En esta III semana del Tiempo Ordinario celebramos con toda la Iglesia "el Domingo de la Palabra de Dios", instituida esta jornada por el Papa Francisco para que dediquemos un día al año de forma especial a la reflexión, divulgación y celebración de la Sagrada Escritura. Somos llamados a hacer nuestra esta Verdad y mantenernos en ella como nos recuerda el lema de este año: «Permaneced en mi Palabra» (cf. Jn 8,31). Y digo lo de ''somos llamados'', pues como habéis podido comprobar los evangelios de estas primeras semanas del Tiempo Ordinario nos están presentando los primeros pasos del anuncio del Reino de Dios con la particular vocación de los que serán sus apóstoles. En el evangelio de hoy hemos escuchado la llamada a Pedro, Andrés, Santiago y Juan; en la primera lectura hemos visto la vocación de Jonás, pero ahora la pregunta es cómo está mi vocación; la primera llamada de Jesús es el bautismo y, seguidamente, la del estado de vida que Él pensó desde toda la eternidad para nosotros.
No hay llamadas de más categoría o de menos, todas deben de implicar un cambio radical con una única diferencia, a las religiosas y sacerdotes se nos pide dejar nuestro pueblo y nuestra familia, mientras que a los laicos -a no ser que tengan vocación misionera- se les pide ser testigos en sus lugares y entre los suyos, viviendo una vida nueva aunque sea en el mismo sitio. Encontrarse a Jesucristo, descubrirle, dejarle entrar en nuestra vida al responder a su ''Sígueme'', implica que ya no podemos vivir como si nada hubiera ocurrido, sino que se nos reclama a andar en una vida nueva. A las religiosas y los sacerdotes nos ayuda esta bendita locura de ir no donde queremos, sino donde nos mandan, y asumir un nuevo pueblo, una nueva familia y hasta un nuevo paisaje dejando atrás a nuestros padres y esas redes que teníamos entre manos cuando Jesús pronunció nuestro nombre. Pero los que viven toda su vida en el mismo lugar deben experimentar esto de una forma interior, siendo nuevos de corazón, de forma que se visibilice en sus obras y palabras que el Reino de Dios ya late en sus corazones y ha comenzado en sus vidas.
A veces puede parecernos que estar en el mismo sitio y con la misma gente es estar como estancado en un pozo de salmones, siempre es la misma agua y los mismos peces. Pero todos podemos descubrir que ese ''Venid conmigo'' que Jesús nos dice a cada uno en particular no implica hacer maletas y mudanza, pues un corazón que no está realmente tocado por la gracia por muchos cambios que haga de paisaje y paisanaje nunca encontrará su lugar, mientras que si nos dejamos transformar por esta llamada que nos interpela todos los días de nuestra vida, implicará para nosotros ver todo desde otro prisma, mirar con otra mirada y diferente perspectiva. Esta pasada semana ha fallecido un sacerdote que estuvo aquí en Lugones de coadjutor a finales de los años cincuenta, y en Viella a principios de los sesenta, y que llevaba en su actual destino 57 años. A pesar de su edad, de su salud y del paso del tiempo se esforzaba en publicar su hoja parroquial y en sacar adelante la vida pastoral. Uno podría decir: es un error dejar a un sacerdote tanto tiempo en un lugar; pues no, la cuestión es que a pesar de llevar casi sesenta años en un mismo sitio saber ver cada día tu entorno como algo nuevo, como una nueva oportunidad de Dios para recomenzar y responder al imperativo: ''convertíos y creed en el evangelio''.
La llamada implica un cambio por completo, así Simón pasa a llamarse Pedro. También las Hermanas del Santo Ángel antiguamente se cambiaban el nombre al hacer su profesión religiosa, que era lo mismo que hizo Jesús con "Cefas": una invitación a empezar de cero. No caigamos en la trampa del mundo pensando sólo en arreglar, mejorar o atesorar lo terrenal, cuando lo que debemos preparar, mejorar y atesorar son tesoros para el cielo: ir preparando siempre nuestra alma para el cielo. El Señor llamó, el Señor sigue llamando: dejémoslo todo y marchemos con él...
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