Hubo un tiempo en el que se consideraba que un estudioso de la Biblia, serio y riguroso, debería dedicarse al Antiguo Testamento y, sobre todo, a los niveles primitivos y arcaicos de éste. Y mejor que al hebreo, tendría que frecuentar preferentemente otras lenguas del Oriente: sumerio, acádico, ugarítico, por señalar sólo las más representativas.
¿Y el Nuevo Testamento? Al estudio de éste habrían de dedicarse quienes se sintiesen llamados a ejercer el ministerio de las pláticas espirituales dirigidas a sacerdotes, religiosos y cristianos de a pie. En fin, cosas de franciscanos, pensaban los jesuitas del Pontificio Instituto Bíblico de Roma y los dominicos de la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén, en cuyos programas de estudios, amén de en sus imponentes bibliotecas, ocupaban, y ocupan, un lugar preponderante las ciencias auxiliares de la Biblia: arqueología, epigrafía, numismática, paleografía, papirología y el orientalismo antiguo en general.
Ese juicio sobre los franciscanos se debía a que, en Tierra Santa, éstos son administradores, desde hace siglos, de la mayoría de los santuarios cristianos y a que, para el culto y la atención a los peregrinos, su trabajo haya consistido principalmente en la construcción y en la conservación de iglesias, capillas y hospederías, con el fin de que los fieles pudieran alojarse en albergues económicos, oír misa, rezar y meditar sobre los misterios de la vida de Cristo en los lugares en los que ha pervivido la memoria del paso del Redentor por este mundo. Los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa tienen conventos también en Jordania, Líbano, Siria, Egipto, Chipre y Grecia.
No se debe olvidar que, en ese servicio a la cristiandad, ha habido frailes que, por su deseo de permanecer en aquella tierra para salvaguardar los Santos Lugares y la posibilidad de que los peregrinos pudieran visitarlos, padecieron el martirio, como puede leerse en el “Martirologio di Terra Santa”, de Cristoforo Alvi, en el que se recogen sus nombres y el día de su conmemoración litúrgica.
Sin embargo, en 1923, los franciscanos crearon un centro de estudios que, durante los cien últimos años, fue adquiriendo importancia en los círculos de estudio de la Biblia gracias a los trabajos arqueológicos que los Hermanos menores emprendieron en los santuarios cristianos y en otros sitios de importancia para el conocimiento de la historia evangélica y bíblica: Santo Sepulcro, Monte Sion, Nazaret, Belén, Cafarnaúm, Dominus Flevit, Emaús-Qubeibeh, Betania, Tabgha, Herodion, Maqueronte, Monte Nebo o Mádaba.
Los nombres de quienes condujeron esas campañas arqueológicas y nos las mostraron a los que entonces nos iniciábamos en los estudios de Sagrada Escritura permanecerán siempre en nuestro recuerdo: Bellarmino Bagatti (1905-1990), Virgilio Corbo (1918-1991), Michele Piccirillo (1944-2008) o Stanislao Loffreda (1932-). Y los profesores de hebreo, griego, geografía, historia y judaísmo: Virginio Ravanelli (1927-2014), Lino Cignelli (1931-2010) o Frédéric Manns (1942-2021).
Este centro centenario, acerca del que estoy escribiendo, se llama “Studium Biblicum Franciscanum” y concede los grados de licenciatura y doctorado en Ciencias bíblicas y Arqueología. Tiene su sede en el convento anejo al santuario de la “Flagelación” y contiguo al antiguo Litóstrotos de Jerusalén, sobre cuyas losas Jesús fue golpeado, escupido, insultado, vestido de purpura y coronado de espinas. Los peregrinos lo conocen bien porque en la “Flagelación” se cogen las cruces que han de portar por la Vía Dolorosa que recorrerán, haciendo el Vía Crucis, hasta llegar a la roca del Calvario.
El Papa recibió, hace unos días, a los franciscanos de la comunidad académica del “Studium Biblicum Franciscanum”, para agradecerles el servicio que realizan en los Santos Lugares al servicio de la fe, de la ciencia y de las comunidades cristianas que hay allí y que son hijas de la primitiva Iglesia de Jerusalén.
Fue en esa audiencia cuando el Papa confesó que hablaba todos los días por teléfono con la parroquia de Gaza. Y es que, en aquel escenario de guerra, han permanecido, para estar en todo momento con sus feligreses, además de los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y de los miembros de otras congregaciones religiosas, también los sacerdotes del Patriarcado latino de Jerusalén, los de los ritos orientales católicos y los de las diversas confesiones cristianas que tienen, en Gaza, iglesias, escuelas y dispensarios médicos, y que tratan de vivir según aquel alto ideal de caridad por el que se distinguió a ojos de todo el mundo, según los Hechos de los Apóstoles, la primera comunidad cristiana de Jerusalén.
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