Por el Rvdo. Sr. D. Juan García Inza ,Sacerdote diocesano de Cartgena
En estas semanas primaverales la actividad de las Parroquias está muy polarizada
en la celebración de la primeras Comuniones. Es una de las actividades que más
tiempo y personas absorben a lo largo del curso y, fuera de una celebraciones
litúrgicas dignas y vistosas, no terminan de cuajar en frutos sostenibles, como
se dice en argot social. Un tanto por ciento muy elevado de niños que, con todo
entusiasmo recibe el Cuerpo de Cristo, desaparecen del escenario parroquial
hasta Dios sabe cuando. Evidentemente la culpa no es de ellos. Los padres tienen
mucho que ver con este abandono prematuro de la práctica de la fe. Hasta el día
de la celebración los padres dócilmente siguen las indicaciones del sacerdote.
Al terminar lo abandonan como cosa usada. Es la cultura del usar y tirar.
Seguirán pendientes del fotógrafo para que no falte la foto de estudio, pero
Jesucristo, que es el protagonista, pasa desapercibido. Sin duda hay muy
honrosas excepciones. Todo depende de la formación y el nivel de fe de cada
uno.
Traigo aquí una carta que un día escribió una catequista, y
que refleja muy bien los que acabo de decir.
CARTA DE UNA CATEQUISTA
Hace muchos años
que soy catequista de Primera Comunión. Considero que ello es una gracia de
Dios. En primer lugar, porque recibe una más de lo que pueda dar. Los niños te
devuelven el cariño aumentado. Además, te hacen plantearte, mejor dicho
replantearte, tu propia fe a través de sus preguntas, pues el niño "no se
corta", como se dice ahora, a la hora de presentarte sus dudas, y más de una vez
te pone en algún apurillo al exponerlas de improviso, con relación a algún tema
complicado de la vida humana y cristiana; en estos casos, lo peor que se puede
hacer es decirles algo para salir del paso, ya que ellos lo captan e
inmediatamente pierden la confianza en el catequista. No creo que haya que tener
miedo a reconocer ante ellos lo que forma parte del misterio. Por ejemplo, si te
preguntan cómo Jesús puede estar presente en la Sagrada Forma, pregunta por otra
parte lógica y muy probable, sería absurdo y ridículo recurrir a extrañas
transformaciones químicas, o de la materia, en lugar de decirles llanamente, que
los cristianos lo creemos y lo aceptamos con gozo, porque nos fiamos de Jesús,
que nos lo ha dejado dicho muy claramente en los Evangelios, a través de los
testigos presenciales.
Pero el tema que quiero abordar aquí es algo que me preocupa,
"que me sucede" cada año al acercarse el mes de Mayo, de las Primeras
Comuniones. Todos sabemos que, dado el índice de práctica religiosa,
desgraciadamente, para muchos niños se trata de la primera y última Comunión (sí
Dios no lo remedia, por medio de una buena abuelica, tía, u otro familiar). No
sé si existen estadísticas, pero me temo que sería muy triste conocer el
porcentaje de niños que ya el Domingo siguiente al de su Primera Comunión, no
van a Misa, sencillamente porque sus padres tampoco van, y no los llevan,
y
a esas edades no suelen salir solos a la calle. Los mismos
niños te lo dicen espontáneamente, "mi papá se queda en casa" y hay que tener en
cuenta que el niño tiene al papá y a la mamá como modelos casi exclusivos de
referencia, a quienes imitar en lo bueno y en lo menos bueno. Yo siempre planteo
este tema en la reunión con los padres, me gustó cuando en una ocasión un padre
me dijo: "Mira yo tengo mis dudas de fe, mis dificultades con la Iglesia, pero
como quiero ser honesto, y sobre todo por respeto a mi niño, me comprometo a que
mi hijo vaya cada Domingo a Misa, porque comprendo que si no, no tendría sentido
que pidiese la Comunión para él". Hace pocos días hablando con un amigo que
tiene un hijo en edad de comulgar, me decía: "yo a Misa no voy, pero cuando
tengo un problema le rezo a mi Jesús del Gran Poder" (modo de expresar la
religiosidad bastante común en muchos españoles). Al hablarle yo del valor
comunitario de la Eucaristía como reunión celebrativa de los hermanos que
profesamos la misma fe, me reconoció que, en el fondo, era una cuestión de
dejadez y pereza, más que de problemas muy importantes en su relación personal
con la fe católica.
Quiero terminar con
una llamada a la colaboración de quienes leéis estas líneas. Seguramente, casi
todos tenemos algún niño cercano (familiar o conocido) que está en estas
circunstancias. Pienso que sin necesidad de actitudes impositivas, sino con
suavidad y comprensión, podríamos hacer reflexionar a los padres sobre este
importante tema. Sería una sencilla y hermosa contribución a la evangelización
de la sociedad. Porque lo que tengo claro es que los niños quieren a Jesús, han
comulgado por vez primera con toda la ilusión y saben que Jesús es su Amigo. Por
ello, es muy triste que esa relación de amistad tan importante para sus vidas,
se vaya enfriando y, acaso, acabe por perderse, por la falta de responsabilidad
de sus mayores.
Y yo pregunto: ¿Alguna
vez esto tendrá solución? Sinceramente no lo se. Llevo ya muchos años en esta
brega y volvemos siempre a los mismo. Pero no hay que perder la esperanza y la
alegría, el Señor, a pesar de todo, sigue viniendo al corazón de unos inocentes
niños, y eso es positivo.
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