martes, 25 de febrero de 2020

Cuaresma, llamada al desierto. Por Rodrigo Huerta Migoya

Jesús va al desierto, pero, ¿a qué va? ¿Qué podemos interpretar de esta experiencia?. La teología nos enseña que Cristo al ir al desierto busca adentrarse en la realidad humana del pecado. Él era semejante a nosotros en todo menos en el pecado; sin embargo, es esta una verdad que aún no todos habían comprendido. No olvidemos que el retiro del Señor en el desierto tiene lugar cronológicamente pocos días después de su bautismo; es decir, al comienzo de su vida pública.

Aquí tenemos ya una premisa; he aquí un rasgo puramente sacerdotal de Cristo, que antes de iniciar su vida apostólica y sus tres años de predicación se prepara interiormente para ello. Desde antiguo la Iglesia siempre ha cuidado buscar un tiempo de retiro de forma específica entre aquellos que van a iniciar un ministerio sagrado y en fechas previas a las órdenes: diaconado, sacerdocio, episcopado o profesiones solemnes. Sin ir más lejos, en la misma labor del día a día rezamos antes de iniciar una faena, la clase o un rato de estudio. Igual que los sacerdotes oran cada día antes de salir al altar como previa preparación e interiorización de lo que van a hacer y celebrar.

Jesús al pasar cuarenta días en el desierto es tentado por el maligno como nos tienta a todos en cualquier momento y lugar, pero la diferencia la marca el propio Cristo con su "no" al pecado y su fidelidad inquebrantable al Padre. Aquí se manifiesta Jesús como el nuevo Adán; pues, a diferencia, el Hijo de María sale victorioso en la misma prueba en la que el primer hombre salió perdedor.

Encontramos aquí el sentido salvífico de este acontecimiento que hacemos nuestro en este tiempo litúrgico, como nos dirá el catecismo: "Jesús cumple a la perfección la vocación de Israel". Si los israelitas pasaron cuarenta años atravesando el desierto mientras ofedían a Dios, Jesús por su parte pasa los cuarenta días permaneciendo fiel al Padre venciendo al mal en un espíritu de unión espiritual filial. Es lo que los creyentes y particularmente los católicos llamamos "experiencia de desierto"; romper la rutina del ruido cotidiano para dedicarnos exclusivamente a enriquecer nuestra relación personal con el Altísimo.

También hay mujeres y hombres llamados a hacer experiencia de desierto su vida; los que han recibido la vocación contemplativa y gastan su existencia en la austeridad, el silencio y la búsqueda de perfección. Y que "casualmente", tiene su origen en esta vida de los desiertos de Egipto con San Pacomio, San Antonio Abad y aquellos primeros menonitas denominados "padres del desierto", que al aceptar discípulos en torno a sus retiros eremitas dieron paso a la vida cenobita; es decir, ya no vivir el retiro en la Soledad del ermitaño sino junto a aquellos que aspiran a la misma existencia en una vida de comunidad.

Este tiempo de soledad en el desierto no fue un capricho ni una excusa sacada de la manga para poner a prueba su divinidad, sino que el motivo único de esta decisión fue un impulso del Espíritu, por ello al entrar en este tiempo de desierto que es la santa cuaresma invocamos principalmente al Espíritu Santo para que nos envíe el don de fortaleza, y poder así resistir las tentaciones con la que el diablo nos aborda y trata de engañar en estos días.

Son días para contemplar especialmente la Cruz; para interiorizar el Vía Crucis y para la mortificación, pues no olvidemos que nos preparamos para la Pascua. El triunfo de Jesús sobre satanás en el desierto es el anticipo de su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte cuando al expirar el la Cruz ponga fin al dominio del mal.

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