Celebramos la Epifanía del Señor que familiarmente denominamos el día o la fiesta de los Reyes Magos; es un liturgia hermosa en la que contemplamos la manifestación del Hijo de Dios a los pueblos paganos por medio de una estrella, como así nos recuerda la oración "colecta" de la misa de hoy. Y esta manifestación que es lo que significa la palabra "epifanía"; no se limita en la vida de Jesús tan sólo a esta escena de la Adoración de los Magos, sino que se completa con otros dos hechos muy destacados como son el bautismo en el Jordán -que celebraremos mañana- y su primer milagro como "presentación en sociedad" en las bodas de Caná, cuando a los ojos de todos los presentes convirtió el agua en vino.
Jesús se nos desvela, manifiesta y revela no como un niño pobre cualquiera que nace en un establo, sino que con la llegada de los Magos a adorarlo se manifiesta el primer gesto con el que Dios se da a conocer, se descubre y se hace visible en un fragilidad de recién nacido, humilde y pobre. Si algo merece ser considerado e interiorizado en este día por encima de regalos, comidas y fiestas familiares, es de forma especialísima en la que Dios nos ha sido revelado, y cómo ha querido venir a nosotros posibilitándonos entablar conversación con Él de corazón a corazón... Y no vino para un grupo selecto; al contrario, vino para todos, aunque al final sólo fueron algunos los que como los magos le reconocieron y se postraron ante Él.
Los mismos rasgos, razas y cultura de cada uno de los tres magos es una ejemplificación de cómo desde todas las latitudes y pueblos y color de piel, el ser humano está sediento de Dios y lo busca -aún sin saberlo muchas veces- desde las profundidades de su ser y tuétanos; busca respuestas para las racionales preguntas que la ciencia no responde, y se abre de un modo u otro al misterio de la trascendencia en la que hasta el más frío se topa de bruces en las duras realidades de su vida y momentos dolorosos. He aquí que la Epifanía es la manifestación de Dios a todos los hombres; su salvación mostrada no sólo a los que vivieron aquellos acontecimientos de Belén, sino que por pura gracia suya no ha dejado de revelarse a los hombres y mujeres de todos los tiempos y condiciones.
El día de Navidad veíamos a aquel niño adorado por unos pobres pastores del entorno, hoy en cambio ya le vemos adorado por estos sabios venidos de lejanas tierras, poniéndose de relieve así la universalidad de nuestra fe. Quizá dos interrogantes para nuestra vida de fe hoy serían estas: ¿Qué le puedo regalar al Señor en este año?: convirtiéndome más a Él, viviendo los sacramentos con mayor piedad, cuidando mi caridad para con todos... Y ¿qué estrella es la que guía mi vida y hacia donde me conduce?: no vayamos por la vida sin objetivo ni meta, ni movidos en masa al socaire de las modas... Ojalá que nuestra estrella sea Cristo mismo, de modo que cuando sepamos que realmente estamos siguiendo su estrella, también como los Magos nosotros nos llenemos de ''inmensa alegría''...
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