Olor a oveja. Eso es lo que el Papa Francisco
quiere para sus sacerdotes. Y estoy totalmente de acuerdo con él. Los curas nos
hemos hecho curas para trabajar, por Cristo, por la Iglesia, por la
evangelización. Y no para estar mirándonos el ombligo, con introspecciones
narcisistas, o para andar buscando en los trapos viejos o en los últimos
destellos de la tecnología algo con que llenar la vida. Somos obreros de la viña
del Señor y lo que se le pide a un obrero es que trabaje. Después ya se
encargará el amo de la viña de pagarle el salario, que como dice el himno: "a
jornal de gloria no hay trabajo grande".
Estamos para trabajar y eso significa no sólo
atender a los que vienen a misa sino también salir en busca de la oveja perdida,
lo cual es tanto más urgente cuantas menos ovejas quedan en el redil y más andan
perdidas por los montes, siendo devoradas por los lobos. Hace falta recuperar el
ímpetu innovador, misionero, que sacudió al clero católico en los años del
inmediato posconcilio. Aquel entusiasmo se tradujo en muchas cosas equivocadas,
en graves errores, pero también en muchísimas cosas buenas. Los curas entonces
tenían ganas de hacer algo, de cambiar algo; muchos se equivocaron y otros no,
pero al menos tenían entusiasmo. Ahora hay más pasividad, una especie de sopor
resignado que lleva a la mayoría a considerar que ya no hay nada que hacer y que
sólo cabe esperar a que el último cierre la puerta y eche la llave. Juan Pablo
II y Benedicto XVI han preparado el camino, centrando al clero y haciéndonos
recordar que tenemos que ser más espirituales, más respetuosos con la liturgia,
más enraizados en Cristo. Ahora Francisco quiere que todas esas reservas de fe
que hemos atesorado en estos años fructifiquen en un nuevo ímpetu evangelizador;
quiere que salgamos de nuevo a la calle, incluso aunque nos equivoquemos.
Porque, en realidad, el peor de los males no es hacer algo mal, sino no hacer
nada.
Yo no quiero oler a Chanel nº5, ni a perfume
exquisito, sino a colonia barata. Quiero pasar mi vida trabajando por Cristo y,
por amor a Él, por ayudar a los hombres a encontrar al Señor, en el cual está el
camino, la verdad y la vida. Tengo la enorme suerte de que ese pueblo con el que
vivo y quiero vivir, me da esas muestras de cariño de que hablaba el Papa. Me
siento feliz de oler a oveja.
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