domingo, 31 de marzo de 2024

Desde nuestro brocal: Después de la tormenta

Ha pasado el temporal sobrevenido, que días atrás nos tuvo en vilo mirando desaforados el cielo cada mañana adivinando con la aplicación del teléfono si tendríamos o no lluvia a la hora de las procesiones. Así hemos estado toda la semana con este invierno tardío y remolón que tantas sorpresas pasadas por agua nos ha traído. Pero poco a poco, la primavera real hace su camino y devuelve los cielos a su natural escenario, y las temperaturas a las propias de esta época del año. 

Los cristianos quisimos meternos con hondura en lo que en estas fechas hemos celebrado. Surcar los estertores del camino de Jesús, vivir con Él el desenlace, y volver a reconocer que ahí había un precio de una impropia compraventa: la que se sustancia entre lo que yo valgo y lo que por mí pagó Él. Desproporcionado finiquito que deja al pairo las mejores rebajas de enero, en un auténtico regalo por el que en el fondo yo no he debido pagar nada y Jesús asumió la factura del coste de mi rescate. 

Podrán seguir cayendo lluvias y nieves, podrán aparecer nubes grises y cerradas en el horizonte cotidiano, pero la noche ya no nos puede secuestrar los colores y las formas, no puede censurar la belleza humilde de las cosas, ni imponernos con su penumbra la oscuridad asustadiza y delirante. El alba ha despuntado para no declinar jamás su sol mañanero, que lucirá incluso detrás de los nubarrones pasajeros que nunca se domiciliarán en nuestro terruño vital, cual okupas extranjeros que impíamente nos desplazan y arrinconan al amparo de cualquier impunidad. 

Es el mensaje de la pascua cristiana: el mutismo sórdido ha dejado la vez a la palabra embellecedora y bondadosa, las negras sombras se han disuelto para siempre con las primeras luces del amanecer que no tramontará, y todo cuanto nos acorrala en su impostura cuando por algún motivo la vida nos acorrala y aplasta, aunque nos duela en el alma no podrá ya destruirla. Cristo ha vencido toda muerte, ha disuelto todo encono, ha reconciliado todo conflicto, ha pacificado en la verdad cualquier contradicción. Este fue el anuncio gozoso y sorprendente, que llenó el corazón de los primeros discípulos testigos del desastre humanamente fracasado del Maestro. De pronto saltaron las piedras que aprisionaban la muerte y salió victoriosa la vida resucitada dejando para siempre el sepulcro vacío y sin huésped. Que Jesús ha resucitado, como había dicho Él. 

No hay mejor Buena Noticia que se pueda pensar, se pueda desear, se pueda merecer, más que esta que representa el regalo mayor que Dios concedió a nuestra atribulada humanidad. Por eso el anuncio del hecho, la proclamación de tan Buena Noticia, con mayúsculas, será siempre una saludable provocación o un relato intolerable. 

Son provocados nuestros desánimos y tristezas, nuestra mirada alicorta y asustadiza, nuestra deuda que nos hace rehenes del pasado o del presente invitándonos con trampa a ser soñadores de quimeras. Todo eso salta por los aires con la Pascua cristiana al devolvernos la luz, la paz, la gracia, la bondad, llenando de verdad y de belleza cada momento y cada cosa. 

Esto no quiere decir que todo el mundo esté en esta órbita, que los destinos de los pueblos se abran a tamaño regalo y ajusten así sus políticas injustas y extrañas, que acallen sus tambores de guerra, se arrepientan de sus mentiras como manera de gobernanza, de sus corrupciones varias en curso, de sus manejos torticeros con impunidades legales con las que galvanizan sus vergüenzas. Lamentablemente esto se sigue dando como torpe estribillo de una resulta: hacer un mundo sin Dios es hacerlo contra el hombre (H. de Lubac). Pero la palabra última se la ha reservado el Señor resucitado, que nos susurra con música y letra lo que nos dice el profeta (Is 62, 8-9): he cambiado tu luto en fiesta, tu sayal en traje de domingo, en tu cojera te sacaré a bailar y saltarás conmigo, tus abatimientos se convertirán en cánticos con estrofas gozosas que no terminan jamás. Feliz pascua. Aleluya.

 + Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

Evangelio Domingo de Pascua de Resurrección

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

sábado, 30 de marzo de 2024

Del Sábado Santo a la Pascua florida. Por Rodrigo Huerta Migoya



Solemne Vigilia Pascual. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

El Concilio Vaticano II quiso subrayar la importancia del carácter pascual que ilumina toda la vida litúrgica y misión de la Iglesia. Así empieza el primer capítulo de Sacrosanctum Concilium, poniendo por base de toda la cristología la afirmación de que Cristo llevó a cabo toda la obra de la redención «principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión» (SC 5).

Por desgracia, el Concilio Vaticano II sufrió la injerencia del maligno tanto en su desarrollo como en su conclusión, como afirmaría Pablo VI, propiciando que una obra que podría haber traído mucho bien a la Iglesia no se le pudiera sacar el partido esperado debido a la mala interpretación, división e ideologización que se vivió en el postconcilio. Seguimos necesitando aplicar con seriedad, fidelidad y cuidado la reforma litúrgica qué, en un primer momento, se hizo a prisa y corriendo, entre las asignaturas pendientes quedó redescubrir la importancia de la "Vigilia Pascual",  la cual, por desgracia, pasa desapercibida o no es lo suficientemente preparada, o se reduce para muchos a un interés dudoso sobre el agua bendita... Nos quedamos en pequeñeces, cuando nos encontramos ante la fiesta de las fiestas en la que actualizamos este misterio en el que Cristo  «con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró la vida» (prefacio de Pascua). 

Esta verdad cristológica no es una idea piadosa; es una verdad de fe que se aplica totalmente a la sacramentalidad de esta noche santa en la que nacen los nuevos hijos a la fe por el bautismo, y en la que todos renovamos las promesas bautismales:  «Por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él; reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba, Padre, y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre (Rom 6,4; Ef 2.6; Col 3,1; 2Tim 2,11). Así mismo, cuántas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que vuelva» (SC 6). He aquí otro deseo del Concilio que empezamos a cuidar en el Catecumenado de adultos de forma especial, como lo es acompasar los tiempos y ritos de esa iniciación cristiana, no tanto a la agenda y proyectos propios, sino al año litúrgico y el peregrinar de la Iglesia Diocesana. 

Celebrar la Pascua supone celebrar lo más grande, el triunfo del Señor sobre el sepulcro, la victoria de la vida sobre la muerte que queremos dar a conocer al mundo entero. Por eso tiene lugar esta celebración cuando se marcha la luz del día, al entrar en la noche, y he aquí que la llamemos ''vigilia'', pues queremos estar despiertos, atentos y vela. Pues tal como canta el pregón pascual: ''Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos''. Es el canto de la esperanza que necesita nuestro mundo desesperanzado, nuestra sociedad que esconde la muerte por temor a ella, cuando en realidad debemos desnudarla del miedo ante la luz pascual que nos permita verla vencida. El lucernario, la liturgia de la palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística, quieren acercarnos por sus signos a Jesucristo resucitado en su luz, su palabra, su agua y su cuerpo mismo que recibimos como culmen de esta celebración. 

Esta es la noche que rompe el silencio de la muerte, que pone fin a las tristezas, pues hoy recordamos aquella noche bendita en que cambió nuestro futuro de forma radical. Ya no nos espera simplemente una sepultura grande o pequeña, rica o pobre, con letras o anónima... Hay algo más allá; nos da la Vida por antonomasia, sin olvidar que nos lega un camino para vivir ya aquí y ahora nuestra vida terrenal y nuestra propia muerte desde una mirada Pascual; en otra clave, en un sentido que sólo Él nos regala de santificar la vida y su final para poder gustar después del banquete de su reino. En una de sus últimas vigilias pascuales San Juan Pablo II afirmó en su homilía: ''En esta Noche Santa ha nacido el nuevo pueblo con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre del Verbo encarnado, crucificado y resucitado''. Por esto resuenan las campanas en el gloria, por eso el canto del Aleluya al órgano invade todo el templo, por eso nuestro corazón goza de júbilo al compartir la noticia que nos ocupa esta noche:

¡Ha resucitado el Señor; feliz y Santa Pascua! 

viernes, 29 de marzo de 2024

Viernes Santo con Cristo Sacerdote, inocente y obediente. Por Rodrigo Huerta Migoya

El sacerdocio existencial de Jesucristo 

La liturgia de la Palabra del Oficio de la Pasión y Muerte del Señor, nos presenta en la segunda lectura la realidad del sacerdocio existencial de Cristo en esos breves versículos tomados del capítulo 4 de la carta de San Pablo a los Hebreos. Así nos dice: ''No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado''. Efectivamente, el Señor quiso pasar por el dolor, la humillación y la misma muerte; pasar por los mismo trances de sufrimiento que nosotros, e incluso superándolos todos con creces. A veces el carácter sacerdotal queda relegado únicamente al Jueves Santo, cuando es en el Gólgota donde vemos a Jesús extender los brazos como hacen hoy los ministros ordenados durante los Oficios, pues en el leño bendito Él fue a la vez el sacerdote, la víctima y el altar; no buscó una ofrenda alternativa como en el hecho del pretendido sacrificio de Isaac el hijo de Abrahán; esta vez fue Dios mismo el que en lo alto de un monte permitió que su Hijo fuera ofrecido en sacrificio por la redención de la humanidad. El sentido de las renuncias de los sacerdotes a tener su vida propia, a elegir dónde estar o qué misión realizar es la búsqueda del seguimiento radical por asemejarse cada día más a Jesucristo sumo y eterno sacerdote, el cual no buscó un holocausto cualquiera, sino que "él mismo hizo oblación de sí en el Espíritu eterno." (Hb 9, 14). Y este ministerio auténtico no lo vive el Señor como una fiesta, sino ''a gritos y con lágrimas''. Es verdad que el Calvario es el culmen de este sacerdocio eterno, pero sería un error no tener presente que desde el momento de su nacimiento, e incluso algunos se adelantan a indicar que desde el mismo instante de su concepción, está toda su vida pública impregnada por esta perspectiva de sacrificio existencial y que no es una dinámica al uso ni una visión meramente mística o superficial, sino que es un hecho evidentísimo que parte de su obediencia al Padre en esa comunión de amor de la que brota el designio salvador. Jesucristo no piensa sólo en sí, piensa en nuestra humanidad alejada de Dios, necesitada de ser rescatada por el designio de salvación querido por su Padre: ''y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna''. Jesús no se deshace de algo querido o valioso sin más, sino que renuncia a lo más querido y valioso como es renunciar a sí mismo y su propia vida por nuestra salud. 

Liberamos al culpable, y condenamos al inocente

En la lectura de la Pasión según San Juan que hacemos este día, siempre me da que pensar la actitud escandalosa del pueblo que vociferaba y que prefirió liberar al culpable y condenar al inocente. Es curioso que ni siquiera Herodes ni Pilatos encontraran culpabilidad en Él; no lo encontraron culpable ni lo consideraron una amenaza ni para el pueblo judío ni para la autoridad romana. El pueblo andaluz fue pionero en incorporar a la imagenería de sus procesiones la efigie de Claudia Prócula, la esposa de Poncio Pilato que advierte a su marido: “No tengas nada que ver con ese hombre justo. Hoy sufrí mucho en un sueño  a causa de él” (Mt 27,19). Incluso el evangelio nos cuenta que bien sabía Poncio Pilato que el motivo por el que los sumos sacerdotes le había llevado a Jesús era únicamente "por envidia". El demonio se hizo presente nuevamente en aquella explanada junto al Pretorio, donde afirmó Pilatos: ''yo no encuentro culpa en este hombre''. El odio se revolvía en el interior de aquellos hombres injustos que gritaban con más fuerza reclamando su muerte. Era necesario que esto tuviera lugar, que el Cordero puro, inmaculado y santo ''fuera contado entre los pecadores", entre los culpables; humillado, traicionado y condenado a muerte en un juicio injusto tras ser apresado por los malvados que habían comprado su libertad al discípulo que lo entregaba por un puñado de monedas manchadas en sangre: "más le valdría no haber nacido"... Era la noche de la Pascua, en la que se leía el pasaje de la última noche en la esclavitud, cuando el Señor mandó a los israelitas sacrificar el cordero perfecto, sin mancha ni defecto, para con su sangre pintar las jambas de las puertas para que la muerte exterminadora pasara de largo. Esta es la nueva Pascua; Jesús es el Cordero inocente cuya sangre derramada por amor nos libra de la esclavitud del pecado y de la noche eterna de la muerte. San Pedro resumió esta realidad en muy pocas palabras:  ''Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios'' (1 Pe 3, 18). 

El obediente que restauró nuestra desobediencia 

En esta ofrenda de sí mismo, en este sacrificio único y perfecto, radica la obediencia. Obediente hasta encaminarse a su final, de aceptarlo en silencio sumiso durante toda su pasión, con el culmen de expirar tras haber perdonado a su verdugos, entregando al Padre su espíritu. Jesús permanece obediente y experimenta la obediencia al Padre sufriendo ''hasta la muerte en Cruz''. El hombre perdió el paraíso por haber desobedecido a Dios, por haberle dado la espalda y haber tomado libremente su camino. En el Viernes Santo es Jesucristo quién ante nuestra desobediencia que nos llevó a la perdición viene a nuestro rescate por medio de la Cruz, vía de salvación. Siempre me ha dado que pensar estos dos hechos contrapuestos con tantas similitudes entre sí; dos escenarios donde Dios interactúa: el jardín del Edén y el monte Calvario, dos lugares en los que el mal se hace presente, dos episodios donde un árbol está en el centro, el árbol del conocimiento del bien y del mal y el árbol único en nobleza de la Cruz; y dos pasajes de desnudez: Adán y Eva que al principio se sintieron confiados pero terminaron sintiendo vergüenza, y la de nuestro Salvador que a buen seguro sintió al principio vergüenza al ser despojado de sus vestiduras, pero que terminó entregando su alma confiado al Padre Eterno. Se hizo verdad en la cruz: "Como [...] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Me detengo en este punto que a menudo no es bien entendido, o que nos chirría al oído cuando escuchamos que ''Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado''. Aquí surge una pregunta que debería suscitarnos la meditación de esta afirmación: ¿Cómo nos dice el autor del texto que ''fue escuchado'' si Dios no le libro del patíbulo y la muerte?... La clave no es tanto que Cristo no logró salvarse del trance que le esperaba, sino que ''aprendió sufriendo a obedecer''; alcanzó la plenitud de la obediencia secundando el designio del Padre. Con el "que se haga lo que Tú quieres" ensanchó el Mesías su corazón para culminar lo que ya estaba iniciado: ''nuestra salvación''.

Necesario Viernes Santo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

El Viernes Santo es una de las jornadas más emotivas del año cristiano, donde recordamos el día de la Pasión y Muerte del Señor en la Cruz por y para nuestra salvación. Este segundo día del Triduo Pascual vivimos el luto, el desgarro, la noche oscura y el descenso a los infiernos, queriendo acompañar al Señor y a su Madre Santísima en estas horas de dolor, tribulación y llanto. 

Es un día penitencial, de ayuno y abstinencia; un día que los creyentes debemos vivir austeramente, sin demasiados ruidos ni gastos; un día para el silencio, para vivir interiormente pasando por el corazón las sietes palabras que el Señor nos regala desde la cruz. En Viernes Santo queremos hacer nuestras las palabras de San Pablo: ''Pero puesto que nosotros somos del día, seamos sobrios, habiéndonos puesto la coraza de la fe y del amor, y por yelmo la esperanza de la salvación. Porque no nos ha destinado Dios para ira, sino para obtener salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo'' (1 Tes 8-9).

​Para ayudarnos a profundizar este día nos servimos de la religiosidad popular, con el ejercicio del Santo Vía Crucis meditando cada una de las catorce estaciones, procesiones como la del Santo Entierro o del silencio con la Soledad, en las que queremos venerar a Jesús Yacente y consolar con nuestro acompañamiento a Nuestra Señora qué, afligida, llora la tortura y muerte de su amado Hijo. El rezo del Santo Rosario acompaña siempre a María, pues con esta oración nos unimos más a la Madre. 

No es un día sólo para rememorar tristes recuerdos, sino grandes, importantes y hermosos acontecimientos como son nuestra salvación y el nacimiento de la mismísima Iglesia; un día para no sólo adorar la Cruz, sino tomar conciencia de que en Ella están nuestros pecados clavando al Hijo de Dios. Jesús Crucificado es el centro del Viernes Santo, en el que manteniendo una antiquísima tradición la Iglesia no se celebra la eucaristía ni sacramento alguno a no ser la confesión, incluso los difuntos son sepultados, pero su funeral no puede ser celebrado hasta el lunes de Pascua. 

En el Oficio de este día además de la veneración de la cruz redentora, la liturgia de la Palabra gira en torno al hecho de la entrega de Cristo en el Calvario, proclamando la Pasión según San Juan. En la oración universal pedimos por las realidades de la Iglesia y de nuestro mundo, sus esperanzas y preocupaciones, sus aspiraciones y deseos, sus penas y anhelos... A la sombra del leño redentor nos situamos todos y cada uno de nosotros abrazando espiritualmente la Cruz y buscando confrontar nuestra propia cruz con la suya, nuestros dolores con los suyos, y nuestras lágrimas con las suyas. El madero santo no es sinónimo de oscuridad; al contrario, es faro luminoso que disipa las tinieblas de nuestro mundo, y que nosotros por nuestros propios medios no logramos eliminar. 

La fe y la razón nos dice que ha muerto, y así fue, pero hay algo que seguramente tranquilizó a María en aquellas horas de dolor y angustia, y que nos dice interiormente que ha muerto para no volver a morir, sino para vivir ya de una vez para siempre cuando se cumpla al tercer día la promesa anunciada. No le abandonamos ni tiramos la toalla por verle sepultado, sino que aún en estas horas de silencio e incertidumbre queremos permanecer fieles al único Fiel hasta el extremo. Nos iluminan las palabras de San Pedro que entendió en aquel momento lo que no entendió por el camino, y que aportan sosiego a nuestra alma turbada ante la crucifixión y muerte del Señor: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu” (1 Pe, 3: 18).


jueves, 28 de marzo de 2024

Tomado, bendecido, partido y repartido. Por Rodrigo Huerta Migoya

Estos son los cuatro verbos del Jueves Santo, aunque en la vida del Señor descubrimos cómo en otros momentos previos Cristo ya había repartido pan a los hambrientos físicamente como en el milagro que obra con cinco panes y dos peces, pero sólo es a partir de esta noche santa en el cenáculo es cuando deja de alimentar cuerpos para empezar desde entonces a alimentar almas. Una vez resucitado volverá a partir el pan, como así lo reconocen los discípulos de Emaús, o como hará al aparecerse a sus discípulos. 

Somos tomados. A lo largo de la Cuaresma ha estado muy presente el hecho de que somos humilde polvo, pobre lodo del que el Creador supo sacar el mejor provecho. Nos tomó de la tierra, y nos tomó como hijos por el bautismo, y sigue llamándonos, como en cada jornada nos llaman las campanas del templo; quiere tomarnos para ser anunciadores de su Reino, invitados a la mesa celestial, futuros primeros que antes habrán de ser últimos. Así lo advirtió: ''el que quiera servirme que me siga, dice el Señor, y donde este yo allí también estará mi servidor''. El servicio es algo que se pone de manifiesto en el Jueves Santo, pues Jesús asume un nuevo abajamiento como es ponerse a lavar los pies a sus discípulos. En la cultura oriental era habitual en las casas de bien que el último del hogar recibiera así a las visitas, y si era una casa noble con muchos esclavos, al que le correspondía lavar los pies no era al responsable de la cocina, de la casa o los niños, sino que siempre era el último o de menor categoría al que le correspondía este gesto que trataba de aliviar al huésped tras su camino. Jesucristo rompe los esquemas al doblar su rodilla en tierra para aquel lavatorio con el que dio ejemplo y sigue dando ejemplo hoy. Jesús es agradecido, y es buen pagador para el que lo deja todo y le sigue, pero el premio no es que les lavara el polvo de los pies tras tres años de peregrinación anunciando el Evangelio, el premio no se ve ni toca aquí. El Señor nos tiende su mano, "porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: No temas, yo te ayudaré" (Is 41,13). Nosotros tenemos la libertad de aceptar o rechazar esa ayuda. Si nos dejamos tomar por Él, si seguimos el sendero que nos indica, llegaremos a donde está hoy, a la diestra del Padre que le ha dicho: ''siéntate a mí derecha y haré de tus enemigos estrados de tus pies''. Es una jornada esta para dar gracias al Señor por habernos invitado a su cenáculo, a su mesa; para caer en la cuenta de que el Señor nos ha tomado dado que no somos fruto del mero azar. 

Somos bendecidos. El Señor nos bendice siempre, pero qué decir de este día grande en que tantos regalos hemos recibido que siguen bendiciendo al mundo a lo largo del tiempo. Jesús nos bendice en esta jornada con su testamento siempre actual de la ley nueva del amor. El legado de la fraternidad que ha bendecido la humanidad tratando de imitar ese amar sin reservas ni medida hasta el punto de bendecir, querer y perdonar a los que nos persiguen, calumnian o quieren quitarnos la vida: ''Que os améis unos a otros, como yo os he amado''. Somos bendecidos con el alimento de la vida eterna, con la eucaristía, medio por el cuál Jesucristo se hace presente físicamente entre nosotros, coetáneo a nuestro tiempo y compañero de camino. Pero el regalo de la comunión eucarística es tan grande que no podemos ni debemos acercarnos a participar de este banquete sin ser limpiadas nuestras inmundicias y miserias. El Señor es lo primero que hace al entrar en aquella sala con divanes: ''Jesús le dijo: El que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos" (Jn 13,10). He aquí la importancia de cumplimiento pascual, de confesarnos en vísperas de comenzar el Triduo para lavar el alma necesitada de estar en gracia con el Señor. Nos bendice el Jueves Santo con el regalo del sacerdocio, ministerio por el cual tantas bendiciones y gracias recibe el pueblo fiel cada día, pues sin ellos no tendríamos eucaristía, ni perdón de los pecados, ni los demás sacramentos. Ellos, los sacerdotes, actualizan el ''haced esto en conmemoración mía''. Es un día para bendecir al Señor, diciendo bien de Él lo primero, sí; pero diciendo bien de los sacerdotes y de mis hermanos, en especial aquellos con los que estoy más distanciado. 

Somos partidos. Jesús se parte, se deja triturar, se hace alimento para nosotros. He aquí el modelo que el Maestro da a los que queramos seguirle; no hay cabida para la violencia, sino tan sólo y únicamente para la paz. Esto es lo que más nos cuesta en la vida de fe: los fracasos, los contratiempos, cuando la vida se nos rompe por la salud, la muerte de un ser querido, los problemas que nos desbordan... Y ahí el maligno nos susurra que demos la espalda a Dios, que maldigamos la Cruz de su Hijo, que escapemos de esa copa que la Providencia pone en nuestro camino para ser bebida. También el Señor quiso huir, como nos recuerda San Pablo: ''Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer'' (Heb 5, 7-8). Jesús el Jueves Santo parte el pan, para al día siguiente dejar que partan su cuerpo. Se hizo oblación, víctima perfecta y pacificadora; se ofrece Él mismo al Padre por nuestra salvación al tiempo que la Iglesia, su esposa santa, se adhiere y ofrece al mismo tiempo por Él y con Él. Nos cuesta entender que a veces la mayores victorias pasan por una humillación, por una rendición o entrega; instintivamente no queremos nunca ceder, rendirnos, plegar sin dar batalla, y necesitamos hacerlo para asemejar nuestro corazón al suyo, para limar las asperezas de nuestra vida y así crecer en vida interior. Seguir a Jesucristo implica muchas veces dejarse partir, pisar y martirizar... Así lo advirtió a los suyos cuando discutían sobre el lugar principal que les esperaría en el Reino celestial: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Así morirían prácticamente todos mártires, menos San Juan, el discípulo amado que en esta tarde bendita reclina su cabeza sobre su pecho, convirtiéndose en el primer devoto de su Sagrado Corazón. 

Somos repartidos. Con el traslado del Santísimo al Monumento queremos actualizar la salida de Jesús del cenáculo para subir al monte de los olivos donde pasó la noche orando, cuando en su aflicción fue escuchado. A lo largo de esta noche de vela y perseverancia en la oración ante Cristo Eucaristía tendremos presente esa escena del Maestro arrodillado en oración entonando su «non mea voluntas, sed tua fiat!» (que no se haga mi voluntad, sino la tuya). Aceptar el proyecto de Dios para nuestra vida: convencernos de que espera de nosotros la santidad, y que no debemos vivir tan preocupados de que todo sea o salga como yo quería, sino vivir la paz de asumir que Dios en su infinita sabiduría soñó un camino concreto para mí con sus llanuras y cuestas para ayudarme a estar más unido a Él. La vida de toda persona nunca suele ser la imaginada en la infancia, y cuando termina una vida y se ve su periplo, se ve lo repartido que ha estado en lugares, realidades y experiencias donde pudo ser reflejo del amor de Dios por medio de la caridad. He ahí la voluntariedad de Cristo que no huye, sino que se deja apresar, que con su silencio ya está diciendo a sus verdugos y al mundo entero que nadie le quita nada, sino que Él mismo de forma voluntaria quiere darse por entero. No hay amor más grande que dar la vida; el amor implica dolor, y esto lo vemos perfectamente en los acontecimientos de este Jueves Santo. Día del amor fraterno, decimos, pues la caridad que brota del sacramento del altar nos empuja a acudir a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Es una jornada para la Comunión, que no es esa común unión de afirmar que somos uno al compartir el mismo pan sin más aún; debemos estar unidos pues si comulgamos a Cristo sentimos el estremecimiento de que el mismo Señor está en nuestro interior: ¿Cómo podemos ver con ojos diferentes a aquella persona que no me cae bien, pero que al haber comulgado como yo tiene a Cristo en sí exactamente igual?...

Para la meditación en esta noche santa tenemos los capítulos del 13 al 17 de San Juan, de la llamada oración sacerdotal de Jesús, y que el Cardenal Don Marcelo con mucho acierto afirmó que eran la cumbre de la revelación divina, sobre los cuales pasarán los siglos sin tener tiempo suficiente para meditarlos. 

Bendito Jueves Santo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Gran día este del Jueves Santo, en que cerramos las puertas de la Cuaresma para entrar de lleno en el Triduo Pascual. En otro tiempo en la mañana de este día era frecuente tener las confesiones en las parroquias, y era un momento en el que se formaban colas para ello en templos grandes y pequeños con el deseo de terminar bien el tiempo cuaresmal e iniciar el Triduo con el corazón bien dispuesto. En esta jornada eucarística por antonomasia, quizá debería ser ésta la primera reflexión: ¿Cómo me acerco al altar del Señor?... Los que se han confesado que se acerquen a comulgar con unción y piedad en este día, y los que no, realicen un acto de contrición solemne y en cuanto puedan acérquense a la reconciliación. Somos peregrinos y somos penitentes, eso es lo que expresan las túnicas de nuestras cofradías; no son disfraces al uso, sino la exteriorización de lo que pretendemos vivir interiormente: que nos somos pecadores; sí, pero que tras las huellas del Maestro sabemos que habremos de llegar al puerto seguro y definitivo.

La celebración eucarística de este día la llamamos ''de la Cena del Señor'', y no es que sea ésta una misa más importante que la de ayer, que la del domingo o que cualquier otra; toda eucaristía es igual de importante, más sencilla o más solemne, con muchos fieles o con pocos. Cristo se hace presente exactamente igual con su cuerpo, sangre, alma y divinidad sobre el altar, y  por ello la celebre el Papa o el último párroco del mundo, en una catedral o en la ermita más ruinosa, podemos afirmar lo que decía San Pablo: ''Cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre''. Lo que sí es cierto es que para los católicos, que tenemos en el misterio eucarístico la fuente y culmen de nuestra vida y misión, vivimos la misa vespertina del Jueves Santo con una emoción especial al hacer memoria que en un día como este, al caer la tarde y en aquel cenáculo de Jerusalén, Cristo instituyó este "sacramento admirable". La liturgia nos invita a vivir esta jornada en clave de agradecimiento y caridad, como así reza la oración colecta de la misa: ''nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en la que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida''.

Y decimos siempre que el Jueves Santo es el día del Amor fraterno, aunque algunos hablan del misterio eucarístico por un lado y de la caridad por otro, como si fueran realidades separadas. Tal vez olvidan las palabras del evangelista San Juan, testigo privilegiado que nos recuerda: ''Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que Su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo''... Por eso contemplar a Cristo Eucaristía, recibirle sacramentalmente y enamorarnos de Él ha de llevarnos implícitamente a ser sensibles con el necesitado y entregarnos a su causa. A menudo juzgamos a la ligera por apariencias y prejuicios quién    -sacerdote, laico o religioso/a-  nos parece cercano a lo social o no; y con cuánta frecuencia tras la muerte de estas personas juzgadas erróneamente se descubre por sus más próximos lo mucho que había ejercido la caridad con la máxima de no saber la mano izquierda lo que hace la derecha... Ningún laico, religioso/a sacerdote ni necesita ni debe dar a conocer su apuesta por lo social a bombo y platillo: "tu Padre que ve en los escondido te recompensará"... 

Por último, no puede faltar en este día un recuerdo especial por todos los sacerdotes: y los que ya participan de la liturgia del cielo y los que aún peregrinamos en este mundo. Que en esta noche larga de oración no falte una de gratitud por nuestro sacerdotes mayores y enfermos, por los que fueron instrumento del Señor en nuestra vida y duermen ya en la paz de los justos, por los que hoy continuamos haciendo presente a Jesucristo en medio de nuestro mundo a pesar de nuestras miserias, flaquezas y pobrezas; por los sacerdotes que están pasando por un momento de oscuridad, duda o tribulación en su ministerio. Y no nos cansemos de pedir al Dueño de la mies que mande trabajadores a su Viña. A menudo repetimos hasta la saciedad que no hay vocaciones; que no hay sacerdotes: ¡no es del todo cierto! lo que ha disminuido son católicas abiertas a la vida, a la transmisión de la fe y más aún, a aceptar la vocación de sus hijos propiciando el caldo de cultivo en esa célula social que es la familia. Hay muchos profetas de calamidades; personalmente me parecen muchos los sacerdotes que no se rinden, y que las vocaciones que perseveran a pesar de los tiempos recios -¡y necios!- que nos toca vivir. Ojalá la escasez nos ayude a valorar y redescubrir el ministerio ordenado, a ver que tener un sacerdote que nos atienda no depende de exigencias, reclamos, dramas, modas o situaciones coyunturales, sino que antes hemos de convencernos de que sólo volveremos a tener los sacerdotes necesarios para nuestra tierra cuando recuperemos verdaderamente la familia cristiana, la formación religiosa y la motivación y acompañamiento en el hogar... 

miércoles, 27 de marzo de 2024

ESTE JUEVES


Una ojeada a los gastos de Semana Santa, culto y la vida pastoral, siendo Párroco de Lugones Don Jesús García García (1945-1965). Por Rodrigo Huerta Migoya

  

Es bello echar la vista atrás y ver cómo una parroquia de la que tras la incivil Guerra no quedó por desgracia piedra sobre piedra, fue recobrando su vida poco a poco. Muy por encima quisiera recorrer los años de ministerio del Párroco D. Jesús García García, donde permaneció desde su llegada en 1945 procedente de la feligresía de Santo Tomás de Feleches (Siero) hasta su muerte en Lugones en 1965.

La economía parroquial era paupérrima, pues eran años de mucha pobreza y hambre; aún así, la gente piadosa siempre tenía algo de calderilla para ayudar a sufragar la lámpara del Santísimo, para la Virgen Milagrosa que iba por las casas, o para las intenciones de misa o el derecho a reclinatorio o silla, que era una reminiscencia medieval y por el que las mujeres de bien daban un donativo mensual por el espacio que ocupaba su silla en un tiempo en que no era aún costumbre que hubiera bancos en el templo. 

Respecto a la asistencia de los sacerdotes a la Misa Crismal en la Catedral, era muy diferente al enfoque actual que tenemos de ésta; entonces sólo solían acudir los canónigos, los sacerdotes de la ciudad y los arciprestes, a los que luego acudían todos los párrocos a buscar los óleos. Con el Concilio Vaticano II se le da a esta Misa una simbología preciosa de comunión del presbiterio diocesano en torno al prelado, concelebrando todos en ese día en que se renuevan las promesas de ordenación, recordando así la institución del ministerio ordenado. Podemos calcular qué años asistió Don Jesús a la Catedral y cuáles no, gracias a que los años en que no fue anota un coste respecto a los óleos qué, en realidad, solía ser bien la propina que daba al sacristán,  -que subía dando un paseo- o lo que costaba el tranvía o el autobús para el coadjutor o el seminarista al que encargaba traerlos. Así podemos ver cinco pesetas en 1945, seis pesetas en 1947, diez pesetas en 1949, veinte pesetas en 1952 y en 1955 detalla: ''Al sacristán por ir a buscar los óleos y a los acólitos por ayudar en Semana Santa, 48 pesetas''. De esas cuarenta y ocho pesetas entendemos que la mayoría fue para los seminaristas, a no ser el gasto del billete de tranvía para el sacristán, dado que en ese mismo año el sacerdote anota: ''al sacristán gratificación de 360 pesetas''.

Siempre ha sido algo muy cuidado por los párrocos tener detalles con los sacristanes o sacristanas, que como en los días de Semana Santa tienen más trabajo de lo habitual. Don Jesús, parece que acostumbraba a dar estas gratificaciones en Semana Santa o Navidad, aunque no siempre detalla estos gestos buscando quizás que no supiera la mano izquierda lo que hacía la derecha. Sólo de vez en cuando nos revela la cuantía, quizá sintiéndose obligado a ello para que quedara patente las "salidas" del dinero de la Parroquia y quedara claro que éstas no eran para lucro personal. Así vemos por ejemplo cómo en 1947 detalla la gratificación de los sacristanes en 175 pesetas; en 1952 la cantidad vuelve a ser la misa: de ciento setenta y cinco pesetas, pero ya no habla de sacristanes en plural; tan sólo "sacristán", en singular. En 1959 la gratificación sube a 200 pesetas.

Partiendo de que la iglesia parroquial había sido destruida por completo, y que en los primeros años se fue comprando lo más imprescindible con lo pocos ahorros que había, vemos cómo Don Jesús va adquiriendo cada año, poco a poco, lo que puede para mejorar el culto parroquial. Son muchas las cosas, pero citaré sólo algunas para que el lector se haga una idea de lo cara que estaba ya la vida en aquellos tiempos. Así, en 1945 adquiere una casulla blanca que estrenaría quizá en la Pascua de ese año, la cual costó 160 pesetas, y una vasija para el agua bendita por 25 pesetas, tal vez pensando también en la Pascua. En 1946 adquiere dos pilas de mármol: una para bautizar y otra para el agua bendita, encargadas a D. Ramón Martínez -en Oviedo- por 3.600 pesetas. En 1947 compra seis hachones, además de la cruz y los dos ciriales para las procesiones, todo ello por 260 pesetas. En 1948 adquiere dos bonetes al coste de 42 pesetas, una casulla por la que pagó 250 pesetas y seis velas eléctricas, las cuales además de su instalación costaron 138 pesetas. En 1949 se hizo con un crucifijo, seguramente para el rezo del Vía Crucis por 125 pesetas, y anota también ''misa coral de Pío X 12 pesetas''; lo que no aclara si fue la propina al coro que interpretó esa misa, o si fue lo que le costó adquirir el libreto con partituras de dicha obra, que en España había editado Julián Vilaseca. En 1950 compró el púlpito que costó 5000 pesetas (y que luego sería retirado siendo párroco D. Cecilio), y dos bancos para el presbiterio al precio de 1000 pesetas, los cuales aún siguen aún en su sitio (con la restauración y tapizado que tuvieron en 2010 siendo ya párroco D. Joaquín).

En 1951 se adquiere un "ara" para el altar al precio de 60 pesetas, además de  tres albas y un roquete que costaron 130 pesetas. En 1952 se hace con dos juegos de corporales por 191 pesetas. En 1953 compra dos roquetes por 230 pesetas, y envía a reparar el farol del viático para Pascua y las visitas a enfermos durante el año, cuyo arreglo costó 150 pesetas. En 1954 se adquieren los primeros bancos para el templo; hasta entonces únicamente había reclinatorios particulares. Estos primeros bancos fueron doce (a mil pesetas cada uno) 12.000 pesetas. En 1955 especifica ''medio tubo de incienso 30 pesetas'' ó, por ejemplo: "reparar el Armonium en la Casa Arévalo 100 pesetas"... 

En 1956 se hace con una cruz y seis candelabros por 4.700 pesetas, y con el nuevo "ordo" de Semana Santa por 118 pesetas. En 1957 adquiere tres albas y seis capiteles por 1.149 pesetas, así como compra  un vaso Roura (para la lámpara de aceite del Santísimo seguramente) por 80 pesetas. En 1958 el gasto anual de carbón para el incensario fue de 34 pesetas, y el aceite para la lámpara del Santísimo 468 pesetas. En 1959 se encargan cuatro cortinas para cubrir los altares en Cuaresma que costaron 445 pesetas. En 1960 compra tres sotanas y tres roquetes para los monaguillos, adquiridos en "La Victoria" de Oviedo al precio de 1.155 pesetas, y reparar (afinar) el Armonium, que costó 145 pesetas. En 1961 encarga seis candelabros y unas vinajeras con un coste final de 2.413 pesetas. En 1962 adquiere seis nuevos candelabros de bronce (quizá para el Monumento del Jueves Santo), los cuáles costaron 4.000 pesetas. En 1963 se encargan seis bancos más para la iglesia al coste total de 6.000 pesetas. En 1964 se adquiere un incensario por 640 pesetas y seis sabanillas para el altar por 1.306 pesetas. 

Otros gastos curiosos: Por ejemplo, en lo que atañe a la limpieza del templo vemos en 1945: ''gastos en jabón, sidol, almidón y cera, 53 pesetas''. En 1946 el gasto de incienso y carbón era de 18 pesetas mientras que el de cera de 242 pesetas. En 1947 el coste de total de cera era de 195 pesetas; y también anota el párroco: ''a unos carpinteros por preparar para el Jueves Santo'' (sería el Monumento) 45 pesetas. En 1948 apunta: ''por cuidar la cera del jueves santo 25 pesetas'' (seguramente se refiera a una propina a la persona que quedaba toda la noche cuidando el templo); anotación que se repite de nuevo en 1949. En 1950 se anota el coste sólo de incienso en 21 pesetas, mientras que se especifica: ''gastos del Jueves Santo 45 pesetas''. Los gastos de Semana Santa de los que tenemos noticia en estos años son los siguientes: en 1951 y 1952 el gasto anual de cada Semana Santa fue de 75 pesetas; en 1953 de 107 pesetas; en 1954 de 225 pesetas; en 1955 de 360 pesetas; en 1956 de 413 pesetas; en 1957 de 350 pesetas; en 1958 de 485 pesetas; en 1959 de 350 pesetas; en 1960 de 300 pesetas, y en 1961 de 329 pesetas. En 1954 se invirtió en limpieza y reparación de ropa litúrgica 670 pesetas. En 1956 el gasto en obleas fue de 600 pesetas. En 1962 costó el cirio pascual 135 pesetas, y en 1965 se gastó en el autobús de los seminaristas que venían a Lugones a ayudar en la liturgia y la catequesis 425 pesetas; y sólo en los predicadores de la Semana Santa (que solían ser misioneros) 600 pesetas... 

martes, 26 de marzo de 2024

Homilía del Sr. Arzobispo en la Misa Crismal 2024

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos. Miembros de la vida consagrada y seminaristas. Fieles cristianos laicos. Paz y bien en el Señor. Es una alegría poder celebrar con todos vosotros esta Misa Crismal, donde nos encontramos en torno al altar del Señor los pastores con nuestro ministerio, los consagrados con sus carismas y los laicos con su compromiso de bautizados en el ámbito secular. Es una preciosa expresión de lo que significa la Iglesia peregrina con esta vivencia fraterna que testimonia el santo Pueblo de Dios, verdadera comunión de vocaciones distintas y complementarias.

Traemos a la memoria litúrgica aquel momento que vivió Jesús con sus discípulos al final de su itinerario mesiánico. Fue una cena de encargo, y realmente muy deseada. Sólo el Maestro sabía que era la última y por eso reservó confidencias fraternas y regalos postreros para esa especial velada. La Iglesia en la liturgia de hoy quiere extrapolar por la importancia decisiva que entraña, algo que nos afecta a varios de nosotros de cuanto se les dio a aquellos apóstoles en aquella santa cena: el sacerdocio de Jesús que Él extenderá a algunos de sus discípulos. Junto a la bendición de los óleos y la consagración del crisma, el sacerdocio entra en la Misa Crismal en la que de modo explícito renovamos nuestras promesas sacerdotales junto a todo el Pueblo de Dios. Normalmente se celebra el mismo Jueves Santo por la mañana, pero aquí en nuestra archidiócesis la anticipamos dos días por razones obvias de agenda en nuestras comunidades y parroquias.

Hemos escuchado ese texto conmovedor del profeta Isaías en donde nos desvela su propio ministerio que Jesús hará suyo en su primera actuación en la sinagoga de Nazareth. Fueron ungidos no como una prebenda de salvación comprada, no para pavonearse de una perfección prestada, sino para salir al encuentro de cuantos Dios ponía en su camino y a los que eran enviados: dar a los pobres una Buena Noticia, anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista; para dar la libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracias del Señor. Era el comentario personal de Jesús a la lectura que hizo del profeta. Y como no podía ser menos, todos en aquella sinagoga del pueblo de su niñez y adolescencia, se quedaron con los ojos fijos en él.

La coda final fue todavía más reveladora: «Comenzó, pues, a decirles: “esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”» (Lc 4,21). Ese adverbio de tiempo, “hoy”, en griego “shmeron”, cruza todo el tercer Evangelio como una especie de estribillo en el relato de San Lucas: en el anuncio de los ángeles a los pastores: «Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador» (Lc 2,11); tras la curación del paralítico que descolgaron desde el techo: «El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de te­mor, decían: “Hoy hemos visto maravillas”» (Lc 5,26); o estando en la casa de Zaqueo: «Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”» (Lc 19,9); o en su diálogo con Dimas el buen ladrón: «Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”» (Lc 23,43).

El ministerio mesiánico de Jesús pasó por ese adverbio, en el hoy de cada circunstancia y de cada hombre o mujer con los que Él se fue encontrando. Es también el hoy en el que nuestro sacerdocio, queridos hermanos presbíteros, también ha ido surcando los distintos avatares y escenarios de nuestra vocación eclesial: ¡cuántas fechas, cuántas circunstancias, cuántos domicilios, cuántos encuentros y vivencias en el hoy de cada momento de nuestra andadura sacerdotal! Un hoy que tiene que ver con el calendario de nuestra biografía, con todos sus climas sin cambios y con sus estaciones anuales tan variadas. Los sofocos y los refrigerios, las ilusiones y los desencantos, los éxitos y las frustraciones, lo que ha resultado estéril por nuestra mediocridad y lo que Dios ha bendecido haciendo fecunda nuestra entrega. Todos los climas con los inviernos de barbecho, los otoños cenicientos, los estíos agostadores y las primaveras vivarachas. Tanto los curas de más edad, como los más jóvenes en el ministerio, los 198 que he debido enterrar en Asturias, como los 40 que he podido ordenar para nuestro presbiterio –de los cuales dos están fallecidos y uno secularizado–, además de los 13 diáconos permanentes que sirven en nuestra diócesis. No son nombres anónimos de unas cifras sin rostro, sino los hermanos que se nos regalaron como don de Dios y que tanto bien recabaron para nuestra comunidad diocesana. Hoy encomendaremos a los 9 hermanos sacerdotes que han fallecido desde la última Misa Crismal. Todo un abanico de nombres, edades y circunstancias en los que esta comunidad humana y eclesial que formamos los sacerdotes junto al obispo, se hace en esta mañana un motivo de agradecimiento y de plegaria. Gratitud por tantas cosas hermosas que como instrumentos del Señor han hecho nuestras manos, nuestro corazón y nuestra entrega generosa. Oración por sabernos siempre en el quicio de la desproporción entre la inmensa llamada recibida y nuestra humilde y pobre vivencia. Por con nuestro gracias rezado y nuestra plegaria agradecida, seguimos haciendo el camino al que fuimos llamados renovando la gracia recibida en nuestra ordenación sacerdotal.

No caducan las entregas cuando con libertad hemos ofrecido el sí de nuestra fidelidad a la vocación. Tras años de preparación remota en donde intervinieron hechos y personas que providencialmente nos fueron ayudando a escuchar lo que Dios nos susurraba en el corazón de niños o adolescentes, vinieron los años intensos en los que pudimos ir secundando los motivos de nuestra vocación. El seminario fue ese tiempo de sementera intelectual, espiritual, humana y diocesana, donde fuimos poco a poco aquilatando un camino que para nosotros eternamente pensó Dios.

Esta mañana, en mi oración, he hecho ese viaje virtual por los años de mi mocedad, y los de mi paso por el seminario diocesano y el noviciado franciscano después. ¡Cuántas cosas han cambiado por dentro y por fuera! No ha cambiado quien me llama, no es otra la llamada, pero por tantas razones el paso de los años ha hecho de mí alguien distinto cuando se ha ido cincelando entre mis lágrimas y mis sonrisas, entre mis esperanzas y mis desencantos, entre mi fundada fortaleza y todas mis secretas heridas, alguien que no puede vivir el significado de su vida desde la nostálgica melancolía de algo que se pronunció hace tantos años.

Se pide un sí tan sinceramente renovado que se vuelva a estrenar con una ilusión confiada como aquella primera vez cuando nos impusieron las manos. Han venido luego los distintos destinos en parroquias, encomiendas diocesanas y diversas andanzas. Unas veces con el gozo de ver cumplidas nuestras expectativas desde el asombro de nuestro agradecimiento; otras veces con el peleón disgusto de no entender las cosas y experimentar la confusión, la soledad y los miedos entroncados en una proterva deriva. La alegría de ver los frutos de nuestro trabajo pastoral haciendo bien a tantas personas de toda edad y condición. O el desgaste inevitable que nos suscita cuando las cosas vienen mal dadas y nos topamos con un resultado desabrido y remolón.

Salimos del seminario con todas las ilusiones desabrochadas a pecho abierto, ilusiones compartidas con nuestros compañeros de curso con los que imaginábamos las aventuras por venir como Abrahán y Sara contaban cada noche las estrellas. Luego hemos ido descubriendo que aquel recinto de amable protección, dio paso a las intemperies varias donde hemos podido masticar huesos duros de roer, la incomprensión o el enrocamiento más individualista que tanto daño nos hace al aislarnos. Es una bendición poder contar en esas duras y maduras, con una verdadera amistad como compañía para nuestro destino, no una compañía para nuestra crítica murmuradora, para nuestra tristeza resentida, para nuestra envidia rencorosa, sino una compañía que nos ayude a vivir en la verdad, en la bondad y en la belleza de las cosas tal y como Dios las ve y nos las regala.

En esta Misa Crismal, procederemos a la bendición de los óleos y la consagración del santo crisma. Forman parte de la materia de varios sacramentos, y tienen un alto significado humano y eclesial, que ponen encomienda a nuestras manos de parte de Dios y de su Iglesia. Porque lo que Isaías nos decía sobre su llamada, halla en estos óleos y crisma una manera preciosa de expresión. El profeta explicaba que hay gente que sufre, que tienen corazones desgarrados, prisiones y cautiverios, afligidos sin consuelo… y que a todos estos él se sentía enviado para dar la Buena Noticia. El cambio se produce de modo admirable transformado la ceniza en corona, el traje de luto en perfume de fiesta, y en cánticos el abatimiento. Sin duda una saludable y bella provocación ante tantas situaciones en las que ministerialmente nos acercamos con estos bálsamos que aquí bendecimos y consagramos, poniéndonos cerca de la gente y sus heridas de toda índole.

El papa Francisco recordaba en el ángelus del domingo la tragedia del atentado terrorista de Moscú, y la guerra de la martirizada Ucrania, sin olvidar la de la Franja de Gaza y tantas otras que siembran la desesperación y la muerte en nuestro universo mundo. Heridas también por el deterioro constatable en una sociedad que sigue adelante su discurso prescindiendo de Dios, y por lo tanto haciéndolo desde la extorsión y la mentira, la corrupción política impune con las leyes amañadas en un trucado estado de derecho fallido. Tantas violencias de toda ralea. Tanta belleza manchada y tanta bondad envilecida, que hace las cuentas con lo que el gran teólogo Henri de Lubac escribió siendo citado luego por el papa San Pablo VI: no es verdad que el hombre no pueda hacer un mundo sin Dios, ya lo tiene. Pero cuando se construye un mundo sin Dios, se hace siempre contra el hombre [H. de Lubac, El drama del humanismo ateo (Encuentro. Madrid 2012) 11].

En el hoy de nuestra biografía sacerdotal, renovamos ilusionados nuestras promesas pronunciadas en el día inolvidable de nuestra ordenación. No se trata de un viaje en el túnel del tiempo para recuperar el sí de aquel instante, sino de una renovación que vuelve a estrenar nuestra fidelidad confiada en este momento de nuestra vida. No somos rehenes del pasado ni ensoñadores de quimeras, sino discípulos que se fían de quien nos ha llamado, acogiendo la gracia necesaria para vivir renovadamente la llamada recibida. En la renovación de nuestras promesas sacerdotales, y es importante que, en estos días, especialmente el Jueves Santo, repasemos aquellos compromisos que pronunciaron nuestros labios y que no siempre acertamos a contar con la vida. Pidamos la gracia de ser fieles ante quien, siendo siempre Fiel, nos vuelve a estrenar su llamada.

En esta Misa Crismal, hermanos sacerdotes, recibid mi palabra más sincera de agradecimiento por vuestra labor ministerial, mi afecto personal y mi disponibilidad a vuestro servicio, junto a la indulgente petición de perdón si en algún momento no he estado a la altura de la comunión real en el Señor con cada uno de vosotros. Que el Buen Pastor os guarde y os bendiga, y que nuestra Madre la Santina acompañe vuestros pasos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
SICBM El Salvador
26 marzo de 2024

Sacramento de la Reconciliación


La liturgia de la Misa Crismal. Por Rodrigo Huerta Migoya

La Misa Crismal es una de las celebraciones más hermosas de la Semana Santa que por desgracia pocos cristianos conocen, y que ha quedado un tanto reducida a la asistencia del clero y los consagrados mayormente y a ciertos fieles de especial compromiso. 

Esta Eucaristía se celebra en la Catedral de cada diócesis del mundo, presidida por los titulares de cada Iglesia local a la que deberían acudir todos los sacerdotes seculares y religiosos, pues en ella no sólo renuevan las promesas ministeriales, sino que participan con el prelado celebrante en la consagración del Crisma y, con esta participación, hacen visible de forma pública la comunión con su Obispo, con el que colaboran y al que representan, además de ser con quien se unen en la misma comunión al Romano Pontífice, cabeza visible de toda la Iglesia católica. 

La Misa Crismal se enmarca en el contexto del Jueves Santo, día Eucarístico y Sacerdotal por antonomasia; sin embargo, por conveniencia pastoral la celebración se adelanta a los primeros días de la Semana Santa en muchas diócesis para facilitar la presencia de los sacerdotes. Por eso aunque acudamos de lunes, martes o miércoles santo, nos extrañe ver a los sacerdotes revestidos de blanco o escuchar el canto del gloria, pues aunque trasladada a otro día, es una Misa solemne de Jueves Santo aunque tenga lugar aún dentro de la Cuaresma, propiamente.

En España es muy común en la mayoría de las diócesis la interpretación musical en esta eucaristía de la llamada "Misa de Angelis", dado que todos los sacerdotes la conocen y saben cantar, teniendo por canto de entrada el popular "Pueblo de Reyes de Lucien Deiss". En Oviedo hay dos cantos que son ya una tradición en este día, obras de D. Leoncio Diéguez, Canónigo Maestro de Capilla durante los últimos años: de entrada ''Jesucristo nos amó hasta el extremo'', y ''Oh Redemptor'', interpretada en castellano: "Recibe oh Redentor el canto de tu pueblo. Ave óleo Santo, ave Santo Crisma; obras son de tus manos y signo de salvación''.

Las procesiones, tanto de entrada como de salida de todos los concelebrantes con el Arzobispo que preside, es un escena preciosa que plasma cómo la Iglesia de Cristo se congrega en torno a la mesa del altar presidida por su Pastor qué, una vez enriquecida con la palabra y la eucaristía, retorna a sus diversas comunidades cristianas para llevar no sólo los óleos, sino la felicitación pascual del Prelado y con el propio corazón renovado para vivir los días santos de nuestra fe. Todos los concelebrantes veneran el altar antes de ubicarse en su sitio. En Oviedo, por ejemplo, en algunas concelebraciones especiales los sacerdotes entraban por la puerta de La Perdonanza para dar más riqueza espiritual a dicho día.

Antiguamente; es decir, antes del Concilio, la Misa Crismal era muy diferente, por ejemplo no se convocaba al presbiterio en pleno, sino a los arciprestes mayormente, y asistían los canónigos, el clero de la ciudad y el seminario mayor a lo sumo. La predicación corría a cargo del Magistral de la Catedral. Hoy en día la homilía del Arzobispo en este día es una de las más esperadas del año, pues en ella el prelado aborda las dificultades, esperanzas y retos actuales que se presentan a los sacerdotes. En esta jornada también hay un recuerdo vivo para los presbíteros fallecidos, los enfermos y aquellos que por tener una amplia carga pastoral no pueden hacerse presentes, aunque también trasladan a su obispo su sincera comunión y cercanía.

Una vez proclamada la Palabra y comentada por el Sr. Arzobispo, los sacerdotes renuevan ante el pastor diocesano las promesas que hicieron el día de su ordenación. En esta celebración no se reza el Credo.

Es una jornada importante de oración sacerdotal, pues no sólo los sacerdotes viven su unión al obispo, sino también acentúan la fraternidad del presbiterio diocesano, ya que todos son hermanos en el ministerio que Dios les ha confiado para apacentar al pueblo de Dios. La renovación de las promesas no se limita a un acto formal, a un rito más de la celebración, sino que es la actualización que cada uno de los presbíteros con noventa o treinta años de edad le dieron en su momento y siguen dando para entregarse a Cristo que los llamó a dejarlo todo y seguirlo.

Concluida la renovación de promesas, y tras las preces, los óleos entran en la Catedral en el momento de las ofrendas, llevados en procesión junto al pan y el vino ante el Obispo. Es una tradición antiquísima de la Iglesia presentar los dones justo cuando empieza la segunda parte de la Eucaristía.

Otro gesto que a menudo pasa desapercibido es la misma entrada y entronización en el presbiterio de la Catedral de las ánforas con los aceites que se convertirán por la bendición en oleos de enfermos y catecúmenos, y por la consagración en Santo Crisma. Es tradición que sean los diáconos transitroior quienes porten las ánforas, pues ahí llevan el óleo con el que les ungirán a ellos mismos en su próxima ordenación. Al no haber posiblemente seis diáconos transitorios, también son portados hoy día por diáconos permanentes o seminaristas.

Adquiere un sentido teológico pleno el que la bendición de los óleos y la consagración del Crisma tengan lugar dentro de esta celebración que actualiza los orígenes de la Eucaristía y el sacerdocio; aún más, dentro de las celebraciones de la Semana Santa. Por un lado lo eucarístico nos recuerda que toda la vida de fe se alimenta únicamente en la mesa del Señor y en el contexto sacerdotal, que será por las manos de los ministros ordenados por donde les llegue al pueblo fiel la mayoría de los sacramentos de su vida.

Y la celebración en plena Semana Santa, nos invita a pensar cómo a fin de cuentas todo nos viene por la pasión, muerte y resurrección del Señor. Los sacramentos nacieron con la Iglesia y tomaron alma en el Calvario, por ello en plena semana de pasión llegan a las parroquias los nuevos óleos que quieren sanar no sólo el cuerpo, sino especialmente las almas necesitadas de Cristo.

Dentro de la misma plegaria eucarística, tiene lugar la bendición del óleo de enfermos, de forma exacta, una vez terminado el memento de difuntos y antes de la doxología. Este detalle de interrumpir la plegaria para bendecir el óleo tiene su origen en la unión intrínseca que los primeros cristianos ya le daban a la unión del sacrificio del altar con el sacrificio ofrecido de los enfermos por el bien de la Iglesia. (Infirmorum). Color morado. 

Tras la oración propia para después de la Comunión, el obispo abandona la sede y bendice en este momento el óleo de los catecúmenos. (Catechumenorum). Color verde. 

Por último, la consagración del Santo Crisma es uno de los momentos más especiales de la celebración. Lo primero que el prelado hace es preparar el mismo Crisma al derramar dentro del ánfora la esencia de perfume de nardo. Esto nos recuerda el evangelio del mismo lunes santo, donde María "derrochando" el perfume en los pies del Señor es excusada por Él diciendo que se trata de una preparación para su destino. El obispo invita a la oración y, en un instante de silencio, acerca a la boca del ánfora y sopla; con este gesto el celebrante implora la acción del Espíritu Santo sobre este aceite que habrá de consagrar en los sacramentos que imprimen carácter: bautismo, confirmación y orden sacerdotal, y también se emplea en la consagración de nuevos altares y en la dedicación de nuevos templos. El prelado hace sólo toda la oración consacratoria; sin embargo, en la última parte se pide la participación de los presbíteros que extiende su mano hacia el Crisma. (Chrisma). Color blanco. 

lunes, 25 de marzo de 2024

Jesús en la Borriquilla, Señor de la Misericordia y de los Pobres. Por Rodrigo Huerta Migoya

 

La liturgia de la Iglesia en el Domingo de Ramos incide de modo especial en la Pasión del Señor. Aunque a veces sólo nos quedemos con lo llamativo de los ramos y palmas todo ello gira entorno al mismo misterio. No hay una separación entre la primera parte de la celebración y la segunda, sino que se trata de un todo. En algunos lugares los sacerdotes emplean capa pluvial blanca para el rito de la bendición y procesión hacia el interior del templo por no contar con capa de color rojo, lo que puede llevar a engaño, como si la entrada en Jerusalén fuera algo festivo y la eucaristía del día con los ornamentos en color rojo y con la lectura de la Pasión como corazón de la liturgia de la Palabra, estuvieran en contraposición con los ritos iniciales. Decimos coloquialmente que con el Domingo de Ramos entramos en la Semana Santa, aunque hasta el Jueves Santo no saldremos de la Cuaresma para entrar de lleno en el Santo Triduo Pascual. Pero cierto que las oraciones del Domingo de Ramos quieren ser un estímulo a perseverar a lo largo de toda la Semana en la vivencia espiritual de estos días de gracia. En este sentido, las dos oraciones que ofrece el misal para la bendición de las palmas piden: ''santifica con tu bendición estos ramos, y, a cuantos vamos a acompañar a Cristo'', o ''que quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso permanezcamos en él''.

Tiene su origen el domingo de ramos en la Iglesia de Jerusalén de finales del siglo III donde se empezó a conmemorar con himnos y predicaciones en los lugares emblemáticos de la Ciudad con una solemne procesión desde el monte de la Ascensión del Señor hasta las puertas de la Ciudad Santa, donde el pueblo fiel entonaba "Bendito El que viene en el nombre del Señor" (Mt 21,9). Parece que ya a mediados del siglo V se había extendido esta tradición hasta la Iglesia Constantiniana, añadiéndose hacia finales del siglo VI el rito de bendición de las palmas. La procesión de la "Dominica in Palmis" que había nacido en el siglo III como un acto penitencial al caer la noche, se trasladó a la mañana del domingo en el siglo VII, siendo introducido ya en el siglo VIII el "Domingo de Ramos" en el calendario litúrgico de la Iglesia de Occidente.

Entrada en Jerusalén como Señor de Señores

Con la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén se hizo verdad las palabras profetizadas en el primer libro de los Macabeos: ''Y entró en ella... con acción de gracias, y ramas de palmeras, y con arpas, y címbalos, y con violes, himnos y canciones''. Llega el Rey de los reyes y Señor de los señores; hay quien ve aquí un paralelismo con la entronización del rey Salomón que como describe el Libro Primero de los Reyes es señalado por David, ungido seguidamente para, por último, entrar en la Ciudad a lomos del asno de su padre entre las alabanzas del pueblo. Alabanzas que no son de fiesta, sino más bien de petición gozosa de quienes tienen por seguro que así será, pues el pueblo hebreo aclamaba gritando ''hosia-na'' ("sálvanos"). Por la paternidad putativa de San José, Cristo es asociado a la estirpe de David haciéndose verdad que del tronco de Jesé brotó un retoño, como floreció la vara de San José. Para Cristo no fue un insulto ser conocido como el hijo del carpintero, pues en el pueblo hebreo reconocer a alguien de parentela davídica era tanto como afirmar que por nacimiento tenía derecho heredar el trono de la añorada monarquía de Israel.

Entrada en Jerusalén como Rey misericordioso de los pobres

El Señor al entrar en el borrico se autoproclama Príncipe de la Paz, sin soberbias ni imposiciones, tal como estaba profetizado: ''tu rey viene a ti; él es justo, y tiene salvación; humilde, y montando sobre un asno'' (Zac 9, 9). Al respecto de la multitud que le seguía hay muchísimas interpretaciones, aunque una, que sin ser muy científica sino más bien una visión espiritual del pasaje, personalmente a mi me hizo mucho bien, y es pensar que quizás los habitantes de Jerusalén no fueron los que le recibieron con alabanzas, al menos no las personas destacadas, y sí los moradores habituales de la periferia: los niños y los pobres. Pero aquel sencillo gesto de las palmas tuvo eco en los numerosos peregrinos que llegaban a Jerusalén para la Pascua, muchos de ellos caminando tras los pasos del Señor. Un lugar clave para comprender el hecho es la localidad de Jericó, donde Cristo hizo su milagro al curar al ciego Bartimeo, que al oír que pasaba por allí le llamó a gritos: ''Hijo de David''... De algún modo aquel humilde invidente hizo la primera aclamación en la recta final del camino al final de la misión. Es muy revelador que los evangelistas nos describen la presencia del Señor en Jericó, ciudad maldita por Josué y desde donde sale para llegar a Jerusalén, haciendo también el camino inverso al hombre de la parábola que bajando de Jerusalén a Jericó cayó en manos de los bandidos. También es Jericó ciudad de pobres, usureros, pecadores -castigados por sus faltas o las de sus padres, como los ciegos-. Aquel hombre llamado Zaqueo subido a la higuera -o mejor dicho al Sicomoro- fue llamado por el Señor en Jericó sentándose el mismo Cristo a su mesa sin temor a ser acusado de ''comer pecadores'', pues en este encuentro concreto hubo conversión, manifestado en las palabras de Cristo: ''Hoy ha sido la salvación de esta casa''. Desde Jericó, ciudad de las Palmeras, inicia Jesús su última jornada de peregrinación rodeado de sus predilectos, los más humildes, destacando nuevamente aquellas palabra suyas:  ''aprender lo que significa: 'Misericordia quiero y no sacrificio'; porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12). Es rey de los humildes, pues no va sobre un simple borrico, sino que en concreto dice la escritura: ''un pollino, cría de acémila''; es decir, más por debajo aún... Las murallas de Jerusalén tenían más de una entrada destacada; sin embargo, sabemos que Jesús entró por la llamada Puerta Dorada, que tiene otra denominación más antigua y hermosa como es la Puerta de la Misericordia. Los creyentes esperamos que cuando vuelva el Señor, el Ungido, el enviado del Padre, por segunda y definitiva vez, entre de nuevo no por esa entrada física, sino por la puerta de la misericordia para con nosotros, pobres pecadores. 

Entrada en Jerusalén como inicio de la Pasión

Aquella primera procesión de Ramos de la historia, según coinciden los cuatro evangelios tuvo su punto de partida en el huerto de los olivos, ahí tenemos ya una alusión a las horas de angustia que habrían de venir. No fue una elección propia salir de Getsemaní, sino que se buscó también cumplir así lo dicho en la escritura, en concreto en la profecía de Zacarías: ''Entonces saldrá el Señor y peleará contra aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y sus pies estarán en aquel día sobre el Monte de los Olivos, que está delante de Jerusalén en el este'' (Zac 14, 3-4). Y por otro lado, no perdamos de vista que el evangelista San Juan nos presenta el buen recibimiento de Jesús en Jerusalén exactamente después de haberle devuelto la vida a su amigo Lázaro en Betania, lo que nos sirve de estímulo para pensar que a la Pasión y Muerte que le aguardaba a nuestro Redentor se le podrían aplicar las mismas palabras con las que también Él definió la enfermedad de su amigo unidas al madero redentor: ''no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella''. En Betania también tuvo lugar en casa de Simón, el leproso, la escena de la unción del perfume de nardo que meditamos cada lunes santo, donde el Maestro se dejó ungir con aquel perfumado ungüento en alusión a su sepultura, y que Él bien sabía ya próxima.  San Mateo nos regala un bonito detalle descriptivo, el animal sobre el que Jesús entrará en la ciudad no había sido montado nunca, al igual que se nos dirá sobre el sepulcro excavado en la roca en el que pusieron su santo cuerpo, donde tampoco nadie había sido sepultado antes. Aquellos niños hebreos y pueblo exultante entonó el Salmo 118: ''Bendito el que viene en el nombre del Señor. Os bendecimos desde la casa del Señor''. Había muchos que le veían como el Mesías en quien se cumplían las escrituras; otros, sin embargo, preguntaban quién era aquél: «Este es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea». 

Masarnau. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Las conferencias cuaresmales de la catedral de Notre-Dame de París son, desde 1835, las más famosas del mundo. Surgieron por idea del joven laico Frédéric Ozanam, beatificado por Juan Pablo II en 1997. Aunque, al principio, el arzobispo de París albergaba dudas sobre si convenía que tuvieran lugar en Notre-Dame, cuando se decidió a dar su aprobación consideró que la denominación más adecuada era, siguiendo el consejo de los que avalaban la propuesta de Ozanam, la de «conferencias».

Nada de sermones, charlas o pláticas, sino conferencias de teología impartidas desde el púlpito de la catedral. Y el primer orador fue el famoso padre Lacordaire, dominico, quien logró proyectar luz sobre las cuestiones más candentes de aquel tiempo valiéndose solamente de los principios de la fe cristiana y del dogma católico.

Las de este año tienen lugar, mientras concluyen las obras de reparación de Notre-Dame, en la iglesia parisina de Saint-Germain l’Auxerrois. Versan sobre literatos y sacramentos. Es decir, sobre cómo cada uno de los seis escritores seleccionados han vivido la experiencia de la participación sacramental y cómo ésta los ha introducido en una mejor comprensión de Dios, de la Iglesia, del hombre y del mundo.

El título del ciclo, que concluye hoy por la tarde, es este tan sugerente: «La mystérieuse musique des sacrementes. Littérature et spiritualité» (La misteriosa música de los sacramentos. Literatura y espiritualidad). Y lo escritores a los que fueron dedicadas las sesiones dominicales postmeridianas de esta cuaresma fueron: Léon Bloy, Paul Claudel, Charles Péguy, Georges Bernanos, Joris-Karl Huysmans y Marie Noël.

Pueden seguirse en internet a través de KTO. A las 16,30. Hoy es la última. Promete ser interesante, porque es sobre una poetisa poco conocida en España: Marie Noël (1883-1967). Ha sido introducida ya la causa para su beatificación. Habrá que dedicarle en un futuro, en Asturias, algún acto cultural y religioso de aproximación a su vida y a su obra literaria.

De mano de Ozanam y sus amigos nacieron también las Conferencias de San Vicente de Paúl. Contemporáneamente a las de Notre-Dame. Eran las dos laderas de un volcán en plena erupción: la de la fe y la del amor. Veritas et caritas. Las de San Vicente de Paúl fueron traídas a España por un músico, al que le cambió totalmente la vida después de haber confesado y comulgado, en 1839, en la iglesia de Nuestra Señora de Loreto, en París: Santiago de Masarnau y Fernández (1805-1882), en proceso de beatificación. «¡Día de sensaciones, grandes, puras, benéficas! ¿Cómo podré agradecérselo al Señor?», dijo refiriéndose a esa fecha memorable.

Masarnau nació y murió en Madrid, pero se formó musicalmente en Londres y París. Amigo de los más renombrados compositores, su actividad artística fue extraordinariamente creativa. Mas su corazón estaba con los pobres, a los que se dedicó con toda el alma y a los que entregó todo cuanto estaba en su mano dar. Cuando murió Masarnau, Concepción Arenal, que había creado una Conferencia de San Vicente de Paúl femenina, dijo de él: «Hemos perdido un artista, un sabio y un santo».

El próximo martes 26 de marzo de 2024, en la Santa Iglesia Catedral de Oviedo habrá un concierto en el que se interpretarán, con órgano y piano, piezas del Siervo de Dios, que así es como se les llama a los que están en proceso de beatificación, Santiago de Masarnau. Lo organiza la Sociedad de San Vicente de Paúl para conmemorar los ciento setenta y cinco años de la fundación de las Conferencias en España por el artista, sabio y místico Masarnau. De este modo, la caridad, la cultura y la santidad se harán presentes simultáneamente, gracias a la música, en un solo acto, en un lugar sagrado, en un contexto de oración cristiana, como exordio del Triduo pascual.

domingo, 24 de marzo de 2024

Con Jesús en la borriquita entremos en la Semana Santa. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Este Domingo de Ramos día 24 de marzo de 2024 es una fecha especial para la historia de nuestra Cofradía y de nuestra Parroquia, pues miramos a Jesús montado en la borriquita, talla que saldrá por vez primera por nuestras calles y al que queremos acompañar con nuestras palmas, nuestros pasos y oración, de forma que la procesión que celebraremos a las 13,15h nos ayude a rememorar de una forma más especial aquel primer día de ramos de la historia cuando nuestro Salvador fue recibido entre vítores a las puertas de Jerusalén. Os invito a todos a participar en la procesión, independientemente de la eucaristía a la que acudáis; hoy es un día en que en Asturias hasta el vermouth y la comida suelen ser bastante más tarde que otros domingos por aquello de esperar a padrinos o ahijados para recibir o entregar la palma o ramo. A propósito de este día quisiera compartir tres brevísimas ideas que nos ayuden a vivir la celebración:

1ª En una borriquilla

La primera idea es esta: el motivo por el que Jesús manda a dos discípulos a buscar a este animal a una aldea cercana cuando estaban próximos a Jerusalén tenía más de una intención; el mismo evangelista San Mateo nos la aclara: todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta: "Decid a la Hija de Sión: 'He aquí, tu rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga''. En segundo lugar fue una muestra de humildad; se abaja nuevamente. Jerusalén era meta de peregrinación y más en aquellos días de Pascua y, sin embargo, el Señor no quiere entrar de forma ostentosa, sino discreta y pobre. Jesús era llamado Salvador y algunos esperaban de él un cambio político para su Tierra... Si hubiera entrado a caballo como si se tratara de un conquistador o triunfador hubiera sido un escándalo y habría sido mal interpretado; sin embargo, en aquella época entrar alguien de la fama de Jesús en un animal tan humilde era como llegar con una bandera blanca gritando: ¡vengo en son de paz!. Y en tercer lugar, se revela como rey, pues era un animal vinculado a la antiquísima monarquía judía del antiguo Israel. Desde los tiempos de Saúl los judíos residentes en Jerusalén solían celebrar cada año el ritual de coronar a un rey simbólicamente e introducirlo en la ciudad a lomos de una asna como anticipo y preparación para cuando viniera el Mesías esperado, conscientes de que lo haría de esa manera. Por eso en cuanto le vieron llegar, los niños y las gentes de toda edad corrieron a recibirlo, pues llevaban siglos esperando aquel día de la llegada de su Mesías: ¡el Rey de Israel!

2º ¿Por qué Jesús no sonríe? 

Alguno igual esperaba que la imagen del Señor en el borrico plasmara una sonrisa de oreja a oreja como hacen los artistas en sus pasarelas o los políticos en sus visitas y recepciones... ¿Cómo iba a estar contento Jesús si sabía que empezaba la cuenta atrás y que caminaba hacia su muerte?. Seguro que le alegró ver a los niños aclamarle viendo la ilusión y alegría con que le recibían, pero cuánta angustia escondería su corazón sabiendo que se acercaba la hora de su supremo sacrificio. Alguna vez ya me lo habéis escuchado: a las afueras de Jerusalén se conserva una capillita que se llama la ''Domus flevit''; allí el Señor lloró al divisar la ciudad, y en este lugar dijo unas palabras que se han cumplido y que con los enfrentamientos horribles que desde hace meses se viven entre israelíes y palestinos dan mucho que pensar. Así nos lo cuenta San Lucas: ''Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Todo esto pasará porque no reconociste la hora en que Dios vino a salvarte» (Lc 19, 41-44). También esto nos pasa a nosotros, esperamos que el Señor se nos manifieste de formas grandilocuentes, y lo ignoramos cuando viene a nosotros humilde en cada jornada, sin ser capaces de reconocerlo. 

3º Traición, Pasión y...

Quizá una interpelación puede ser: ¿Qué celebraba cada persona que salió con su ramo o palma a aclamar al Señor aquel día? Pues habría motivos varios: unos porque pensaban que iba a ser el que restaurara la monarquía desaparecida de Israel, otros porque le verían como la solución a todos los problemas (resucitaba muertos, curaba enfermos, acabaría con el hambre...: nos conviene tratarle en alfombra de terciopelo y que sea nuestro líder pensarían no pocos). Otros le veían como el que expulsaría a los romanos poniendo fin a su dominio; quizá algunos fueron por seguir a los demás sin tener muy claro nada, pero entre aquella multitud había un grupo que no le falló al Señor como eran los pobres, los niños, los pecadores, las mujeres, los ancianos... Los últimos, los que nada tenían que perder pues ya eran un cero a la izquierda y sabían que sólo Él podía cambiar sus vidas, devolverles la dignidad perdida por el pecado y la necedad humana, y convertirles así en los primeros de su reino. Por esto es el Rey de la Gloria, pues nada tiene que ver con la pequeñez de este mundo; por eso es Señor de los Pobres, pues ellos son sus predilectos, sus favoritos. Los pecadores, los abatidos y todo caído al borde del camino es mirado con sus ojos de misericordia; Él nos devuelve el aliento y nos ayuda a ponernos en pie y seguir sus huellas. El Señor entra sin esconderse, sin escoltas delante, ni trompetas de aviso, pero tampoco por la puerta de atrás. Entra para su victoria, para su triunfo que no será el de una batalla para conquistar el lugar, sino la ofrenda de su propia vida. Por esto el rojo es el color del Domingo de ramos, pues vemos al Señor entrar solemnemente a Jerusalén, pero no para un acto bélico, sino para ganarnos con su amor, con su sumisión, con su dejarse condenar, torturar y crucificar callado y silencioso, como anunció el profeta Isaías: como oveja. Subamos a Jerusalén, acompañemos al Señor en estos días santos, no nos quedemos tan sólo con lo bonito de los ramos. No hagamos como aquellos que le alabaron un día para pedir su muerte en la misma semana, no aceptemos la injusticia como aquel pueblo necio que prefirió a Barrabás que al Señor. En este día hermoso salgamos a su encuentro con las palmas de nuestra fe y que ojalá nunca se sequen, sino que permanezcan verdes y en flor hasta el ocaso de nuestra vida terrena mientras ''anunciamos su muerte, y proclamamos su resurrección''...