domingo, 5 de octubre de 2025

“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


El tema central de la Palabra de este Domingo XVII del Tiempo Ordinario gira en torno al tema de la fe, algo que nos viene muy bien interiorizar en este mes misionero. En la primera lectura el profeta Habacuc presenta primero un lamento o queja ante la violencia, la injusticia y la opresión hacia los derechos de Judá, y la respuesta de Yahvé es tajante: ''Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá''. Esto nos lleva a dos claras dos realidades: por un lado, una persona de fe si es altanera es que su fe no es tan verdadera, mientras que si vivimos la fe con humildad experimentaremos la certeza de que creer y crecer en la fe. No es la fe un entretenimiento o algo secundario, sino que es algo tan elemental que nos da vida. Nunca perdamos de vista que "La fe es creer antes, lo que sólo tendrá sentido después''. Tener fe no es agarrarse a un clavo ardiente sin más, nuestra creencia debe edificarse sobre una experiencia personal del amor de Dios. Como tampoco vale creer a mi manera, sino que hemos de hacerlo en comunión como afirmaba Benedicto XVI: ''Nadie cree sólo por sí mismo. Nosotros creemos siempre en la Iglesia y con a Iglesia''. Y he aquí que la oración del salmista es un deseo profundo y noble: ''Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón''. ¿Cuántas veces su palabra no pudo germinar en nosotros pues nuestro interior no era tierra fértil para ella, sino suelo pedregoso?.

San Pablo por su parte en su segunda carta a Timoteo le dedica unas palabras hermosas que son un reclamo hoy para todo ministro ordenado y para todo confirmado: ''Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos''... Todos estamos llamados a revivir el don de Dios, a volver al amor primero. Es cierto que San Pablo habla a Timoteo en términos más bien sacerdotales de cara a la atención pastoral de las nuevas comunidades que van surgiendo, pero lo que nos interesa que es lo relativo al don es aplicable a todos. Hemos recibido un don, que como nos dice el propio apóstol ''no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza''. El Señor nos envía (que gran reflexión para este comienzo de curso) al mundo sin ser de éste, de dos en dos, como ovejas en medio de lobos... Por eso no podemos dejar a un lado a Dios en ninguna de nuestras acciones, pues entonces el mundo nos comerá, seremos incapaces de convivir con los hermanos, y en lugar de ovejas entre lobos terminaremos siendo nosotros lobos con piel de cordero. Por eso no nos avergoncemos del Señor, de su testimonio, de su cruz... Y San Pablo nos pide algo más: ''antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios''. Seguir al Señor implicará la mayoría de las veces remar contra corriente; el Evangelio no se vende ni amolda a nuestros gustos e ideas, por ello es exigente, por ello no todo el mundo es capaz de poner las manos en el arado sin volver la vista atrás, y es que nuestra fe no se limita en decir "creo", implica de los valores éticos que conlleva y aunque nos parezcan límites, son en verdad trazos que nos encaminan a la salvación. Cuidemos pues de este tesoro que tenemos, con la seguridad de saber que no estamos solos en este camino, sino que contamos ''con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros''.

El evangelio de este domingo tomado del capítulo 17 de San Lucas nos presenta este pasaje tan sincero en que los apóstoles hacen esa petición tan clara «Auméntanos la fe». Quizás esta es la frase del día, o la oración que todos deberíamos interiorizar hoy en la intimidad a la hora de comulgar, que aumente nuestra fe. Y, ¿cómo responde Jesús? No les dice que sí o que no, les hace una comparación: "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería''. Ninguno podemos hacer eso, por tanto si nos parece pequeño un grano de mostaza, ¿será que nuestra fe es tan poca? Quizás lo que el Señor nos quiere decir es más interesante: ¿no se referirá precisamente a que tenemos que ser pequeños y humildes? También la semilla de mostaza es ínfima y, sin embargo, cuando germina se convierte en un arbusto enorme con profundas raíces. A veces pretendemos medir la fe en cantidad, cuando esta sólo se distingue por la calidad. También para que nuestra fe crezca tiene que morir nuestro ego, nuestro yo, nuestro tantas veces impuesto criterio. Saber también morir cada día en que no todo va ser como yo quiero, no todo va a salir como a mi me gusta, sino que he de saber descubrir en aquello que no sale según mis cálculos la mano del Señor también. Hemos de aprender a saber dejarnos en las manos de Dios, pues sin confianza en Él no podremos hablar de fe. Plantar una morera en el mar es un imposible ¿verdad?, por eso que bien traída está esa idea al hablar de la fe, pues sólo con fe todo lo imposible se hace posible, particularmente en los momentos de zozobra, de noche oscura y desesperación.

Seguidamente Jesús les exhorta con la parábola del siervo inútil, que más bien podría llamarse del siervo que no aspiraba a otra cosa. Esto es lo que le ocurre al que se sabe realmente siervo, no tiene pretensiones ni aspiraciones, no busca medrar, sino tan sólo hacer lo único que sabe. Por eso el amo nunca invitará al siervo a sentarse en su mesa, ni el siervo se atreverá a sentarse en ésta. El maestro utiliza las costumbres del momento, pero nos son también útiles a nosotros hoy; la misión del siervo es servir al amo, y la del amo cuidar del siervo para que le durara mucho. Esto es también aplicable a nuestra relación con el Señor. Nosotros queremos servirle y serle útiles en el anuncio del Evangelio con en la edificación de su reino, y Él quiere que vivamos, no sólo esta pobre existencia terrena, sino la vida con mayúsculas que nos ofrece. El evangelio concluye con esas maravillosas palabras «Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”». ¿Qué nos quiere decir esto? Pues que los cristianos no podemos hacer las cosas esperando aplausos, premios y reconocimientos; nosotros atesoramos tesoros en el cielo, y aquí en esta vida hemos de saber pasar con esta actitud hermosa de sabernos siervos inútiles que únicamente hacemos lo que tenemos que hacer... 

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