En las últimas décadas ha crecido en la Iglesia una mayor sensibilidad hacia esta cuestión social que para nosotros no es política, moda ni otro fin más que el el del propio evangelio encarnado en nuestro día a día. El Papa León XIV con motivo de esta Jornada 111 nos regalaba una reflexión hermosísima en su mensaje: ''Los migrantes y los refugiados recuerdan a la Iglesia su dimensión peregrina, perpetuamente orientada a alcanzar la patria definitiva, sostenida por una esperanza que es virtud teologal. Cada vez que la Iglesia cede a la tentación de la “sedentarización” y deja de ser civitas peregrina —el pueblo de Dios peregrino hacia la patria celestial (cf. San Agustín, La ciudad de Dios, Libro XIV-XVI)—, deja de estar “en el mundo” y pasa a ser “del mundo” (cf. Jn 15,19)''.
A continuación comparto algunas ideas desde experiencias vividas con motivo de dicha Jornada.
Monasterios y Seminarios: Quién hace la ley, hace la trampa
Durante el pontificado del Papa Francisco se dieron dos normativas en relación a la cuestión numérica, una para la Iglesia Universal meiante "Cor Orans y Vultus Dei querere", delimitando el mínimo de profesas para las comunidades de vida contemplativa y sus edades y, más recientemente, el criterio de unificar seminarios que parece fue pensado sólo para España, pues en otros países aún ni se contempla. Tienen su lógica ambas decisiones, aunque respecto a los seminarios creo que debería haberse abordado para todo el orbe católico, y no sólo utilizar nuestra nación "ad experimentum".La iniciativa supuestamente vino de Roma; sí, pero como se suele decir en argot eclesiástico ''de Roma viene lo que a Roma va''. Parece que algún mitrado tenía especial interés en lograr este sueño largamente querido de los "Seminarios Interdiocesanos". No diré yo que sea negativo, aunque todo tiene su cara y su cruz. Para toda pequeña diócesis no tener su seminario abierto y mantener a sus seminaristas en otro lugar es una gran pobreza, pues carecer de seminario es algo doloroso para cualquier comunidad diocesana. Por otro lado, ciertamente no es lo mismo un seminario de dos personas que uno de treinta, pero como recuerda el refranero: ''el que hace la ley, hace la trampa''. Y así obispos muy críticos y celosos con que las comunidades contemplativas, e incluso de vida activa, que se empeñaron en traer aspirantes y novicias de latinoamérica, África o Asia, ahora son ellos mismos los que están dispuestos a traer un avión de chavales de cualquier lugar más allá del charco con tal de cumplir con el número exigido y así salvar los muebles de su seminario o Instituto teológico, y no tener que rendir cuentas ante su presbiterio ni ante la historia que apuntará si les tocó cerrar el seminario. A tal extremo se llega, que hay seminarios donde admiten a personas de las que nada se sabe, y si hace años nos parecía un escándalo que entrara en el seminario un chico sin confirmar, ahora mismo ya se están dando casos ciertamente más sorprendentes. No tengo ningún inconveniente en que admitan a los migrantes al seminario, ¡todo lo contrario; bienvenidos sean! En lo que quiero hacer hincapié es que me parece muy triste que en no pocas ocasiones no admitamos a personas, y nos quedemos sólo en números. En otras ocasiones hablamos de que estos nos utilizan, cuando en realidad les estamos utilizado nosotros. Y en otros casos -no pocos- nos tragamos auténticos camellos mientras matamos los mosquitos a cañonazos. Tan impresentable es tener a los migrantes como vocaciones de segunda, como solamente por ser de fuera pasarles por delante de los aspirantes diocesanos tan sólo porque los errores de los de aquí los conocemos todos y los de los que vienen de allá quedan al otro lado del mar. Ni lo uno ni lo otro. Evidentemente el sentido común sigue siendo el menos común de los sentidos en estos casos, y no pocos rectores y obispos lo ponen en práctica.
Situaciones vergonzantes y de antitestimonio
Sobre sacerdotes que vienen de fuera, a veces da la impresión que por ello no pueden ser profesores, delegados episcopales, arciprestes, vicarios, canónigos, párrocos de villa o ciudad... Este cliché ha estado muy vivo y activo en España desde que empezaron a llegar, como si estos sólo sirvieran para las zonas rurales difíciles o de montaña que a "nosotros" no nos gustan. Gracias a Dios esto está cambiando algo también. No podemos olvidar una reflexión muy clara de nuestro Arzobispo ante el encuentro de la Provincia eclesiástica de Oviedo en Santander el pasado mes de enero, donde Monseñor Sanz Montes reflexionaba sobre la necesidad de un acompañamiento e integración más cuidada de los migrantes en nuestros presbiterios; en palabras suyas: ''no basta la lengua, sino que son también los usos, las costumbres, las sinergias debemos saber acoger, acompañar e integrar a estos hermanos que vienen de otras naciones''... En nuestra Diócesis se han acogido a seminaristas de Nicaragua, que se formarán aquí ante la situación de persecución que vive esa Iglesia hermana bajo la opresión y la dictadura de los que se proclaman adalides de libertad, con la esperanza de que puedan regresar para ordenarse y ejercer el ministerio en su tierra. El modelo del seminario de Oviedo con los nicaragüenses no interesa a algunos: traer jóvenes para formarlos y después que no se queden aquí parece un contrasentido. Habrá quien piense también a ojos puramente humanos que es tirar el dinero (algunos demasiado preocupados por ésto). En la catolicidad de la Iglesia lo llamamos vivir el evangelio, que no condiciona posibles vocaciones a cuestiones económicas y que el Derecho Canónico así lo impele. En otras diócesis hay diferentes criterios, unas que no aceptan en ningún caso personas extranjeras ante malas experiencias del pasado y otras, por el contrario, les aceptan con los ojos cerrados, lo cual tampoco es bueno. He conocido casos de muchachos que han venido con delitos graves a sus espaldas (y para saberlo no hace falta tener información privilegiada, sino con una simple búsqueda en internet). Lo llamativo es que un cura de pueblo como yo sepa ver algo tan sencillo, y rectores de seminarios que parecen saber mucho sobre otros, no. Hay preguntas imperadas cuando alguno "aparece". Los hay bien aparecidos, a los que se les etiqueta por cuestiones no pocas veces sórdidas "ad intra" que no resuelven -al contrario- unos "reservados" informes, no pocas veces conniventes en sí mismos y en sus autores con delitos continuados contra el honor y la moral de las personas, injurias y calumnias. Quedando el reo migrante sin defensa alguna, simplemente por ser de fuera: ¡Sí! Tragamos camellos en casa -que los tenemos: ¡ya saldrán!...- y matamos indefensos mosquitos de fuera: todo un ejemplo de misericordia evangélica con el forastero y de alineación con las palabras de Santo Padre y del Arzobispo...
Hay también algunos otros "aparecidos" que no sabemos tampoco en qué condiciones vienen, pero que finalmente tienen mejor suerte, ello según el padrino que los avale, pues hay padrinos válidos o inválidos en función de afectos o desafectos, simpatías o antipatías que doctos -no en moral, precisamente- situándose hipócritamente por encima del bien y del mal, aceptan o rechazan como jueces y verdugos sin mirarse al espejo...). Por contraste, he conocido también seminaristas de otras diócesis que llegaron de fuera y eran humillados constantemente por sus compañeros españoles con comentarios racistas que le hacían gracia al mismísimo rector: os hemos bajado del árbol; en vuestra tribu no comíais tan bien; cómo os gusta venir a robarnos el pan... Incluso algún formador apuntaba aquí hasta el papel higiénico os sale gratis...
Conocí también (porque le presté ayuda) el caso de un chico que llegó en situación legal a España y luego estuvo seis años en un seminario sin reconocimiento alguno por parte del mismo y su rector, y hasta sin seguridad social, y fue obligado a trabajar cargando en "Cáritas" sacos de patatas de 50k para cobrarle y compensar así su manutención, y al que después expulsaron sin defensa ni contraste de ningún tipo con gravísimas acusaciones, obviamente más inventadas que probadas, vertidas en los referidos e infames -y repito: ¡constitutivos de delitos contra el honor!- "informes internos", sin derecho a la defensa de su dignidad y honor por no tener capacidad ni posibilidad alguna... Consiguió "trabajó" durante meses en un albergue en el que también estuvo sin cobrar un céntimo y sólo por la cama y la comida, explotado, humillado y utilizado por ser ilegal; obligado a limpiar el albergue, ayudar en la cocina y hasta faenar en viñedos bajo el sol con la promesa de cobrar su parte que nunca llegó... En el que fuera su seminario seis años nunca preguntaron si estaba vivo o muerto. Lamentablemente, siguió su vida asqueado de la Iglesia, situación en la que permanece y muy dolorosísima para mí cuando me llama o viene a verme.
Por circunstancias que no entiendo muy bien; mejor dicho, por pura providencia del Señor, me ha tocado acompañar silenciosamente a varios seminaristas y a otros que lo fueron y lo dejaron, o tuvieron que dejarlo y me pidieron ayuda. Seminaristas de mi diócesis y de otras diócesis de España, así como algún novicio de alguna otra congregación. He visto y oído ya casi de todo -¡y me lo creo!- causándome esos testimonios mucha vergüenza en el corazón de mi ministerio por la incoherencia en no pocos casos entre lo que predicamos y lo que hacemos, muy concretamente en el trato hacia los migrantes. Muchachos muy jóvenes que como Abraham salieron de su tierra dejando a sus familias y vinieron solos, pero muy ilusionados y llenos de esperanza creyendo que encontrarían aquí una vida mejor y la concreción de la vocación de su alma, y en su lugar se han encontrado zancadillas, obstáculos, rechazos y marginaciones, y a los que se les ha negado hasta el pan y la sal en su día a día... Los he visto llorar hundidos, desconsolados y llenos de ira y rabia al sentirse traicionados, pronunciando los nombres de sus verdugos con merecidos adjetivos, y cuyos rostros y palabras les han quedado grabados a fuego en su cerebro y retina. No es nada fácil "curar" esto, porque hay "hermanos" que no sé cómo se atreven a decir misa cada domingo, ni de qué le hablarán a la gente, o cómo pueden dormir tranquilos, pero qué, sin la menor duda, tienen un billete preferente para el infierno.
Tampoco quiero para nada generalizar, pues bien sé que la Iglesia es una familia muy amplia que está en muchos frentes y, muy particularmente, en la ayuda a los migrantes, pero hay demasiados casos desgarradores: ¡demasiados! Creo que se entiende bien lo que quiero decir y denunciar, y es que clama al cielo todo tipo de abuso o discriminación hacia los migrantes en cualquier ámbito, pero cuando por fas o por nefas esto se da en el seno de la propia Iglesia es terriblemente lacerante... Me ha tocado acoger en mi propia casa "de urgencia" a chavales que vinieron a España engañados por un cura; sí, ¡engañados!, chantajeados, usados y manipulados en su ingenuidad, sobreviviendo luego como buena -o malamente- pudieron, y para los que la Iglesia no ha sido madre, sino madrastra. Aunque usando el refranero castellano, estoy seguro que "el que la hace, la paga". Es cuestión de tiempo y de esperar. En Asturias decimos: ¡A todo gochu -en Cantabria dicen chon- le llega su San Martín!...
''Al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto'' (Ex 22, 21).
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