Amparo Alonso Gonzalez , nacida en Nembra de Aller es hija de Esperanza y Hermenegildo, conocido por todos como “Gildo el de Enfistiella”. Hogar cristiano dónde los halla en el pueblo más levítico de la Diócesis de Oviedo. Aunque se formó con las Dominicas del “Padre Coll”, Congregación de la que había sido religiosa su hermana mayor Otilia no fue este su camino, sino que el Señor tenía otros planes para ella. Y los planes de la Providencia fueron tomando forma a través de una amiga de infancia que había ingresado recientemente en una congregación francesa, que aunque no tenía presencia en las cuencas mineras, eran más que conocidas en Asturias.
La joven Amparo se lo comunicó a su madre, más esta le advirtió de tres cosas: primero has de ser una buena monja, segundo tendrás que esperar a que tu padre baje a León y tercero cuando vayas te llevaras contigo una empanada grande y buena que yo prepararé para las monjas.
Dicho y hecho la ilusionada joven espero al otoño, a que se acabaran de recoger las avellanas que su padre llevaba a vender a Mansilla de las Mulas. Así, una buena mañana, se subió al carro de su padre tirado por una mula (muy de la Familia), y con la empanada y el corazón alegre dejó atrás su casa y su tierra dando respuesta a una llamada.
Ingresó en Becerril de Campos (Palencia), dónde estaba entonces el aspirantado, concluyendo su noviciado años después en Madrid. La toma de hábito, y después su profesión fue su “fiat solemne”; su renuncia a las cosas del mundo para ligera seguir las huellas del Maestro.
Llerena , pueblo con un rico pasado que fue codiciado por árabes, inquisidores y distinguidas órdenes militares, fue el lugar escogido por la Providencia para empezar el camino de una joven religiosa asturiana, que con su pequeña maleta y toda su ilusión dejaba Madrid para empezar como “maestrilla”.
Allá en Badajoz, al amparo de la Virgen de la Granada, empezaba una aventura dónde nadie más que Dios sabía las sendas, bajadas y subidas que tendría que tomar.
Avilés esperaba a nuestra monjita para enseñar las letras del “abecedario”, y, como no, las letras del catecismo en esa Villa del Adelantado, que vivía en aquellos años todo un “boom” gracias al desarrollo industrial de la localidad. Allí, en pleno poblado de pescadores, conocido también como “El NODO”, vivió a la vera de su Parroquia, Ntra. Señora de las Mareas, la realidad del momento marcada por el postconcilio
Gijón fue una etapa hermosa, aunque diferente a las anteriores. Estaba en Asturias sí, más no era un Colegio cualquiera, sino la Casa dónde el Padre Fundador se preparó para el paso definitivo y, por ende, cuna y seña de la Congregación en España (junto a la Casa de Puerto Real claro está).
De la villa de Jovellanos al Oviedo de Clarín; o, como diría un buen “carballón”: de la aldea a la capital. En este destino, la Comunidad de hermanas no sólo lo eran de religión sino de sangre, ya que fueron a coincidir aquí Otilia y Amparo. La Congragación llegó a Vetusta en 1884, pasando por diferentes sedes: Calle San Vicente, el Fontán, Calle Santa Ana … Pero desde 1975 el Colegio del Ángel Custodio, que como gritan sus pequeñuelos bajo sus alas quiere ser luz, se ubica en el polígono de Otero, en pleno barrio de San Lázaro, a cuya Parroquia siempre ha estado tan ligada en la figura de su Primer Párroco y fundador Don Celestino Castañón Gonzalez, con quién las hermanas tanto han trabajado. Pero el espíritu de la Comunidad ovetense tiene un modelo muy vivo, la Madre Serafina, hoy camino de los altares, y a la que Amparo siempre ha tenido un especial cariño, así como su hermana, de la que se cuenta que fue quién con mucho desparpajo y cariño extrajo los restos de la Madre cuando los obreros se disponían a cambiar el piso de la Capilla.
Fue destinada luego la Hermana Amparo a un lugar que ha sido seña y emblema de la labor social de la entonces Iglesia Diocesana de Madrid-Alcalá, como fue el barrio chabolista del Pozo del tío Raimundo, en las cercanías del Puente de Vallecas . Los primeros en fundar una comunidad en el barrio fueron los padres jesuitas a principios de los 60, destacando entre muchos otros el Padre Llanos, quién había empezado a atender a las gentes del barrio una década antes, así como el teólogo asturiano José María Díaz Alegría, con el que Amparo coincidió en sus años de trabajo en la zona. Las hermanas llegaron a este rincón de Entrevías -el Pozo- para ofrecer una educación cristiana a niños pobres en una zona del Madrid en expansión, que a lo largo del siglo XX se había se había superpoblado con familias venidas principalmente de Extremadura, Andalucia y la Mancha. Durante su estancia en Madrid, Sor Amparo no dejó nunca de colaborar en lo social y pastoral de aquellas parroquias de barrio tan marcadas por el sufrimiento. También aquí conoció de cerca los estragos tan profundos que la droga trajo consigo a esta periferia matritense
Dentro de Madrid, su otro destino fue Carabanchel alto, también apodado Buenavista. La Casa es muy querida por todas las religiosas, ya que en ella se formaron en la etapa de novicias. Sor Amparo trabajó aquí con entusiasmo cruzándose sus ojos tantas veces con el mirar de una estatua muy que especial para ella. Hoy esta comunidad es un enclave dónde atender a las religiosas mayores. En Carabanchel reside Sor Otilia, hermana pequeña de esta noble estirpe de religiosas, que también estuvo destinada en nuestra parroquia dónde llevó a cabo una impagable labor social y sociológica.
Albacete , tierra de queso manchego y señorío fue otro de sus destinos, éste, además, grande. Uno podría perderse en ese Colegio; da la impresión de que uno no tiene ni por dónde empezar, más no hubo rendición ni batalla dada por perdida para esta religiosa emprendedora cuya vida se resume en eso de que diría la Madre San Pascual: el que nos prueba nos da la gracia.
Las tierras alemanas a dónde la Congregación llegó en 1967 esperaban de la vitalidad y el ardor apostólico de nuestra allerana, en concreto Munich, dónde las Hermanas llevaban a cabo una importante misión de trabajo en guarderías “Kindergarden”. El resto del tiempo lo dedicaban a la pastoral de los emigrantes españoles, con una especial colaboración con los capellanes en la atención de las diferentes colonias y pueblos próximos dónde hacían presente a Cristo y a su Iglesia.
Quien vería a Sor Amparo al volante de un coche de la época por el centro de Munich, pisando el acelerador para no llegar tarde a alguna celebración, reunión o catequesis. Era hora de retornar a España, y que hay más castizo que castilla. Así, el Colegio de Palencia, esperaba más tarde como agua de mayo a la monja de Alemania, para su incorporación en el claustro de profesores. Aquí, como hiciera en sus comienzos por tierras extremeñas hizo todo lo posible por que los alumnos vivieran la familiaridad y explotaran sus capacidades, y, lo más importante, que aunque no se supieran la tabla del 9, si supieran quienes eran Jesús, María y José.
Después de toda una vida de pizarras, pupitres, planificación de cursos, tutorías y mil quehaceres, marchó otro año a Roma, la ciudad eterna, dónde como es costumbre vivió un año de renovación espiritual y formativa en la Casa Prócura de la Congregación, que hace a la vez de Casa de hospedaje para los peregrinos que se acercan a la cumbre de la cristiandad. Fue un espacio de parón, de revisión y renovación, con especial atención a la formación teológica en el entonces popular “Regina Mundi”, dónde las hijas del Padre Ormieres se convertían en un granito de arroz mezclado con centenares de órdenes, congragaciones y familias religiosas de todo el Orbe.
Puesto el alma en punto tocaba un nuevo destino: Lugones.
Sor Amparo, fue, como es propio del carisma de la Congregación, una monja de colegio, pero no por ello se limitó a este campo sino que trató en todo de ir más allá. Hoy es verdad que las casas de la Congragación son muy dispares en misión: pastoral social, educación, mayores, pastoral parroquial, casas de espiritualidad, pastoral gitana… más cuando Amparo entró en la Congregación no se entendía el Santo Ángel fuera del ámbito del colegio.
Nuestra homenajeada vivió con intensidad sus muchos años como maestra y profesora de tantas niñas y niños a los que quiso formar como verdaderos discípulos de Cristo como diría el Padre Luis. Más, sin duda, después de la educación, ha sido el trabajo y quehacer de la vida de Parroquia una de sus más gustosas encomiendas. Las monjas aunque no lo parezcan son humanas, y, por ende, les pasa como al resto de los mortales; es decir, que no todas valen para lo mismo. Más de Amparo si podemos decir que ha sido una buena y gran monja de Parroquia, pues no ha pasado por aquí como una feligresa más viviendo su fe en el anonimato. Ella se ha dejado la voz en la catequesis, se ha dejado su tiempo en los mayores y en los grupos de la parroquia; ella no se ha perdido casi ningún funeral y siempre ha orado, querido y acompañado a los sacerdotes. Pero si por algo merece hoy Amparo ser aplaudida es por haberse dejado junto con Sor Bibiana la suela de los zapatos visitando a tantísimos enfermos de este feligresía casa por casa, piso por piso y residencia u hospital; sin duda una estampa familiar que forma ya parte del paisaje cotidiano de Lugones .