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domingo, 31 de marzo de 2024
Desde nuestro brocal: Después de la tormenta
Evangelio Domingo de Pascua de Resurrección
sábado, 30 de marzo de 2024
Solemne Vigilia Pascual. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
viernes, 29 de marzo de 2024
Viernes Santo con Cristo Sacerdote, inocente y obediente. Por Rodrigo Huerta Migoya
El sacerdocio existencial de Jesucristo
Liberamos al culpable, y condenamos al inocente
El obediente que restauró nuestra desobediencia
Necesario Viernes Santo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
jueves, 28 de marzo de 2024
Tomado, bendecido, partido y repartido. Por Rodrigo Huerta Migoya
Somos tomados. A lo largo de la Cuaresma ha estado muy presente el hecho de que somos humilde polvo, pobre lodo del que el Creador supo sacar el mejor provecho. Nos tomó de la tierra, y nos tomó como hijos por el bautismo, y sigue llamándonos, como en cada jornada nos llaman las campanas del templo; quiere tomarnos para ser anunciadores de su Reino, invitados a la mesa celestial, futuros primeros que antes habrán de ser últimos. Así lo advirtió: ''el que quiera servirme que me siga, dice el Señor, y donde este yo allí también estará mi servidor''. El servicio es algo que se pone de manifiesto en el Jueves Santo, pues Jesús asume un nuevo abajamiento como es ponerse a lavar los pies a sus discípulos. En la cultura oriental era habitual en las casas de bien que el último del hogar recibiera así a las visitas, y si era una casa noble con muchos esclavos, al que le correspondía lavar los pies no era al responsable de la cocina, de la casa o los niños, sino que siempre era el último o de menor categoría al que le correspondía este gesto que trataba de aliviar al huésped tras su camino. Jesucristo rompe los esquemas al doblar su rodilla en tierra para aquel lavatorio con el que dio ejemplo y sigue dando ejemplo hoy. Jesús es agradecido, y es buen pagador para el que lo deja todo y le sigue, pero el premio no es que les lavara el polvo de los pies tras tres años de peregrinación anunciando el Evangelio, el premio no se ve ni toca aquí. El Señor nos tiende su mano, "porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: No temas, yo te ayudaré" (Is 41,13). Nosotros tenemos la libertad de aceptar o rechazar esa ayuda. Si nos dejamos tomar por Él, si seguimos el sendero que nos indica, llegaremos a donde está hoy, a la diestra del Padre que le ha dicho: ''siéntate a mí derecha y haré de tus enemigos estrados de tus pies''. Es una jornada esta para dar gracias al Señor por habernos invitado a su cenáculo, a su mesa; para caer en la cuenta de que el Señor nos ha tomado dado que no somos fruto del mero azar.
Somos bendecidos. El Señor nos bendice siempre, pero qué decir de este día grande en que tantos regalos hemos recibido que siguen bendiciendo al mundo a lo largo del tiempo. Jesús nos bendice en esta jornada con su testamento siempre actual de la ley nueva del amor. El legado de la fraternidad que ha bendecido la humanidad tratando de imitar ese amar sin reservas ni medida hasta el punto de bendecir, querer y perdonar a los que nos persiguen, calumnian o quieren quitarnos la vida: ''Que os améis unos a otros, como yo os he amado''. Somos bendecidos con el alimento de la vida eterna, con la eucaristía, medio por el cuál Jesucristo se hace presente físicamente entre nosotros, coetáneo a nuestro tiempo y compañero de camino. Pero el regalo de la comunión eucarística es tan grande que no podemos ni debemos acercarnos a participar de este banquete sin ser limpiadas nuestras inmundicias y miserias. El Señor es lo primero que hace al entrar en aquella sala con divanes: ''Jesús le dijo: El que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos" (Jn 13,10). He aquí la importancia de cumplimiento pascual, de confesarnos en vísperas de comenzar el Triduo para lavar el alma necesitada de estar en gracia con el Señor. Nos bendice el Jueves Santo con el regalo del sacerdocio, ministerio por el cual tantas bendiciones y gracias recibe el pueblo fiel cada día, pues sin ellos no tendríamos eucaristía, ni perdón de los pecados, ni los demás sacramentos. Ellos, los sacerdotes, actualizan el ''haced esto en conmemoración mía''. Es un día para bendecir al Señor, diciendo bien de Él lo primero, sí; pero diciendo bien de los sacerdotes y de mis hermanos, en especial aquellos con los que estoy más distanciado.
Somos partidos. Jesús se parte, se deja triturar, se hace alimento para nosotros. He aquí el modelo que el Maestro da a los que queramos seguirle; no hay cabida para la violencia, sino tan sólo y únicamente para la paz. Esto es lo que más nos cuesta en la vida de fe: los fracasos, los contratiempos, cuando la vida se nos rompe por la salud, la muerte de un ser querido, los problemas que nos desbordan... Y ahí el maligno nos susurra que demos la espalda a Dios, que maldigamos la Cruz de su Hijo, que escapemos de esa copa que la Providencia pone en nuestro camino para ser bebida. También el Señor quiso huir, como nos recuerda San Pablo: ''Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer'' (Heb 5, 7-8). Jesús el Jueves Santo parte el pan, para al día siguiente dejar que partan su cuerpo. Se hizo oblación, víctima perfecta y pacificadora; se ofrece Él mismo al Padre por nuestra salvación al tiempo que la Iglesia, su esposa santa, se adhiere y ofrece al mismo tiempo por Él y con Él. Nos cuesta entender que a veces la mayores victorias pasan por una humillación, por una rendición o entrega; instintivamente no queremos nunca ceder, rendirnos, plegar sin dar batalla, y necesitamos hacerlo para asemejar nuestro corazón al suyo, para limar las asperezas de nuestra vida y así crecer en vida interior. Seguir a Jesucristo implica muchas veces dejarse partir, pisar y martirizar... Así lo advirtió a los suyos cuando discutían sobre el lugar principal que les esperaría en el Reino celestial: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Así morirían prácticamente todos mártires, menos San Juan, el discípulo amado que en esta tarde bendita reclina su cabeza sobre su pecho, convirtiéndose en el primer devoto de su Sagrado Corazón.
Somos repartidos. Con el traslado del Santísimo al Monumento queremos actualizar la salida de Jesús del cenáculo para subir al monte de los olivos donde pasó la noche orando, cuando en su aflicción fue escuchado. A lo largo de esta noche de vela y perseverancia en la oración ante Cristo Eucaristía tendremos presente esa escena del Maestro arrodillado en oración entonando su «non mea voluntas, sed tua fiat!» (que no se haga mi voluntad, sino la tuya). Aceptar el proyecto de Dios para nuestra vida: convencernos de que espera de nosotros la santidad, y que no debemos vivir tan preocupados de que todo sea o salga como yo quería, sino vivir la paz de asumir que Dios en su infinita sabiduría soñó un camino concreto para mí con sus llanuras y cuestas para ayudarme a estar más unido a Él. La vida de toda persona nunca suele ser la imaginada en la infancia, y cuando termina una vida y se ve su periplo, se ve lo repartido que ha estado en lugares, realidades y experiencias donde pudo ser reflejo del amor de Dios por medio de la caridad. He ahí la voluntariedad de Cristo que no huye, sino que se deja apresar, que con su silencio ya está diciendo a sus verdugos y al mundo entero que nadie le quita nada, sino que Él mismo de forma voluntaria quiere darse por entero. No hay amor más grande que dar la vida; el amor implica dolor, y esto lo vemos perfectamente en los acontecimientos de este Jueves Santo. Día del amor fraterno, decimos, pues la caridad que brota del sacramento del altar nos empuja a acudir a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Es una jornada para la Comunión, que no es esa común unión de afirmar que somos uno al compartir el mismo pan sin más aún; debemos estar unidos pues si comulgamos a Cristo sentimos el estremecimiento de que el mismo Señor está en nuestro interior: ¿Cómo podemos ver con ojos diferentes a aquella persona que no me cae bien, pero que al haber comulgado como yo tiene a Cristo en sí exactamente igual?...
Para la meditación en esta noche santa tenemos los capítulos del 13 al 17 de San Juan, de la llamada oración sacerdotal de Jesús, y que el Cardenal Don Marcelo con mucho acierto afirmó que eran la cumbre de la revelación divina, sobre los cuales pasarán los siglos sin tener tiempo suficiente para meditarlos.
Bendito Jueves Santo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
La celebración eucarística de este día la llamamos ''de la Cena del Señor'', y no es que sea ésta una misa más importante que la de ayer, que la del domingo o que cualquier otra; toda eucaristía es igual de importante, más sencilla o más solemne, con muchos fieles o con pocos. Cristo se hace presente exactamente igual con su cuerpo, sangre, alma y divinidad sobre el altar, y por ello la celebre el Papa o el último párroco del mundo, en una catedral o en la ermita más ruinosa, podemos afirmar lo que decía San Pablo: ''Cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre''. Lo que sí es cierto es que para los católicos, que tenemos en el misterio eucarístico la fuente y culmen de nuestra vida y misión, vivimos la misa vespertina del Jueves Santo con una emoción especial al hacer memoria que en un día como este, al caer la tarde y en aquel cenáculo de Jerusalén, Cristo instituyó este "sacramento admirable". La liturgia nos invita a vivir esta jornada en clave de agradecimiento y caridad, como así reza la oración colecta de la misa: ''nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en la que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida''.
Y decimos siempre que el Jueves Santo es el día del Amor fraterno, aunque algunos hablan del misterio eucarístico por un lado y de la caridad por otro, como si fueran realidades separadas. Tal vez olvidan las palabras del evangelista San Juan, testigo privilegiado que nos recuerda: ''Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que Su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo''... Por eso contemplar a Cristo Eucaristía, recibirle sacramentalmente y enamorarnos de Él ha de llevarnos implícitamente a ser sensibles con el necesitado y entregarnos a su causa. A menudo juzgamos a la ligera por apariencias y prejuicios quién -sacerdote, laico o religioso/a- nos parece cercano a lo social o no; y con cuánta frecuencia tras la muerte de estas personas juzgadas erróneamente se descubre por sus más próximos lo mucho que había ejercido la caridad con la máxima de no saber la mano izquierda lo que hace la derecha... Ningún laico, religioso/a sacerdote ni necesita ni debe dar a conocer su apuesta por lo social a bombo y platillo: "tu Padre que ve en los escondido te recompensará"...
Por último, no puede faltar en este día un recuerdo especial por todos los sacerdotes: y los que ya participan de la liturgia del cielo y los que aún peregrinamos en este mundo. Que en esta noche larga de oración no falte una de gratitud por nuestro sacerdotes mayores y enfermos, por los que fueron instrumento del Señor en nuestra vida y duermen ya en la paz de los justos, por los que hoy continuamos haciendo presente a Jesucristo en medio de nuestro mundo a pesar de nuestras miserias, flaquezas y pobrezas; por los sacerdotes que están pasando por un momento de oscuridad, duda o tribulación en su ministerio. Y no nos cansemos de pedir al Dueño de la mies que mande trabajadores a su Viña. A menudo repetimos hasta la saciedad que no hay vocaciones; que no hay sacerdotes: ¡no es del todo cierto! lo que ha disminuido son católicas abiertas a la vida, a la transmisión de la fe y más aún, a aceptar la vocación de sus hijos propiciando el caldo de cultivo en esa célula social que es la familia. Hay muchos profetas de calamidades; personalmente me parecen muchos los sacerdotes que no se rinden, y que las vocaciones que perseveran a pesar de los tiempos recios -¡y necios!- que nos toca vivir. Ojalá la escasez nos ayude a valorar y redescubrir el ministerio ordenado, a ver que tener un sacerdote que nos atienda no depende de exigencias, reclamos, dramas, modas o situaciones coyunturales, sino que antes hemos de convencernos de que sólo volveremos a tener los sacerdotes necesarios para nuestra tierra cuando recuperemos verdaderamente la familia cristiana, la formación religiosa y la motivación y acompañamiento en el hogar...
miércoles, 27 de marzo de 2024
Una ojeada a los gastos de Semana Santa, culto y la vida pastoral, siendo Párroco de Lugones Don Jesús García García (1945-1965). Por Rodrigo Huerta Migoya
La economía parroquial era paupérrima, pues eran años de mucha pobreza y hambre; aún así, la gente piadosa siempre tenía algo de calderilla para ayudar a sufragar la lámpara del Santísimo, para la Virgen Milagrosa que iba por las casas, o para las intenciones de misa o el derecho a reclinatorio o silla, que era una reminiscencia medieval y por el que las mujeres de bien daban un donativo mensual por el espacio que ocupaba su silla en un tiempo en que no era aún costumbre que hubiera bancos en el templo.
Respecto a la asistencia de los sacerdotes a la Misa Crismal en la Catedral, era muy diferente al enfoque actual que tenemos de ésta; entonces sólo solían acudir los canónigos, los sacerdotes de la ciudad y los arciprestes, a los que luego acudían todos los párrocos a buscar los óleos. Con el Concilio Vaticano II se le da a esta Misa una simbología preciosa de comunión del presbiterio diocesano en torno al prelado, concelebrando todos en ese día en que se renuevan las promesas de ordenación, recordando así la institución del ministerio ordenado. Podemos calcular qué años asistió Don Jesús a la Catedral y cuáles no, gracias a que los años en que no fue anota un coste respecto a los óleos qué, en realidad, solía ser bien la propina que daba al sacristán, -que subía dando un paseo- o lo que costaba el tranvía o el autobús para el coadjutor o el seminarista al que encargaba traerlos. Así podemos ver cinco pesetas en 1945, seis pesetas en 1947, diez pesetas en 1949, veinte pesetas en 1952 y en 1955 detalla: ''Al sacristán por ir a buscar los óleos y a los acólitos por ayudar en Semana Santa, 48 pesetas''. De esas cuarenta y ocho pesetas entendemos que la mayoría fue para los seminaristas, a no ser el gasto del billete de tranvía para el sacristán, dado que en ese mismo año el sacerdote anota: ''al sacristán gratificación de 360 pesetas''.
Siempre ha sido algo muy cuidado por los párrocos tener detalles con los sacristanes o sacristanas, que como en los días de Semana Santa tienen más trabajo de lo habitual. Don Jesús, parece que acostumbraba a dar estas gratificaciones en Semana Santa o Navidad, aunque no siempre detalla estos gestos buscando quizás que no supiera la mano izquierda lo que hacía la derecha. Sólo de vez en cuando nos revela la cuantía, quizá sintiéndose obligado a ello para que quedara patente las "salidas" del dinero de la Parroquia y quedara claro que éstas no eran para lucro personal. Así vemos por ejemplo cómo en 1947 detalla la gratificación de los sacristanes en 175 pesetas; en 1952 la cantidad vuelve a ser la misa: de ciento setenta y cinco pesetas, pero ya no habla de sacristanes en plural; tan sólo "sacristán", en singular. En 1959 la gratificación sube a 200 pesetas.
Partiendo de que la iglesia parroquial había sido destruida por completo, y que en los primeros años se fue comprando lo más imprescindible con lo pocos ahorros que había, vemos cómo Don Jesús va adquiriendo cada año, poco a poco, lo que puede para mejorar el culto parroquial. Son muchas las cosas, pero citaré sólo algunas para que el lector se haga una idea de lo cara que estaba ya la vida en aquellos tiempos. Así, en 1945 adquiere una casulla blanca que estrenaría quizá en la Pascua de ese año, la cual costó 160 pesetas, y una vasija para el agua bendita por 25 pesetas, tal vez pensando también en la Pascua. En 1946 adquiere dos pilas de mármol: una para bautizar y otra para el agua bendita, encargadas a D. Ramón Martínez -en Oviedo- por 3.600 pesetas. En 1947 compra seis hachones, además de la cruz y los dos ciriales para las procesiones, todo ello por 260 pesetas. En 1948 adquiere dos bonetes al coste de 42 pesetas, una casulla por la que pagó 250 pesetas y seis velas eléctricas, las cuales además de su instalación costaron 138 pesetas. En 1949 se hizo con un crucifijo, seguramente para el rezo del Vía Crucis por 125 pesetas, y anota también ''misa coral de Pío X 12 pesetas''; lo que no aclara si fue la propina al coro que interpretó esa misa, o si fue lo que le costó adquirir el libreto con partituras de dicha obra, que en España había editado Julián Vilaseca. En 1950 compró el púlpito que costó 5000 pesetas (y que luego sería retirado siendo párroco D. Cecilio), y dos bancos para el presbiterio al precio de 1000 pesetas, los cuales aún siguen aún en su sitio (con la restauración y tapizado que tuvieron en 2010 siendo ya párroco D. Joaquín).
En 1951 se adquiere un "ara" para el altar al precio de 60 pesetas, además de tres albas y un roquete que costaron 130 pesetas. En 1952 se hace con dos juegos de corporales por 191 pesetas. En 1953 compra dos roquetes por 230 pesetas, y envía a reparar el farol del viático para Pascua y las visitas a enfermos durante el año, cuyo arreglo costó 150 pesetas. En 1954 se adquieren los primeros bancos para el templo; hasta entonces únicamente había reclinatorios particulares. Estos primeros bancos fueron doce (a mil pesetas cada uno) 12.000 pesetas. En 1955 especifica ''medio tubo de incienso 30 pesetas'' ó, por ejemplo: "reparar el Armonium en la Casa Arévalo 100 pesetas"...
En 1956 se hace con una cruz y seis candelabros por 4.700 pesetas, y con el nuevo "ordo" de Semana Santa por 118 pesetas. En 1957 adquiere tres albas y seis capiteles por 1.149 pesetas, así como compra un vaso Roura (para la lámpara de aceite del Santísimo seguramente) por 80 pesetas. En 1958 el gasto anual de carbón para el incensario fue de 34 pesetas, y el aceite para la lámpara del Santísimo 468 pesetas. En 1959 se encargan cuatro cortinas para cubrir los altares en Cuaresma que costaron 445 pesetas. En 1960 compra tres sotanas y tres roquetes para los monaguillos, adquiridos en "La Victoria" de Oviedo al precio de 1.155 pesetas, y reparar (afinar) el Armonium, que costó 145 pesetas. En 1961 encarga seis candelabros y unas vinajeras con un coste final de 2.413 pesetas. En 1962 adquiere seis nuevos candelabros de bronce (quizá para el Monumento del Jueves Santo), los cuáles costaron 4.000 pesetas. En 1963 se encargan seis bancos más para la iglesia al coste total de 6.000 pesetas. En 1964 se adquiere un incensario por 640 pesetas y seis sabanillas para el altar por 1.306 pesetas.
Otros gastos curiosos: Por ejemplo, en lo que atañe a la limpieza del templo vemos en 1945: ''gastos en jabón, sidol, almidón y cera, 53 pesetas''. En 1946 el gasto de incienso y carbón era de 18 pesetas mientras que el de cera de 242 pesetas. En 1947 el coste de total de cera era de 195 pesetas; y también anota el párroco: ''a unos carpinteros por preparar para el Jueves Santo'' (sería el Monumento) 45 pesetas. En 1948 apunta: ''por cuidar la cera del jueves santo 25 pesetas'' (seguramente se refiera a una propina a la persona que quedaba toda la noche cuidando el templo); anotación que se repite de nuevo en 1949. En 1950 se anota el coste sólo de incienso en 21 pesetas, mientras que se especifica: ''gastos del Jueves Santo 45 pesetas''. Los gastos de Semana Santa de los que tenemos noticia en estos años son los siguientes: en 1951 y 1952 el gasto anual de cada Semana Santa fue de 75 pesetas; en 1953 de 107 pesetas; en 1954 de 225 pesetas; en 1955 de 360 pesetas; en 1956 de 413 pesetas; en 1957 de 350 pesetas; en 1958 de 485 pesetas; en 1959 de 350 pesetas; en 1960 de 300 pesetas, y en 1961 de 329 pesetas. En 1954 se invirtió en limpieza y reparación de ropa litúrgica 670 pesetas. En 1956 el gasto en obleas fue de 600 pesetas. En 1962 costó el cirio pascual 135 pesetas, y en 1965 se gastó en el autobús de los seminaristas que venían a Lugones a ayudar en la liturgia y la catequesis 425 pesetas; y sólo en los predicadores de la Semana Santa (que solían ser misioneros) 600 pesetas...
martes, 26 de marzo de 2024
Homilía del Sr. Arzobispo en la Misa Crismal 2024
La liturgia de la Misa Crismal. Por Rodrigo Huerta Migoya
lunes, 25 de marzo de 2024
Jesús en la Borriquilla, Señor de la Misericordia y de los Pobres. Por Rodrigo Huerta Migoya
Entrada en Jerusalén como Señor de Señores