Por Jose Alberto Barrera Marchessi
(es un abogado de profesión, DEA en Ciencias Políticas y padre de familia
dedicado en exclusiva como laico liberado a la evangelización como Coordinador
Nacional de los Cursos Alpha en España. Ha colaborado con Radio Maria creando y
dirigiendo “Hay Mucha Gente Buena”, y “Curso ven”. Desde su conversión a los 17
años peregrinando a Javier, ha formado parte de Congregaciones Marianas, la
parroquia Santa Maria de Caná y la Renovación Carismática. Como experto práctico
en Nueva Evangelización y Ecumenismo interviene con asiduidad en foros,
conferencias y eventos eclesiales nacionales e internacionales. Es capaz de
hablar en cinco idiomas con Dios y nos ofrece sus reflexiones sobre una «Iglesia
provocativa».)
Mi
amigo y colega de columna Juan
Luis Rascón
me pisó el tema que quería tratar a la salida de misa del domingo. Aun así no me
resisto a dar un par de pinceladas.
Lo
primero es que efectivamente si no hay cristianos no hay
vocaciones…deberíamos centrarnos en la calidad de nuestras comunidades,
familias y cristianos de a pie si queremos ver los seminarios llenos de
sacerdotes.
La
típica apelación de día del seminario a que la gente examine su vocación
sólo tiene sentido en una comunidad de gente que se ha puesto en manos de Dios
entregando toda su existencia.
Al
fin y al cabo esto es lo que se ha hecho toda la vida en los Ejercicios
Espirituales, que son para discernir estado entre otras cosas, y es lo
más normal que tendría que pasar en la vida de toda persona joven en “edad de
merecer”.
Pero
el caso es que el otro día me supo a huera la homilía de turno hablando
de las vocaciones y de no tener miedo a la llamada de Dios,
etc,etc.
Lo he
visto suceder muchas veces; la gente pide la adhesión a la Iglesia antes que la
adhesión a Jesucristo, y sin querer se cae en un discurso que pide el
compromiso antes que enamorar.
Y eso
está hueco, porque la esencia del cristianismo, su radicalidad más íntima es que
Dios nos amó primero.
Sin
comunidades donde la gente experimente el amor de Dios, se enamore de
Jesucristo y se decida a dar la vida por Él no podemos esperar que haya
vocaciones.
Por
eso los curas no salen de la luna, ni de los cenobios, ni de los
itinerarios de fe más extravagantes.
Los
curas salen de las comunidades que los dan a luz, de las familias
cristianas, en definitiva de la Iglesia en su papel de
madre.
¿Parece
una obviedad, verdad?
Una
comunidad cristiana sana debe dar vocaciones….pero no porque una comunidad dé
vocaciones significa que sea sana…y si no que se lo digan a los Lefevbristas
que como poco pecan de separatistas o cismáticos.
Por
eso llegamos a la conclusión de que al final todo nos devuelve al problema de
la evangelización. Si no hay evangelización no hay Iglesia, pues ésta vive
para evangelizar.
¿Nos
extrañamos de que no haya sacerdotes? ¿No será más bien que falta la chispa
de la fe que lleva a salir fuera? ¿No nos faltará recuperar lo esencial en
la Iglesia?
Porque
la casa no se arregla por el tejado…y mal parche es el que muchos ponen cuando
van a buscar vocaciones en rebajas en vez de trabajar a 5,10 o 15 años
reavivando comunidades.
Ciertamente
qué fácil es opinar sobre todas estas cosas que para muchos son motivo de
preocupación pastoral y para algunos son el ser o no ser de la
supervivencia de su comunidad en un inminente futuro.
Pero
no seamos típicos, ni nos llenemos de tópicos….lo primero es lo
primero.
Tengo
unos amigos que no podían engendrar y durante años estuvieron pidiendo a Dios
por un hijo.
Hasta
que llegó la beatificación de madre Teresa y ella me contó que por
primera vez en años, ella no pidió para sí, pidió para otros. Milagro de Dios
fue que justo en ese momento quedaron embarazados, y ahora son los padres de dos
niños que vinieron uno detrás de otro.
Moraleja,
para tener fecundidad vocacional, primero pensar en los que necesitan de
Jesucristo y eso se llama evangelizar… lo demás vendrá por
añadidura.
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