martes, 5 de noviembre de 2024

El color negro. Por Francisco Torres Ruiz

“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando…”.

Así comienza Jorge Manrique la primera de sus cuarenta coplas a la muerte de su padre. Sabemos que la muerte es consecuencia del pecado. Así lo enseña el Catcismo de la Iglesia: “la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado” (CEC 1008). El hombre fue creado por Dios con una serie de dones llamados preternaturales, entre otros, el don de la inmortalidad. Santo Tomás de Aquino lo explica en STh. I, q. 97 a.1 referido a la causa eficiente: “en efecto, su cuerpo no era incorruptible por virtud propia, sino por una fuerza sobrenatural impresa en el alma que preservaba el cuerpo de corrupción mientras estuviese unida a Dios. Esto fue razonablemente otorgado. Pues, porque el alma racional supera la proporción de la materia corporal, como dijimos, era necesario que desde el principio le fuese dada una virtud por la que pudiese conservar el cuerpo por encima de la naturaleza material corporal”.

Solo tras la caída de Adán y Eva en el Pecado Original entró la muerte en el mundo como consecuencia del mismo. Así, son muy acertadas estas palabras del Catecismo: “Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida” (CEC 1007).

Sin embargo, la muerte también ha sido redimida por Jesucristo adquiriendo un sentido positivo: por el Bautismo hemos sido incorporados a la muerte y resurrección de Jesucristo. La muerte física es tan solo la consumación de esta unión con Cristo y perfección de esta incorporación a su misterio pascual.

Este doble aspecto de la muerte – la tristeza del desgarro de la vida presenta y la alegría del anhelo de la vida eterna – fue siempre objeto tanto de la escatología como de la liturgia cristiana. Como muestra, recordemos las palabras de San Pablo cuando se debate entre morir o no: “Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Convencido de esto, siento que me quedaré y estaré a vuestro lado, para vuestro progreso en la alegría y en la fe” (Flp 1, 21-25) o las del mártir San Ignacio de Antioquía en su Carta a los romanos: “Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima […] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre”.

Esta tensión fue resuelta en la celebración del misterio cristiano cuando, al perfilarse la teología del color, la Iglesia asumió, al menos desde el s. IX, el color negro para la misa y oficio de difuntos. Tal ha sido la estima de la Iglesia por el color negro en la liturgia que el mismo Pio XII escribió en la encíclica que consagra el movimiento litúrgico, Mediator Dei: “se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma antigua de mesa; quien desea excluir de los ornamentos litúrgicos el color negro”.

Así, el color negro expresa el dolor de la Madre Iglesia por la muerte de un hijo, la pena y la tristeza humana ante el desgarro que supone perder a un ser querido. Sin embargo, el color negro debe estar roto por el dorado. Nunca es un negro seco o apagado. El dorado que rompe la negritud del ornamento evoca la luz Pascual porque sólo en Jesucristo se encuentra la esperanza del género humano que se dirige hacia la muerte.

La oscuridad que impone al corazón del hombre la tragedia del morir está transida por la luz pascual que abre al ser humano hacia su destino eterno de salvación. La humanidad camina hacia la eternidad, aunque para entrar en esa eternidad sea necesario experimentar el humano morir.

Sólo Jesucristo, en quien se esclarece el misterio del hombre (cf. GS 22), puede enjugar las lágrimas que la pena hace brotar en el corazón humano. El mismo Jesucristo experimentó en su humanidad santísima esa pena como leemos en el evangelio de Juan “Jesús se echó a llorar” (Jn 11, 35) cuando iba a resucitar a su amigo Lázaro.

Por tanto, los ornamentos negros con hilos dorados son la expresión plástica, junto al Cirio que se enciende al inicio de la celebración, del misterio pascual que vive el cristiano en sus carnes cuando enfrenta su muerte. Casulla negra y cirio pascual forman una unidad simbólica insuperable que aúnan realismo y esperanza, dolor y gozo, lo humano y lo divino.

La mejor expresión de lo vívido de este juego simbólico se encierra en estas palabras de la liturgia de difuntos: «Junto al cuerpo ahora sin vida de nuestro hermano N. encendemos, oh Cristo Jesús, esta llama símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado. Que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas y alumbre nuestro camino de esperanza hasta que lleguemos a ti, oh claridad eterna, que vives y reinas inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Amén«.

Os dejo con la quinta copla de Jorge Manrique:

“Este mundo es el camino
para el otro, que es morada sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.”

El Cristo yacente lleno de barro: “Nos recuerda a los más de cien fallecidos en Paiporta, a la cantidad de desaparecidos aún no cuantificables”

(Ecclesia) Es la expresión que Gustavo Riveiro, sacerdote argentino y párroco de San Jorge en Paiporta, utiliza para describir la tarea que le ha ocupado en los últimos días, como confiesa en conversación con Ecclesia este mismo domingo. Dice que la Iglesia no es distinta al pueblo y que vive y sufre con él esta gran tragedia.

Narra con emoción cómo una marea humana de jóvenes se ha desplazado a Paiporta a lo largo del fin de semana para ayudar en las tareas de limpieza. En su parroquia, San Jorge, han podido ver al fin el suelo. Fue un momento de emoción y, quizás también, de esperanza, pues sacaron el agua —con un nivel de 50 centímetros— sin más bombas de achique ni maquinaria pesada, sino cubo a cubo.

Allí mismo, a pesar de la destrucción y de las pérdidas materiales, que asegura no son importantes ahora mismo, ha recuperado la imagen del Cristo yacente, con el rostro lleno de barro que, dice, según recoge la archidiócesis de Valencia, «nos recuerda a los más de cien fallecidos en Paiporta, a la cantidad de desaparecidos aún no cuantificables y a sus familias, que es la verdadera tragedia». «Todo lo demás se irá recuperando cuando sea posible, y si es posible…».

A Riveiro le pilló la riada provocada por la DANA en la iglesia, en medio de una adoración. Reconoce que está vivo gracias a la hija de una feligresa, que se acercó a buscar a la madre ante las noticias que llegaban del barranco. En cuestión de minutos, junto antes de entrar en su casa, el agua ya estaba a la altura de las rodillas.

La parroquia de Riveiro, así como las otras dos de Paiporta, recibieron este sábado la visita del arzobispo de Valencia, Enrique Benavent, que se acercó para conocer de primera mano la situación y acompañar a los ciudadanos en estos momentos tan duros.










lunes, 4 de noviembre de 2024

Necesitan nuestra ayuda

 


Necrológica

Falleció el sacerdote diocesano D. Regino Chiquirrín Aguilar

Nació en Madrid el 12 de enero de 1930 aunque se crió en Álava, donde era natural su padre. Con doce años ingresa en el Seminario Diocesano de Vitoria. Concluidos los estudios de latín, filosofía y teología recibió la ordenación sacerdotal de manos del entonces prelado vitoriense, Monseñor José María Bueno Monrreal, el 27 de junio de 1954.

Su primer mes como sacerdote atendió las parroquias rurales en la montaña alavesa de Quintana, Campezo, Armentía y alrededores, y los once meses siguientes estuvo encargado de las ocho parroquias que conforman el Condado de Treviño, con una población en aquellos años de menos de 30 habitantes entre las ocho feligresías, en el entorno de Moreda de Álava. Fue Prefecto y Profesor del Seminario Diocesano de 1958 a 1963. Amplía estudios de Filosofía y Letras en Madrid (1963-1967)

Se incorpora a la diócesis de Oviedo donde reside su familia desde hacía años, ya que su padre tuvo que trasladarse aquí para trabajar en "Adaro". Llega en 1967, incardinándose en la Archidiócesis de Oviedo en 1970. 

El entonces Arzobispo de Oviedo Monseñor Vicente Enrique y Tarancón, al tener conocimiento de sus estudios le nombra capellán del Colegio de la Fundación Vinjoy, donde las religiosas Esclavas del Inmaculado Corazón de María llevaban tiempo reclamando al Prelado un sacerdote para atender esta realidad. Así, desde noviembre de 1967 será el preceptor del Colegio de sordomudos de la Fundación Padre Vinjoy, hasta noviembre del año 2002 en que pasó a la situación de jubilado. 

Otras encomiendas que tuvo en la diócesis fueron:

Director espiritual de la Legión de María (Desde 1975 hasta la actualidad)

Delegado para la pastoral de sordomudos y minusválidos (1984 - 2002)

Adscrito a San Isidoro el Real de Oviedo (1984 - 1999)

Director del Secretariado para la pastoral del sordo (Desde 2012 hasta la actualidad)

Don Regino dedicó la mayor parte de su vida a la atención de los sordomudos, campo del que fue todo un pionero y entendido, y a la que consagró totalmente su ministerio al llevar la Palabra de Dios a los que ni siquiera tienen voz o ni oído. Hombre lector y estudioso, era un apasionado por la Psicología o la Teología Dogmática. 

Dedicó mucho tiempo también al estudio y la divulgación de temas pedagógicos o espirituales como la vida del Padre Vinjoy, Logoterapia de V. E. Frankl, la semántica de la lengua de signos o Historia de la Pastoral del sordo en España (escrita por encargo de la Conferencia Episcopal). Publicó también libros de ayuda como la guía para la confesión y la comunión de los sordos, así como diversos artículos científicos de cuestiones filosóficos de Frankl o Foerster. Su último libro ''La misericordia de Dios'', fue publicado en 2021.

En estos dos últimos años su salud empezó a decaer tanto física como mentalmente; haber llevado siempre una vida muy ordenada en la alimentación y abordar los problemas de salud con remedios naturales -era todo un experto en temas de herbolario- hizo que superara diferentes complicaciones e ingresos hospitalarios. Llevaba muchísimos años residiendo en la Casa Sacerdotal de Oviedo desde sus años de vida activa; los últimos meses los vivió ya en la enfermería de la Casa Sacerdotal. Falleció en la misma este domingo 4 de noviembre. Tenía 94 años de edad y 70 de ministerio sacerdotal. 

D.E.P.

El funeral por su eterno descanso, presidido por el Sr. Arzobispo, se celebrará el lunes 4 de noviembre, a las DOCE horas en la iglesia parroquial de Santa María la Real de La Corte de Oviedo. La capilla ardiente estará en la Casa Sacerdotal de Oviedo hasta las 11:00 horas del lunes día 4 de noviembre. 

''Señor ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza'' (Sal 51)

domingo, 3 de noviembre de 2024

''Amarás''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Hemos celebrado los días previos la Solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos, y hoy Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, la primera lectura nos adentra en ese pasaje del libro del Deuteronomio en el que vemos la catequesis que el Señor regala al pueblo peregrino por el desierto, capitaneado por Moisés. En este relato del Antiguo Testamento que conocemos como el texto del Shemá o los mandamientos deuteronómicos, queda patente que sólo hay un Dios (monoteísmo), y que el amor hacia Él pasa por la fidelidad en comunicación diaria, así como en amarle sobre todas las cosas. Estas claves no eran únicamente una hoja de ruta para aquella caravana errante por el desierto que a menudo se desespera y no era capaz de convivir entre sí ni de ser fieles a Dios, que les había sacado de la esclavitud. A nosotros nos ocurre exactamente lo mismo; nuestra vida es una peregrinación por un camino que desconocemos -nuestra propia vida- en el que nos encontramos con peligros y alegrías, momentos de sed y de oasis, de zozobra y de paz... Pero al final la meta es la tierra prometida que mana leche y miel, y que para nosotros no es un lugar físico como lo fue para los israelitas, sino que nosotros lo llamamos el cielo.

En estos días de visitas a los cementerios, de recuerdo y nostalgia, de emociones y sentimientos encontrados, hemos de hacer un esfuerzo especial en orar por nuestros difuntos y en hacer sacrificios por ellos, de modo que los ayudemos si aún están necesitados de purificación. Un sacerdote explicaba a sus fieles que el purgatorio era como los estudiantes de medicina que han terminado el grado; podemos decir que han terminado la carrera y ya son médicos, ¡pero aún no! pues les falta el MIR... A muchos difuntos les ocurre esto mismo: han terminado la carrera de la vida, pero les falta ese último tramo para llegar al cielo, y nosotros desde aquí podemos ayudarles con la oración en favor de sus almas. ¿Amaron mis difuntos al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo su ser?... Igual no siempre fue así, pero quizá yo pueda remediarlo poniendo en práctica la ley del amor y mediante la oración conseguir su salvación. 

En el evangelio de este domingo tomado del capitulo 12 de San Marcos, vemos al escriba que acude a Jesús para hacerle una pregunta profunda; él sabría qué intenciones tenía; tal vez había oído que el Nazareno le daría una interpretación ajustada a lo que esperaba, o una respuesta profética a la duda que asaltaba su corazón. Jesús le cita la Torá:  “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. 'Y esto no es un mandato al uso ni una orden temeraria: es una propuesta de vida. Si Dios es realmente el centro de mi corazón, de mi alma, de mi mente y mi ser, entonces ya tengo medio camino hecho. Y la otra mitad nos la revela el segundo mandato: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”... ¿Amamos al prójimo como a nosotros mismos? Cuántas palabras, acciones, omisiones y pensamientos de cada uno de nosotros no son de amor hacia mis semejantes... 

El evangelio nos invita a auto examinarnos justamente de lo mismo que tendremos que rendir cuentas llegada la hora de nuestra muerte, y es tan bueno el Señor que nos da las preguntas del examen: el amor a Dios y el amor a los hermanos, tal como explicó Jesús: ''No hay mandamiento mayor que estos''. A menudo nos equivocamos pensando que la muerte está muy lejos y que ya habrá tiempo para mejorar ambas relaciones con el Altísimo y los hermanos. Suele ser una trampa del maligno que nos introduce en el subconsciente esa forma de autoengaño. Hay personas que se dicen cristianas que no lo son en realidad pues viven odiando, viendo siempre el lado negativo, criticando, haciendo la vida imposible al prójimo... En contraposición (a Dios gracias) cuánta gente buena nos encontramos en el camino que sabe, que aman al Señor y a los demás con un corazón sincero, demostrando que en verdad la construcción del reino empieza aquí, haciendo de nuestro mundo un anticipo del cielo. De cada cual depende vivir ya aquí y ahora el anticipo del cielo consiguiendo el previo visado del último viaje con un corazón que ama o, por el contrario, que destila odio, rencor o resentimiento. De cada uno depende el querer ayudar al las almas del Purgatorio o pensar que eso es un cuento chino, hasta que me vea yo mismo en ese estado. Y, finalmente, de cada uno depende la propia salvación o condenación, como nos recuerda San Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado, y deja tu condición» (n. 59).

Evangelio Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor

sábado, 2 de noviembre de 2024

Mons. Demetrio Fernández: «El Purgatorio no es un invento de los teólogos»

«Dichoso mes que empieza por todos los Santos y termina con san Andrés», dice un refrán popular. Es el mes de los Santos, es el mes de los difuntos, es el mes para pensar y relacionarnos con el más allá. Vivimos enfrascados en las tareas cotidianas, con el horizonte recortado de la actividad, o peor aún, del activismo que nos arrastra. Necesitamos de vez en cuando levantar el vuelo, levantar la mirada y otear el horizonte más amplio que da sentido al vivir de cada día.

Los Santos nos hablan de otra vida mejor, de otra vida que continúa más allá del tiempo, de una vida junto a Dios, en su presencia, saciados de su semblante y abrazados por su amor eternamente. Esa es nuestra vocación, ese es nuestro destino: vivir con Dios para siempre y prepararnos durante esta etapa terrestre para esa comunión plena con él. «Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti», nos recuerda san Agustín.

El cielo no es algo que puede esperar, porque el cielo es la unión con Dios Padre en su Hijo Jesucristo, hombre como nosotros, ungidos e impulsados por el Espíritu Santo. Ese trato y esa comunión con las tres Personas divinas ya ha comenzado desde el bautismo en cada uno de nosotros, esa es la dirección de todo nuestro caminar en la tierra. Se trata de alimentar esa comunión, esa relación personal con los Tres, y que vayan empapando cada instante de nuestro caminar.

Cuando prescindimos de ese horizonte, nos estrechamos, nos angustiamos, y nuestra existencia se extorsiona. Cuando contamos con esta perspectiva, la que da el tratar con las Personas divinas, nuestro corazón se ensancha, se dilata, se llena de plenitud. Los Santos nos recuerdan esta manera de caminar por la vida. Ellos van delante, ellos han vivido sensatamente la vida, ellos gozan de Dios a plena luz e interceden por nosotros. Son nuestros hermanos mayores, que nos ayudan en el camino de la vida.

Y entre los que ya han partido de este mundo, se encuentran aquellos que todavía están purificándose antes de disfrutar de Dios en plenitud. El Purgatorio no es un invento de los teólogos. El Purgatorio es la expresión última de la misericordia de Dios con nosotros, que nos hace evidente y palpable su amor y genera en nosotros por contraste el dolor precioso de la contrición. El bien que hagas y el mal que sufras te sirva para reparar tus pecados, nos dice el confesor antes de la absolución. Es decir, nuestro pecado es perdonado instantáneamente por Dios en el sacramento, pero el pecado ha dejado secuelas y cicatrices que solo serán sanadas por el crisol del amor. El Purgatorio es una respuesta de amor sin recortes, donde nuestra alma queda limpia y pura para acceder a la presencia de Dios.

La oración de la Iglesia por sus hijos difuntos, que todavía están en el Purgatorio, es constante. Son sus hijos preferidos, porque son los que más sufren en esa llama de amor por parte de Dios y del corazón humano en su presencia. Es un sufrimiento lleno de esperanza, porque goza ya de la salvación. Pero es un sufrimiento que reclama nuestra colaboración y la de todos los Santos en su favor. Cuando rezamos por un difunto, cuando ofrecemos la Santa Misa por él, estamos haciendo no sólo un acto piadoso, sino un acto de comunión y solidaridad con los que necesitan nuestra ayuda y coparticipación.

Mes de noviembre, mes de Santos y de difuntos. Mes para plantearnos de manera más explícita cuál es el sentido de nuestro caminar por esta vida. Esta peregrinación tiene su término, su final, su desembocadura en Dios. Pero esta peregrinación conlleva sus lágrimas, sus sufrimientos y dolores, porque apartados de Dios nos hemos acarreado la ruina. El amor de Dios irá calando en nuestro corazón abierto a ese amor para que sepamos reparar nuestros desvaríos y podamos retomar el camino del cielo.