lunes, 10 de febrero de 2020

C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien y Billy Graham dialogan sobre la Eucaristía en ¿Símbolo o sustancia?

(Infovaticana) En ¿Símbolo o sustancia?, el conocido filósofo norteamericano Peter Kreeft arma una conversación entre tres de las grandes figuras del cristianismo reciente: C.S. Lewis (anglicano), J.R.R. Tolkien (católico) y Billy Graham (protestante). El debate nunca se produjo en la realidad, pero tan imponente es la erudición de Kreeft y tan denodado el estudio previo a la redacción de la obra, que lo parece. Su Lewis argumenta como argumentaría el Lewis real (con idéntica exquisitez lógica), su Graham diserta como disertaría el Graham real (con igual pasión) y su Tolkien habla como hablaría el Tolkien real (con esa honestidad cáustica con que a veces ha de manifestarse la caridad).

La conversación transcurre en una de las estancias de la casa de Tolkien en Oxford. Allí, durante una tarde que se prolonga más de lo esperado, los tres protagonistas enfrentan sus convicciones sobre la Eucaristía: ¿está Cristo realmente presente en ella? ¿O no es más que un muy expresivo símbolo? ¿Acaso es la transubstanciación una entelequia? Sin embargo, durante el diálogo – precisamente porque es un diálogo vivo – aparecen otros muchos temas: fe y obras, Biblia y tradición, papado y autoridad, etc. Es la verdad sobre todos ellos lo que buscan conjuntamente los tres contendientes.

¿Símbolo o sustancia? es, pues, estrictamente platónico no sólo en su forma, sino también en su contenido: los protagonistas no dialogan para lucirse ante el lector o derrotar al oponente. Al contrario, éstos no son sino simples efectos, casi molestos, de la búsqueda comunitaria de la verdad. Es a ese fin – al de la verdad – al que están orientados todos los silogismos de Lewis, todas las diatribas de Graham y todas las causticidades de Tolkien.

Una majestuosa contribución al verdadero ecumenismo

Los protagonistas están alentados también por un impulso ecuménico: desean superar sus diferencias y formar parte todos de una sola familia, de una familia bien avenida. Pero esa unión que anhelan no se puede alcanzar a cualquier precio. La línea roja es la verdad. Tolkien, Lewis y Graham no pretenden unirse de cualquier manera, sino en torno al calor de la verdad, como exploradores que se congregan en torno al fuego en una noche gélida.

En el esfuerzo ecuménico, convienen los protagonistas, caben dos posibles errores. El primero radica en exagerar las diferencias entre las diversas confesiones hasta el punto de tornar vana cualquier esperanza de unión. Lewis replica esto a quienes incurren en él:

«Por eso es tan importante que no olvidemos nunca que todos tenemos una misión común de nuestro común Comandante en Jefe. Sus palabras no son sólo buenos consejos para una vida feliz, o verdades abstractas para satisfacer nuestra curiosidad filosófica, sino que son órdenes de marchar a vida o muerte».

El segundo error estriba en obviar las diferencias, en restarles importancia. A los que lo cometen también les puede decir algo el C.S. Lewis recreado por Kreeft:

«Hay una segunda cuestión que considero igual de necesaria: no podemos olvidar nuestras diferencias a pesar de que estas sean mucho menos importantes que nuestras coincidencias».

La cuestión más importante

C.S. Lewis, Tolkien y Graham coinciden en señalar la Eucaristía como principal desacuerdo entre católicos y protestantes. Ante esa cuestión, todas las otras discrepancias palidecen. Si los católicos tienen razón y Cristo está realmente presente en la Eucaristía, los protestantes se pierden la unión más total, íntima y perfecta con Él de la que el hombre puede gozar en este mundo. Si, por el contrario, tienen razón los protestantes y el pan y el vino son sólo símbolos que apuntan a Cristo, los católicos se tornan en idólatras que rinden al pan y al vino un culto que debería estar reservado a Dios.

Según Graham, su opinión es más fiel a la literalidad de los textos bíblicos; según Lewis y Tolkien, lo es la suya.

GRAHAM: Bien, comprendo que creas en ello, pero yo no. Sé que forma parte de tu tradición, pero es una tradición fuera de la Biblia.

LEWIS: No, no creo que eso sea verdad. Viene de la Biblia. Él no dijo: “Esto simboliza mi cuerpo” y “esto simboliza mi sangre”. Él dijo: “Este es mi cuerpo” y “esta es mi sangre”. No está fuera de la Biblia; está dentro de ella. Creo que es tu postura la que está fuera de la Biblia. Eres tú el que hace añadidos a sus palabras. Añades la palabra “simboliza”.

Amistad… y polémica

La conversación discurre en buenos términos. Hay preguntas, réplicas y contrarréplicas, pero el respeto mutuo permanece intacto. Quizá eso se deba a que Lewis, Tolkien y Graham conocen algo que el soberbio ignora: cualquiera, incluso ése al que uno cree irremediablemente equivocado, puede descubrirnos la verdad que buscamos.

El lector no se encontrará, sin embargo, con ese tipo de conversación almibarada que fascinaría a cualquier político centrista. Está en juego – no es necesario repetirlo – la verdad, una de esas pocas cosas por las que merece la pena desenvainar una espada. Es por eso que el diálogo alcanza por momentos una tensión palpitante, una agresividad que deleitará a los amantes de la polémica. 

Tolkien: De hecho, sospecho casi tanto como Guy de tu “mero cristianismo”, Jack. Es una abstracción. La Iglesia es algo concreto, existe desde hace casi dos mil años y Cristo es su fundador. Si esto es verdad, entonces no empezamos en ningún vestíbulo común al que llamas “mero cristianismo”, como si fuera un punto de inicio neutral. El punto de inicio es la Iglesia fundada por Cristo. Tu “mero cristianismo” presupone la Reforma, la división en pedazos de una túnica sin costuras. No somos iguales. Nosotros venimos primero. Vosotros sois los rebeldes. La rompisteis en pedazos, como ramas de un árbol. Habéis roto la túnica sin costuras y ahora jugáis a los dados para repartiros los trozos.

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