sábado, 16 de febrero de 2019

Juan José Castañón, el eterno niño de Aller. Por Rodrigo Huerta Migoya

Antecedentes biográficos 

El apellido ya le delata; Castañón nos suena a cuenca del Caudal, como el Beato Genaro Fueyo Castañón, lenense del pueblo de Congostinas. Y así es, "Castañones" en estos valles mineros se encuentran unos cuantos.

Parece que el apellido ahonda sus raíces en esa Cuenca, en cierta zona de León y, especialmente, en Aller donde se documenta una antiquísima casa solariega de este apellido en la parroquia de Nembra.

Nació Juan José Castañón Fernández un 6 de Agosto de 1916, fiesta del Salvador, Patrono de Oviedo y titular de la Iglesia Catedral de la Diócesis. Su madre era de La Felguerosa (Moreda), mientras que su padre José y su abuelo Luciano, vivían en Moreda, aunque con ascendencia en Grameo (Gramedo), un pueblo de la parroquia de Santa Cruz de Mieres. Y la abuela paterna, Dionisia, era de Carabanzo (Lena). Los abuelos maternos, José y Esperanza, él de La Felguerosa y ella de Moreda. El niño fue bautizado al día siguiente de nacer, como era costumbre entonces, por el Coadjutor D. Alfonso García. 

Desde bien pequeño Juan José dió sobradas muestras no sólo de buena conducta, sino de una caridad por encima de lo normal, por no hablar de la sensibilidad social hacia los pobres y los trabajadores. No era el hogar del pequeño Castañón una casa de lujo, ni una familia de posibles, ni un apellido de altura, a pesar de que a lo largo de la historia fueran numerosos los destacados Castañones que gozaron de renombre y prestigio. No; lejos de ello, en su familia se cumplía aquel canto allerano que decía ''en Moreda ta la fame''. Y es que la mina era además de dura y peligrosa, mal pagada, por no hablar de la situación en la que quedaban las familias que en aquellos comienzos del siglo XX perdían al cabeza de familia por un accidente laboral.

Era morenín o prietu, de tez dura y oscura como el carbón de su tierra. De niño su familia lo describía como un niño más bien regordete, pero con el paso de los años y al pegar el estirón cambió totalmente su forma física. Destacó siempre por su alegría y su amable sonrisa. Nunca fue de los altos de entre los muchachos de su quinta, por lo que siempre aparentaba ser más pequeño de lo que en realidad era.

Terminadas las primeras letras en su Moreda natal, pasó al Colegio de los Hermanos de la Salle de Caborana, donde continuó sus estudios. Era, además de aplicado, inteligente y buen estudiante, con un expediente sin tacha.

Ya de bien niño jugaba a ser sacerdote y a decir Misa, algo que siempre recordaron con cariño sus primos de Mieres, en cuya casa pasaba muchas temporadas y donde siempre que jugaban a "celebrar misa", Juanjo lograba la atención de una veintena de niños de los alrededores que se acercaban muy curiosos a ver y escuchar al pequeño allerano rezar en latín imitando al sacerdote y hablarles de la vida eterna con Cristo.

Su infancia no fue nada fácil tampoco; perdió a su madre siendo muy niño, quedando solos Juanjo con  su padre y sus cuatro hermanos. Su padre se casa por segunda vez y de cuyo matrimonio nace su hermano Luciano, pero tampoco la felicidad durará mucho ya que su madrastra fallecerá igualmente pronto. Casado por su padre por tercera vez con la que será su última esposa, este matrimonio no traerá ya al mundo ningún niño.

Esto no hizo del hogar de Juanjo nada diferente al resto; en su casa se siguió rezando y llevando vida de familia plenamente cristiana que con la entereza de la fe iban enfrentando y sobrellevando las contrariedades que en el devenir de la vida les iba presentando.

Allerano de Moreda 

En ese precioso Valle de Aller creció el pequeño Juanjo. Allí empezó a dar sus primeros pasos en la vida, a la vera de la Iglesia primitiva de San Martín de Moreda, edificio que constituía el típico templo rural asturiano con espadaña y pequeñas dimensiones, abrazado por un amplio cabildo para resguardarse de la lluvia y poder reunirse. Aquí, en esta vieja iglesia recibió Juan José las aguas del bautismo. Este templo fue derribado en 1918 para levantar en el mismo solar un nuevo templo, pensando en el crecimiento de la localidad.

El patrono de Moreda es un Santo internacional, no se entiende ya el pueblo sin el santo ni el santo sin este pueblo que le ha dado nombre y renombre hasta fuera de España, y es que hasta el que no es de la cuenca minera, el 11 de Noviembre piensa en Moreda, que está de San Martín...

Siempre tuvieron fama los moredanos de ser gente acogedora, muy nobles y muy ''humanos''. Ese ser muy ''humanu'' -como dicen por esas tierras- quiere decir que uno tiene caridad y sensibilidad; es decir, que no tiene uno el corazón de piedra ante las desgracia de un semejante. Y es que a lo largo de los años los de Moreda han tenido como referente al Santo Obispo de Tours, aquel que partió su capa con un mendigo. Y es que la catequesis de San Martín no es otra que la aplicación pura del Evangelio: ''cuando con uno de estos los más humildes lo hicisteis, conmigo lo hicisteis''.

Frente a este hermoso patronazgo y esta lección sublime del Santo Francés, nace en Moreda la "Sociedad de Humanitarios de San Martín" trece años antes de nacer nuestro admirado mártir. Así, en aquel 1905 nace a la sombra de la Parroquia pero promovido por el pueblo fiel, esta entidad con tres fines claros. En primer lugar, para promover la caridad siguiendo la estela del Santo; en segundo, aunar a todo el vecindario de la localidad -más o menos creyentes- para entre todos luchar por la mejora del pueblo, y, en tercer lugar, para mantener la esencia asturiana que años atrás se presentaba algo difuminada en la zona por la absorción de la industrialización.

Este espíritu, esencia y vivencia de la humanidad de San Martín que recrea Moreda para ser humana como él, será la primera corriente de espiritualidad de la que beba Juanjo y muchos otros chicos y chicas de su tiempo, los cuales convertirán esta Parroquia del Santo de Tours en la que se dice que fue la segunda más levítica de las cuencas, por detrás, lógicamente, de la de Nembra (que encabezaba el "ranking") y cuyas estadísticas no tienen precedentes ni comparación en la Diócesis.

Un buen cristiano de Moreda sabe ver a Cristo en el que sufre, como vió San Martín en aquel pobre mendigo. Parece algo evidente, harto repetido y supuestamente sencillo de llevar a la práctica, más por desgracia, como se puede contrastar, no todos los que se dicen cristianos -y menos aún todos los bautizados- han sabido hacer suya esta enseñanza tan antigua y a la vez tan necesaria y actual.

Conocía la realidad de la mina a la perfección, pues al menos una vez a la semana allá iba en busca de su padre o a colaborar en alguna faena que los niños prestaban en aquellos tiempos. Su padre no quería que su hijo tuviera su futuro en la mina, y Dios escuchó su deseo llamándolo primero al sacerdocio y después acogiéndolo en el Cielo en la Asamblea de los Bienaventurados.

"Castañina" o "Sapina"

Con una vocación muy latente cuyos referentes -abordaremos más tarde- Juan José le da su primer sí al Señor tras comentar en casa su anhelo de ser sacerdote tras la invitación del Coadjutor de la Parroquia de ir al Seminario, con la ayuda de alguna beca... Así deja el pequeño allerano su tierra partiendo para tierras maliayas, ingresando en el Seminario de Valdediós en 1928.

Don Custodio sabía que era un chico aplicado, inteligente y muy capaz, por lo que desde el primer momento tranquilizó a su familia respecto a las cargas económicas, confiado de que si seminaristas con menos capacidad habían logrado alguna ayuda, "Juanjo, con lo listo que es, seguro que logra por su esfuerzo una beca para toda la estancia". Tenía buen ojo el Coadjutor de Moreda, pues así fue; prácticamente logró cursar todos los años de seminarista con becas que en su totalidad cubrieron los gastos, y si alguna vez faltaba alguna menudencia, su Parroquia se encargaría de cubrir la diferencia.

Siempre fue un seminarista popular por su forma de ser, por su espíritu atrevido y noble, su alegría y sencillez. Muy estudioso y aplicado, formal y piadoso; llamaba la atención la vida espiritual tan profunda que manifestaba con un grandísimo amor a la Santísima Virgen y un preclaro anhelo pastoral. Estaba enamorado de su vocación y ningún obstáculo imaginaba en su camino que le impidiera llegar al día de las Órdenes. Cuentan que en cierta ocasión unos yendo por la calle unos obreros se rieron, le insultaron y ridiculizaron por ir de sotana, y él les respondió que estudiaría para ser sacerdote sin demora, también por y para ellos.

Tenía una cabeza muy bien amueblada y se le daba muy bien la filosofía en cuyos densos libros y manuales se sumergía con facilidad y gusto. También tenía habilidad para los pasatiempos, siendo sus preferidos los crucigramas, los cuales resolvía con soltura y bastante rapidez. Le gustaba igualmente jugar al balón.

Los testigos que le conocieron le asignan preciosas definiciones y todo tipo de buenos adjetivos: candoroso, aplicado, agradable, ameno, ocurrente, maduro... estimado por compañeros y profesores, con alma misionera, tenaz y constante en el estudio, modélico y querido por todos; y, aunque poco comunicativo, se hacía querer. Era serio, atento, muy activo, muy dispuesto en ofrecerse para echar una mano.

El pobre Juanjo nunca destacó por ser buen mozo, más bien menudo; era el más bajito de su promoción y el que por facciones siempre se le consideraba de los más "pequeños" por sus rasgos aniñados que siempre le caracterizaron y diferenciaron del resto, que parecían crecer a mayor ritmo que él. Esto nunca le supuso ningún trauma, con mucha alegría aceptó su etiqueta de chiquitín del Seminario, lo cual le convertía siempre en el actor que representaba los personajes menudos, infantiles y hasta de recién nacidos como el caso de las "Pastoradas Navideñas" donde ya era tradición en la Casa que Castañón hiciera las veces del niño Emmanuel.

Algo que a los asturianos nos cuesta mucho evitar son los diminutivos y aumentativos, que aunque para los de fuera pueda sonarles hasta ofensivo o malsonante, aquí los hacemos como muestra sobre todo de cariño, confianza o familiaridad. Así, a Juan José le "cayeron" múltiples pseudónimos y todos -lógicamente- diminutivos: Juanjín, Castañín, Castañina, Sapina... Nunca fue algo peyorativo, sino que formaba parte de la idiosincracia astur. En el clero mayor los sacerdotes siempre se llamaban entre ellos con dos acepciones muy típicas: el "mote" del Seminario o por el nombre de la Parroquia, algo que aún se respira por ejemplo en la Casa Sacerdotal donde, por ejemplo, Don Luis Piñera era "Piñerina", Don Manuel Antonio, el de Pravia, era "Barrerina", Don Francisco, "Caborana" o "Pacón"... Si no se destacaba por grande ni en pequeño se recurría al apellido o al pueblo natal, pues en aquellos años eran tantos seminaristas que los nombres se repetían por doquier. Así, por ejemplo, a Don José Antonio Rodríguez le quedó "Nembra", y a Don Manuel Peláez, "Peláez" a secas, para sus compañeros. Y luego ya estaban los "motes" de profesores que ya eran más originales. Por poner algún ejemplo, Don Celestino Martino era "Agamenón", y Don Enrique López, ''Tofós''; por cierto, Don Enrique fue Coadjutor en Moreda con Don Custodio.

Su vocación y forma de ser

Aunque cuando empezó en el Seminario era un muchachillo más bien rollizo, pronto fué perdiendo peso, a lo que a buen seguro contribuyó la vida ajetreada del seminario así como la escasa y mala alimentación de la que disponían en aquel frío monasterio de Valdediós.

Todos apuntan -como ya insinuamos- que su vocación despertó a la sombra del entonces coadjutor de Moreda D. Custodio Álvarez Muñiz. Don Custodio fue toda una institución en Moreda, parroquia y pueblo de sus amores, y aunque había nacido en Trubia (Oviedo) en 1901 se hizo un allerano más. Tras cursar sus estudios en el seminario de Oviedo recibió la ordenación sacerdotal en la cuaresma de 1926 de manos del entonces Obispo de Oviedo Monseñor Juan Luis y Pérez.

Su primer destino será como coadjutor de San Martín de Moreda, donde permanecerá durante tres años (de 1926 a 1929) junto al entonces titular de la Parroquia Don Tomás Suero -del que hablaremos más adelante-. Es en esta época cuando Don Custodio conoce al pequeño Juanjo.

Deja Moreda para ir destinado a la Comarca de la Sidra, comenzando como Ecónomo de San Martín de Vallés y Encargado de San Emeterio de Sietes -Villaviciosa- donde permanece hasta 1933 al pasar como Ecónomo de Santiago de Gobiendes (Colunga). Durante unos meses estuvo encargado de la Parroquia de San Cristóbal el Real de Colunga (Septiembre de 1948 a Enero de 1949). En 1951 -de Enero a Septiembre- fue el Arcipreste de Colunga. Regresa a su amada Moreda, en la que ejercerá como Ecónomo de 1951 a 1955 en que recibe, finalmente, el nombramiento de Párroco. Permaneció en la Parroquia hasta 1986 cuando renunció a esta por su falta de salud para continuar. Un total de tres años como coadjutor, cuatro de Ecónomo, y treinta y uno de Párroco; un total de treinta y ocho años de ministerio sacerdotal en Moreda. Falleció en la Casa Sacerdotal de Oviedo el 9 de Enero de 1991 a los 92 años de edad.

Fue éste un sacerdote modélico que supo llegar a todos sus feligreses, que conocía a cada familia y su situación. Defensor incansable de la dignidad de los trabajadores y denunciante de sus injusticias, pues siempre estuvo del lado de los mineros, manteniéndose al margen de políticas de ningún tipo. Su preocupación era realmente las personas concretas y jamás los colores ideológicos o sus campañas. Transmitió la autenticidad de la fe católica. Pastor celoso e incansable caminaba por las calles de Moreda con su vieja y gastada sotana, el cual parecía haber inspirado la canción de Victor Manuel: "Un cura D´aldea". Cuentan que cuando anunció su marcha toda Moreda se rebeló, incluidos los más ateos del lugar. Vivió admirando y encomendándose a los mártires, especialmente a Juan José, al que le hubiera gustado ver en los altares.

Don Tomás Suero Covielles, el otro sacerdote que conoció nuestro mártir, no tenía nombramiento de párroco, pero a todos los efectos lo fue para Juanjo. Será de las primeras víctimas de la persecución religiosa vivida en Asturias en la revolución del 1934. Fue asesinado el 5 de Octubre, dos días antes que su feligrés, y parece que el seminarista tuvo noticia de la muerte modélica del cura de su pueblo. Con él murieron otros vecinos más de Moreda, todos acusados de "fascistas", aunque el verdadero motivo fue la condición de creyentes.

Decíamos antes que Don Tomás no era párroco de Moreda, hablando en términos puramente canónicos, era Regente -no Ecónomo como refieren algunas biografías- y, no podía ser párroco de San Martín de Moreda porque mantenía la oposición de una parroquia de Llanes próxima a su pueblo, quizá con la intención de volver a sus orígenes cuando se viera mayor, teniendo así la posibilidad de seguir ejerciendo en una parroquia rural y pequeña, con menos trabajo que la de Moreda.

A Don Tomás le pilló de lleno la revolución de Octubre en sus primeros movimientos de sublevación en las cuencas mineras. En Moreda se dio un episodio bastante doloroso con el asalto de los revolucionarios al Sindicato Católico, donde se encerraron veintinueve hombres y una mujer. Pasaban las horas y mientras caían sin apenas dificultad los cuarteles de la Guardia Civil de toda la zona, la también llamada Casa Social de Moreda -sede del Sindicato Católico- permanecía atrincherada frente a los llamados revolucionarios. La tensión aumentaba con el paso de las horas y se presagiaba ya una carnicería en plena localidad ante la firmeza de la revolución. Con la intención de enfocar la rendición de los atrincherados, los rebeldes fueron a la Parroquia para arrestar al sacerdote. Así lo hicieron, y conduciéndole al sindicato le obligaron a entrar como mensajero para que hiciera un llamamiento a la rendición a cambio de que se les perdonaría la vida.

Don Tomás se encontró con la oposición de los de dentro que no se rendían, y con los de fuera que no estaban dispuestos a dejar pasar el encontronazo sin el uso de las armas. Parece que pasó mucho miedo, pero aún así no se escondió en un rincón sino que consciente de que era el final se dispuso a escuchar en confesión y a preparar espiritualmente para la vida eterna a los católicos allí refugiados. Un grupo logró huir y echarse al monte, y con ellos se llevaron al buen sacerdote, Don Tomás se separó de ellos en la subida a Boo, cuando ya fatigado, optó por buscar cobijo en una casa amiga que él conocía. Llamó a la puerta de aquella casa, pero a las pocas horas fue denunciado y arrestado. Se ensañaron con él de forma sangrienta. Cuando yacía ya su pobre cuerpo en el barro lleno de golpes, heridas y balazos, aún consideraron que era poco lo que le habían hecho y decidieron llevar su cuerpo a rastras hasta Moreda para que todo el mundo fuera partícipe de que habían dado caza al cura. La noticia del martirio de Don Tomás corrió por toda Asturias como la pólvora, pues fue de los primeros en morir a manos de los enemigos de la Cruz, el mismo día que perdieron la vida los novicios pasionistas de Mieres y los párrocos de Valdecuna, la Rebollada y Sama de Langreo.

No quisimos omitir la vida e infortunio de Don Custodio ni de Don Tomás, pues las consideramos figuras clave para entender el nivel sacerdotal del que gozaba la parroquia natal de Juanjo cuando era niño, y de cuyos pastores se enriqueció indudablemente, madurando así el alma de aquel pequeño, tan seguro de lo que significaba seguir a Cristo sin reservas.

Mártir y modelo de Mártires

Era 5 de Octubre de 1934 y la revolución, aunque no había llegado aún a Oviedo, ya se había cobrado la vida de sacerdotes y religiosos de las cuencas mineras. En el Seminario se fueron conociendo los hechos sin muchos detalles, a buen seguro por evitar que cundiera el pánico y la preocupación entre los seminaristas más jóvenes. No se logró, evidentemente, pues el miedo reinaba en toda la Iglesia asturiana que presenciaba atónita cómo se había retornado de repente a los tiempos del esconderse y huir, de martirios y catacumbas...

Estoy personalmente convencido que la noticia del martirio del cura de su pueblo tocó ya de forma muy concreta el corazón de Juanjo; él, que siempre se sintió tan unido a su parroquia natal y a sus sacerdotes, a los que a su vera había sentido la llamada del Señor viéndolos a ellos ayudar a los demás, ¿no sería este suceso una invitación también para aceptar los nuevos designios de la Providencia que se vislumbraban "posibles" ante sus ojos?...

Era evidente que Juan José no quería morir, él quería acabar los estudios para poder ser ordenado sacerdote, pero hacía suyo ya el sentir de "mis caminos no son vuestros caminos". Y vivió los acontecimientos que se iban precipitando con el distintivo más auténtico del discípulo de Cristo, del católico verdadero; es decir, amando a los enemigos, a los perseguidores, a aquellos mineros -como su padre- que engañados y manipulados ideológicamente habían destruido su Parroquia y le habían arrebatado la vida a su cura.

Con esos ojos los miraba Juanjo, con los ojos de María, que siempre son misericordiosos. Igual que Cristo estuvo dispuesto a aceptar la pasión y muerte que le llevó al sepulcro, este pequeño allerano asumió que era la hora del testimonio valiente de los amigos del Nazareno que no le niegan ni se avergüenzan de reconocerse sus amigos.

Dos días después de que la sangre de Don Tomás fuera esparcida cruelmente por las calles de Moreda, le llegaba la hora a su seminarista y feligrés de profesar la fe con su vida. Con sentimientos de congoja y con temblor pero confiado en Dios, Juanjo afrontó el final con su detención primero, y su fusilamiento después.

Juan José fue el último en ser disparado en aquella horrenda matanza que se realizó ante el portón de la Calle Santo Domingo. Y no fue el último por casualidad, sino que seguramente fue el seminarista que a los canallas asesinos más les costó poner en mira de sus fusiles, disparar y rematar. El pobre Juanjo era un crío en alma y físico. Su presencia era de inocencia verdadera, pero ante aquellos desalmados fue todo un adulto en su madurez de fe y vocación. Disparar a Castañón no era matar a un curilla, en realidad fue quitarle la vida a un niño, a un guaje de apenas 19 años -¡valiente hazaña!-que nada malo había hecho más que aspirar a ser de mayor como los curas de su pueblo.

La mujer que increpó a los revolucionarios cuando ya prácticamente todos habían expirado, a excepción de José González, parece que se descaró con ellos señalando en relación precisamente a los cuerpos yacentes, que no estaban matando curas, que aquellos no podían ser curas, únicamente niños en cuyas cabezas claramente se veía que no había coronilla de tonsura, que eran unos chavalillos. (Lo que tampoco justifica en modo alguno el ensañamiento canalla que tuvieron con D. Tomás y con otros verdaderos sacerdotes).

Quizás si la buena mujer que salió a pedir clemencia hubiera podido llegar unos minutos antes se hubiera salvado también el pequeño Juanjo por ser el benjamín del grupo, y que menos sospechas por su descrito aspecto hubiera infundido en los justicieros, ávidos de sangre.

Ya el primer tiro había llegado a su cuerpo totalmente a bocajarro, cayó al instante sin poder apenas articular palabra, entre sorpresa, dolor y gritos cayó al suelo mezclándose su sangre en el suelo con la de sus hermanos. La sangre de seis indefensos seminaristas arrollaba en plena calle para regocijo de unos inhumanos hombres que aún creía haber llevado a cabo un hecho épico sin caer en la cuenta de aquellos pequeños cuyos cuerpos rotos que iban perdiendo su calor y su luz les habían mirado con amor y les habían regalado en sus últimos suspiros el perdón...“El tirano muere y su reino termina. El mártir muere y su reino comienza". (Kierkegaard)

Cuando aún no se habían cumplido dos años del cruel asesinato de Juanjo y sus hermanos seminaristas, su tío abuelo, Baltasar Rodríguez Fernández, el cual era el Párroco de Santa María la Real del Naranco-Oviedo, sufrió igualmente martirio por su condición de sacerdote.

Don Baltasar era hermano pequeño de su abuelo, natural de Folgueras (Lena). Llevaba tan sólo ocho años de sacerdote y ya el día de su primera misa había comentado consciente que se avecinaban años difíciles para la fe y que no había mayor gloria que morir como el Apóstol Pedro derramando la sangre por el Señor. Su primer destino fue como Coadjutor, y después ya pasó al Naranco como Ecónomo de la Parroquia y Capellán del Sanatorio de la Delegación del Centro Asturiano de la Habana en Oviedo, y a la Comunidad de religiosas Hijas de la Caridad que lo regentaban.

Si Don Baltasar ya había manifestado muy pronto sus anhelos de dar su vida si hiciera falta, estos anhelos crecieron aún más al conocer el asalto, incendio y martirio del Seminario donde perdió la vida Juanjo, el nieto de su hermana.

Una de sus hermanas que vivía con él en la vieja rectoral adosada al templo prerrománico, le convenció para huir, y así, vestido de paisano, llegó hasta la rectoral de Loriana donde fue arrestado junto con el cura del lugar, más no llegaron a fusilarles al ser liberado Oviedo de los revolucionarios a las pocas horas.

Vivió con mucho miedo, pero sumido en sus obligaciones pastorales y en la oración. Un canónigo de la época diría de él que vivía como un autentico anacoreta, preparándose espiritualmente para lo que hubiera de llegar y pidiéndole a Dios la gracia de ser fuerte cuando llegara el momento de confesar la fe. El Señor le concedería más tarde esa gracia.

El 25 de Julio, fiesta del Apóstol Santiago -primero de "Los Doce" en morir- Patrono de España, y fiesta también en El Naranco, Don Baltasar celebró por última vez la misa, y por la noche aún asistió a un enfermo grave al que llevó el Viático y la Unción. El día 26 domingo cuando se disponía a ir al Sanatorio para celebrar la temprana eucaristía de las religiosas, fue arrestado y recluido en el lugar. En el sanatorio le quitaron la sotana y lo vistieron con un mono azul y un brazalete de la cruz roja para identificarlo como "cura". Pidió como último deseo antes de morir -pues sabía su fin, que le anunciaban entre mofas y befas- que le dejaran ir por última vez a su Iglesia del Naranco, y se lo concedieron. Bajó al Naranco acompañado por dos milicianos y una vez allí les pidió unos minutos para orar a solas en el interior. Don Baltasar aprovechó para consumir todo el copón de la reserva del Sagrario. Regresó feliz a su arresto pues volvía en diálogo con Jesús Eucaristía y con la tranquilidad de que ya no podrían profanar el Sagrario que estaba bajo su responsabilidad. Finalmente, el 8 de Agosto de 1936, junto al sacristán de San Miguel de Lillo y otro vecino que algunos identificaron como de la Adoración Nocturna, fueron fusilados. Enterraron sus cuerpos bajo un castaño en el barrio de Ules. Su familia, después de identificar su cadáver, le dio sepultura en San Pedro de los Arcos, descansando actualmente en el Cementerio del Salvador de Oviedo tras la clausura del camposanto de Los Arcos.

La sangre que brilla en el camino de San Lázaro

Su tío Benjamín (hermano de su padre) tuvo tres hijos llamados por Dios a su servicio, a los que tengo la dicha de conocer muy bien y a los que guardo un profundo cariño: Don Celestino, Sor Berta y Sor Ángeles Castañón González. Un sacerdote diocesano de Oviedo y dos franciscanas del Buen Consejo.

Don Celestino tenía ocho años cuando asesinaron a su primo Juanjo, algo que le marcó de por vida. Su familia siempre contó cómo el germen de su vocación parte del día en que la familia tuvo noticia del asesinato de Juan José, en especial en casa de su tío Benjamín y sus primos que era prácticamente su casa, dado que al quedar huérfano estaba a diario con esta parte de la familia, la cual  se esmeró siempre en darle el cariño que ya su madre no le podía dar. El pequeño Celestino se entera de la noticia al ver a su madre, Laura, llorando desconsolada al saber cómo había sido el final de su pequeño sobrino. Entre balbuceos, esta buena cristiana se limitó a comentar: "¡Qué desgracia Señor, ahora que ibamos a tener un sacerdote en la familia, y nos lo matan!"... Y entonces su pequeño hijo corrió a sus brazos para arroparla y mientras la besaba dijo con firmeza: ''no llores mamá, yo seré sacerdote ''.

Otra hermana de Don Celestino, Maria Elvira, dejará en sus poemas en asturiano para niños buena prueba de la esencia de fe que rezumaba toda esta familia, con un mártir y un sacerdote en la misma. Dice así la prima de Juanjo en un verso infantil: ''¡Ay! Jesusín de mi vida/ tú que yes Dios de los cielos/ sabes que ye de verdá/ lo muncho que yo te quiero''.

El martirio de su primo alentó de modo singular la vida sacerdotal de Don Celestino, incluso en el recordatorio de su Ordenación apareció una dedicatoria para su primo Juan José, mártir. Tras ejercer el ministerio en Sabugo (Avilés) y en Carabanzo (Lena), el cura de su pueblo natal -Santa Cruz de Mieres- solicita al obispo que Don Celestino sea destinado a esta Parroquia como Coadjutor suyo y capellán del templo y poblado de Bustiello. A ella irá y en ella permanecerá, llegando a ocupar el cargo de Párroco hasta que a finales de 1968 Monseñor Enrique y Tarancón le llama a su despacho para encargarle una nueva misión: fundar una nueva parroquia en Oviedo en la zona de Otero. Don Vicente le argumentó que la mayoría de la población del nuevo barrio que se estaba formando, era gente venida de la Cuenca, y por ello le consideró el sacerdote idóneo por ser de allí y haber trabajado en la pastoral de la Cuenca,  y así se pone en marcha la nueva Comunidad Parroquial de San Lázaro del Otero.

Cuando se empezó a estudiar las posibilidades de dotar al barrio de una sede parroquial, alguien le apuntó a Don Celestino: ''oiga por qué no utilizar la Iglesia de los dominicos como sede provisional''  -en ese año de 1968 aún no se había creado la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán- pero Don Celestino no lo consideró así por dos motivos, el primero porque consideraba que la parroquia debía enraizarse en el barrio y no fuera de este, y segundo, porque él siempre evitaba pasar tanto por la calle como por las proximidades de los dominicos, pues como siempre recordaba ''ahí está la sangre de mi primo'', y se le encogía el corazón al recordar el dolor que produjo la noticia de su muerte en la casa familiar cuando él era niño. Finalmente, en 1969 Santo Domingo de Guzmán fue erigida como Parroquia y San Lázaro comenzó sus tímidos pasos; primero se pensó en la vieja Capilla de la Malatería, pero dado su reducido espacio acabó naciendo la parroquia en un local de las Escuelas del Ave María, donde permaneció la sede parroquial hasta la consagración del actual templo, en 1983. El hecho de que el grupo de seminaristas mártires fuera asesinado cuando eran encaminados hacia San Lázaro del Camino, hizo que tanto Don Celestino como sus hermanas vieran en esta casualidad un guiño de Dios, un sabor agridulce de un recuerdo doloroso que por otro lado significaba una hazaña de fe y un testimonio perenne para todos. Y es que en esa calle que de Santo Domingo que sube a San Lázaro, sigue estando la sangre de los Mártires que no se ha borrado y sigue clamando a Dios en favor nuestro...


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