lunes, 31 de mayo de 2021

Homilía Acción de gracias beatificación del P. Juan Alonso M.S.C.

Queridos familiares del Beato Juan Alonso, Padre Provincial y religiosos Misioneros del Sagrado Corazón, Sr. Vicario General de nuestra Archidiócesis, hermanos sacerdotes y diáconos, hermanos todos: el Señor os conceda siempre tener la paz en vuestro corazón y que vuestros pies surquen los caminos del bien.

Tenemos los cristianos una curiosa redundancia a la hora de celebrar lo más grande y hermoso en nuestra vida: que lo hacemos dando gracias con la Eucaristía, palabra que significa precisamente agradecer la buena gracia al Señor Dios que nos la regala. Hoy tenemos una cita especial en nuestra Catedral de Oviedo con este motivo: junto al don de Jesucristo que entregó redentoramente su vida por nosotros, por nuestra salvación, está el don de los hermanos que la Iglesia nos propone como ejemplo en quienes mirarnos y como compañía en nuestras andaduras variadas.

En Santa Cruz de El Quiché (Guatemala), el pasado 23 de abril eran beatificados tres misioneros de la Congregación del Sagrado Corazón junto a siete laicos indígenas bien comprometidos con las comunidades cristianas en la formación católica y la promoción social. En ese grupo de mártires estaba el beato Juan Alonso. La alegría que tantos sentimos, se hizo emoción agradecida al Papa Francisco por habernos señalado a este querido hermano contemporáneo como una compañía que nos ayudará a escribir la página de nuestra historia que la Providencia divina nos ha querido confiar.

Los santos no son un adorno prescindible; ni un suplemento al Dios infinito o una merma que eclipsa su gloria. Los santos no añaden algo al evangelio, como si éste fuera incompleto; no agregan palabras que no han sido ya pronunciadas por los labios del Maestro; no construyen una ciudad o una casa que no haya sido levantada y edificada ya por Jesucristo. Lo que hacen los santos es repararlas o volver a abrirlas cuando se han deteriorado o cerrado, nos ponen en salida con toda la Iglesia para ir en búsqueda de aquellos que se han marchado, o facilitar el camino para que estrenen su adentramiento aquellos que nunca han estado. Un santo es siempre el recordatorio de una palabra que ya se ha dicho anteriormente, y el reestreno de una belleza que ya ha sido mostrada. Por eso no añaden ni apostillan sino sencillamente recuerdan cuando las hemos olvidado o tal vez traicionado. Dios nos regala a los santos como una compañía. Una compañía que no suple nuestra libertad, pero sí que la puede despertar, de manera que pueda latir de nuevo nuestro corazón con ese pálpito que nos viene con la gracia del buen Dios.

La santidad cotidiana en la vida real es consentir que Dios en nosotros haga el bien en medio de tantos males; que grite su paz cuando la violencia nos diezma y destruye de tantos modos; que anuncie su gracia cuando la esperanza suena a quimera extraña e irreal. Y por eso es un regalo más grande que nosotros mismos que bendice a quienes lo contemplan, y devuelve la paz a sus corazones, la esperanza a sus miradas, y hace posible que en una comunión real nos descubramos como hermanos.

Hoy celebramos tamaño testimonio en alguien nuestro: de esta nuestra tierra asturiana, no de antípodas extrañas, de esta nuestra iglesia diocesana en la que fue bautizado y de la que salió para hacerse misionero del Sagrado Corazón, de este nuestro tiempo no de épocas lejanas. Es profundo el valle que serpentea con sus bosques, su río Aller y la angostura o anchura de sus tramos en esa cuenca minera que se corona en el puerto de San Isidro, colindante ya con León. Un rincón asturiano de sencilla belleza, donde se enclava el pueblecito de Cuérigo, la patria chica de un allerano recién beatificado como mártir de Cristo en Guatemala. El Padre Juan Alonso Fernández, Misionero del Sagrado Corazón, llegó a la zona norte del país llamada El Quiché, cuando apenas contaba 27 años, justo después de recibir la ordenación sacerdotal. Teníamos que celebrar como Iglesia diocesana este regalo que se nos hace en el testimonio más alto de amor que un cristiano puede dar cuando entrega su vida por Cristo y por los hermanos.

Es siempre incómodo el Evangelio cuando se proclama desde la vida con la palabra y con los hechos. Sucedió con Jesús y con las primeras generaciones cristianas, que tuvieron que pagar el alto precio de su propia vida para ser fieles a la misión encomendada. Es una constante en la larga historia de la Iglesia, regada fecundamente con la sangre de los mártires de cada época. En El Quiché trabajaban tres Misioneros del Sagrado Corazón, José María Gran, Faustino Villanueva y Juan Alonso. No eran activistas políticos ni sindicales, no se enrolaron en la guerrilla. No encontraron armas entre sus ropas, ni mapas para emboscadas, ni consignas pervertidas para llegar a matar cainitamente. Anunciaban la Buena Noticia del Señor, el Evangelio, y de ese modo comunicaban a la gente sencilla el latido de ese Sagrado Corazón que palpita en el mismo Dios y en sus corazones cristianos. La catequesis, la transmisión de los valores evangélicos que aparecen en Cristo, en María, en los santos, y que construyen un mundo distinto en la paz sin tregua, la justicia sin siglas, el amor lleno de respeto y fraterna convivencia, la verdad bondadosa y bella. Siempre que una presencia cristiana afirma esa visión de las cosas, levanta sospechas, alimenta rencores y, tantas veces, propicia la censura que llega a quitar la vida.

Así lo hicieron con Jesús, cada vez que Él hablaba palabras que traían esperanza, o mostraba signos como milagros que abrazaban las preguntas y restañaban las heridas. Esa fue su peligrosa subversión que había que sofocar de plano. Y acabó en la cruz, entregado por un discípulo que le besó traicioneramente. Así han ido luego cayendo los mártires que por vivir como Jesús vivió, por proclamar el Evangelio que Él predicó, por estar al lado de los que sufren la pobreza y la injusticia con todos los nombres, se sufre el acoso, el derribo, la exclusión. La persecución puede tener muchos formatos, pero en el andar de los siglos, el cristianismo siempre ha sido incompatible con la oscuridad que encubre, con la mentira que engaña, con la injusticia que envilece, con la violencia que mata. Cabe recordar que entre 1977 y 1980 la labor de los Misioneros del Sagrado Corazón en El Quiché fue compartida por varios sacerdotes de la archidiócesis de Oviedo que habían manifestado su disponibilidad para colaborar con la causa misionera. Siempre nuestra Diócesis asturiana ha tenido y tiene una gran vocación misionera, y de aquí salió el Padre Juan Alonso.

Aquellos tres Misioneros del Sagrado Corazón, con nuestro Padre Juan Alonso a la cabeza, dieron su vida por aquella gente y por amor a Dios. Pudieron haber escapado y salvar su piel, pero prefirieron quedarse con aquellos campesinos mayas. Es el mejor comentario al Evangelio que hemos escuchado de Jesús Buen Pastor que conoce a sus ovejas, y da la vida por ellas, sin escapar cuando vienen los lobos de la jauría inhumana y antifraterna. Como dice Mons. Bianchetti, actual obispo en El Quiché, a los mártires los mataron «porque siguiendo a Jesús desde su fe, no desde una ideología, sino desde su creencia, estaban comprometidos en el desarrollo social y espiritual de sus paisanos». Me impresionó lo que Arcadio Alonso, hermano del mártir asturiano, ha escrito en un bello libro reconstruyendo la biografía del misionero. Lo ha titulado “Tierra de nuestra tierra”, que es el epitafio que aquellos campesinos guatemaltecos quisieron dedicar al Padre Juan. No fue alguien que pasó por aquellos lares, sino alguien que se quedó aún a riesgo de su vida, abrazando en nombre de Jesús y del Evangelio, las vidas de aquellos pobres. Dice Arcadio que los mártires fueron «los que dieron sentido a todo, el signo más evidente de la presencia de la Iglesia verdadera en Guatemala. Lo que hicieron y lo que padecieron fue un acto de amor, luz en medio de muchas tinieblas».

Y como nos ha dicho el apóstol Pablo en la primera lectura de la carta a los Romanos, nada ni nadie nos podrá separar del amor de Cristo. Y aunque a diario nos quieran degollar como a ovejas de matanza, en todo vencemos de sobra gracias a Aquel que nos ha amado, nos da su gracia y fortaleza para que nosotros, de tantos modos, demos también la vida. Esto queda manifiesto en la correspondencia que intercambiaba con su familia, donde se comprueba cómo el misionero asturiano era plenamente consciente del peligro que corría cuando les decía a los suyos: «Sé que asumo una responsabilidad que me rebasa. Haré todo lo que pueda, intentando que estas gentes vean en mí la misma actitud y sentimiento que Pablo manifestaba a los fieles de Corinto: Para muerte o para vida, os tengo dentro del corazón. Espero que la Santina me proteja y pueda visitarla de nuevo en Covadonga». En su última misiva, dirigida a su hermano Arcadio, llegó a decirle «Yo sé que mi vida corre peligro. No deseo que me maten, aunque tengo algún presentimiento. Pero, por miedo, jamás negaré mi presencia». Es la fortaleza que nace de la gracia de quien habita nuestro corazón, y nos hace ofrecer la vida cada mañana.

Estamos ante una hermosa parábola cristiana que es capaz de superar las contradicciones que a veces genera nuestra pequeñez y mediocridad. Pero como decía el Santo Padre el Papa Francisco en su reciente viaje a Irak, “la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”.

Nosotros damos gracias a Dios por este testimonio del más alto amor pagado con el mayor de los precios. Desde el comienzo del cristianismo siempre han sido perseguidos los cristianos. Cambian los leones que nos desgarran, los paredones donde se nos fusila, que ahora pueden ser de papel de periódico o de plasma de pantalla, distinta la daga con turbante que nos degüella, la calumnia y mentira que nos emponzoña y elimina. Pero siempre estará de fondo la misma razón: el odio a Cristo y a los cristianos, el rencor lleno de insidia que sólo sabe enfrentar y dividir a pueblos y a hermanos; es la resulta del resentimiento ante la luz, la verdad, la belleza, la bondad y la justicia. Sabemos quiénes han sido y quienes son los que esto perpetran impunemente tras sus siglas políticas y sus barricadas. Pero siempre nos hallarán a los cristianos con la actitud de estos misioneros, el beato Juan Alonso y todos sus compañeros, que fueron martirizados entre los pobres de El Quiché: ser testigos de Jesucristo, dar la vida por los hermanos y amar hasta incluso a los enemigos. Es la esperanza que vuelve a construir un mundo nuevo. A ellos nos encomendamos esta tarde en la Catedral de Oviedo. Que el beato Juan Alonso y sus compañeros mártires, intercedan por nosotros junto a la Madre de Dios que tanto amaron.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Hoja litúrgica de la Solemnidad de la Trinidad

 

domingo, 30 de mayo de 2021

Dios uno y trino. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Si el Domingo pasado clausuramos el tiempo de Pascua con la Solemnidad de Pentecostés, de algún modo este domingo inauguramos el Tiempo Ordinario con la Solemnidad de la Santísima Trinidad, cuya liturgia nos quiere recordar cómo el misterio de Dios es en definitiva la fuente en que comenzamos y la meta a la que aspiramos. En ese nuestro peregrinar de creyentes anhelamos constantemente conocer más de Dios, estar más cerca de Él en nuestros comportamientos y ser más conscientes de su presencia continua a nuestro lado.
Al asomarnos al misterio de la Trinidad es llamativo comprobar cómo a pesar de las complejidades de esta verdad de fe, la Iglesia siempre tuvo perfectamente claro desde la predicación del mismo Cristo y las primeras comunidades cristianas, así como los primeros concilios, que sólo había un único Dios, aunque este no estaba sólo. En estas tierras hispánicas tenemos constancia de lo perfectamente estructurada que estaba la enseñanza de la Trinidad en los orígenes de las primeras diócesis en suelo español, hasta el punto de que ya en el siglo V se enseñaba esta verdad dogmática a nuestras gentes. Ya el III concilio de Toledo, en el siglo VI, subrayó con profundidad este Misterio de fe ante la influencia de la herejía arriana que se extendía en la península.

Afirmar que el Dios cristiano son tres personas distintas en una sola naturaleza no ha sido "invención" de ningún eclesiástico ingenioso, sino que recibimos esta enseñanza de la vida del mismo Cristo quien nos enseñó a hablar con el Padre y nos prometió la venida del Espíritu Santo. En los evangelios encontramos de forma patente este dogma central sobre la realidad de Dios, por ejemplo, en el bautismo del Señor en el Jordán cuando el Espíritu Santo desciende y el Padre Creador manifiesta que en su Hijo se complace.

Aunque en la liturgia eclesiástica esta celebración no será introducida hasta el siglo XIV, lo cierto es que en la religiosidad popular sí que existían oraciones y devociones al misterio de Dios Trinidad como el "Símbolo Quicumque", también llamado "Símbolo Atanasio".

La primera lectura del Deuteronomio nos presenta un rasgo muy hermoso de Dios: elige a su pueblo, adopta a Israel como suyo pasando de ser marginal para ser predilecto. Se hacen verdad las palabras de Isaías: ''Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita» y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti''.

Es Dios quien toma la iniciativa siempre; se acerca, busca el encuentro y no va a por los buenos y mejores, por los ricos o los perfectos. El Señor prefiere a los últimos, a los olvidados o descartados. Y para confusión de los soberbios de corazón elige a los pobres y humildes, no sólo para contar con ellos sacándoles del ostracismo, sino para poner en marcha sobre éstos su plan de salvación de la humanidad. He aquí el sentir del salmista que recoge de forma concisa la Palabra: ''Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad''.

La epístola de San Pablo a los cristianos de Roma nos presenta de algún modo nuestra personal relación con la Trinidad conscientes de que el Espíritu es el que nos lleva, libera y da coraje. Que por este Espíritu somos hijos del Padre y podemos llamar a Dios ''Abba'' -papá-. Y al ser herederos de Dios, también somos coherederos con Cristo. Para el Apóstol hay una diferencia muy clara entre carne y espíritu; lo uno se encamina a la muerte y lo otro a la vida. Partiendo de aquí, trata de hacer ver a los fieles romanos cómo son más privilegiados que el pueblo de Israel, pues no son sólo preferidos de Dios, sino sus mismísimos hijos pudiendo relacionarse en la oración con Él, tal como lo hacía Jesús y también "Él nos enseñó".

Por último, el evangelio de esta solemnidad correspondiente este año al capítulo 28 de San Mateo, nos presenta el "envío" de los apóstoles a difundir el Evangelio bautizándolos no sólo en su nombre, sino bajo la fórmula trinitaria que la Iglesia siempre ha conservado: ''En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo''. Solamente si he descubierto esta verdad y me he encontrado con el Resucitado me comprometeré en darla a conocer, empezando por los míos antes de embarcarse en expedición alguna. Es un mandato de Cristo y que la Iglesia hace lógicamente suyo, no es una operación de "marketing" o proselitismo hueco; es ante todo testimonio. Sólo el auténtico discípulo de Jesucristo Resucitado es el que se adentra en el misterio del amor de Dios al que todos los cristianos somos llamados.

Evangelio de la Solemnidad de la Santísima Trinidad

Evangelio según San Mateo 28,16-20:

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: 

«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor


sábado, 29 de mayo de 2021

Jornada de oración por la Vida Contemplativa


Una extraña devoción en el Museo de Escultura

(eldíadevalladolid.com) El Palacio de Villena, una de las sedes del Museo Nacional de Escultura en Valladolid, acoge hasta el próximo 22 de agosto la exposición ‘Extraña devoción’, que con el subtítulo ‘De reliquias y relicarios’ invita a la reflexión en torno a las extrañas propiedades mágicas o la capacidad de evocar la memoria de los ausentes que, a lo largo de los siglos, han tenido históricamente estos objetos. Pinturas, esculturas, libros, documentos y todo tipo de piezas desde cráneos hasta zapatillas, conforman la muestra, que aborda desde una perspectiva integral (que abarca tanto lo sagrado como lo profano) “el anhelo de permanencia, trascendencia y perdurabilidad” que ha envuelto históricamente a las reliquias, en palabras del subdirector del Museo, Manuel Arias.

Él es uno de los cuatro comisarios de la exposición, si bien su papel, según comentó, se ha limitado a ejercer de “enlace” entre el Museo y los tres investigadores que llevan desde 2017 dando forma al pluridisciplinar proyecto: los profesores Juan Luis González García (de la Universidad Autónoma de Madrid), Cécile Vincent-Cassy (de la Université Paris 13) y Escardiel González Estévez (de la Universidad de Sevilla).

Esta última explicó en declaraciones recogidas por Ical que la exposición es una parte de un proyecto de investigación de I+D aprobado por el Ministerio de Cultura y Deporte, que titularon ‘Spolia Sancta. Fragmentos y envolturas de sacralidad entre el Viejo y el Nuevo Mundo’, con el que han buscado establecer un diálogo constante entre ambos extremos del océano Atlántico, para analizar la circulación que a lo largo de los siglos se estableció de estos objetos.

La muestra arranca con el grabado de Goya de la serie ‘Los desastres de la guerra’ (1863) titulado ‘Extraña devoción!’, donde una decena de personas de clase baja se arrodillan ante la llegada a lomos de un asno del cuerpo momificado de un santo, y el recorrido concluye con la impactante instalación ‘Reliquaire’, realizada en 1990 por el artista francés Christian Boltanski, que construye un relicario contemporáneo donde las figuras veneradas son fotografías de niños que fueron asesinados por los nazis en Auschwitz, bajo las cuales se guardan en una suerte de cajones algunos de sus efectos personales.

Entre ambas imágenes, el espectador puede contemplar más de un centenar de piezas cedidas para la ocasión por 37 instituciones, desde pequeñas parroquias o conventos hasta el Museo Lázaro Galdiano en Madrid, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Centro de Arte Dos de Mayo, Patrimonio Nacional o el Archivo Histórico Nacional.

La directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños, destacó la “ambición” de la exposición, que analiza el fenómeno de las reliquias, un tema que según apuntó “ha despertado un auge muy notable en las últimas décadas, sobre este tipo de objetos mágicos, con un aura sobrenatural, que despiertan en nosotros sentimientos de temor, curiosidad, admiración y ambigüedad por diferentes razones”.

Aunque el tema de las reliquias tiene “cierto recorrido”, afirmó Bolaños, esta exposición ofrece “una mirada nueva, innovadora, muy amplia, que va más allá de sus dimensiones históricas, devocionales y artísticas”, para analizar muy diversas dimensiones del hecho de la reliquia. “La idea era presentar la cuestión de la devoción no solo con el enfoque tradicional, histórico-artístico o devocional, sino implementar un nuevo enfoque donde cupieran toda la facetas que engloba el fenómeno”, refrendó Escardiel González, quien aludió al aspecto ceremonial de la reliquia, a su uso como regalo diplomático, a su relación con la escultura durante la Edad Moderna o a las diferentes tipologías de reliquias, anatómicas, por contacto…

Una mirada integral

Todo ello se recorre en los seis grandes apartados que conforman la muestra, que en el primero de ellos, ‘Cuerpos inventados, veneración de santos’, muestra los usos y funciones de la reliquia en el mundo antiguo y medieval, a través de lienzos como el evocador ‘El beso de la reliquia’, de Joaquín Soriolla, o el ‘Martirio de Santa Úrsula y las once mil vírgenes’, que articula el discurso de la primera sala.

El siguiente apartado, ‘Velar, desvelar’, reúne piezas como un sui generis escritorio-relicario perteneciente al Monasterio de San Joaquín y santa Aana, que ha sido restaurado para la ocasión, además de recrear en otro espacio unas miríada de piezas procedentes del propio Museo Nacional de Escultura, dispuestas con el objetivo de recrear una de estas “cámaras de las maravillas hacia lo sagrado”, en palabras de Escardiel González.

En ‘Despojos, imágenes y envoltorios’, se desgranan los diferentes tipos de relicarios que han existido desde la eclosión del fenómeno tras el Concilio de Trento, en la segunda mitad del siglo XVI, hasta su apogeo en los siglos XVI, XVII y XVIII, o su decaimiento con la llegada de la Edad Contemporánea en el XIX. El agrio debate entre la autenticidad o falsedad de las reliquias se analiza en el cuarto bloque, ‘El archivo de las auténticas’, donde se recogen algunos de los documentos que acompañaban los restos para certificar la veracidad de su procedencia, un proceso que se mecanizó desde que en el siglo XVII era preciso contar con el visto bueno del Vaticano para poder sacralizar cualquier resto.

El recorrido se cierra con los dos últimos apartados. En ‘Veneración o ceremonia’ se pueden contemplar piezas como el lienzo atribuido a Velázquez ‘Retrato del fraile trinitario Simón de Rojas’, que convive y dialoga con el ‘Busto de la beata María Ana de Jesús’; mientras que ‘Reliquias profanas’ reúne varias mascarillas funerarias junto a objetos como los guardapelos, creados para conservar vestigios de algún ser querido.

‘Extraña devoción. De reliquias y relicarios’ se propone abordar el fenómeno de las reliquias desde una perspectiva histórica, artística y antropológica, y en la que sus múltiples facetas emergen conectando el mundo de ayer y de hoy.

viernes, 28 de mayo de 2021

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Tres enfermeras de la Cruz Roja y ensangrentada

No eran espías infiltradas, ni tampoco brujas con sus alquimias raras. No fueron monjas ni guerrilleras. Tan sólo eran unas mujeres jóvenes y cristianas. Laicas que quisieron vivir su bautismo con un compromiso tan sincero como hermoso. Es el testimonio cotidiano dentro de lo concreto de la vida familiar, del círculo de los amigos, en la parroquia y en el trabajo sencillo de sus quehaceres. No encontraron armas entre sus ropas, ni mapas para emboscadas, ni consignas pervertidas para llegar a matar cobardemente. 

Pilar, Octavia y Olga, eran esas tres mujeres laicas y cristianas, que tuvieron a bien en medio de una tragedia como es siempre cualquier guerra, máxime si es un conflicto bélico civil donde caerían los hijos de un mismo pueblo, de una misma familia, de una misma nación. Hicieron el curso intensivo para convertirse en damas auxiliares de la Cruz Roja Española, como enfermeras de apoyo. Ellas veían sólo personas heridas en el campo de batalla, sin importarles los bandos militares o las siglas políticas que pudiera haber detrás. Fueron martirizadas cuando tenían 25, 41 y 23 años respectivamente. 

Así nos relata la persona que ha estudiado y llevado adelante todo el proceso de beatificación, María Victoria Hernández, cómo fue el desenlace que terminó en el martirio de estas tres enfermeras: «Apenas entraron los milicianos en el hospital, los soldados heridos fueron fusilados. El médico y las enfermeras tuvieron la oportunidad de huir, pero no lo hicieron para no abandonar a los pacientes y asistirlos hasta el final. A Pilar, Octavia y Olga no las mataron inmediatamente, sino que fueron entregadas a manos de los milicianos, que las torturaron y violentaron durante toda la noche, mientras un carro –sobre el que habían colocado el cadáver del capellán– giraba alrededor de la vivienda para impedir con su ruido que se oyeran los gritos de las enfermeras. Si el hecho de prestar servicio en un hospital de la zona nacional podría hacer creer a los republicanos que estaban al servicio de dicha zona aun siendo claramente reconocible el distintivo de la Cruz Roja y por tanto su imparcialidad, la manifestación de fe a través de la oración y de los objetos religiosos que tenían consigo llevó a los milicianos a concentrar la atención en la fe de estas tres mujeres, y de ahí, como recuerdan testigos oculares, que les pidieran renegar de Dios y de la Patria, pero ellas respondieron valientemente que “por Dios y por España se muere solo una vez”». Y ellas murieron de veras entregando la vida por quienes no les perdonaron. En el pelotón de fusilamiento había milicianas, que con saña se abrogaron ese pobre privilegio de poder ahogar con su cieno a las tres gemas, las tres rosas, que con su vida y su muerte más las contradecían.

 Nosotros damos gracias a Dios por estos testimonios del más alto amor pagado con el mayor de los precios. Desde el comienzo del cristianismo siempre han sido perseguidos los cristianos. Cambian los leones que nos desgarran, los paredones donde se nos fusila, que ahora pueden ser de papel de diario o de plasma de pantalla, la daga con turbante que nos degüella, la calumnia y mentira que nos emponzoña. Pero siempre está de fondo la misma razón: el odio a Cristo y a los cristianos, el rencor que sólo sabe enfrentar y dividir a pueblos y a hermanos, el resentimiento ante la luz, la verdad, la belleza, la justicia y la bondad. Sabemos quiénes han sido y quienes son los que esto perpetran impunemente tras sus siglas políticas y sus barricadas. Pero siempre nos hallarán con la actitud de las enfermeras de Astorga que fueron martirizadas en ese bello paraje asturiano de Somiedo: ser testigos de Jesucristo, dar la vida por los hermanos y amar hasta incluso a los enemigos. Que Pilar, Octavia y Olga, intercedan por nosotros. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

Venid y vamos todos

 

jueves, 27 de mayo de 2021

El Sacerdocio Sumo y Eterno de Jesucristo. Por Rodrigo Huerta Migoya

El Jueves Santo es un día tan cargado de sentido que en el devenir del tiempo la Iglesia fue tomando conciencia de que hacía falta más tiempo para saborear cada detalle que de ese día emana. Así surgió la piadosa costumbre de vivir cada jueves como eminentemente eucarístico; así nació la Solemnidad del Corpus, que no es sino otra realidad que volver al cenáculo del Jueves Santo para meditar sobre la Eucaristía y el amor -por esto decimos día de la Caridad-. Pero faltaba un aspecto del Jueves Santo que también merecía ser contemplado como se merece: la institución del sacerdocio ministerial por el cual, pobres pecadores son asociados al único y supremo sacerdocio: el de Cristo.

Esta fiesta que comenzó tímidamente en España de la mano del Venerable Monseñor José María García Lahiguera, y sus “Oblatas de Cristo Sacerdote”; es una celebración propia que comenzó de forma oficial en nuestra nación en 1973 y que en la actualidad ya está introducida en el calendario litúrgico de muchas conferencias episcopales del orbe católico -principalmente en países de habla castellana- como Venezuela, Uruguay, Puerto Rico, Perú, Colombia o Chile.

Celebrar el Sacerdocio de Cristo no es otra cosa que caer en la cuenta del amor del Señor por nosotros al extender sus manos orantes en el leño De la Cruz, dando pleno sentido en su supremo sacrificio al misterio eucarístico y al ministerio sacerdotal que había instituido la víspera de su pasión. Él no sólo es el único santo, sino además aquel en quien se cumplen las palabras del salmo 110: ''tú eres sacerdote eterno''.

Es una jornada de acción de gracias por el ministerio ordenado, a través del cuál recibimos el pan de la vida, del que se come para no morir más. En el sacerdocio de los presbíteros (a pesar de sus flaquezas y pobrezas) ha querido el Señor compartir, extender y actualizar su sacerdocio eterno. Es la unión más profunda entre Él y los pecadores, entre Creador y su criatura al hacer de sus vidas un puente continuo uniendo a Dios con hombres. En su misión de pastores viven con el único anhelo de llevar a su grey a los pastos de la eternidad donde el Pastor Bueno aguarda a “cansados y agobiados”.

Así la vida del sacerdote se clava, abraza y une a la cruz de Cristo para asemejarse de forma cada vez más perfecta al auténtico modelo de sacerdote que nunca caduca, entregándose sin reservas al Señor y a los hermanos. Así lo nos lo recuerda igualmente la liturgia: ''Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo y así dan testimonio constante de fidelidad y amor''.

Existencia gastada ante el altar de Dios que quiere ser ofrenda sincera como los granos de incienso que se queman para dar buen olor. Así la larga y fecunda historia de desposeimiento de uno mismo para dejar que sea el Señor quién actúe por medio de sus frágiles personas que experimentan en su día a día cómo la gracia desborda todo cálculo sobre el pecado. En sus vidas se hacen verdad las palabras de San Pablo en el día a día de nuestros curas; así desde el momento de la ordenación hasta la hora de su muerte experimentan que ''ya no soy quién vive, es Cristo quién vive en mí''...

El Señor ha hecho de la Iglesia ese ''reino de sacerdotes para servir a nuestro Dios'' del que habla el Apocalipsis. Por ello todos participamos del único sacerdocio de Jesucristo, la mayoría de los fieles ejercemos el llamado sacerdocio bautismal, mientras que los llamados por Dios a esa específica vocación ejercen el sacerdocio ministerial. Elegidos de entre el pueblo para servir a su pueblo y participar de la misma misión sagrada del Salvador.

En Él está el espejo de todo sacerdocio, pues ''enseña con autoridad'' y ''es rico en misericordia''. Vemos que Cristo es el Sumo Sacerdote, pues sólo Él ha sabido enlazar cielo y tierra, siendo el perfecto mediador que unió lo humano y lo divino -no sólo en si mismo- sino sobre todo reconciliando por su propia entrega la comunión entre Dios y los hombres rota por el pecado.

Sólo Él es el perfecto sacerdote que fue semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Nacido de María Purísima -primer Tabernáculo y Hostiario de la historia- por su acatamiento de la voluntad del Padre, se ha convertido su cuerpo torturado en la Hostia pura, inmaculada y santa. De esta forma ''con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado'' (Heb 10,14).

Sacerdote de eterno ministerio, ungido por el Espíritu de Dios para proclamar la buena nueva a los pobres y comunicar a los cautivos la libertad. En Cristo vemos cumplido ese sacerdocio según el rito de Melquisedec, pues así como de este real sacerdote no se conocía origen ni final, en el Hijo de Dios vemos al que es Alfa y Omega -principio y fin-. Si Melquisedec bendijo a Abraham con pan y vino, Jesucristo nos bendice entregándonos su cuerpo como alimento y su sangre como bebida.

Sólo Él es Sacerdote por los siglos. Sólo Él quien ha logrado presentar al Altísimo sobre el altar de su mismo ministerio y propia oblación de ese santo sacrificio que expía los pecados del mundo. Sólo Él es quién instaura el nuevo y definitivo sacerdocio. Y para el Orden Sagrado ha llamado a los que Él mismo ha querido, a los que ha llamado habiéndolos primero amado. Y todos ellos son ministros que colaboran y participan del único y verdadero sacerdocio que es el Suyo.

Él se ha puesto en mi lugar, ha muerto por mí y así me ha dado vida. He ahí la gran celebración de Cristo Sacerdote cuando con las manos extendidas sobre el leño redentor oró a Dios en favor de los hombres. Ahora sentado a la diestra del Padre sigue intercediendo por su grey

Es este un día muy propicio para orar por los sacerdotes y su santificación, haciendo nuestras las palabras del mismo Señor en su oración sacerdotal: ''ego pro eis rogo non pro mundo rogo sed pro his quos dedisti mihi quia tui sunt'' (Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son).

Monseñor Aurelio García Macías ha sido nombrado Subsecretario de la Congregación para el Culto Divino

Su Santidad ha nombrado Subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, con rango episcopal y asignándole la sede titular de Rotdon, al Revdo. Monseñor Aurelio García Marcías, hasta ahora Jefe de Oficina de la citada Congregación.

Curriculum vitae de S.E. Monseñor Aurelio García Macías

S.E. Monseñor Aurelio García Macías nació el 28 de marzo de 1965 en Pollos (España). Fue ordenado sacerdote de la archidiócesis de Valladolid en 1992. 

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Salamanca, fue ordenado sacerdote en 1992 en Valladolid. Es doctor en Liturgia por el Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo de Roma, con una tesis titulada Presbíteros en cada Iglesia (Hch, 14,23). La plegaria de ordenación del presbítero en el Rito Bizantino-Griego y en el Rito Romano. Ha sido profesor invitado de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid y presidente de la Asociación Española de Profesores de Liturgia.​

Sus primeros destinos fueron las parroquias de Villalba de Alcores y La Mudarra.

En 1997 fue nombrado delegado de Liturgia de la Archidiócesis de Valladolid, cargo que compaginó con el de párroco en la Iglesia de Santiago Apóstol. 

En 2005 fue también nombrado Consiliario de la Cofradía de las Siete Palabras, pronunciando el Sermón de las Siete Palabras al año siguiente en la Plaza Mayor, cargos todos ellos que desempeñaría hasta 2011.

Entre 2011 y 2015 fue rector del Seminario de Valladolid. Durante su mandato tuvieron lugar los actos conmemorativos del cincuenta aniversario del actual edificio y profundizó en la cuestión de la crisis de vocaciones, en una ciudad en la que se ordenan dos sacerdotes al año. Defendió una buena labor formativa, próxima a la realidad social y humana y la cercanía de la institución,​ constatando la existencia de un perfil de seminarista que previamente ha estudiado una carrera.​

También se pronunció sobre los casos de pederastia en la Iglesia, considerando que obedecían a una no integración social del invididuo y una inadecuada formación afectiva, para lo cual debía ahondarse en la cuestión de una formación afectiva y sexual integral.​

En 2013 fue nombrado académico de Bellas Artes, tomando posesión el 29 de mayo de 2014 con un discurso titulado Arte y liturgia: per viam pulchritudinis.

En 2015, dentro de la reforma que el Papa Francisco encomendó al Cardenal Robert Sarah, fue nombrado Capo Ufficio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, bajo la prefectura de este. Su labor consiste en la administración y el despacho ordinario de los asuntos de la Congregación. Puso fin a su mandato como rector el 31 de agosto de 2015, incorporándose a su nuevo puesto días después.​

En 2010 ya había sido nombrado consultor externo de la Congregación por Benedicto XVI, en calidad de experto en Liturgia, pero no tenía vinculación permanente con la institución.​

miércoles, 26 de mayo de 2021

Carta del Santo Padre Francisco en el VIII Centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán

Al hermano Gerard Francisco Timoner, O.P.,
Maestro General de la Orden de Predicadores

Praedicator Gratiae: entre los títulos atribuidos a santo Domingo destaca el de “Predicador de la Gracia” por su consonancia con el carisma y la misión de la Orden que fundó. En este año, en el que se celebra el octavo centenario de la muerte de santo Domingo, me uno con agrado a los Frailes Predicadores para dar gracias por la fecundidad espiritual de ese carisma y de esa misión, que se manifiesta en la rica variedad de la familia dominica a lo largo de los siglos. Mi saludo de oración y mis buenos deseos se dirigen a todos los miembros de esta gran familia, que abarca la vida contemplativa y las obras apostólicas de sus monjas y hermanas, sus fraternidades sacerdotales y laicas, sus institutos seculares y sus movimientos juveniles.

En la exhortación apostólica Gaudete et exultate expresé mi convicción de que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (n. 19). Domingo respondió a la urgente necesidad de su tiempo no sólo de una predicación del Evangelio renovada y vibrante, sino también, igualmente importante, de un testimonio convincente de sus llamadas a la santidad en la comunión viva de la Iglesia. En el espíritu de toda auténtica reforma, trató de volver a la pobreza y la sencillez de la primitiva comunidad cristiana, reunida en torno a los apóstoles y fiel a sus enseñanzas (cf. Hch 2,42). Al mismo tiempo, su celo por la salvación de las almas le llevó a constituir un cuerpo de predicadores comprometidos cuyo amor por la página sagrada y la integridad de la vida pudiera iluminar las mentes y calentar los corazones con la verdad vivificante de la palabra divina.

En nuestro tiempo, caracterizado por grandes transformaciones y nuevos desafíos a la misión evangelizadora de la Iglesia, Domingo puede servir de inspiración a todos los bautizados, llamados, como discípulos misioneros, a llegar a todas las “periferias” de nuestro mundo con la luz del Evangelio y el amor misericordioso de Cristo. Hablando de las líneas temporales perennes de la visión y el carisma de santo Domingo, el Papa Benedicto XVI nos recordaba que «en el corazón de la Iglesia debe arder siempre un fuego misionero» (Audiencia general, 3 de febrero de 2010).

La gran vocación de Domingo era predicar el Evangelio del amor misericordioso de Dios en toda su verdad salvadora y su poder redentor. Como estudiante en Palencia llegó a apreciar la inseparabilidad de la fe y la caridad, la verdad y el amor, la integridad y la compasión. Como cuenta el beato Jordán de Sajonia, conmovido por las grandes multitudes que sufrían y morían durante una severa hambruna, Domingo vendió sus preciosos libros y con una bondad ejemplar instituyó una limosnería donde dar de comer a los pobres (Libellus, 10). Su testimonio de la misericordia de Cristo y su deseo de llevar el bálsamo que cura a los que vivían en la pobreza material y espiritual inspirarían más tarde la fundación de vuestra Orden y darían forma a la vida y al apostolado de innumerables dominicos en diferentes tiempos y lugares. La unidad de la verdad y la caridad encontró quizás su máxima expresión en la escuela dominicana de Salamanca, y en particular en la obra de Fray Francisco de Vitoria, que propuso un marco de derecho internacional enraizado en los derechos humanos universales. Esto, a su vez, proporcionó la base filosófica y teológica para el compromiso heroico de los frailes Antonio Montesinos y Bartolomé de Las Casas en América, y Domingo de Salazar en Asia, para defender la dignidad y los derechos de los pueblos nativos.

El mensaje evangélico de nuestra inalienable dignidad humana como hijos de Dios y miembros de la única familia humana reta hoy a la Iglesia a reforzar los vínculos de amistad social, a superar las estructuras económicas y políticas injustas y a trabajar por el desarrollo integral de cada persona y pueblo. Fieles a la voluntad del Señor e inspirados por el Espíritu Santo, los seguidores de Cristo están llamados a cooperar en todos los esfuerzos para «parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz» (Fratelli tutti, n. 278). Ojalá la Orden de Predicadores, hoy como entonces, esté en la vanguardia de un anuncio renovado del Evangelio, capaz de hablar al corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y de despertar en ellos la sed de la llegada del reino de santidad, justicia y paz de Cristo.

El celo de santo Domingo por el Evangelio y su deseo de una vida auténticamente apostólica le llevaron a subrayar la importancia de la vida en común. Nuevamente, el beato Jordán de Sajonia nos dice que, al fundar su Orden, Domingo eligió significativamente «ser llamado no subprior, sino fray Domingo» (cf. Libellus, 21). Este ideal de fraternidad encontraría su expresión en una forma de gobierno inclusiva, en la que todos participaran en el proceso de discernimiento y toma de decisiones, de acuerdo con sus respectivas funciones y autoridades, a través del sistema de capítulos a todos los niveles. Este proceso “sinodal” permitió a la Orden adaptar su vida y su misión a contextos históricos, siempre cambiantes, manteniendo la comunión fraternal. El testimonio de la fraternidad evangélica, como testimonio profético del plan último de Dios en Cristo para la reconciliación en la unidad de toda la familia humana, sigue siendo un elemento fundamental del carisma dominico y un pilar del compromiso de la Orden para promover la renovación de la vida cristiana y difundir el Evangelio en nuestro tiempo.

Con san Francisco de Asís, Domingo entendió que la proclamación del Evangelio, verbis et exemplo, implicaba el crecimiento de toda la comunidad eclesial en la unidad fraternal y el discipulado misionero. El carisma dominico de la predicación pronto condujo a la creación de las diversas ramas de la gran familia dominica, abarcando todos los estados de vida de la Iglesia. En siglos sucesivos encontró una expresión elocuente en los escritos de santa Catalina de Siena, en las pinturas del beato Fra Angélico y en las obras de caridad de santa Rosa de Lima, el beato Juan Macías y santa Margarita de Città di Castello. Así, también en nuestra época sigue inspirando el trabajo de artistas, académicos, profesores y comunicadores. En este año de aniversario, no podemos dejar de recordar a aquellos miembros de la familia dominica cuyo martirio fue en sí mismo una poderosa forma de predicación. O los innumerables hombres y mujeres que, imitando la sencillez y la compasión de san Martín de Porres, han llevado la alegría del Evangelio a las periferias de la sociedad y de nuestro mundo. Pienso, en particular, en el testimonio silencioso que ofrecen los muchos miles de terciarios dominicos y los miembros del Movimiento Juvenil Dominicano, que reflejan el importante y de hecho indispensable papel de los laicos en la obra de evangelización.

En el jubileo del nacimiento de santo Domingo a la vida eterna, quiero expresar de manera especial mi gratitud a los Frailes Predicadores por su extraordinaria contribución a la predicación del Evangelio a través de su exploración teológica de los misterios de la fe. Al enviar a los primeros frailes a las nacientes universidades de Europa, Domingo reconoció la importancia vital de dar a los futuros predicadores una sólida y sana formación teológica basada en la Sagrada Escritura, respetuosa con las cuestiones planteadas por la razón y preparada para entablar un diálogo disciplinado y respetuoso al servicio de la revelación de Dios en Cristo. El apostolado intelectual de la Orden, sus numerosas escuelas e institutos de estudios superiores, su cultivo de las ciencias sagradas y su presencia en el mundo de la cultura han estimulado el encuentro entre la fe y la razón, alimentado la vitalidad de la fe cristiana y promovido la misión de la Iglesia de atraer las mentes y los corazones hacia Cristo. También en este sentido no puedo sino renovar mi gratitud por la historia de la Orden de servicio a la Sede Apostólica, que se remonta al propio Domingo.

Durante mi visita a Bolonia hace cinco años, tuve la bendición de pasar unos momentos de oración ante la tumba de santo Domingo. Recé de manera especial por la Orden de Predicadores, implorando para sus miembros la gracia de la perseverancia en la fidelidad a su carisma fundacional y a la espléndida tradición de la que son herederos. Agradeciendo al santo todo el bien que sus hijos e hijas hacen en la Iglesia, pedí, como don especial, un aumento considerable de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Ojalá que la celebración del Año Jubilar derrame abundantes gracias sobre los Frailes Predicadores y sobre toda la Familia dominica, e inaugure una nueva primavera del Evangelio. Con gran afecto, encomiendo a todos los que participan en las celebraciones jubilares a la amorosa intercesión de Nuestra Señora del Rosario y de vuestro patriarca santo Domingo, y os imparto de todo corazón mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, alegría y paz en el Señor.

Roma, desde San Juan de Letrán, 24 de mayo de 2021

Francisco

Homilía del Sr. Arzobispo en las Ordenaciones sacerdotales y diaconales

Muchas cosas han debido someterse a medidas restrictivas por la pandemia sanitaria que nos condiciona desde hace tantos meses a toda la humanidad. Tantas expresiones de la vida han sufrido el confinamiento de nuestros gestos cotidianos con los que mostramos el afecto y despertamos la esperanza, viendo cómo han aparecido los miedos y las cautelas, y tantas consecuencias que han trastocado la vida cotidiana en las relaciones humanas, en la familia y los amigos, en el trabajo y en las holganzas, en los proyectos ensoñados y hasta el las plegarias rezadas. Pero, la humanidad ha seguido surcando la bravura del oleaje con tantas aguas revueltas, para encontrar la bonanza de la travesía que obedece a la voz imperiosa de ese Dios que nos sostiene y acompaña.

La comunidad cristiana ha ido celebrando sus citas litúrgicas, como esta de hoy con la que se concluye la Pascua. En medio de la circunstancia que nos enmarca este tiempo que vivimos también nosotros queremos vivir la fiesta de Pentecostés. Cada generación ha tenido que habérselas con sus retos que por dentro y por fuera nos desafían para permitir que crezcamos y maduremos cada día. Así estaban aquellos discípulos hace dos mil años con su confinamiento aterrado. No terminaban de asimilar la ausencia del Maestro. Aquellos discípulos vieron marchar a Jesús, y quedaron así descompuestos y sin el amigo. Trataban de recordar tantas palabras que escucharon al vivo, y no olvidar un sinfín de gestos con los que el Señor había salido al paso de heridas, hambres, abusos, muertes y desencuentros. Pero aquellas palabras ya no salían de los labios de Cristo, sino de la mala memoria de sus vulnerables recuerdos. Y aquellos gestos no eran ya tampoco los que podían ver como un milagro en directo. Por eso, cuando Jesús se despidió de ellos, quedaron de esa manera huérfana, con sus nostalgias a la intemperie y la incertidumbre en los adentros. Así se entiende que estuvieran con las puertas y ventanas cerradas, acorralados por su miedo.

María quiso hacer de esa coyuntura un pretexto. Y les dijo que orasen para dar sentido a su encierro. Pero sobre todo les enseñaría a esperar, poniendo nombre verdadero a la confianza. Quien no espera jamás reconocerá la sorpresa que supone el regalo de un encuentro, como quien no tiene preguntas nunca se gozará con el don de la respuesta. Sin esperar nada ni a nadie, sin preguntarnos por las cosas, nos empuja a una vida cansina y mediocre que no tiene horizonte ni tiene meta. La espera y la oración era la actitud de aquellos hombres ante una cita incierta con aquello que dijo el Maestro: que enviaría el Espíritu Santo con su luz y fortaleza, con su sabiduría y consuelo, con la templanza audaz que abre de par en par el escondite de su agujero, sacándolos a la plaza pública donde a plena luz dar testimonio de aquello que durante tres años les entregó de mil modos como un Evangelio. Esto es lo que celebramos los cristianos en Pentecostés, como colofón del tiempo de Pascua con la llegada del Espíritu Santo que se nos prometió. Hoy pueden ser otros nuestros miedos, otras las formas de nuestros escondrijos, y distintos también los temores, las inseguridades, los cansancios, las cobardías y desconsuelos. Pero será siempre el mismo don de aquel Espíritu Santo con el que Jesús vuelve a cumplir su promesa viniendo a nuestro encuentro en el hoy de nuestros días y en el contexto de nuestras circunstancias.

En nuestra Archidiócesis de Oviedo en este día de Pentecostés tenemos la tradición de proceder a la ordenación ministerial de unos hermanos a los que hemos acompañado en su formación para este momento. Serán dos sacerdotes y seis diáconos. Todo un regalo para nuestra Iglesia diocesana, por el que damos sentidamente gracias al Señor por la llegada de estos hermanos que como presbíteros o diáconos se entregarán al Pueblo de Dios.

No son funcionarios que amplían la plantilla de los que se dedican al servicio pastoral. No son advenedizos que se cuelan con pretensión donde nadie les convoca. Son simplemente unos cristianos que han recibido una llamada como ulterior concreción de su bautismo. Y al igual que aquellos discípulos en el Cenáculo del Pentecostés de hace veinte siglos, también a ellos les acontece la irrupción del Espíritu Santo en su juventud de diferente edad. Podrían haberse dedicado al quehacer tranquilo de sus días y, sin embargo, se han dejado llamar por Dios que se cruzó en sus vidas que ha puesto en sus manos una misión preciosa y audaz.

Hoy la plaza pública está llena de gente que habla distintos lenguajes, que sufre los avatares de una intemperie que a veces impone la soledad, la mentira, la injusticia, dejando heridas en el corazón y miedo en las entrañas. Uno puede parapetarse cómodamente en el confort de una vida privada, levantando murallas y cavando refugios para que no le salpique nada de lo que en la plaza de la vida se cuece y abrasa. Pero también uno puede consentir que el Espíritu Santo entre como un viento huracanado para ventilar el egoísmo, ese Dios que llega con sus llamas bondadosas para poner luz y calor en el alma. Y abiertas de par en par las puertas y ventanas, experimentar que somos empujados libremente a salir a la plaza pública viniendo al encuentro de tantos hermanos con un mensaje que a Buena Noticia sabe para anunciar la belleza liberadora que nos trajo Jesucristo.

Queridos Marcos y Arturo, vosotros como sacerdotes, y David, Nathanael, Pedro, Artemio, José María y Xicu como diáconos, llevaréis en vuestras manos la Gracia que como portadores Dios os confía para que repartáis generosamente lo que el Señor pone en ellas. Y serán vuestros labios los que se harán portavoces de una Palabra que lleva la bondadosa verdad y la delicada ternura de cuanto el mismo Dios quiera proclamar con ellos. Llegáis al final de una larga andadura que tuvo comienzo en la primera corazonada que sentisteis como posible vocación. ¡Cuántas cosas habían sucedido antes en cada uno de vosotros, cuántas han sucedido en estos años de vuestra formación y cuántas sucederán de hoy en adelante! La vida se va tejiendo con estos hilos para que poco a poco aparezca en nuestro telar el bordado acabado más y más con el que Dios nos muestra el camino.

Habrán sido días en los que se habrán agolpado con la gente más cercana ese sinfín de momentos, de personas, de vivencias.

Han sido años de formación, para ir aquilatando y asimilando la cultura y la doctrina que representa la teología, la filosofía y otras artes y materias, a fin de comprender la sabiduría que representa la tradición cristiana. Años para ir educando el corazón como un lugar de amores en donde sólo quepa el Amor de Dios y todo cuando Dios ama. Años para abrir la libertad madura a la disponibilidad sincera sin condiciones, sin letra pequeña, sin trampas. Años en donde soñar lo que no ha sido quimera en la inmerecida llamada que Dios os ha ido ofreciendo a través de su santa Iglesia.

Tantos momentos quedan atrás ahora, cuando con esa solemnidad propia de las cosas importantes, la Iglesia pregunta a través del obispo ordenante la pregunta crucial una vez que se han pronunciado vuestros nombres: ¿sabes si son dignos? Es una pregunta que abraza en cuatro palabras que terminan con punto de interrogación, toda una vida que se ha hecho camino de búsquedas y meta de tantas respuestas. ¿Qué dignidad ofrecéis en esta tarde, hermanos ordenandos, cuando la Iglesia os llama por vuestro nombre para haceros ministros del Señor? No es la dignidad de quien nunca ha dudado, ni fallado y pecado, cuando el cansancio, las pruebas, los sobresaltos, os han podido empujar a todos los desalientos. Más bien es todo lo contrario: que venís aquí con la humildad de quien se sabe vulnerable, capaz de cansarse, débil para contradecir con la vida lo que se empeñan de decir los labios. Pero es una vida así la que es llamada por Dios, con todos sus registros: los más hermosos y rendidos a la gracia, y los más torpes y secuestrados por el pecado. Pero no os llama Dios porque le hayáis convencido de que todo lo sabéis, todo lo podéis, todo lo tenéis ya afianzado, sino porque os habéis fiado del Señor como hijos y os habéis dejado acompañar por su Iglesia como hermanos. Es la certeza de saber a quién pertenece nuestro corazón y a quien volvemos a ofrecer nuestra vida cada mañana.

Presbíteros del Señor, diáconos en su servicio. Nada sabéis sobre cuál será vuestro destino (yo sé algo, pero tampoco quiero poneros nerviosos o… fugitivos, y tendremos ocasión de hablar sobre esto en los días próximos). Desconocéis por dónde irán vuestros pasos, o cuáles serán los sinsabores o los aplausos, si gozaréis del amor comprensivo o si sufriréis la calumnia inmisericorde o el desprecio malvado, si tendréis el arropo de los verdaderos amigos o si la soledad os hará vivir los grandes momentos dulces o amargos como ese pájaro solitario del que habla el salmista.

Nada de eso sabéis, y no obstante seguís ahí atentos y entregados a lo que dentro de unos instantes vais a recibir para siempre como un destino que eternamente Dios pensó para vosotros y eternamente se os será dado por la imposición de mis pobres manos. Es exactamente lo que ocurre en la otra historia de amor que acontece en los matrimonios, como muy bien saben los diáconos permanentes Artemio, José María y Xicu que están aquí con sus esposas Margarita, Isabel y María, acompañados por sus hijos: en el día de la boda sólo sabían que se querían, que se querían de veras y para siempre, pero desconocían totalmente las penas y alegrías, la salud o enfermedad que ha ido llamando a la puerta poniendo a prueba lo cierto de una fidelidad. Hoy vosotros, en la tarde de vuestra ordenación sacerdotal y diaconal, lo que sabéis es que Dios os llama, que Él es fiel, y que la Iglesia os acoge, os envía y acompaña. No hace falta más seguridad para emprender el vuelo que comienza a volar a partir de esta tarde.

Es una inmensa alegría que llena de esperanza. Dos sacerdotes y seis diáconos. Todos ellos, cada cual con el matiz vocacional de su llamada, se ponen al servicio de los demás como ministros de la Buena Noticia que anunciarán de muchas formas como ministros del Señor. Hay una luz que se corresponde con nuestros ojos, una ternura que nuestro desvalimiento sigue aguardando, un bálsamo que alivia y cura nuestras roturas y desamparos. Es la gracia del Espíritu Santo que a través de estos nuevos sacerdotes y diáconos Dios quiere regalar en este momento de la historia cotidiana. Un Pentecostés alargado que llena nuestra ciudad y nuestro corazón de la verdadera alegría, como ventana abierta a la esperanza. Sé que mañana subiréis a Covadonga para dar gracias a la Santina. Que Ella acompañe vuestro ministerio como hizo con todos aquellos discípulos hace dos mil años. El Señor os bendiga y os guarde, hermanos.



+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.C.B.M. San Salvador
Solemnidad de Pentecostés. 23 mayo de 2021

martes, 25 de mayo de 2021

Bicentenario de San Melchor

 

Mensaje para la Jornada Pro Orantibus 2021

Ofrecemos a continuación el mensaje publicado por los obispos miembros de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada con motivo de la Jornada Pro orantibus 2021, que se celebra en España el próximo 30 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, este año con el lema La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo:

Mensaje de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

Recogiendo los ecos de la Pascua del Señor y de la efusión del Espíritu en Pentecostés, celebramos un año más la solemnidad de la Santísima Trinidad y, con ella, la Jornada Pro orantibus 2021. Este es un año más, pero no un año cualquiera. Estamos atravesando una situación global que ha trastocado fuertemente nuestras vidas. La crisis sanitaria que se desató a principios de 2020 y las consecuencias de todo tipo derivadas de la misma han sembrado nuestra cotidianidad de muerte, enferme-dad, pobreza, desempleo, miedo, distancia y soledad. La nuestra y la de muchas personas vulnerables a lo largo y ancho del planeta que lo son hoy aún más, si cabe. El mundo, que ha padecido siempre de muchos modos y ha gritado su dolor de mil maneras —quién puede olvidar el drama enquistado de la hambruna, la violencia, la trata de personas, la indigencia, la miseria, etc.—, lo hace también en nuestros días con acentos nuevos desde los tanatorios, los hospitales, las residencias, las colas del hambre, las oficinas del paro, los colegios, los templos, los hogares, las redes sociales… Un clamor que recorre nuestra sociedad y que atraviesa también los muros de monasterios y conventos donde hombres y mujeres del Espíritu elevan al Señor de la Vida su himno y su plegaria.

La vida contemplativa sufre cuando el mundo sufre porque su apar-tarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse a él a través de Él. La suya es una historia de cercanía con Cristo y con el dolor humano en la que uno y otro —el Señor que salva y el ser humano sediento de salvación— se requieren y se encuentran cada día a través de la búsqueda y la contemplación sagrada del rostro del Padre. Así lo recordó el papa Francisco en 2016 en el número 9 de la constitución apostólica Vultum Dei quærere sobre la vida contemplativa femenina:

La vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad: en la vida contemplativa esta historia se despliega, día tras día, a través de la apasionada búsqueda del rostro de Dios, en la relación íntima con él. A Cristo Señor, que «nos amó primero» (1 Jn 4, 19) y «se entregó por nosotros» (Ef 5, 2), vosotras, mujeres contemplativas, respondéis con la ofrenda de toda vuestra vida, viviendo en él y para él, «para alabanza de su gloria» (Ef 1, 12). En esta dinámica de contemplación vosotras sois la voz de la Iglesia que incansablemente alaba, agradece y suplica por toda la humanidad, y con vuestra plegaria sois colaboradoras del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable.

El lema escogido para esta Jornada en que la Iglesia agradece el don de la vida contemplativa y ora por esta vocación específica que embellece el rostro de la Iglesia recoge esta doble vertiente que la caracteriza: «La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo». Los contemplativos rehúyen el activismo frenético de nuestras sociedades y eligen una vía de intimidad orante y fraterna que, lejos de ensimismarlos, esterilizarlos o alejarlos del dolor del mundo, los convierte en faro para los mares agitados y semilla para los campos agrietados. Allí, en lo escondido de su corazón, donde están a solas con el Amigo, se unen a todos los seres humanos, especialmente a quienes están heridos, y desde ese lugar de encuentro sagrado aprenden y enseñan a llamar a todos amigos. No puede ser de otro modo, porque la forma más radical de hospedar al prójimo es hacerlo en el Dios que nos ha creado hermanos todos. Este es la vía por la cual la vida contemplativa despliega su servicio al mundo y canta su bienaventuranza escatológica. Como dijo san Agustín, «bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque solo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse» (Confesiones IV, 9, 14).

Dios Padre lleva al hombre en sus entrañas. Jesucristo ha amado con entrañas de hombre. El Espíritu clama en la entraña del hombre buscando a Dios. De esta cercanía del Señor para con nosotros nos vienen el rescate, la salud, la vida eterna. En último término, el misterio de Dios trino es un misterio de cercanía entrañable con el ser humano sufriente. Por eso, quienes contemplan y alaban y ruegan a Dios cada jornada, asomados a su entraña misericordiosa, pueden acercarse con Él a enjugar nuestras lágrimas y vendar nuestras heridas. Las de todos, sin excepción. Lo hacen adorando al Señor en su templo, escuchándolo en su celda, honrándolo con su trabajo, buscándolo con su estu-dio, acogiéndolo en tantos que llaman a su puerta pidiendo oración y consuelo. Así, la fuerza luminosa de su intercesión alcanza misteriosamente todos los rincones de la tierra. Quizá no recorren nuestras calles entre luchas y afanes mundanos pero, presentando esas luchas y esos afanes al único que puede poner paz en tanta guerra, llevan la luz de la Resurrección allí donde estamos más amenazados de muerte y de tristeza. En el misterio salvífico del Buen Samaritano, ellos hacen las veces del hospedero anónimo que, sin necesidad de echarse a los caminos, supo abrir su casa al apaleado y lo cuidó como si de Cristo mismo se tratase, convirtiéndose así en parábola de cercanía con Dios y con el dolor del mundo.

En esta Jornada Pro orantibus toda la Iglesia recuerda con gratitud y esperanza a quienes recorren en ella la hermosa senda de la vida contemplativa. Pedimos al Señor que los custodie en su amor, los bendiga con nuevas vocaciones, los aliente en la fidelidad cotidiana y les mantenga la alegría de la fe. Y junto a ellos, presentamos al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo las necesidades y los padecimientos del mundo: compartiendo su dolor y su esperanza, queremos estar cerca de Dios y cerca de todos, junto al dolor de cada ser humano.

Obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

✠ Luis Ángel de las Heras Berzal, CMF
Obispo de León
Presidente

✠ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo emérito de Zaragoza

✠ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia

✠ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona

✠ Joaquín López de Andújar y Cánovas del Castillo
Obispo emérito de Getafe

✠ José Vilaplana Blasco
Obispo emérito de Huelva

lunes, 24 de mayo de 2021

Hoy celebramos a la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia

(vaticannews.va) “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. (Jn 19,25-27)

Es éste el pasaje del Evangelio que justifica el título de María Madre de la Iglesia, aquí personificada por el discípulo amado, Juan, a quien Jesús mismo confía a Nuestra Señora como hijo, para que sea regenerado a la vida divina como sólo ella puede hacerlo. No es, pues, simple devoción mariana rezar a la Virgen con este título, sino obedecer la voluntad de Jesús, tal como nos la transmite la Escritura: Él, con las palabras que pronuncia a punto de morir, pide a María que cuide de cada hombre, pero también pide a cada hombre que se sienta vinculado por una relación filial con Su madre.

María en el centro del dogma de la salvación

La devoción a María -como la devoción a la Cruz y a la Eucaristía- ha sido siempre un pilar fundamental de la fe, pero con la memoria de la “Virgen María, Madre de la Iglesia” establecida en 2018, el Papa Francisco quiso hacer más. En primer lugar, consideró hasta qué punto la exaltación de esta devoción puede hacer bien a la Iglesia y puede aumentar el sentido materno en ella, pero de hecho ha puesto a María en el centro del dogma de la salvación. Hasta ese punto considerada sobre todo en su relación con Cristo, la piedad mariana desciende en realidad directamente de la fe en la Santísima Trinidad. Puesto que el Señor quiso que ella, una mujer humana, fuera la Madre del Hijo de Dios, sólo a través de ella el hombre podrá acceder a la misericordia divina. La maternidad de María comienza con la Anunciación: con su sí la Virgen permite al Señor entrar en la historia; y su maternidad, por voluntad divina, no termina al pie de la Cruz, sino que se eterniza con el objetivo de llevar la imagen del Hijo en los hombres y entre los hombres. Además, la encontramos Madre, esta vez de los primeros creyentes, los Apóstoles, en el Cenáculo, en espera de la venida del Espíritu: de ahí el vínculo de esta memoria con la solemnidad de Pentecostés que el Papa Francisco quiso subrayar.

Devoción a la Virgen en el Magisterio de los Papas

El título de María Madre de la Iglesia tiene raíces profundas y ya está presente en el sentir eclesial de San Agustín y San León Magno. A lo largo de los siglos, la devoción mariana ha hecho sí que se haya rezado a María, atribuyéndole diversos títulos, pero el título específico de Madre de la Iglesia aparece en algunos textos de autores espirituales y en el Magisterio de Benedicto XIV y León XIII. Hay que llegar a Pablo VI, sin embargo, para el punto de inflexión. El 21 de noviembre de 1964, al término de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el Pontífice declaró a la Santísima Virgen “Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman la Madre Santísima”.

Con esta decisión el Papa retoma el contenido sustancial del Credo de Nicea de 325 y sobre todo las decisiones de los Padres del Concilio de Éfeso (430) que definieron a María como “la verdadera madre de Dios”.

En el Año Santo de la Reconciliación (1975), la Santa Sede propone una Misa votiva en honor a la Madre de la Iglesia, que luego se insertará en el Misal Romano, pero aún no en las memorias del Calendario Litúrgico. Sin embargo, en algunos países -por ejemplo Polonia y Argentina- y en algunas órdenes religiosas, la celebración de la memoria litúrgica de María, Madre de la Iglesia, está muy extendida y está incluida en sus calendarios particulares. En 1980, Juan Pablo II introdujo en las letanías lauretanas la veneración de la Virgen como Madre de la Iglesia. Esto nos lleva al 11 de febrero de 2018, día del 160º aniversario de la primera aparición de la Virgen en Lourdes. En esta ocasión, el Papa Francisco dispone que la memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano -convirtiéndose así en universal- y sea celebrada cada año, el lunes después de Pentecostés.

El tweet del Papa

Santa #MaríaMadredelaIglesia – escribe Francisco hoy en un tweet – ayúdanos a fiarnos plenamente de Jesús, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe está llamada a crecer y madurar

Santa María, Madre de la Iglesia: ruega por nosotros.

Noticias de la Diócesis


Admisión a órdenes de los Seminaristas del Camino Neocatecumenal 

Tres seminaristas que han estado en nuestra Parroquia, y los dos que están este curso con nosotros han sido admitidos a órdenes este pasado día 21 de Mayo de 2021 en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Oviedo. 

En el rito de la Admissio la Iglesia reconoce oficialmente un candidato al sacerdocio, admitido para las órdenes. Los seminaristas son Juan González (Cádiz), Yesid Montoya (Colombia), Luis Guillermo Holguín (Colombia), Jonathan Solano (Costa Rica) y João Otávio da Silva (Brasil). También Geoffrey Bravo (Perú) que es el único que no ha estado destinado en nuestra Parroquia. 

Un paso importante en el camino ¡Felicidades!


Ordenaciones 2021

Este domingo, solemnidad de Pentecostés, la Catedral de Oviedo acogía la celebración de las ordenaciones presbiterales y diaconales de este año.

Dos nuevos Sacerdotes

D. Arturo José Matías, natural de Gijón, de 47 años de edad y licenciado en Geología. Ha pasado su año como diácono destinado en la parroquia de Moreda. Su primera misa tendrá lugar el domingo, 6 de junio, a las 13 h. en la parroquia de San Vicente de Paúl de su ciudad natal.

D. Marcos Argüelles Montes nació en Pola de Siero, en 1992 y estudió el Grado de Historia. Ha pasado este año como diácono en la parroquia de San Pablo de la Argañosa de Oviedo. Celebrará su primera misa en la parroquia de San Pedro Apóstol de Pola de Siero, el próximo domingo 30 de mayo, a las 19 h.

Tres diáconos transitorios

David Álvarez es natural de Avilés y tiene 37 años. Antes de entrar en el Seminario, realizó el Grado Superior en Administración de Sistemas Informáticos y Telecomunicaciones Ha completado sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Oviedo. Su parroquia de origen es la de Villalegre (Avilés), y este año ha colaborado con la Basílica de San Juan El Real y con la Delegación episcopal de Catequesis.

Pedro Martínez Serrano pertenece al Seminario diocesano misionero “Redemptoris Mater”, y es natural de Oviedo, nacido en 1995. Tras completar sus estudios eclesiásticos, ha permanecido estos dos últimos años en Albania como misionero.

Natanael Valdez Arredondo, nacido en Santo Domingo (República Dominicana), en 1983, tiene formación como Auxiliar de Enfermería. Ha finalizados sus estudios eclesiásticos y ha estado colaborando al mismo tiempo con la parroquia de San Pablo de la Argañosa.

Tres diáconos permanentes

José María Laredo Argüelles: Nacido en Gijón, en 1967, está jubilado como Jefe de Tráfico de Transportes. Está casado, tiene una hija y ha colaborado hasta el momento con la parroquia del Corazón de María de Gijón.

Artemio Grande Bermejo: Natural de Ozanco (Ávila), tiene 66 años y es profesor jubilado. Está casado, tiene dos hijos y ha colaborado con la parroquia de San Juan El Real.

Xicu Firmu Duque Ania: Natural de Oviedo, es metalúrgico y técnico jubilado. Está casado, tiene un hijo y ha estado prestando su ayuda en la parroquia de La Fresneda.

domingo, 23 de mayo de 2021

Nota informativa sobre Mons. D. Jesús Sanz Montes y Lumen Dei

1.- La Asociación Lumen Dei es una entidad de la Iglesia Católica, fundada por el padre Rodrigo Molina, SJ, que fue intervenida por la Santa Sede en 2008 debido a diversas denuncias efectuadas por miembros internos de la citada asociación, que acusaban de graves e irregulares comportamientos a algunas personas que en su momento estuvieron en la cúpula de Lumen Dei.

2.- La Santa Sede nombró Comisario Pontificio de Lumen Dei en junio de 2008 a Mons. D. Fernando Sebastián Aguilar (entonces arzobispo emérito de Pamplona-Tudela, ya fallecido). Un grupo numeroso de miembros de Lumen Dei se opusieron tenazmente a su nombramiento y a su gestión. Interpusieron numerosas querellas, denuncias y demandas, así como otras actuaciones judiciales y extrajudiciales, lo que propició la dimisión de Mons. Sebastián, abrumado por la actuación de estos miembros. Su dimisión fue aceptada por la Santa Sede. En mayo de 2009 nombró Comisario Pontificio y Superior de Lumen Dei a Mons. D. Jesús Sanz Montes, entonces obispo de Huesca y Jaca, y actualmente arzobispo de Oviedo.

3.- Con Mons. Jesús Sanz la situación se pacificó: todos sus miembros admitieron sin discusión su representación y nombramiento por parte de la Santa Sede.

4.- Cinco años más tarde, en mayo de 2014, un grupo importante de miembros de Lumen Dei se dio de baja de la Asociación, mediante escritos firmados personalmente: no estaban de acuerdo con el itinerario canónico que la Santa Sede había dispuesto para ellos a través de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA).

5.- Lumen Dei quedó en una situación financiera insostenible por falta de liquidez con que afrontar las deudas hipotecarias contraídas años antes. Por ello, y con plena aquiescencia de los miembros de la Asociación, se vendieron algunos inmuebles para saldar deudas y evitar ejecuciones hipotecarias. También para poder comprar nuevos inmuebles en Asturias, donde la Asociación llevó su sede por indicación de la CIVCSVA.

6.- Las ex miembros de Lumen Dei se presentan como “hermanas” o “misioneras” religiosas, y no lo son. Comenzaron en 2015 una campaña eclesial, judicial y mediática contra Mons. Sanz Montes, similar a la que hicieron contra Mons. Sebastián. Todo ello mediante numerosas cartas a la Santa Sede, multitud de querellas, denuncias y demandas judiciales, y filtraciones a determinados medios de comunicación. Defendían el falso argumento de que no existía un Lumen Dei sino dos. Mediáticamente el asunto se fue apagando a medida que los tribunales fueron fallando en contra de las ex miembros de la Asociación.

7.- Resumimos la situación judicial al día de la fecha:

* Causas penales promovidas por las ex miembros: 20 (todas archivadas en fase de instrucción, favorables a Mons. Sanz Montes).

* Pleitos Civiles promovidos por las ex: 9 (todos pendientes por causa de prejudicialidad penal, aunque ya han comenzado los señalamientos). Además, las ex miembros han solicitado medidas cautelares en 5 de ellos (todas con resoluciones favorables a Mons. Sanz Montes; la última esta misma semana, 18/05/2021)

* Otras actuaciones: 4 reclamaciones administrativas (archivadas) y 2 recursos contenciosos-administrativos (también favorables a Mons. Sanz Montes).

8.- La actuación de las ex miembros constituye un auténtico abuso y fraude procesal. A título de ejemplo, mencionamos el último Auto de archivo (definitivo) de la querella interpuesta por este colectivo de ex, que inicialmente recayó en el J. Instrucción 22 de Madrid (D.P. 1993/2017). El Auto es de la Audiencia Provincial de Madrid (Secc. 3ª), Auto nº 939, de 10/12/2019, notificado el 13/12/2019, y resuelve el recurso de apelación 1654/2019 que las querellantes habían interpuesto contra el sobreseimiento que ya había decretado previamente el J. I. nº 22 de Madrid, y que pone de manifiesto la conducta de los citados ex miembros de Lumen Dei:

1º) Declara la existencia de un único Lumen Dei (F. Jco. 1º), y no varios como usualmente dicen las ex.


2º) Niega legitimación a las ex miembros para comparecer en nombre de la Asociación Lumen Dei (F. Jco. 1º), a la que no pertenecen desde mayo de 2014.

3º) Afirma la plena legitimidad de la actuación de Mons. Sanz Montes (F. Jco. 2º):

Es suficiente para excluir cualquier ilicitud penal con la comprobación aludida de que la actuación del inicialmente denunciado estaba plenamente enmarcada en el ámbito de nombramiento como Comisario Pontificio de Lumen Dei, y con las facultades propias de Presidente General, designación que efectuó la Autoridad Eclesiástica competente (cfr.la CIVCSVA, con aprobación del Papa) y en el ámbito que le es propio, y que ha sido además mantenida cuando fue impugnada ante la misma.

4º) Por último, y esto es también muy importante, pues define la actitud de las querellantes, impone a éstas las costas causadas por una clara temeridad, mala fe y abuso procesal(F. Jco. 3º y Auto aclaratorio):

Se advierte una actuación procesal abusiva en las acusaciones particulares que se ha traducido en la multiplicación de denuncias de naturaleza penal, todas ellas con un idéntico fundamento fáctico. En este concreto supuesto, se decide imponer a las partes apelantes las costas procesales causadas en esta segunda instancia al apreciar una clara situación de mala fe y abuso procesal, de acuerdo con la solicitud al efecto de la representación de Fernando Moreno Mendoza. La claridad de las resoluciones recurridas, y la constatación de las abundantes ya recaídas sobre la misma materia, pone de manifiesto la temeridad del recurso de apelación formulado.

9.- Lumen Dei, el único que hay y que es fiel a la Iglesia, aprueba plenamente y agradece la gestión efectuada por Mons. Jesús Sanz Montes. Asimismo rechaza contundentemente la actuación de las ex miembros, en particular la especial inquina con que vienen atacando a Mons. Sanz, y la ilícita ocupación de los inmuebles que en su día fueron de Lumen Dei.