Un amigo me preguntaba este miércoles 22 de septiembre por la mañana si había escuchado algo de D. Pío, le dije que no sabía nada, pero que las últimas noticias que me habían llegado de él eran buenas: había superado un cáncer, y aún la página de la Unidad Pastoral de Tapia y Tol anunciaba las celebraciones que él iba a presidir cada día de las próximas semanas. Por desgracia, minutos más tarde el rumor dejaba de serlo para convertirse en confirmación: D. Pío había fallecido.
Se nos había ido un grandísimo sacerdote que por grande y bueno jamás quiso destacar ni sobresalir en nada. Nacido en la aldea de Rapalcuarto, parroquia de San Andrés de Serantes, en cuyo occidental concejo de Tapia de Casariego abrió los ojos para este mundo un día de San Blas del año 1928. Antes de cumplir los ocho años ya había dado a conocer que el Señor le llamaba a ser sacerdote. Sin embargo, el estallido de la guerra le impediría ingresar en el Seminario. Su párroco, el celoso D. Marcelino Prieto, al ver lo mucho que le dolía al pequeño Ángel Pío no poder responder cuanto antes a su vocación sacerdotal, le dijo que su seminario empezaría allí mismo. Así la casa rectoral y el templo parroquial se convirtieron en el aula y oratorio de aquel aprendiz de seminarista, el cual empezó a estudiar latín y otras asignaturas introductorias ayudado por su cura, haciendo con el joven Pío en aquellos años de guerra una auténtica preceptoría, tal como otrora se formaba el clero secular al amparo y ejemplo de otros sacerdotes.
Terminada la guerra pudo ya ingresar de forma oficial en Tapia de Casariego en aquel frío y destartalado Palacio que fue el Seminario Menor de Donlebún. Pasó por Valdediós, Covadonga y finalmente Oviedo. Concluida la licencia de Teología es enviado a Comillas para nuevamente licenciarse en Derecho Canónico. Era una mente privilegiada, y con apenas veintidós años ya había concluido no sólo los estudios exigidos para ser ordenado sino, además, la segunda y singular licencia mencionada. Recibe la ordenación sacerdotal en la iglesia parroquial de Santa Colomba de Barrios de Luna junto a sus compañeros Luis García Pola y José Morán, este último sobrino del obispo ordenante, Monseñor Alonso Muñoyerro (Vicario General Castrense-Arzobispo de “Sión”).
Su primer destino fue Teverga, concejo que quedó marcado a fuego en su corazón. Hablaba con mucha frecuencia de aquel su primer destino en San Salvador de Teverga, pueblo de Alesga; corazón del valle de Valdesampedro, uno de los tres que forman la orografía tevergana junto a los valles de Valdesantibáñez y Valdecarzana. Aquí fue un cura de pueblo muy feliz, lo que siempre quiso ser, pero con la altura de la montaña y a la sombra del Puerto Ventana. Además de San Salvador de Alesga de la que fue Ecónomo, atendía dos parroquias más como encargado: San Justo de Páramo y Santa María de la Focella. Estos tres pueblos conformaban en el medievo el llamado Real Privilegio otorgado por el rey Bermudo III en condición de hidalguía, en el año 1033. Hasta el siglo XIX estos tres pueblos fueron concejo independiente de Teverga con ayuntamiento, cárcel y escudo propio. Edificó aquí especialmente D. Pío el profundo amor del pueblo tevergano hacia la Madre de Dios en su advocación del Cébrano. Cuando había nombramientos en la diócesis lo que más ilusión le hacía era ver quién iba para aquellas tierras, y cuando se encontraba con algún joven sacerdote allí destinado o que como él se había estrenado en Teverga, no podía omitir el cariñoso comentario de que ambos habían empezado en el mejor lugar posible.
Su segundo destino fue ser cura de su propio pueblo; es decir, sacerdote "pilón", encargado de bautizar a los fieles en la misma pila en la que él también había recibido las aguas del bautismo. Fueron diez intensos años que vivió con muchísima actividad, de 1951 a 1961. Para un corazón tan abierto a todos como el de D. Pío no supuso dificultad alguna tener que ser profeta en su propia tierra. Fue muy querido y muy lamentada su partida cuando llegó la hora de hacer las maletas para marchar rumbo a Gijón.
La figura de D. Pío es clave para entender la historia reciente de Somió y de su Parroquia, pero antes hemos de traer a colación los antecedentes previos a su llegada a la antiquísima parroquia de San Julián. Lo cierto es que había muchos problemas en Somió; demasiados, y hacía falta un hombre que llevara paz y devolviera al catolicismo aquella feligresía contaminada del Protestantismo por las corrientes imperantes y responsables que atendieron la Parroquia antes de su llegada y que habían divido por completo a la feligresía. No fue plato agradable lo que le tocó. D. Pío, integró en Somió una realidad muy plural en la que convivían aún los caseríos de gente humilde que vivían del campo y de la agricultura con el Somió de pueblo rural que aún quedaba, y con el "nuevo" el Somió urbanita de chalets y de confort que se iba imponiendo. El cura lo tuvo siempre claro: no iba ser de unos ni de otros, ni iba a utilizar el ambón como alguno de sus predecesores para arengas y exhortaciones ideológicas. Él quería ser de todos y, como San Pablo, se hizo judío para los judíos y gentil con los gentiles con el único deseo de ''ganar algunos para Cristo'' (1 Cor 9,22).
No somos muy conscientes los católicos asturianos de hasta qué punto nuestra Diócesis ha tenido mala fama en el resto de España por la manipulación ideológica de antaño, mal llamada "progresista", la cual ha dado la vuelta al mundo. Siempre que fuera de Asturias alguien sabía de mis orígenes inmediatamente me sacaban este tema: ''qué diócesis tan compleja''; ''los últimos obispos están sufriendo mucho por la situación que encontraron''; ''¿es cierto que el clero de tu diócesis estaba en contra de la beatificación de sus mártires?''... Aún este verano un sacerdote amigo de otra diócesis que se encuentra en Roma, me dijo que por allí se decía en broma que el clero asturiano no era muy "católico" y que hasta del Arciprestazgo de Gijón habían llegado comentarios al respecto. Yo traté de defender a mi Diócesis en la medida que pude, pues generalizar nunca es bueno. Pero posiblemente para nosotros los asturianos y para los que como yo somos de Gijón esto no sea nada nuevo. Hoy gracias a Dios, creo que ya no es para tanto, y, como dice un obispo español: ''hay que dejar que la biología siga su curso''. Por esa propia y dramática realidad natural de aquel clero queda muy poco ya, y los que están son absolutamente irrelevantes en sus arcaicos postulados, conscientes que para muchos otros sacerdotes más jóvenes e incluso seminarias que vienen detrás no sólo no son referente de nada sino, por ende, antitestimonio.
Con este calado convivió D. Pío con aquel clero que pensaban que iban a "hacer nuevas todas las cosas" y que algunos destruyeron otras tantas bien hechas. Por eso cuando escucho las críticas al clero de mi Gijón del alma, yo digo que no es cierto; Gijón tuvo un clero de muchísima altura: D. José Arenas en San Pedro, D. Julio Rimada en San Lorenzo, D. Segundo de Sierra en San José, D. Eladio Miyar en Santa Cruz de Jove... y D. Pío en Somió. El nivel intelectual y pastoral del Arciprestazgo se devaluó profundamente tras esta generación, pasando de ser sus reuniones de sabios teólogos y pastoralistas a meros encuentros sindicalistas de trasnochadas "teologías de liberación" como lo son ya sus protagonistas qué, por otra parte en sus parroquias, eran dictadores que no permitían mover un jarrón o cambiar una bombilla sin su beneplácito. Pero tampoco todos los sacerdotes de la capital de la Costa Verde participaron de esta línea, y fue precisamente en esas otras comunidades cristianas donde han florecido vocaciones, fieles y apostolado, mientras aquellas "revolucionarias" languidecieron en un discurso aburrido y cansino.
Algunos tenían a D. Pío por un cura burgués amigo de ricos: ¡qué gran desconocimiento y mentira! Somió es una parroquia pobre, pues aunque sea la jurisdicción parroquial con más chalets y villas hacendosas, o con más apellidos compuestos y de rancio abolengo por metro cuadrado, condecoraciones y reconocimientos nobiliarios, ya sabemos lo que dijo el Señor sobre los ricos (también de los "nuevos ricos"): será a los que más les cueste entrar en su Reino... Es curioso que con la cantidad de posibles y pudientes en la Parroquia, D. Pío jamás perdió su tiempo en tratar de hacer dinero; es más, tras su marcha el único reproche que se le pudo hacer fue éste, que tenía que haber exigido más colaboración económica a los que más y mejor podían, pero en esa Parroquia también había muchos ricos de última hora sin fe, con discurso progresista y hacienda y cuenta capitalista.
D. Pío fue el pobre más pobre de Somió; en aquella casona rectoral vivió más de medio siglo sin hacer una reforma, cambiar una ventana o pintar una pared. Vivía una austeridad espartana, hasta el punto que algunos opinaban que se conservaba tan bien por el frío que hacía en aquella casa. Le cuidó con mimo su hermana, afamada cocinera. En su tiempo todos los seminaristas querían ir a Somió por lo mucho que ella mimaba con sus guisos y postres de gastronomía occidental a los futuros sacerdotes.
Aún recuerdo la primera vez que hablé con él, yo era apenas un adolescente y no olvidaré que era un 28 de julio. D. Pío estaba en la capilla del Santísimo rezando, cuando terminó entró en la sacristía y comentó: ''que despistado soy, por la mañana no recordé que hoy era San Melchor de Quirós y recé lo de "feria", pero bueno, ya lo remedié...''. Y pensé: este hombre ha vuelto a rezar todo el oficio del común del mártir, seguro. Hacía gala a su nombre, era ciertamente "pío". Persona de apariencia tranquila pero nervioso en su interior. Relajaba sus preocupaciones con ayuda del tabaco que siempre iba en el bolsillo de la sotana. Aún lo estoy viendo en la sacristía, apoyado en la cajonera y fumando con pausa su cigarrillo, como aquel Padre pitillo de la obra de Carlos Arniches.
La primera vez que planteó la posibilidad de su jubilación a Monseñor Osoro, éste no se la concedió comentándole: "D. Pío, usted no puede marchar de Somió; ¿cómo va volver a su pueblo si ya no conoce a nadie?"... El buen cura aceptó la decisión del Arzobispo, aunque no compartía la afirmación del Prelado. Para D. Pío su pueblo era muy importante, allí nació a la vida y a la fe, y allí recibió la vocación y comenzó su formación sacerdotal. En su pueblo ejerció la cura de almas y en él quería morir sencillamente, siendo lo que siempre fue: "sacerdote".
Finalmente, con mucha paz y ligero de equipaje abandonó Somió en 2012 cuando Monseñor Sanz tuvo a bien aceptar su renuncia a la cura pastoral de la Parroquia. La noticia de su marcha cayó como un jarro de agua fría en aquella porción del concejo de Gijón, pues todos querían que D. Pío se quedara para siempre con ellos.
La despedida fue apoteósica: homenajes, reconocimientos, números escritos y testimonios agradecidos y hasta la concesión de su nombre a un espacio del barrio con la elaboración incluso de un busto en su honor. Aquello a D. Pío no le gustaba nada porque le sobrepasaba, pero con su habitual bondad aceptó todo lo que sus feligreses le organizaron aún no compartiéndolo en absoluto. Él decía que no había hecho nada en Somió más que estar, que no es poco. Así lo manifestó cuando le comunicaron que un lugar de Somió llevaría su nombre, afirmando que «Mi único mérito es haber estado medio siglo en la Parroquia, como el roble de Villamanín, dando sombra al que la quiso».
Pero la mayor lección de D. Pío que muchos sacerdotes deberían de imitar fue su jubilación. Como pastor curtido en años y experiencias siguió el ejemplo de aquellos renombrados curas de antaño que tenían muy claro que cuando un cura se va de una parroquia -como diría otro antiguo cura de Gijón- "carretera y manta". Esto hizo nuestro buen Párroco a pesar de haber estado más de medio siglo en la Parroquia. Cortó toda relación y evitó cualquier tipo injerencia activa o pasiva para impedir cualquier problema al nuevo párroco, dejándole por completo el camino libre. Jamás se interesó por cómo seguía la vida de la Parroquia o que cambios se habían producido. Él oraba a diario por Somió y sus gentes, pero sin querer saber nada más. En los últimos nueve años hubo muchas familias que quisieron contar con él para bautizos, bodas, funerales y primeras comuniones; D. Pío jamás entró en el juego de desplazar a su sucesor, cumpliendo así a rajatabla su idea de que su tiempo había pasado y ahora había un nuevo párroco al que debían acudir y querer como lo habían hecho con él. Sólo una vez lograron que volviera a pisar Somió por petición unánime desde la Parroquia, siendo invitado a celebrar la Fiesta del Carmen. Costó convencerle, casi hubo que llevarle obligado, pero al final disfrutó celebrando a su querida Virgen del Carmen de Somió.
Después de tantos años D. Pío no quería que la Parroquia quedara condicionada por su persona, por eso a la hora de su marcha no dejó de insistir sobre la importancia de acoger al nuevo párroco, pues como el mismo venerable comentaba: ''Después de tantos años sería un fracaso si la gente solo estuviera unida a mí por ser cómo soy en vez de por lo que hago como sacerdote, que es lo mismo que es estar unidos a Jesucristo''.
Ahora que tanto abundan las situaciones anómalas en la que los párrocos que se jubilan se quedan condicionando el camino a los nuevos "in situ", o directamente boicotean a estos desde la distancia mediante sus "próximos", destaca el modelo de este gran sacerdote que tras una vida allí gastada supo apartarse y dejar paso a una nueva etapa.
Recuerdo sus ojos claros, su sincera sonrisa y, sobre todo, las manos grandes y rugosas. Aquellas manos gastadas que -en palabras de Pilar Urbano- fueron "nervudas, fuertes, hábiles y expresivas". Manos que habrán sostenido infinidad de veces la pluma estilográfica, que habrán pasado cuenta a cuenta muchos rosarios, que habrán confeccionado día a día -¡tantos años!- el misterio de la Eucaristía... Han sido manos artesanas, laboriosas, hechas para el trabajo esmerado... algo así como las manos de un gran alfarero.
Y esas manos amanecieron frías un día. La noticia corrió como la pólvora por toda Asturias, en especial en Somió donde su nombre no se borrará fácilmente. Estaba previsto que presidiera y predicara la novena a Nuestra Señora del Rosario en su querida iglesia de San Andrés de Serantes, pero el Señor le quiso llamar antes encaminando su alma a la gran liturgia del cielo.
El día en que la Iglesia Universal recordaba al gran San Pío de Pietrelcina, la Parroquia de San Andrés de Serantes despedía a un vecino, a un hombre "pío" donde lo hubiera, qué, para los que le conocimos, será sin duda un santo de los que pasan a nuestro lado en la vida y nos guían a la vida que no termina. Descanse en Paz, Don Pío.