por el Rvdo. D. Jorge Glez. Guadalix
En el pueblo de Rafaela nunca pasaba nada. Lo más novedoso algún veraneante despistado entre semana, una ocurrencia del señor alcalde, el sermón del párroco la semana pasada que duró algún minuto más de lo habitual en el pueblo y la María que anda pintando la casa. Todo igual. Las mujeres a la compra, algún hombre en el bar, los chiquillos en el colegio y un coche de una empresa qué vendrá a arreglar algo.
Pero hay días en que todo se junta. Raros momentos en que, como dice Rafaela, parece que se juntan la mudanza, la matanza y el parto de Micaelita. Aquel lunes fue uno de esos días.
Comenzó con un gran trasiego de máquinas hacia la mitad de la calle principal. Un camión había producido un socavón de los gordos y rotura de la tubería principal del agua, con la consecuencia lógica de la población completamente desabastecida y sin poder calcular por cuanto tiempo.
La Alfonsa se puso de parto justo en ese momento. El cuarto de sus hijos y con dificultades. Así que corriendo a la capital con el marido y los tres pequeñajos a cargo de la abuela: diabética, medio ciega y bien servida de artrosis. Así son las cosas. Para mayor complicación acababan de avisar que al señor Serafín le había dado algo y que no salía de esa. Sí. Días en que todo se complica.
En esos casos lo primero que se organizan son los corrillos en la calle de gente que quiere saber, que presume de saber o que imagina que sabe. Corrillos en cualquier caso ociosos, maledicientes y muy poco útiles. Pero al menos está la mañana entretenida.
Hay corrillo a la puerta del consultorio, especializado en Serafín: pues el médico ha salido hace rato con la enfermera para su casa, y cómo os habéis enterado, y quién avisó, y si se le van a llevar a algún sitio. Esencialmente femenino el que comenta el parto de la Alfonsa criticando que vaya a tener el cuarto estando delicada y escasos de cuartos, y encima los chiquillos con la abuela según está. Interesante la colección de jubilados que vigilan el arreglo de la tubería y la calle mientras señalan lo mal que se hace, lo poco que va a durar la reparación y qué lástima de tirar el dinero así.
La Juana se extrañó de no ver a Rafaela en ninguno de ellos, más teniendo en cuenta de que es prima de Serafín. Hasta llamo por teléfono por sí no se habían enterado, pero no se lo cogían. Mira que me extraña que no esté por aquí con la mañanita que llevamos.
Decidieron acercarse a su casa. La puerta abierta. En el cuartito de estar, los tres chicos de la Alfonsa y su abuela daban cuenta de un buen plato de patatas guisadas con carne. En el patio, dos hombres sacaban agua del pozo con un cubo y una cuerda. Justo en ese momento apareció en la puerta el párroco: Rafaela, por asegurarme, ¿Serafín esta en su casa o con alguna hija? En su casa. Pues voy para allá y le doy los sacramentos.
Juana y Elisa no sabían qué decir. Nos extrañaba no verte… Pues sí, pero con el jaleo que tenemos hoy le dije a este (señalando a su marido): según está la madre de la Alfonsa, o preparo algo o se quedan sin comer. Y claro, en cuanto supe lo de Serafín llamé al cura, que no se nos vaya el pobre sin los sacramentos. Y lo del agua qué tal, ¿se arregla? Perdonadme, voy a ver sí los hago por lo menos unos huevos fritos.
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