Celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor: "el Corpus", que antiguamente tenía su día propio en un "jueves que brillaba más que el Sol" y que ahora por comodidad pastoral imperada se celebra en el domingo siguiente. Es una jornada muy especial para los católicos, pues celebramos los más grande que tenemos: a Jesucristo presente de forma sacramental entre nosotros. Otros años hemos contado cómo se empezó a celebrar esta fiesta en Europa, pero esta vez nos vamos a detener solamente en un breve dato que nos haga pensar a la vez que hacemos memoria. Hay dos momentos destacados en la historia del Corpus: su nacimiento en la edad media y siglos después su extensión por occidente en tiempos de la contrarreforma. Si nos fijamos en estos dos momentos de nuestro pasado vemos en ellos la gran dificultad en la vida de la Iglesia, y ahí, entre la miseria de tiempos oscuros, brilló la luz de Cristo-eucaristía. Siglos después, cuando se extiende el pensamiento Protestante, vuelve a resurgir con fuerza esta fiesta del Corpus en cada rincón de la vieja Europa como una manifestación valiente que sale a las calles. Ahora necesitamos fomentar de nuevo esta fiesta para gritar otra vez al mundo que nosotros no cedemos a las corrientes de pensamiento ni a presiones ideológicas quieren enviar de nuevo a las catacumbas nuestra fe. Nosotros no somos ni protestantes, gnósticos, relativistas o laicistas; no: somos cristianos católicos, y ni somos tan pocos ni tan insignificantes para el mundo como algunos -que sí que son minoría respecto a nosotros- pretenden hacer creer. Complejos ya los justos... Nuestra religión es la del amor de Dios, cuyo corazón late en el Sagrario, nos bendice desde la custodia y nos impele al valiente testimonio.
Pan y vino
La primera lectura de este día tomada del Libro del Génesis es muy breve, tan sólo tres versículos, pero que viene muy bien para la celebración que nos ocupa. Este texto se escribió casi 1500 años antes de nacer Jesucristo, recogiendo tradiciones orales antiquísimas, y en ella observamos ya cuáles eran los frutos de la tierra que presentaban como ofrenda: el pan y el vino. Este texto quiere ser para nosotros hoy como una prefiguración del misterio eucarístico que Jesucristo nos legará en el Jueves Santo. La figura de Melquisedec, sacerdote que nadie sabía ni su nacimiento ni su muerte -por eso le consideraban eterno- es referencia anticipada Jesús. Para nosotros Jesucristo es el sacerdote eterno que actualiza la vieja ofrenda, pues Él realiza la ofrenda de su cuerpo y sangre en la cruz. Muchas veces incido en que no podemos separar el Jueves Santo del Viernes Santo; la última cena del monte calvario, y es que la eucaristía no se limita sólo a volver al cenáculo, sino que sobre el ara del altar Cristo vuelve a morir por todos nosotros. Él ya tenía la intención de darse cuando partió el pan y pasó la copa a los discípulos en la cena pascual; ya se estaba ofreciendo y dando, pero ese darse no se completa hasta su muerte en la cruz. La eucaristía es un misterio que nos sobrepasa, más no dejemos de acercarnos a ella con reverencia y reconocimiento, conscientes de que Cristo se queda por su medio con nosotros; su divinidad permanece oculta en el Sagrario, y que nuestra humanidad anhela buscándolo en tantos lugares donde no está, a la vez que olvidamos que una luz roja permanente nos indica dónde hemos de fijar nuestra mirada cuando venimos a orar al templo... Una vez una señora entraba todos los días en una iglesia para acariciar una imagen de la Virgen, y el sacerdote le dijo: ''está muy bien, pero a Ella le gustará más que le dediques un rato a su Hijo''... Esto es lo que más le gusta a la Santina, que no sólo la visitemos y veneremos a Ella, sino que recemos cinco minutos a Jesús sacramentado, oculto en el sagrario.
Hemos recibido una tradición
Así lo recuerda San Pablo a los cristianos de Corinto, que ésto que hacemos no ha salido de ninguna chistera, sino que celebrar la eucaristía es sencillamente ser fieles a lo que el Señor nos mandó para perpetuar en el tiempo de su estancia entre nosotros. Nunca se ha despreciado tanto la Eucaristía como hoy: profanado, maltratado, ofendiendo... y esto nos exige a nosotros ser más fieles al tesoro que tenemos. No podemos dejarnos contaminar por el espíritu mundano; hemos de ser cuidadosos y diligentes a la hora de transmitir a futuras generaciones que estamos ante una cadena de siglos de cuya continuidad dependerá en parte de cómo nosotros lo hagamos. En cierto modo es normal en nuestro tiempo que no tenga éxito la misa, pues es una de las cosas que con todas sus fuerzas más odia el demonio. Por ello nos pone mil trampas y señuelos para que ocupemos nuestras agendas con mil cosas para que no quede ni un hueco para participar de la Santa Misa. E incluso a los que venimos a misa nos intenta desconcentrar, nos susurra y distrae, nos anima a charlar, a sentir aburrimiento, a desconcentrar al que está rezando y necesita silencio... Cabe recordar que la misa no es cosa del cura: es del Señor de quién procede. Así de rotundo ha sido el Apóstol al recordarnos que esto no es cosa de un fantasma que ya no está, sino de alguien que está presente y vivo bajo las especies del pan y del vino, y al que veremos de nuevo algún día como sus discípulos le vieron: ''Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva'.
Demos nuestros panes y peces
El evangelio de este día es conmovedor; vemos a Jesús que no es indiferente al sufrimiento de las personas, sino que se preocupa de los cansados y hambrientos. La Solemnidad del Corpus, es la jornada de la Caridad y del Amor Fraterno, y por ello el día propio de "Cáritas"; y es que no podemos separar la eucaristía de la caridad, pues ambas nos fueron entregadas juntas cuando Cristo en el cenáculo nos dio el mandato nuevo del amor. Aquí hay que dejar clara una cosa, y que no os engañen: ni lo social es de los "progres", ni el rezar es de los "carcas". Eso son cuentos muy pasados de moda. Todos los bautizados hemos de tomar conciencia de que sólo con una fe fuerte, alimentada en la eucaristía y apoyada en la oración ante el Santísimo podremos ir luego al pobre donde encontramos a Cristo. Pues los católicos no somos una ONG como nos insiste continuamente el Papa Francisco, ni nos dedicamos a hacer obra social porque queda bonito, sino que nosotros amamos al pobre porque en él somos capaces no sólo de ver a un hermano necesitado, sino a nuestro mismísimo Señor. Pero para poder dar algo tenemos que tener algo que dar; para regalar el amor de Dios debemos de tenerlo previamente en nuestro corazón. A veces nos puede pasar como a aquellos a los que Jesús ayudaba, que le veían como "un chollo solucionatodo" y ya querían hacerle rey: curaba enfermedades, daba de comer gratis... Igual nosotros nos conformamos con eso: ''a mí me va bien, amo a Dios, no me pego con el vecino, y los demás que se arreglen''... Nosotros como católicos no podemos hacer así, la fuerza de la eucaristía ha de lanzarnos a tratar de solventar las pobrezas -¡todas!- de nuestro alrededor. Y entre estas no está sólo el que pide a la puerta del supermercado -¡que también!-; hoy el mundo está lleno de pobrezas necesitadas de cura: espiritual, intelectual, moral... Y no podemos dejar que otros arreglen eso, pues Jesús nos impele esta mañana: ''dadles vosotros de comer''. Y seguramente ni tenemos una fortuna, ni tenemos muchas fuerzas, ni tenemos mucha idea de cómo ser útiles a los demás; quizá nos creemos pequeños y poca cosa como aquel muchacho que tan sólo tenía cinco panes y dos peces, y ya véis cuántos quedaron saciados... Pongamos, pues, nuestra pobreza al servicio de los pobres, sin ideologías ni adoctrinamientos, sólo desde un corazón ardiente de caridad que nos da Jesucristo: "el amor de los amores"...
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