En Viveiro están en plena celebración del “Resurrection Fest”. El “Resu” le llaman. Asisten miles de personas de las más variadas procedencias geográficas corrientes del rock, hard, heavy y metal. Se definen a sí mismos como “satánicos”.
Allí se van a representar durante el fin de semana, en una capilla que parece una estación del tren de la bruja, cuarenta bodas, en las que las parejas se combinan entre sí de todas las formas posibles en las que a la gente le gusta hacerlo hoy. Ni son bodas ni son nada. En realidad, son parodias de las que se celebran por el rito católico. Han tenido mil quinientas solicitudes.
A esa simulación la denominan «resumonio». El ministro del rito hace todo tipo de aspavientos para mostrarse como ciudadano del infierno. Alguien debería decirle a ese plagiario de cura que como acabe cayendo en manos del diablo, el de verdad, a base de tanto invocarlo, va a quedar bien enterado de lo que es tenerlo de huésped.
Da igual que se advierta, que se repita y que se insista, porque nadie hace caso: cuidado con realizar ese tipo de juegos, pues muchas de las personas que se prestan a ello terminan en la consulta del exorcista. Decía Nicolás Gómez Dávila que «el máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto».
El ”Resu” de este año se inauguró con la actuación de Alice Cooper. Tiene 76 años y ha sido uno de los pioneros del rock gótico. Dado su aspecto, cuando se pinta el contorno de cada uno sus ojos para actuar, mejor es que no haya de verse uno en el trance de tener que montar a solas con él en un ascensor. Resulta, sin embargo, que es creyente: «Sé, como cristiano, que Jesús es mi Salvador».
Se siente muy orgulloso de que su padre hubiera sido misionero entre los apaches y su abuelo entre los sioux. Lee diariamente la Biblia y va los domingos a la iglesia. «Soy cristiano», confiesa. De siempre. «Desde niño he sido creyente. Es una de esas cosas que no puedes explicar, pero no me convencerán de lo contrario». Lo que sucede, reconoce abiertamente, es que le gusta montar ese tipo de espectáculos y, como le va bien con un público que se siente atraído por su estilo, es a lo que se dedica.
Es también como para que dé que pensar lo que ha sucedido en el festival de Eurovisión de este año. Dos cantantes ucranianas, Alyona Alyona y Jerry Heil, han concursado con una canción dedicada a la Virgen María y a santa Teresa de Calcuta. Se titula “Teresa & Maria”. La letra dice algo así: «La Madre Teresa y la Virgen María están con nosotros. Descalzas, caminan por el suelo».
Quedaron las terceras. Cosa rara, porque, tratándose de una canción de temática católica, lo normal es que hubiera ido a parar a uno de los últimos puestos, los de la cola, por detrás de España, que ya es decir. Yo creo que, en aquel zuriburri y con tanto montaje audiovisual, el jurado no entendió bien la letra, porque otra explicación no cabe. A no ser que haya más catolicismo en ese mundo festivalero de lo que se cree.
Otro caso significativo es el del croata Baby Lasagna, que quedó el segundo en Eurovisión con la canción “Rim Tim Tagi Dim”. El argumento versa sobre el tránsito de la sociedad rural a la urbana. Actuó moviéndose agitadamente sobre un escenario en el que había fumarolas y efectos luminosos y sonoros impactantes, y unos acompañantes que vestían extrañamente, con la cara amortajada, y otros que se revolvían y emitían rugidos. Las mangas de la casaca del cantante estaban hechas con una malla de arandelas, como las de un somier, a la altura del brazo, y eran aparatosamente abullonadas a la del antebrazo. En fin, muy en consonancia con el estilo de la edición de 2024.
Sin embargo, este joven, de nombre artístico Baby Lasagna, al que impusieron el de Marko en el bautismo, Marko Purisic, y que luce unos aros enormes en los lóbulos de las orejas, asiste, como buen católico, a Misa, lee diariamente la Biblia, quiere ser santo, admira a san Pablo y al Padre Pío, se dirige espiritualmente con un sacerdote, llora viendo la serie The Chosen y destina una buena parte de su dinero a obras de caridad.
Pertenece a una familia de práctica religiosa y fue educado en la fe católica, pero, al igual que otros jóvenes, se apartó, en una etapa de su vida, de la Iglesia, llegando a manifestarse incluso como anticristiano. Volvió a la fe cuando, tras una fuerte crisis interior y la conversación con un sacerdote, tuvo, en el momento más duro, oscuro y punzante de su desorientación existencial, una íntima experiencia de que Dios le decía sin palabras, haciéndoselo sentir muy adentro: «Tú eres mío».
Y, desde ese mismo instante, a Baby-Marko le cambió la vida, porque a una declaración así sólo cabe corresponder con esta otra: «Sí, tuyo. Y tú, mío». Y todo, entonces, se hace inconmensurablemente grande, nuevo, hermoso, infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario