domingo, 30 de noviembre de 2025

''No sabéis qué día vendrá''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Con el Tiempo de Adviento iniciamos el nuevo año litúrgico, un período especialmente hermoso en la vida de la Iglesia, donde nos preparamos para las cercanas fiestas de Navidad a la vez que interiorizamos la venida del Señor que viene a buscar a cada uno de nosotros, y qué, como profesamos en el credo, ''habrá de venir a juzgar a vivos y muertos''. Tiempo de espera; cuatro semanas para preparar nuestro corazón para el Mesías. No perdamos tampoco de vista que viene también cada día a nosotros en la eucaristía, en su palabra, en el pobre que llama y en tantas situaciones concretas en las que pasa a nuestro lado sin que caigamos en la cuenta. Estemos con los ojos del corazón bien abiertos para reconocer al Señor. 

La primera lectura de este domingo del profeta Isaías, nos presenta su anhelo por una Jerusalén futura donde reine la paz y la justicia, que para nosotros es un símil del reino de los cielos: "De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor''. Ojalá también en nuestro mundo las armas se cambiaran por aperos de labranza, pero eso parece un imposible, una utopía. Un lugar sin enfrentamientos ni injusticias, sólo puede ser de Dios. Es un canto a la no violencia, a que nada justifica jamás la muerte de un semejante y menos aún en nombre de Dios o de una idea política. Donde no hay justicia y conciliación nunca estará Dios, por eso caminar a su luz lleva siempre aparejado transitar y buscar senderos de paz.

La epístola de San Pablo a los cristianos de Roma quiere recordarnos que como hemos dicho, este es un tiempo para la vigilancia: es un texto totalmente escatológico, que nos habla del ahora: ''Comportaos reconociendo el momento en que vivís'' y, especialmente, del mañana: ''La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz''. No podemos vivir desprevenidos, hay que tener la casa del alma bien dispuesta para que si el Señor viene mañana mismo a buscarme no me encuentre en pecado... Qué importante es por esto la confesión frecuente, revisar qué grado tienen en nuestra vida los pecados capitales para ponerlos a raya; sólo así tendremos la serenidad de vivir seguros de que no haya de venir y nos encuentre desprevenidos. De esto nos ha hablado Pablo, de las borracheras y comilonas, lujuria y desenfreno; riñas, envidias y pendencias. El Apóstol nos llama a revestirnos del Señor y, ¿qué es ésto? Pues que sea Él quien nos llene, pues únicamente el que tiene el corazón vacío es quien necesita llenarlo con los placeres de este mundo. 

El evangelio, nos estrenamos con el evangelista San Mateo que nos acompañará durante todo el nuevo año litúrgico. El Señor no se anda con medias tintas; nos habla apocalípticamente: ''Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé''... Tenemos que partir de una idea previa, y es que Jesús está hablando para judíos, por eso habla de Noé, que fue un final para empezar de cero: ¡una restauración! Ya sabemos que muchos tenían puestas en el Mesías unas expectativas más políticas que espirituales, por eso muchos no reconocieron a Jesús como tal, pues estaban más preocupados en un trozo de tierra que de la salvación de sus almas: ¡Ojo al dato! que esto puede pasarnos también a nosotros; vivimos preocupados de ''mi dinero, de mi finca, de mi panteón''... Y, sin embargo, el alma -lo más importante- la tenemos sucia y descuidada. Posiblemente a todos nos gustaría saber el día y la hora de nuestra muerte, pero si tuviéramos ese dato dejaríamos de vigilar. Jesús nos pone el ejemplo de un asalto a nuestro hogar: ''Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa''. Y después nos da esa advertencia tan directa y clara: ''Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre''... El Adviento es también una oportunidad para volver a empezar, para comenzar de cero, para reiniciar y resetear... Pidamos al Señor la gracia de discernir qué sobra en mi vida y qué falta para que mi corazón sea un lugar habitable para Él. 

Evangelio del Domingo I de Adviento

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.

En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.

Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Palabra del Señor

Sorpresa de otoño. Por Monseñor Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.

No consigo acostumbrarme. Sucede cada año en estos lares de Asturias: que una mañana de otoño se llena completamente la bella catedral de Oviedo porque un grupo nada menos que más de trescientos setenta jóvenes maduros junto a una pequeña porción de adultos de diversa edad, deciden dar inicio al catecumenado de adultos. Son personas que por diferentes motivos no se bautizaron en su día, que normalmente es al poco de nacer. O que sólo fueron bautizados sin que luego se haya dado propiamente una vida cristiana. Acaso llegaron a hacer la primera Comunión, que en tantos casos fue también la última.

Especialmente a los que se bautizan siempre les pregunto: ¿por qué queréis haceros cristianos? Las respuestas son diversas y variopintas. Me dicen: cuando la vida zarandea y no tienes un clavo al que agarrarte o un alero en el que cobijarte, sientes que algo te falta y que sí tienen los cristianos. Entonces te preguntas si es verdad la sabiduría del Evangelio, o si realmente Cristo es capaz de abrazarte con su gracia y sostener tu esperanza, o si la comunidad cristiana es otra cosa a la caricatura con la que algunos nos presentan a la Iglesia. En ello hay algo que se parece a cuanto sucedía en los primeros siglos del cristianismo. Que aquellos pocos cristianos, sin especiales credenciales económicas, poderíos militares, ni tampoco una cultura todavía acendrada, consiguieron ser la alternativa de aquel imperio decadente. Hay un trasunto en nuestros días, cuando se habla de la revuelta católica, del acercamiento a la Iglesia cuando todo parecía perdido en el olvido o en el desprecio.

En medio de tanta falsedad de trampatojo como truco que nos hace ver lo que no existe propiamente, y de tanta corrupción maquillada que cada día pretende saturarnos con sus dislates hasta dejarnos hartos de sus maquinaciones, la Iglesia que es perseguida por los infames, resulta que aparece como digna de ser atendida y tomada en consideración, por cuanto representa y proclama, más allá de las maquinaciones sincronizadas de quienes pretenden arrebatarnos la autoridad moral que ellos pisotean a mansalva cada día.

No nos engaña nuestro corazón cuando sueña un mundo diferente al que cotidianamente nos asomamos: cuando las cosas se tuercen en los recovecos de la mentira, o cuando nuestros senderos se hacen altivos por la soberbia, acabamos por pensar que las cosas son así provocando una resignación que llena de tristeza nuestros días. Pero todo lo caótico cederá para dar paso a una ciudad buena y bella según el proyecto de Dios. No ha llegado a su plenitud deseada, pero hay signos suficientes como para creer sin ingenuidad que lo nuevo ya ha comenzado. Esa tierra nueva es Jesucristo y su reino. Y esto es lo que volvemos a reconocer al llegar la oportunidad de gracia de un nuevo adviento: que nuestros entuertos se pueden enderezar y las altiveces aprenderían a entrar en humildad, para acoger al que todas las fibras de nuestro ser no saben dejar de esperar. Cielo y tierra nuevos que han comenzado ya en nuestra pequeña biografía, en el suelo que pisan nuestros pies y en el mundo que logran abrazar nuestros brazos.

Tal vez la vida se deja caer en un vacío que acaba destruyéndonos cuando con una resignación malsana suelta los brazos porque todo le da lo mismo. Acaso ha entrado en un bucle de repetitiva inercia en donde se deja convencer que todo es igual, que no hay nada nuevo bajo el sol como decía el sabio para sumirse en la vanidad de las vanidades cada vez más viejo en todos los sentidos. Y, sin embargo, cuando sin prejuicio nos atrevemos a escuchar de veras el corazón, debemos constatar que el hombre no sabe dejar de esperar, no puede censurar ese grito que pone nombre a nuestra espera. Esto es lo que nos sorprende a diario, en este rincón del otoño, cuando empezamos un nuevo adviento con esta hermosa sorpresa de un numeroso grupo de jóvenes que quieren ser de veras cristianos

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

sábado, 29 de noviembre de 2025

Necrológica

 

Declaración conjunta de S.S. el Papa León XIV y S.S. Bartolomeo I

En la víspera de la fiesta de san Andrés, el primero que fue llamado a ser apóstol, hermano del apóstol Pedro y patrono del Patriarcado Ecuménico, nosotros, el Papa León XIV y el Patriarca ecuménico Bartolomé, damos de corazón gracias a Dios, nuestro Padre misericordioso, por el don de este encuentro fraternal. Siguiendo el ejemplo de nuestros venerables predecesores y atendiendo a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, continuamos caminando con firme determinación por la vía del diálogo, en el amor y en la verdad (cf. Ef 4,15), hacia la anhelada restauración de la plena comunión entre nuestras Iglesias hermanas. Conscientes de que la unidad de los cristianos no es simplemente resultado del esfuerzo humano, sino un don que viene de lo alto, invitamos a todos los miembros de nuestras Iglesias —clérigos, monjes, personas consagradas y fieles laicos— a buscar sinceramente el cumplimiento de la oración que Jesucristo dirigió al Padre: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti [...], para que el mundo crea» (Jn 17,21).

La conmemoración del 1700 aniversario del primer Concilio ecuménico de Nicea, celebrada en la víspera de nuestro encuentro, fue un momento extraordinario de gracia. El Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 d. C., fue un acontecimiento providencial de unidad. Sin embargo, el propósito de conmemorar este acontecimiento no es simplemente recordar la importancia histórica del Concilio, sino impulsarnos a estar continuamente abiertos al mismo Espíritu Santo que habló a través de Nicea, mientras afrontamos los numerosos desafíos de nuestro tiempo. Estamos profundamente agradecidos con todos los líderes y delegados de otras Iglesias y comunidades eclesiales que quisieron participar en este evento. Además de reconocer los obstáculos que impiden la restauración de la plena comunión entre todos los cristianos —obstáculos que tratamos de abordar mediante el camino del diálogo teológico—, debemos reconocer también que lo que nos une es la fe expresada en el Credo de Nicea. Esta es la fe salvadora en la persona del Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, homooúsios con el Padre, que por nosotros y por nuestra salvación se encarnó y habitó entre nosotros, fue crucificado, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día, subió a los cielos y ha de volver para juzgar a vivos y muertos. A través de la venida del Hijo de Dios, somos introducidos en el misterio de la Santísima Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y estamos invitados a llegar a ser, en y a través de la persona de Cristo, hijos del Padre y coherederos con Cristo por la gracia del Espíritu Santo. Dotados de esta confesión común, podemos afrontar nuestros desafíos compartidos al dar testimonio de la fe expresada en Nicea con respeto mutuo, y trabajar juntos hacia soluciones concretas con esperanza genuina.

Estamos convencidos de que la conmemoración de este importante aniversario puede inspirar nuevos y valientes pasos en el camino hacia la unidad. Entre sus decisiones, el primer Concilio de Nicea también estableció los criterios para determinar la fecha de la Pascua, común para todos los cristianos. Estamos agradecidos con la Divina Providencia porque este año todo el mundo cristiano celebró la Pascua el mismo día. Es nuestro deseo común continuar el proceso para buscar una posible solución que permita celebrar juntos la Fiesta de las Fiestas cada año. Esperamos y oramos para que todos los cristianos, «con toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col 1,9), se comprometan en el proceso de llegar a una celebración común de la gloriosa resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Este año conmemoramos también el 60 aniversario de la histórica Declaración conjunta de nuestros venerables predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, que puso fin al intercambio de excomuniones de 1054. Damos gracias a Dios porque este gesto profético impulsó a nuestras Iglesias a proseguir «con espíritu de confianza, de estima y de caridad mutuas, el diálogo que nos lleve con la ayuda de Dios a vivir de nuevo, para el mayor bien de las almas y el advenimiento del reino de Dios, en la plena comunión de fe, de concordia fraterna y de vida sacramental, como existió entre ellas durante el primer milenario de la vida de la Iglesia» (Declaración conjunta del Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, 7 diciembre 1965). Al mismo tiempo, exhortamos a quienes aún dudan de cualquier forma de diálogo a que escuchen lo que el Espíritu dice a las Iglesias (cf. Ap 2,29), que en las circunstancias actuales de la historia nos insta a presentar al mundo un testimonio renovado de paz, reconciliación y unidad.

Convencidos de la importancia del diálogo, expresamos nuestro continuo apoyo a la labor de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa, que en su fase actual está examinando cuestiones que históricamente se han considerado divisivas. Junto con el papel insustituible que desempeña el diálogo teológico en el proceso de acercamiento entre nuestras Iglesias, también valoramos los demás elementos necesarios de este proceso, incluidos los contactos fraternos, la oración y el trabajo conjunto en todos aquellos ámbitos donde la cooperación ya es posible. Exhortamos firmemente a todos los fieles de nuestras Iglesias, y especialmente al clero y a los teólogos, a que abracen con alegría los frutos alcanzados hasta ahora y a que trabajen para que sigan aumentando.

La meta de la unidad cristiana incluye el objetivo de contribuir de manera fundamental y vivificante a la paz entre todos los pueblos. Juntos elevamos fervientemente nuestras voces para invocar el don de la paz de Dios sobre nuestro mundo. Trágicamente, en muchas regiones de nuestro planeta, los conflictos y la violencia continúan destruyendo la vida de tantas personas. Hacemos un llamamiento a quienes tienen responsabilidades civiles y políticas para que hagan todo lo posible a fin de garantizar que la tragedia de la guerra cese inmediatamente, y pedimos a todas las personas de buena voluntad que apoyen nuestra súplica.

En particular, rechazamos cualquier uso de la religión y del nombre de Dios para justificar la violencia. Creemos que el auténtico diálogo interreligioso, lejos de ser causa de sincretismo y confusión, es esencial para la coexistencia de pueblos de distintas tradiciones y culturas. Conscientes del 60 aniversario de la Declaración Nostra aetate, exhortamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar juntos para construir un mundo más justo y solidario, y a cuidar la creación que Dios nos ha confiado. Sólo así la familia humana podrá superar la indiferencia, el afán de dominación, la codicia de lucro y la xenofobia.

Aunque estamos profundamente alarmados por la situación internacional actual, no perdemos la esperanza. Dios no abandonará a la humanidad. El Padre envió a su Hijo unigénito para salvarnos, y el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo para hacernos partícipes de su vida divina, preservando y protegiendo la sacralidad de la persona humana. Por el Espíritu Santo sabemos y experimentamos que Dios está con nosotros. Por esta razón, en nuestra oración confiamos a Dios a todo ser humano, especialmente a quienes están necesitados, a los que sufren hambre, soledad o enfermedad. Invocamos sobre cada miembro de la familia humana toda gracia y bendición para que sus corazones «se sientan animados y que, unidos estrechamente en el amor, adquieran la plenitud de la inteligencia en toda su riqueza. Así conocerán el misterio de Dios», que es nuestro Señor Jesucristo (Col 2, 2).

Desde el Fanar, 29 de noviembre de 2025

viernes, 28 de noviembre de 2025

Entrevista al Delegado Episcopal de Piedad Popular, Luis Manuel Alonso

(Iglesia de Asturias) Este sábado, 29 de noviembre, se celebra en Avilés el Encuentro anual de Cofradías y Hermandades en la diócesis. Hablamos con el Delegado episcopal de Piedad Popular, Luis Manuel Alonso:

¿Este año se celebra en Avilés por algún motivo en especial?

Pues sí, efectivamente cada año vamos rotando por diversas localidades de la diócesis donde hay vida cofrade. Y este año es en Avilés porque lo solicitaron así, al coincidir el LXX aniversario de la llegada del Lignum Crucis procedente de Santo Toribio de Liébana para la cofradía de la Vera Cruz de Avilés. La Junta de Hermandades de allí, junto a la cofradía que recibió en su día ese gran regalo de la Iglesia, nos plantearon si podía celebrarse en Avilés y allá que nos vamos.

¿Quién está invitado a participar?

Está abierto a todas las cofradías que hay en la diócesis, tanto de Penitencia como de Gloria. Las que más nos suenan a todos son las de Semana Santa o Penitencia, porque tienen mucha repercusión a nivel incluso de medios de comunicación, pero hay infinidad de cofradías, de diversas advocaciones, del Santísimo Sacramento, de Ánimas, de diversa índole en las parroquias, que también están invitadas.

¿En qué va a consistir el evento de este año?

El modelo es similar a otros años, con las diferencias de cada lugar. Tendremos una recepción, una mesa redonda y una visita a la villa de Avilés, donde nos enseñarán los diferentes lugares en los que las cofradías tienen especial protagonismo, para concluir de la mejor manera posible en torno a la eucaristía y después una comida fraterna.

Avilés es una villa con una gran tradición de Semana Santa, con lo cual tendrá una gran participación probablemente.

Pues sí, Avilés es una de las localidades fuertes de la diócesis en el ámbito de la Semana Santa sin duda, junto con otras más, pero Avilés mantuvo la antorcha encendida en los años que, en otros sitios, decayó. Tiene un montón de cofradías con mucho trabajo y también una Junta de Hermandades que hace una labor importantísima.

Las cofradías de nuestra diócesis están cada vez más activas en las Redes Sociales y esto nos permite seguir un poco de su día a día y estamos viendo que ya empieza alguna a preparar la Semana Santa, lo que para nosotros, con la vista puesta en el Adviento que empieza el domingo, queda muy lejano, pero para las cofradías es hora de ir empezando

Sí, efectivamente, las Redes Sociales son una realidad en la que hay que estar sí o sí, porque llegan a muchísima gente y sorprende a veces la cantidad de personas que responden a través de ellas a las llamadas que hacemos las diferentes cofradías. Y como bien dices, sí, hay cofradías que ya han comenzado con los ensayos para la Semana Santa, que parece un contrasentido, empezando ahora casi el Adviento, pero ya hay cofradías que comienzan con sus ensayos, otras empiezan un poco más tarde y también toda la actividad que desarrollan en torno a Navidad las diferentes cofradías.

En Navidad las cofradías desarrollan una gran labor caritativa especialmente

Sí, se ponen en marcha diferentes campañas para ayudar, que es una de las vertientes donde las cofradías también tienen su ámbito de trabajo. En el tiempo de Adviento y Navidad parece que se enternece el corazón a nivel general como sociedad. Muchas cofradías aprovechan para hacer diferentes campañas de recogida de alimentos, recogida de donativos para los más necesitados. Es un momento, sin duda, especial porque, aunque la Semana Santa es, digamos, el tiempo más fuerte para las cofradías, sin duda durante la Navidad la solidaridad cofrade se hace más patente.

Uno de los objetivos que tiene la Delegación Episcopal y Piedad Popular es hacer un censo de las cofradías que tenemos en la diócesis. No es una labor fácil, pero ¿qué datos se tienen hasta el momento?
El censo es fácil y difícil. Fácil en cuanto a las cofradías más grandes, que están reconocidas canónicamente, aunque todas debieran de estar reconocidas ante la Iglesia, en este caso por el señor Arzobispo. Todas esas pues ya están censadas y entre comillas, controladas en sus datos. Después hay muchas cofradías más pequeñitas, a lo mejor parroquiales, más devocionales, que en ocasiones no se les da la importancia que verdaderamente tienen. Parece que son un grupo solo de la parroquia, pero no, es un grupo de parroquia que es tan cofradía como cualquiera de las demás. Y en ello estamos. Se envió una carta, hubo ya respuesta por parte de parroquias y ahora pasaremos a una segunda fase que será un contacto más personal que siempre es más directo y más fácil.

Más o menos ahora de momento ¿cuántas están registradas?

Tenemos en torno a la cuarentena.

Cada vez hay más movimientos de cofradías y hermandades. ¿Estamos ante un renacer de las cofradías en la Iglesia?

Pues sí, yo creo que en la diócesis empezamos un poco más tarde que otras diócesis en este mundo cofrade o quedó más adormecido. Pero hoy en día están surgiendo muchas personas que se acercan a las cofradías existentes y muchas personas también que están intentando dar los primeros pasos para crear nuevas cofradías. Lo importante es que todo ello tenga un sentido de Iglesia, que nos sintamos Iglesia, que no actuemos como unos entes individuales sino que estemos en comunión con la Iglesia diocesana en este caso, presidida por don Jesús y que tengamos claro que venimos a aportar y a colaborar y hacer comunión para que nuestro testimonio sea más creíble.

¿Y qué tienen las cofradías que resultan tan atractivas, por ejemplo, para las personas alejadas?

Yo creo que en primer lugar la estética, pues llama la atención, las procesiones son llamativas. Hay diversidad de estilos: más leonés, más andaluz, más asturiano. En segundo lugar, las cofradías ofrecen muchas posibilidades. Hay gente que se dedica más al tema de la música: hay diversas bandas, agrupaciones musicales que suman gente y gente joven. Está el mundo también de los costaleros, aquellos que portan los pasos, que también arriman el hombro y ven que el trabajo, los ensayos, el sacrificio que hacen se ve recompensado cuando en la calle sale la cosa como uno quiere. También está la parte solidaria para aquellas personas que sienten especialmente esta vocación y se apuntan a las diferentes opciones que hay siempre en las cofradías. Para la gente joven también hay opciones, así como para los niños, ya que tienen sus tramos o sus secciones dentro de la cofradía para que puedan desarrollar esas inquietudes.

Creo que todo ello colabora a que la gente vea en el mundo de las cofradías un banderín de enganche, una entrada o un nuevo comienzo a a veces en el mundo de la fe.

Comentabas que hay cofradías que están intentando nacer, que están en ese proceso. ¿Tenemos ahora mismo alguna de esas?

Hay varios proyectos en marcha. Lo que pasa es que la diócesis ha optado este año por plantear un directorio diocesano, que ahora mismo no tenemos, para establecer unos criterios comunes en este tipo de cuestiones: cómo empezar y qué pasos dar, para ayudar a que esa iniciativa se convierta realmente en una cofradía auténticamente eclesial y con sentido de Iglesia. Es la labor que vamos a intentar en este curso para que todas esas inquietudes se canalicen lo mejor posible.

Fallece Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos

(C.E.E.) En la tarde del 27 de noviembre ha fallecido Mons. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos, a los 85 años de edad. Su fallecimiento ha tenido lugar en Murcia, localidad donde últimamente residía.

La capilla ardiente en Murcia ha quedado instalada en la capilla de la Adoración perpetua del Palacio Episcopal de Murcia hasta hoy, viernes 28, al mediodía. Por la tarde, será trasladado a Burgos.

En Burgos, la capilla ardiente quedará instalada en la capilla del arzobispado el sábado 29 de noviembre, desde las 9:00h hasta las 16:00h. A las 17:30h se organizará el traslado a catedral de Burgos donde se celebrará la misa de cuerpo presente, seguida del rito exequial y sepultura en la cripta de la capilla de santa Ana.

Arzobispo emérito de Burgos desde 2015

Mons. Gil Hellín nació en La Ñora (Murcia) el 2 de julio de 1940. Realizó sus Estudios de Filosofía y Teología en el Seminario Diocesano de Murcia entre 1957 y 1964. Obtuvo la Licenciatura en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma entre 1966 y 1968. Además, estudió Teología Moral en la Pontificia Academia San Alfonso de Roma entre los años 1969 y 1970. Se doctoró en Teología por la Universidad de Navarra en 1975. Ejerció como canónigo penitenciario en Albacete entre 1972 y 1975 y en Valencia de 1975 y 1988.

Fue subsecretario del Pontificio Consejo para la Familia de la Santa Sede de 1985 a 1996. Fue profesor de Teología en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia (1975-1985); así como en el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y Familia (Roma, 1985-1997) y en el Pontificio Ateneo de la Santa Cruz en Roma (1986-1997).

Juan Pablo II lo nombró secretario del Pontificio Consejo para la Familia en 1996, cargo que desempeñó hasta 2002.

El 28 de marzo de 2002, el papa Juan Pablo II le nombró arzobispo de Burgos. El papa Francisco aceptó su renuncia al gobierno pastoral de esta diócesis el 30 de octubre de 2015. Del 15 de junio de 2018 al 16 de enero de 2019 fue administrador apostólico de Ciudad Rodrigo.

En la Conferencia Episcopal Española ha sido miembro de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, de la Comisión Episcopal para el Clero, además de pertenecer a la Comisión Permanente en representación de la Provincia Eclesiástica de Burgos desde 2011 hasta 2015.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Vuelve la feria navideña de Contemplare: la mayor exposición y venta de productos monásticos

  

(Rel.) Las Ferias Monásticas de la Fundación Contemplare se consolidan como la mayor exposición y venta que existe en el mundo de productos elaborados desde la oración. Más de 80 monasterios de toda España, pero también de Francia y de Italia, se dan cita en un mismo lugar para llevar al gran público un millar de variedades comestibles recién salidas del torno.

Una feria que se adentra en sus huertos y jardines para dar a conocer la cosmética que elaboran las monjas y monjes contemplativos:

Crema curativa de propóleos, de los panales de abejas de las cistercienses; crema facial hidratante para pieles atópicas, procedente de los bosques de Galicia; jabón de manteca de karité, de arcillas con distintas propiedades: roja, verde, amarilla; bálsamo labial de rosa mosqueta; sérum de ácido hialurónico con extracto de verbasco; crema de manos de naranja dulce; champú de lavanda; y hasta varillas de incienso para el hogar, hechas a mano. O ambientador difusor con olor a higo.

En gastronomía también hay novedades tan sugerentes como el turrón de matcha, bolitas de macadamia y chai, pistachos caramelizados, galletas de queso o morcilla para untar: "boudin noir à tartiner".

Y en las recetas tradicionales siguen reinando los mantecados y polvorones (con la receta original, bien custodiada en uno de los monasterios de Estepa), las yemas auténticas de las clarisas, el mazapán en todas sus formas, el famoso bizcocho marroquí, las garrapiñadas y los panettones.

En definitiva, la Fundación Contemplare busca dar a conocer a través de sus ferias monásticas navideñas a los miles hombres y mujeres que han entregado su vida a la contemplación, inmersos en el mundo a través de sus rezos, pero anticipando ya las primicias del Cielo. Comprar sus productos es ayudarles a vivir su ora et labora.

Tendrá lugar en la Plaza Mayor de Madrid – del jueves 4 al lunes 8 de diciembre – venta exclusiva en la Casa de la Panadería coincidiendo con el puente de la Inmaculada. También, en el ABC Serrano – del 4 al 20 de diciembre – exclusivamente dulces tradicionales.

Fuera de Madrid: en el centro de Oviedo – con ocho casetas de madera, del 5 al 23 de diciembre. Y desde la web, envíos directos del convento a casa, al estilo de Amazon.

La Fundación Contemplare está formada por profesionales laicos que ponen su experiencia al servicio de la vida monástica, para ayudarles a mantenerse y, sobre todo, para dar a conocer su forma de vida. España es la primera potencia mundial, con más de 700 conventos y monasterios en activo y 8.000 monjes y monjas que sostienen la Iglesia sin hacer ruido. Contemplare es puente entre ellos y el mundo.

Liturgia propia de Nuestra Señora de la medalla Milagrosa


Hoy recordamos la aparición de la Santísima Virgen María a Santa Catalina Labouré el 27 de noviembre de 1830, en París, en la capilla de la Casa Madre de las Hijas de la Caridad. Esta operación dio origen a la Medalla Milagrosa, y de ella también tomó su nombre la fiesta de la Virgen Inmaculada de la Sagrada Medalla, instituida por León XIII el 23 de julio de 1894.

ANTÍFONA DE ENTRADA

El Señor Dios te ha bendecido, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra. Él ha exaltado tu nombre: que todos los pueblos canten tu alabanza.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios nuestro que nos alegras con la abundancia de tu inmensa bondad manifestada en la Inmaculada Virgen María, a quien asociaste de modo inefable al misterio de tu Hijo, concédenos propicio que, sostenidos por su maternal auxilio, nunca nos veamos privados de tu providente piedad y que, con un corazón libre y fiel, sirvamos al misterio de tu redención. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA:

Lectura del libro del Apocalipsis (Ap. 12:1, 5, 14a, 15-17)

Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono. Pero la Mujer recibió las dos alas de la gran águila para volar hasta su refugio en el desierto. La Serpiente vomitó detrás de la Mujer como un río de agua, para que la arrastrara. Pero la tierra vino en ayuda de la Mujer: abrió su boca y se tragó el río que el Dragón había vomitado. El Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL (Sal. 44, 11-12.14-15.16-17)

R/ Tú eres la alegría, tú eres el honor de nuestro pueblo, Virgen María.

¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu hermosura.
El es tu señor: inclínate ante él. R.

Embellecida con corales engarzados en oro
y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás,
sus compañeras la guían. R.

Con gozo y alegría entran al palacio real.
Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás
como príncipes por toda la tierra. R.


Aleluya (Cantar de los Cantares 4,7)

Aleluya, Aleluya,

Eres toda hermosa, amada mía, y no tienes ningún defecto.

Aleluya, Aleluya,

+ Lectura del santo evangelio según san Juan (Juan 2, 1-11)

Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga». Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: «Siempre se sirve primero el bu en vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento». Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

Palabra del Señor

ORACIÓN DE LOS FIELES

En la fiesta de Santa María Inmaculada de la Sagrada Medalla Milagrosa, presentemos nuestras súplicas a Dios Padre.

*Por todos los creyentes en Cristo, en comunión con María Milagrosa, Madre de la Iglesia. Roguemos al Señor

*Por todos y cada uno de los pastores de la Iglesia, en comunión con María Milagrosa, Reina de los Apóstoles. Roguemos al Señor

*Por los que tienen en sus manos el poder de gobernar y regir las naciones, en comunión con María Milagrosa, Reina de la Paz. Roguemos al Señor

*Por todos los que sufren: los pobres, marginados, enfermos, incomprendidos... en comunión con María Milagrosa, consuelo de los afligidos y siempre pendiente de las necesidades de sus hijos. Roguemos al Señor

*Por la Familia Vicenciana, y todos los devotos de María Milagrosa, en comunión con María, Reina y Madre nuestra. Roguemos al Señor

Escucha, Señor, nuestras súplicas, que María, abogada e intercesora nuestra te presenta. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Oración sobre las ofrendas

Jubilosos de poder celebrar la fiesta de María Milagrosa, madre de tu Hijo y madre nuestra, te ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza y te suplicamos que nos mantengas en continua acción de gracias a los que nos alegramos por tus beneficios. Por Jesucristo nuestro Señor.

Prefacio de Santa María Virgen (de Inmaculada Concepción de María, 8 diciembre) 

En verdad es justo y necesario es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Porque preservaste a la Virgen María de toda pecado original para que, enriquecida con la plenitud de tu gracia, fuese digna Madre de tu Hijo, imagen y comienzo de la Iglesia, que es la esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura.

Purísima tenía que ser, Señor, la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad .Por eso, con todos los ángeles y santos, te alabamos diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo

Antífona de Comunión

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!

Oración después de la comunión

Reconfortados con los sacramentos de la redención eterna, te pedimos, Señor Dios nuestro, que cuantos nos alegramos de la celebración festiva de la Inmaculada Madre de tu Hijo, avancemos animosos en la vivencia de la fe y, hechos partícipes de la mesa de tu Reino, merezcamos glorificarte con ella en el cielo. Por Jesucristo nuestro Señor.

BENDICIÓN SOLEMNE 

V/. El Dios, que en su providencia amorosa
quiso salvar al género humano
por el fruto bendito del seno de la Virgen,
os colme de sus bendiciones.
R/.Amén

V/. Que os acompañe siempre la protección de la
Virgen de la Medalla Milagrosa, por quien habéis recibido
al autor de la vida.
R/.Amén

V/. Y a todos vosotros, reunidos hoy para celebrar con devoción esta fiesta
de la Virgen de la Inmaculada Medalla Milagrosa, el Señor os conceda
la abundancia del Espíritu y los bienes de su reino.
R/.Amén

V/. Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo X y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R/. Amén.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

26 de noviembre: Recordando a Isabel la Católica

(Infovaticana) Entre las mujeres del Siglo de Oro español —un mundo dominado casi por completo por la voz masculina— hay un nombre que desborda cualquier categoría: Isabel la Católica. Su figura ha sido ensalzada y criticada, mitificada y caricaturizada, citada con admiración y con recelo. Pero como recuerda Juan Belda Plans, si existe un caso que rompe todos los moldes de su época, es el de esta reina que transformó para siempre la historia de España y del mundo.

Isabel aparece como un personaje que exige un análisis sin prejuicios, lejos de las lecturas ideológicas contemporáneas. Ni santidad romántica ni demonización interesada: la Reina actuó con una libertad de criterio poco común incluso entre los hombres de su tiempo, y su influencia fue decisiva en política, cultura, religión y sociedad.

Más allá de la leyenda: luces que eclipsan las sombras

La obra de Isabel no se resume en tópicos. El fin de la Reconquista, la unidad dinástica, el impulso renacentista, la reforma eclesiástica, el apoyo decisivo al proyecto de Colón, la organización del Estado moderno… son logros inmensos a los que añadió un estilo de gobierno propio, directo, firme y profundamente consciente de su misión.

Belda Plans lo explica con claridad: juzgar a Isabel exclusivamente desde categorías modernas —como hacen algunos autores obsesionados con la Inquisición o la expulsión de los judíos— conduce a distorsiones evidentes. La Reina actuó dentro de un marco cultural y religioso preciso, donde la unidad espiritual y política de los reinos era condición de supervivencia. Pretender leerla con lentes del siglo XXI es negar la historia misma.

Una mujer que gobernó, no que acompañó

En un tiempo en que la mujer estaba relegada casi por completo a la esfera doméstica, Isabel ejerció un poder político pleno. No fue consorte decorativa ni brazo secundario: fue soberana efectiva. Decidió su matrimonio, eligió sus alianzas, dirigió la guerra de Granada, negoció con Roma, apoyó el descubrimiento de América y seleccionó personalmente a los hombres que debía poner al frente de su reforma eclesiástica.

Su liderazgo no fue una concesión de las circunstancias, sino el resultado de una personalidad formidable, sustentada en inteligencia, prudencia, intuición política y fe profunda. Era una reina que sabía mandar, pero sobre todo sabía gobernar, que es mucho más.

La fe como motor de una misión histórica

La religiosidad de Isabel no fue un adorno ni una etiqueta piadosa. Según Belda, formó parte esencial de su vida interior y de sus decisiones públicas. Desde la reforma de las órdenes religiosas hasta la instauración de la Inquisición como instrumento mixto para preservar la unidad, su visión partía de un convencimiento claro: sin fundamentos espirituales, ningún reino puede sostenerse.

En la gesta americana, su mano también fue decisiva. Fue Isabel quien defendió que los indígenas eran súbditos libres de la Corona —no botín ni esclavos— y quien orientó la empresa hacia una misión evangelizadora antes que económica. Su testamento lo confirma: la evangelización de América fue para ella un deber regia y espiritual de primera magnitud.

Una reina adelantada a su tiempo

El Siglo de Oro español, con todos sus contrastes, no habría sido posible sin la obra previa de Isabel. Belda la presenta como una mujer sin equivalentes en su siglo: culta, política, estratega, profundamente religiosa y, sobre todo, dueña de su destino. Su vida se desarrolla en tres etapas —crisis dinástica, grandes realizaciones y sufrimiento final— y en todas brilló con un temple singular que no se apagó ni ante la muerte de sus hijos, ni ante las incertidumbres sucesorias, ni ante el peso de un reinado colosal.

Isabel la Católica fue, en esencia, lo que pocas mujeres podían aspirar a ser en su época: una reina que cambió la historia, no desde la sombra, sino desde el centro mismo del poder.

En Mujeres fuertes del Siglo de Oro, Juan Belda Plans rescata a Isabel sin mitos ni reduccionismos, y muestra a una mujer cuyo legado sigue configurando la identidad espiritual y cultural de España. Un capítulo que anima a redescubrir la fuerza femenina que moldeó los cimientos del imperio más decisivo de la Edad Moderna.

Cuando matar no bastó: la memoria viva de los 10.000 mártires católicos en España. Por Matilde Latorre de Silva

(Rel.) Hay páginas de la historia que nunca terminan de cerrarse, no porque el pasado regrese, sino porque lo que allí ocurrió sigue interpelando al presente con una fuerza que ni el tiempo ni la comodidad logran adormecer. Entre 1934 y 1939, alrededor de diez mil católicos —sacerdotes, religiosos y laicos— murieron por un motivo tan simple como radical: creer en Dios era incompatible con la lógica del odio ideológico que entonces se había vuelto norma. No murieron por intervenir en combates ni por alzar banderas políticas: murieron porque, en un contexto donde la fe se consideraba una amenaza, permanecieron siendo ellos mismos.

Lo más sobrecogedor es que antes de ser mártires fueron seres humanos profundamente vulnerables. La historiografía más seria revela cartas, diarios, anotaciones apresuradas, testamentos secretos, que muestran no héroes de bronce, sino personas reales: con miedo de no volver a ver a sus familiares, con dudas sobre si serían capaces de resistir, con lágrimas reprimidas para no inquietar a los demás. No eran superhombres; eran almas que temblaban, pero que en ese temblor descubrieron una claridad moral que nosotros, con nuestras seguridades, apenas alcanzamos a comprender.

Porque su martirio no fue un acto impulsivo ni fanático: fue una decisión interior tomada en el lugar donde nace todo lo verdaderamente grande, es decir, en la conciencia. Y ahí aparece una verdad que rara vez se menciona: no murieron para oponerse a un enemigo político, sino para permanecer fieles a aquello que les daba identidad y sentido. Cuando la violencia se desató —alimentada por un clima social en el que las ideologías habían sustituido a las personas— ellos eligieron no negociar lo esencial. En ese gesto silencioso, casi invisible, radica su grandeza.

Hoy resulta difícil imaginar esa atmósfera: iglesias convertidas en ceniza, sacerdotes escondidos en graneros o sótanos, familias que se despedían sin saber si volverían a verse, niños que preguntaban por qué rezar se había vuelto peligroso, aldeas enteras que vivían con la sensación de que, en cualquier momento, alguien tocaría la puerta con intenciones mortales. La persecución religiosa no fue un fenómeno aislado, sino un clima espiritual en el que cada decisión cotidiana podía tener consecuencias irreversibles.

Y sin embargo, la lección que nos ofrecen no es victimista; es radicalmente luminosa. Ellos entendieron algo que nuestra época, obsesionada con la comodidad y la imagen, ha olvidado: que la verdad, cuando se convierte en vida, exige coherencia, y que esa coherencia —frágil, temblorosa, humana— puede ser más fuerte que cualquier ideología. El mártir no es alguien que busca la muerte, sino alguien que no está dispuesto a matar su conciencia para prolongar su existencia.

Su memoria nos obliga a una reflexión incómoda: vivimos tiempos en los que lo esencial parece negociable, en los que basta un poco de presión social para que la identidad se diluya, en los que el miedo no se presenta como fusil, sino como burla, aislamiento o juicio fácil. No se nos exige morir, pero sí callar, suavizar, camuflar la fe. Por eso los mártires nos confrontan con una pregunta decisiva: ¿Qué lugar ocupa la verdad en nuestra vida cuando nadie nos obliga a renunciar a ella, pero todos nos invitan a disolverla?

No murieron para que fuésemos capaces de repetir su gesto extremo; murieron para recordarnos que la fe auténtica jamás es decorativa, jamás es sociológica, jamás es tibia. Su testimonio revela que la libertad interior no nace del poder, sino de la fidelidad. Que la dignidad no consiste en evitar la muerte, sino en no traicionar aquello que sostiene la vida. Y que la verdad —la de Cristo, la que ilumina sin gritar— tiene una potencia que ningún régimen, ninguna tiranía ideológica y ninguna violencia logró apagar.

Su legado, revisado hoy con serenidad histórica, no invita a la nostalgia ni al rencor, sino a la lucidez. Nos dicen que la fe no muere cuando es atacada; muere cuando es olvidada, cuando se convierte en un gesto cultural sin carne ni alma. Ellos, que entregaron su vida sin fanatismos y sin cálculo, nos enseñan que vivir coherentemente lo que se cree puede ser la forma más alta de libertad. Y que la verdad no necesita imponerse: solo necesita ser vivida.

Quizá, en el fondo, los mártires del siglo XX nos recuerdan algo que el mundo actual trata de ocultar: que lo verdaderamente valioso siempre exige una entrega. Que hay convicciones por las que vale la pena darlo todo. Que la vida humana alcanza su plenitud cuando se entrega a lo que no pasa. Y que hay fidelidades que, aun pagando un precio extremo, siguen siendo la luz que orienta nuestra época.

Por eso su memoria no es un archivo polvoriento. Es un espejo espiritual, una llamada silenciosa y una herencia viva. Una invitación a no vivir a medias. A no poner la conciencia en rebajas. A comprender que la fe, cuando se abraza de verdad, ilumina incluso los días más oscuros. Y que la libertad más profunda —esa que ni la violencia ni la historia pudieron arrebatarles— sigue estando disponible para nosotros, si tenemos el coraje de mirar la verdad de frente y vivirla con todo el corazón.

martes, 25 de noviembre de 2025

Sobre las Capellanías de Hospital. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Me llegan noticias de que habrá pronto nuevo capellán para el Hospital de Jove. Me alegro profundamente de ello, pues en el final de la enfermedad de mi tío Pepe Luis, de mi madre y de mi tía Blanqui tuve que llevar yo mismo los óleos para poder sacramentarlos. En mis últimas visitas al hospital, al verme las personas de clergyman por los pasillos, me "asaltaron" hasta en TRES ocasiones: "Por favor, le puede poner la Unción a mi marido"; "Por favor, le puede llevar la comunión a mi madre"... y hasta me cayó alguna bronca que aguanté en silencio y con vergüenza: "Mire, yo no soy el capellán, ni soy nadie en el hospital; vengo al igual que Vd  de visita, aunque la entiendo"...

Qué importante es la labor de los capellanes de hospital, y que los sacerdotes se dejen ver y sean reconocibles. Aún está en mi memoria aquel Hospital de Caridad (inicio del actual Hospital de Jove) que estaba no solamente bien atendido, sino mimado por la Iglesia: comunidad de religiosas, capellán fijo y residente, y misa diaria... Primero la marcha de las monjas, y después la jubilación del bendito don José María de Paz, el capellán, lo cual supuso el principio del fin a la atención espiritual de ese centro sanitario. Siempre me ha dado apuro cuando varios conocidos de Candás me decían que tenían un familiar pidiendo la comunión y nadie se la llevó, o un enfermo la "Unción" antes de entrar a quirófano y tampoco hubo nadie para administrársela... Y así un largo etc durante años. Yo en numerosas ocasiones trasladé dichas quejas a responsables diocesanos; parece que por fin han tomado medidas, aunque para cada una de esas familias y enfermos todo lo que se haya hecho ahora no borrará por arte de magia sus frustraciones y abandonos. 

En el año 2020 al hilo de la pandemia, reflexionaba el Papa Francisco sobre el valor de la presencia de los sacerdotes en los momentos de sufrimiento de su pueblo. En un discurso en la Sala Clementina afirmaba el Pontífice: ''En estos meses, las personas no han podido participar en las celebraciones litúrgicas, pero no han dejado de sentirse como una comunidad. Han rezado de forma individual o en familia, también a través de los medios de comunicación, unidos espiritualmente y sintiendo que el abrazo del Señor iba más allá de los límites del espacio. El celo pastoral y la solicitud creativa de los sacerdotes ayudaron a la gente a continuar en el camino de la fe y a no quedarse sola ante el dolor y el miedo. Esta creatividad sacerdotal con la que sé que han sabido superar algunas, pocas, expresiones “adolescentes” contra las medidas de la autoridad, que tiene la obligación de salvaguardar la salud del pueblo. La mayoría ha sido obediente y creativa. He admirado el espíritu apostólico de tantos sacerdotes que iban con el teléfono, llamando a las puertas, llamando a las casas: “¿Necesita algo? Le hago la compra...”. Mil cosas. La cercanía, la creatividad, sin vergüenza. Estos sacerdotes que se han quedado junto a su pueblo compartiendo cuidados y atenciones cotidianas han sido un signo de la presencia consoladora de Dios. Han sido padres, no adolescentes. Por desgracia, han muerto no pocos de ellos, al igual que los médicos y el personal paramédico. Y también entre vosotros hay algunos sacerdotes que han estado enfermos y, gracias a Dios, se han curado. En vosotros doy las gracias a todo el clero italiano, que ha dado muestra de valor y amor a la gente''. Personalmente, creo que fue ejemplar la labor de los capellanes de hospital los días de la pandemia, con toda la protección, pero sin miedo al contagio, llevando comuniones, absolviendo y ungiendo el óleo de enfermos con bastoncillos para evitar el contacto físico. He aquí esa presencia consoladora de Dios de la que habló el Papa Francisco. Y qué triste que personal sanitario te diga: "Pues aquí el capellán ni apareció" o "Llamó el día que quedamos confinados y dijo: ¿No hace falta que vaya, verdad?"... Gracias a Dios, esos casos se contaron con los dedos de una manos.

En este sentido, aún tiene Gijón asignaturas pendientes, como que el Hospital de la Cruz Roja, que es el centro sanitario de la ciudad en el que tantas personas cierran sus ojos para este mundo, no cuente con capellanes. O ya no digamos de los cementerios municipales de Ceares o Deva; han sido no pocas familias conocidas que me manifestaron su decepción con la Iglesia porque a la hora de enterrar a un  ser querido no había un sacerdote a pie de sepultura para acompañarles en la oración y encomendar a su ser querido al descanso eterno. Nunca me cansaré de repetir que las capellanías de hospitales, tanatorios y cementerios deben ser cuidadas y atendidas con el mayor mimo; son los areópagos de hoy en los que, como San Pablo, podemos hablar de Dios a los desconocido a los ciudadanos de nuestras "polis".

Ha fallecido Mons. Bernardo Álvarez, obispo emérito de Tenerife

(C.E.E.) A las 14.00 horas de hoy, 25 de noviembre ha fallecido en Tenerife Mons. Bernardo Álvarez, obispo emérito de la diócesis nivariense, a los 76 años de edad, habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición apostólica. En el momento de su fallecimiento lo acompañaban su hermana, el obispo Eloy Santiago y otros sacerdotes de la diócesis.

Monseñor Álvarez se encontraba hospitalizado al agravarse su delicado estado de salud.
Obispo de Tenerife desde 2005

Bernardo Álvarez Afonso nace el 29 de julio de 1949 en Breña Alta (Isla de La Palma). Realizó los Estudios Eclesiásticos en el Seminario Diocesano de Tenerife, que concluyó en junio de 1976, año en el que también recibió la ordenación sacerdotal. Estudió Teología en la Universidad Gregoriana de Roma, desde 1992 a 1994, adquiriendo el título de Licenciado en Teología Dogmática.

Fue nombrado obispo de Tenerife el 29 de junio de 2005. Recibió la ordenación Episcopal el 4 de septiembre de 2005 en la catedral de La Laguna. En esta misma fecha toma posesión canónica de la Diócesis Nivariense.

El papa Francisco aceptó el 16 de septiembre de 2024 la renuncia la renuncia presentada por Mons. Bernardo Álvarez Afonso como obispo de Tenerife. Ese mismo día pasó a ser obispo emérito de esta diócesis canaria.
Otros datos de interés

En la Conferencia Episcopal Española fue miembro de la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios desde marzo de 2020. 

Fue miembro de la Comisión Episcopal del Clero desde 2008 a 2020.

En la reunión de la Comisión Permanente de febrero de 2012 fue nombrado Presidente del Comité Nacional del Diaconado Permanente.

lunes, 24 de noviembre de 2025

Este sábado

 

Consagración del género humano a Cristo Rey del Papa Pío XI

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos humildemente postrados delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón Santísimo.

Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria.

Sé Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.

domingo, 23 de noviembre de 2025

''Su reino no tendrá fin''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


En este domingo vivimos con emoción la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, celebración que cumple cien años, pues fue instituida en 1925. Celebramos al mismo tiempo el fin del año litúrgico; el próximo fin de semana iniciaremos el nuevo Tiempo con la apertura del Adviento. En esta Jornada -como cada domingo- nos congregamos en torno al altar del Señor conscientes de que venimos ante la presencia real de quien la Sagrada Escritura llama Rey de los Siglos,​ Rey de Israel, Rey de los Judíos... Nos arrodillamos y le adoramos, pues es la forma de reconocer públicamente que Él está aquí en medio de nosotros. Por eso venimos felices a la iglesia, conscientes de que el salmo 121 se cumplen también en nuestro corazón: ''vamos alegres a la casa del Señor''. También nosotros como los israelitas del relato del Segundo Libro de Samuel -que hemos escuchado en la primera lectura- anhelamos un rey que nos traiga la paz, y este no es otro que Jesucristo. Hay cristianos empeñados en el activismo, en que ser buen discípulo de Jesús no es rezar, que eso ya no se lleva. Los católicos no tenemos como fin únicamente mejorar este mundo, sino dar a conocer a Jesucristo, el único que ''es rey en virtud de su misma esencia y naturaleza'', como afirmó San Cirilo de Alejandría. Hay personas bautizadas y practicantes que no creen en la vida eterna, ni en la condenación; ven la iglesia como un lugar donde se sienten a gusto, ven bien las obras de caridad y participan de la liturgia, pero les da alergia que la Iglesia evangelice o los invite evangelizar.

Por ejemplo, el concepto del precepto en nuestro antepasados era algo modélico; no faltar a la misa el domingo y las fiestas de guardar, muchos de ellos ningún día del año. Pero esto tiene valor no porque haya que cumplir con la apariencia, porque el sacerdote "pase lista", sino porque brota de mi interior decir ¡no le puedo fallar al que da sentido a mi vida! Actualmente aceptamos que las parroquias tengan las iniciativas que sean, pero como al párroco se le ocurra recordar en la homilía que existe el pecado y hay que confesarse, que el demonio quiere nuestra perdición o que los difuntos no están en el cielo sin más y porque sí, será cuestionado y etiquetado con múltiples apelativos. Y cuando digo que lamentablemente hay cristianos que se han quedado sólo con la dimensión social de la Iglesia, pero la vida espiritual no les interesa, no estoy diciendo que no tengamos que realizar obras de misericordia, por supuesto que sí, sino que no podemos separar de ello la acción de la oración y la vivencia espiritual para nuestro crecimiento interior para sobrellevar "el demonio, el mundo y la carne". Nadie dice que los necesitados no nos preocupen, aún el domingo pasado hemos celebrado una Jornada de Caridad, el problema está cuando enfocamos la misión de la Iglesia como una ONG más enfocada en solucionar los problemas del mundo, cuando nuestra verdadera vocación es buscar el reino de Dios, descubrirlo y darlo a conocer. El mismo Jesús advierte: “A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no tendréis siempre''. Nos urge recuperar esa espiritualidad del reinado social de Jesucristo, del reinado de su Sagrado Corazón que tanto bien hizo a nuestra Patria y a nuestras familias. Sólo así lograremos responder al deseo del entonces Pontífice en su encíclica "Quas Primas": «su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres». Hoy no es un día para la tristeza, sino para el gozo de saber que nuestro Rey está por encima de toda idea, proyecto o título. Esta solemnidad de Jesucristo Rey tiene que ser una motivación en la que le coloquemos en el centro de nuestra vida, de nuestro entorno, de nuestra sociedad...

También celebrar la solemnidad de Jesucristo como Rey del Universo es siempre una autoevaluación para cada uno de nosotros: ¿Es Jesucristo realmente rey de nuestra vida, o somos nosotros los reyes y Él es tan sólo un criado de nuestros intereses?... No es cualquier cosa festejar la realeza de Cristo, pues quien no lo tiene a Él por soberano acabará poniendo en su lugar al demonio en sus múltiples formas idolátricas que imperan en nuestro tiempo y destruyen al hombre. La historia nos trae también consuelo al tiempo que tristeza, y es que una y otra vez caemos en errores que se vuelven a repetir: hace un siglo el Papa Pío XI introdujo en el calendario litúrgico esta celebración de hoy ante la constatación del aumento de la secularización y el laicismo en el mundo. Aquel anhelo del Pontífice por devolver al Señor al centro de todo tuvo sus buenos frutos, en no pocos años sacerdotes se unieron en fraternidades e institutos bajo el nombre de Cristo Rey, numerosas congregaciones de religiosas nacieron bajo este título o adaptaron este patronazgo, y miles de fieles laicos en Méjico en las guerras cristeras y en España en la persecución religiosa de los años treinta murieron gritando ''Viva Cristo Rey''. Ya abordamos más veces el tema de los mártires, y es que en su gesto de entrega se ejemplifica perfectamente cómo ellos si supieron colocar a Jesús como rey de sus vidas; no murieron por una idea terrena, ni empuñando armas, sino entregando su vida gratuitamente a quien sabían que su reino no era de este mundo. Nuevamente nos vemos en tiempos duros de enfriamiento espiritual y moral, pero tantas veces ha ocurrido lo mismo a lo largo de los siglos que ni asusta lo uno ni lo otro; al final, sabemos que suya será la última palabra. No dudemos de que se cumplirá su gran promesa hecha al Beato Bernardo de Hoyos de que reinará en España con más veneración que en ningún otro lugar. Como dice la canción popular: ''Reine Jesús por siempre/ reine su corazón/ en nuestra patria, en nuestro suelo/ que es de María la nación''... 

La carta de San Pablo a los Colosenses nos ha dicho en ese gran himno cristológico ''Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él''. Esto nos recuerda nuestro bautismo, donde fuimos consagrados a Él del mismo modo que eran ungidos con óleo los reyes de antaño. Somos de Dios y vamos a Él, venimos de sus manos y a ellas volvemos del mismo modo que fuimos creados del polvo y nuestros cuerpos volverán a convertirse en eso. Insisto; necesitamos rescatar el ejemplo de nuestros mayores, que nos demostraron que tenían a Cristo por Rey no sólo por entronizarle a la entrada de sus casas o poner su rostro en las puertas del hogar, sino que se manifestó en que entendieron perfectamente el valor de trabajar por que nuestra Patria viviera en función del orden natural y en fidelidad a los mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, que no ahogan ni aprisionan, sino qué, al contrario, nos liberan. El reinado de Cristo no es una idea obsoleta o anticuada como defienden algunos, fue San Pablo VI fue quien elevó esta liturgia de fiesta a solemnidad y la quiso colocar precisamente como meta del año litúrgico, a fin de recordarnos que también en nuestra vida el fin último es que Cristo reine ya aquí en nuestra vida para en un futuro participar de su reino celestial. A este propósito señala el Concilio Vaticano II: «Más como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre. Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey en la gloria». «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (Lumen Gentium, nn. 5 y 31). 

El evangelio de este día, nos presenta a nuestro Rey en su amoroso trono, semidesnudo y crucificado entre dos ladrones. El amor de este rey manso y humilde vive su momento culminante en el Calvario, no porque se le coloque el cartel de rey en la tablilla de la acusación, sino porque se da la paradoja de que con su muerte nos dio la vida sin fin. La burla de los presentes: ''A otros ha salvado''; «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo»; «¿No eres tú el Mesías?, Sálvate a ti mismo y a nosotros»... Son la constatación de cómo irrumpe siempre el demonio donde ve que está perdiendo la partida, donde se juega mucho y por eso quiere meter baza. Es muy importante ésto, cuando en nuestra vida queremos también tentar al Señor: ''haz algo ahora que me haces falta''; ''hazme caso en esto''; ''demuestra que soy importante para tí y salva a mi abuela''... Tenemos que pararnos y volver a esta escena del Gólgota, al Jesús inmóvil, silencioso y torturado por el dolor, para unos el fracaso de quienes creían que iba a restaurar el reino de Israel, para nosotros el lugar donde nos abrió su corazón... 

Tenemos que recordar, igualmente, que estamos conmemorando 1.700 años del Concilio de Nicea, un hito en la historia de la Iglesia de la que los españoles podemos decir con orgullo que fue presidido por el entonces obispo de Córdoba, Osio. En Nicea se tomaron muchas decisiones, se clarificó la cuestión de la naturaleza de Cristo, se puso en marcha el que sería el primer Derecho Canónico y, especialmente, se formuló el Credo, incluidas esas solemnes palabras: ''y su reino no tendrá fin'', lo que deja de manifiesto que ya en el año 325 tenían claro que Cristo era Rey como Él mismo le dijo a Pilatos. Pidamos al Señor la gracia de dar la vida como nuestros Mártires por ese "reino de la verdad y de la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz".

Evangelio en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».

Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor

Cara a cara con León XIV. Por Monseñor Jesús Sanz Montes O.F.M.

Salió soleada la mañana en esas horas tempraneras de Roma. Los nueve obispos de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española teníamos una cita importante en el palacio apostólico en el Vaticano: nos íbamos a encontrar con el Papa León XIV. Habíamos pedido meses atrás este encuentro con él, al poco de ser elegido sucesor de San Pedro. Con los atuendos episcopales, menos yo que endosé mi hábito franciscano, nos dirigimos con ilusión y grande expectativa a ese deseado encuentro atravesando el Cortile de San Dámaso. Diferentes pasillos y pequeñas estancias para audiencias menores con los solios para el pontífice previendo las visitas con grupos grandes, medianos y pequeños de fieles, en una impresionante exposición a nuestro paso de paredes decoradas con frescos renacentistas, tapices y mobiliario que llevan allí siglos viendo pasar a tantas gentes. Finalmente llegamos a la biblioteca donde nos esperaba el Santo Padre.

La conversación con nuestro pequeño grupo discurrió, como no podía ser de otra manera, sobre nuestra presencia como Iglesia en la España de nuestros días. El arzobispo presidente de la Conferencia Episcopal, trazó con brevedad y precisión una especie de mapa donde aparecían los retos que nos desafían, así como también las urgencias que pastoralmente nos comprometen en este rincón de nuestro tiempo cuando miramos a las personas concretas, a sus territorios, sus heridas y preguntas, sus dudas y certezas, junto a la eterna sed de Dios en medio de una soledad social que está pidiendo sin pedirlo el acompañamiento de la Iglesia, en estos tiempos recios de cierta convulsión.

Aparecieron cuestiones como la identidad cristiana de nuestro pueblo con los hitos que nos identifican en nuestra andadura a través de los siglos. Pero también los puntos débiles que reclaman una palabra y un gesto de nuestra parte como cristianos: la pobreza que se hace crónica en tantas personas; la violencia fruto de la insidia que nos divide y enfrenta; la banalización de la familia hasta confundirla y abaratarla para poder manipular a la gente sin el baluarte que ella representa en tantos sentidos; la beligerancia hacia la Iglesia en su presencia educativa de niños y jóvenes; la confusión antropológica donde se trastoca la verdad del hombre y de la mujer; el ataque a la vida en su estadio naciente, creciente y menguante, apoyando el aborto como indebido derecho o la eutanasia como falsaria solución… y un largo etc. Teníamos descrito el panorama de una nueva evangelización donde el primer anuncio cristiano se hace misión inmediata situándonos responsablemente ante la tarea de seguir escribiendo las páginas cristianas en medio de una sociedad plural y tan diversificada.

Por mi parte quise recordar al Papa cómo España forma parte de esta Europa de hondas y viejas raíces cristianas que quizás en este momento no están siendo adecuadamente regadas ni abonadas, dando como resultado una Europa en buena medida neopagana que está apostatando de sí misma, como afirmaba Benedicto XVI. Añadí cómo el testimonio creyente del pueblo cristiano ha de habérselas con la llegada de una doble inmigración. Por una parte, los que vienen de África con su identidad musulmana, tan explosiva demográficamente y de difícil integración. Por otra, los que vienen de la América hispana compartiendo lengua, religión y cultura que les dejamos en aquella primera evangelización con nuestro hispano mestizaje. Cómo acoger a unos y otros, cómo acompañarlos, cómo ser para ellos un referente cristiano y eclesial.

El Papa asintió añadiendo que de ahí salen también nuevos cristianos y no pocas vocaciones. La visita resultó ser un regalo. Sólo queda esperar que el Papa León XIV nos la devuelva viniendo a España para confirmarnos en la fe y la esperanza en estos momentos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

sábado, 22 de noviembre de 2025

10 razones por las que el Corazón de Cristo manifiesta su Realeza

(Rel.) Hace 100 años el Papa Pío XI publicaba la encíclica Quas Primas con la que instituía para toda la Iglesia la fiesta de Cristo Rey. De este modo quiso culminar el acto con el que su predecesor, el Papa León XIII consagraba la humanidad al Corazón de Jesús el año 1899. Era un modo de expresar que en el Sagrado Corazón de Jesús se nos manifesta el misterio de su realeza: un corazón que reina amando y que ama reinando.

A la luz de la encíclica Quas Primas presentamos aquí 10 razones que muestran que adentrándonos en su Corazón descubrimos en que consiste la realeza de Cristo.

1. El Corazón de Jesús une lo divino y lo humano

Cristo es Rey porque su humanidad está unida a la divinidad. Su Corazón nos revela que la verdadera autoridad nace del amor que une lo humano con lo divino (Quas Primas, 6 y11)

2. Su Corazón es la fuente de nuestra redención

Jesús es Rey en virtud de la entrega de su vida: su muerte y Resurrección. Su Corazón herido, del que brotan sangre y agua, es la fuente de la que brota la redención de todos los hombres (Quas Primas, 12)

3. El Sagrado Corazón quiere reinar en la totalidad de nuestra vida

La realeza de Cristo no se limita a nuestra vida íntima. Su Corazón nos llama a permitir que su amor guíe todos nuestros pensamientos, afectos, decisiones y acciones cotidianas (Quas Primas, 6)

4. El Corazón de Jesús quiere extender su amor a todos los hombres

Cristo en cuanto Rey Universal quiere hacer partícipes de su amor no sólo a los bautizados sino a todos los hombres. Su dominio de amor quiere conquistar todos los corazones. (Quas Primas, 15)

5. Su Corazón es fuente de la justicia, la paz y el gozo

El Reino de Cristo, manifestado en su Corazón, transforma la sociedad promoviendo la justicia, la misericordia y la armonía. La paz del Reino de Cristo brota del Corazón de Cristo (Quas Primas, 1)

6. El Corazón del Rey ilumina la vida pública

La realeza de Cristo se extiende también a leyes, instituciones y todos los ámbitos de la vida social. Su Corazón, fuente de su Amor infinito, nos recuerda que su amor debe penetrar todas las dimensiones de la vida pública (Quas Primas, 16-19, 33)

7. Su Corazón es la escuela que hace posible la transformación del mundo.

El Corazón de Jesús, manso y humilde, es la escuela en la que tienen que aprender y educarse los laicos; niños, jóvenes y adultos llamados a actuar en medio del mundo con justicia y caridad, ordenando todas las realidades temporales según los criterios del Reino de Cristo (Quas Primas, 34)

8. Mirando su Corazón somos invitados a reparar la indiferencia social

La ignorancia o el desprecio de Cristo (característica del laicismo) y del evangelio es causa del desorden, de la injusticia y de la violencia en la vida de los hombres. Su Corazón nos invita a restaurar la justicia y el orden moral donde allí donde haya sido rechazado (Quas Primas, 23, 24)

9. En el amor de su corazón se inspiran estructuras de misericordia

La plenitud de la justicia es la misericordia. La realeza de Cristo brota de su Corazón Misericordioso y se hace visible en obras concretas de caridad, reconciliación y solidaridad, transformando relaciones humanas y fortaleciendo el bien común (Quas Primas, 34 y 35)

10. La consagración al Sagrado Corazón es la expresión plena de su realeza y anuncio de su triunfo

La fiesta de Cristo Rey y la devoción al Corazón de Jesús nos permiten reconocer su autoridad y dejar que su amor guíe nuestra vida y la de la sociedad en la esperanza de que venga a nosotros su Reinado de Amor, Justicia y Paz. Por esta razón la Iglesia invita en esta fiesta a que en nuestras familias y comunidades renovemos la consagración al Corazón de Jesús (Quas Primas, 26)

El Sagrado Corazón de Jesús no es solo el símbolo por excelencia del amor que Cristo nos tiene, sino del modo como quiere ser conocido y amado: reinando. El Corazón de Cristo Rey es un corazón que gobierna con amor, justicia y verdad. Reconocerlo como Rey significa permitir que su realeza transforme nuestro interior y el de nuestra sociedad y se haga posible que sobre las “ruinas acumuladas por el odio y la violencia se edifique la civilización del amor, el Reinado del Corazón de Cristo” (Juan Pablo II, 5.10.1986. Carta al General de la Compañía de Jesús).