samaritanos para tantos semejantes que están en los bordes de nuestra vida, incluso a aquellos que no nos quieren bien o nos odian; estamos llamados a socorrer y curar, como hace el Señor con nosotros.

Evangelio Domingo XV del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».

Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».

El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».

Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».

Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».

Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.

Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.

¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».

Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».

Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».

Palabra del Señor

sábado, 12 de julio de 2025

La peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad a Covadonga se celebrará del 26 al 28 de julio

(Infovaticana) La peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad es una de las manifestaciones públicas de fe más importantes del verano católico en España. Este año se celebrará del 26 al 28 de julio de 2025 y volverá a reunir a cientos de fieles que, organizados en capítulos, recorrerán a pie distintas etapas hasta llegar al Santuario de la Virgen de Covadonga, corazón espiritual de Asturias y símbolo de la Cristiandad hispánica.

Inspirada en la histórica peregrinación a Chartres, en Francia —que congrega a miles de católicos desde hace más de cuarenta años—, la iniciativa española busca la restauración del orden cristiano por medio de la oración, la penitencia y la liturgia tradicional. Durante tres jornadas, los peregrinos participan en la Santa Misa según el rito romano tradicional, rezan el Rosario, cantan himnos y reciben meditaciones espirituales a lo largo del camino.

La peregrinación está abierta a hombres y mujeres de todas las edades, incluyendo familias, jóvenes y adultos. Cada grupo avanza como parte de un “capítulo” —nombre que se da a las agrupaciones de peregrinos con un santo patrón o región particular— acompañados por capellanes, seminaristas y responsables laicos. El tono del camino es marcadamente espiritual, austero y centrado en el sacrificio personal y la comunión fraterna.

El recorrido se caracteriza también por su organización disciplinada, su riqueza doctrinal y su testimonio público de la fe católica en medio de un contexto secularizado. La meta no es solo física: la peregrinación se vive como un camino de conversión y renovación interior.

Ampliado el plazo de inscripción extraordinaria

La organización ha informado que, tras concluir el periodo ordinario de inscripción, se abre una fase extraordinaria del 1 al 15 de julio, en la que será posible apuntarse solo si quedan plazas disponibles. Este nuevo tramo incluye un recargo del 50% sobre el precio de inscripción y está sujeto a la disponibilidad logística.

Desde la organización se anima a los interesados a formalizar cuanto antes su inscripción, dado que el número de participantes está limitado por razones prácticas y de seguridad.

Los detalles completos del itinerario, las normas, la espiritualidad y los formularios de inscripción pueden consultarse en el sitio web oficial y en las redes sociales de Nuestra Señora de la Cristiandad.

Decálogo para un verano cristiano



1. Deja que la luz de la verdad y la paz te ilumine: Aprovecha el verano para serenarte y reconciliarte con quienes te rodean.

2. Deja que el silencio y la contemplación te tonifiquen: El ritmo acelerado del año deja poco espacio para la reflexión. El verano es un buen momento para encontrar la paz en la quietud.

3. Despliega la sombrilla del perdón y la acogida: El verano es ideal para perdonar y acoger a los demás, potenciando lo mejor de uno mismo.

4. Dialoga con tu familia y amigos: Fortalece los lazos con tus seres queridos, recuperando la confianza y la amistad.

5. Reza y da gracias por el descanso: La fe no toma vacaciones, por lo que es importante mantener la conexión con Dios y agradecer sus dones.

6. Comparte lo que tienes: Sé solidario con aquellos que tienen necesidades.

7. Escucha a los demás: Dedica tiempo a escuchar a quienes necesitan ser oídos, encontrando en el diálogo un espacio para el crecimiento personal.

8. No dejes de participar en la Eucaristía: La misa dominical es un pilar importante para la vida cristiana y no debe dejarse de lado durante las vacaciones.

9. No te dejes llevar por el exceso: Evita el agotamiento y el estrés, buscando un descanso reparador.

10. Renovación interior: Busca la belleza y la paz interior, más allá del bronceado superficial.

viernes, 11 de julio de 2025

16 de julio, Día de las gentes del Mar. Mensaje del obispo promotor de Apostolado del Mar

Queridas hermanas, queridos hermanos: 

A final del pasado año, el papa Francisco, unido a toda la Iglesia, abría el jubileo del año 2025 con el lema «La esperanza no defrauda» (Rom 5,5). En la bula de convocación nos recordaba que «en el corazón de cada persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. La imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos contrapuestos: de confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda» (SNC 2). Incluso con estos sentimientos, el papa nos animaba a que este año fuese ocasión para reavivar la esperanza, porque «la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,1-2.5). La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del cora zón de Jesús traspasado en la cruz y, como nos dice san Pablo, la es peranza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (Rom 8,35.37-39). He aquí por qué nuestra esperanza no cede ante las dificultades: «porque se fundamenta en la fe, se nutre en la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida» (SNC 3). El apóstol sabe muy bien que la vida humana está hecha de alegrías y penas, de dificultades y gozos, pero sabe también que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza pare ce derrumbarse frente al sufrimiento. En tales ocasiones, en medio de la oscuridad se percibe una luz que brota de la cruz y resurrección de Cristo. En este contexto del año jubilar, tiempo de gracia y renovación, tiempo de espera y esperanza, celebramos la fiesta de las gentes del mar, la fiesta de la Virgen del Carmen, una ocasión entrañable en la que, como cada año, elevamos nuestra oración y mirada a María; oramos con vosotros y por vosotros.

Queremos proclamar con especial fuerza, en este tiempo, a María, guía y esperanza nuestra. Vosotros, que conocéis de cerca la incertidumbre de las travesías, la fuerza de las mareas y la fragilidad de la vida en el mar, sabéis también lo que significa confiar en una presencia que acompaña, protege y sostiene. María, la Madre del Señor, ha sido des de siempre faro en la noche, estrella que guía a los navegantes, consuelo en la soledad y fortaleza en las dificultades, regazo tierno de amparo y compañía en la distancia. La esperanza cristiana no es ingenuidad ni evasión: es certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo; el mar no es solo prueba, también es promesa. En cada red lanzada, en cada larga jornada laboral, en la inseguridad en medio de tantos conflictos, en la precariedad laboral, en las duras condiciones de trabajo o en la distancia… está también presente la acción silenciosa de aquel que calmó la tempestad y que navega con nosotros en la barca de la vida tendiéndonos una mano. El papa Francisco nos recuerda que estamos llamados a «redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece» (SNC 7) y a «escrutar a fondo esos signos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS 4). También nos urge a ser nosotros «signos tangibles de esperanza». Hay muchos retos en el mundo del mar, que tantos vivís en el día a día, que tantas familias sufren, y que como Iglesia queremos vivir y acompañar: el problema de la salud mental de los trabajadores del mar; la regulación y seguridad de los marineros y pescadores; la mejora de las embarcaciones; la siniestralidad… Aquí nos toca levantar la voz, proféticamente, para recuperar a la persona como centro de todo, buscando su dignidad personal, laboral y familiar, antes que cualquier ganancia o búsqueda exacerbada de productividad, y salir al encuentro de las gentes del mar en todas sus vertientes. Al mismo tiempo, es urgente una conversión ecológica para cuidar la casa común y enfrentarse a los retos que esta nos pide a toda la sociedad, trabajando juntos para construir el bien común, y así ser signos tangibles de esperanza. En este año jubilar, la esperanza encuentra en María, la Madre de Dios, su testimonio más alto. En ella, vemos que la esperanza no es un mero optimismo, sino un don en el realismo de la vida. A lo largo de su vida, como madre y creyente, como discípula fiel de su Hijo, en los gozos y en las oscuridades, María repite el sí dado a Dios en la anunciación, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. Ella es la Stella Maris que confía y espera en todo acontecimiento de la vida por muy escabroso que sea, y viene en nuestro auxilio, sostiene e invita a confiar y a seguir esperando en todo momento y en toda realidad. A quienes trabajáis en el mar, a vuestras familias, a quienes velan por vuestra seguridad, y a todos cuantos ofrecéis apoyo espiritual, social o humano en los puertos, os recordamos y felicitamos en esta fiesta de la Virgen del Carmen, agradeciendo todo vuestro trabajo diario y vuestro esfuerzo e interés en la promoción, cuidado y mejora de las gentes del mar. Sois signos tangibles de esperanza en medio de nues tra Iglesia y de nuestro mundo. Que María nos sostenga a todos en la esperanza, cobije en la dificultad y nos acerque siempre a su Hijo Jesús, puerto de salvación. Feliz día de las gentes del mar, feliz día de la Virgen del Carmen. Vuestro amigo y hermano, 

 Antonio Valín Valdés 
Obispo de Tui-Vigo 
Promotor del Apostolado del Mar