Está en el punto más bajo de la superficie de la tierra. El nivel del mar se halla a unos 400 metros por encima. Es, en realidad, un enorme lago, en el que no hay vida alguna. Al menos no como nosotros la entendemos.
Los bañistas gozan allí de la insólita experiencia de flotar sin sumergirse y piden que se les haga una fotografía mientras, dejándose mecer por las leves ondulaciones del agua, con un periódico en las manos, hacen como que leen.
Me estoy refiriendo al mar Muerto, junto al cual vivió, hace siglos, una enigmática comunidad religiosa, a cuyos escribas se les atribuye la redacción de unos manuscritos que aparecieron, a finales de 1946 o principios de 1947, en las cuevas de los acantilados alineados al noroeste del mar Muerto.
Fue cosa de beduinos, a los que nadie logra igualar en lo de ser los mejores conocedores del desierto de Judá y los más hábiles descubridores de los tesoros que en él yacen escondidos.
En una cueva, a la que se acercaron para echarle un vistazo, según dicen, y comprobar si estaba allí el ganado que se les había extraviado, se encontraron con unas tinajas que contenían unos manuscritos.
Y ahí empezó una carrera desenfrenada de arqueólogos y beduinos para ver quién llegaba antes a nuevas cuevas en las que pudiera haber documentos antiguos. Entre unos y otros acabaron dando con ellas. Once en total. Y en su interior, más recipientes con rollos de pergamino y miles de fragmentos de textos diversos, bíblicos y extrabíblicos.
Todo eso está en el Museo de Israel, en el de Jordania y en colecciones particulares, como la Schoyen de Noruega. En Israel, la visita al Santuario del Libro, en el que se exhiben algunas muestras de lo que fue hallado en las cuevas y en las excavaciones de Khirbet Qumran, y a las ruinas de este sitio arqueológico, también a orillas del mar Muerto, constituyen uno de los principales atractivos turísticos y culturales del país.
Uno de los primeros rollos descubiertos fue el de Isaías. Tiene 7,34 metros y es del año 125 a.C. El más largo, sin embargo, es, con 8,14 metros, el del Templo, en el que se dan instrucciones para la construcción del santuario y para el culto. Es de finales del siglo I a.C. o de la primera mitad del siglo I d.C.
De finales del siglo I a.C. es la Regla de la Guerra, en la que se relata cómo será la lucha que se entable entre los Hijos de la luz y los Hijos de las tinieblas. Y de principios del siglo I a.C. es la Regla de la Comunidad, referencia escrita de primer orden para conocer el tipo de vida que llevaban los miembros del grupo religioso asentado en la ribera del mar Muerto y tal vez en otros lugares del país.
Los documentos están, en su mayor parte, en hebreo; algunos, en arameo; unos pocos, en griego. Y además de habernos proporcionado una información valiosísima acerca del judaísmo del período en el que nació el cristianismo, son el soporte más antiguo de que disponemos en la actualidad con los textos de la Biblia en lengua hebrea.
No está todo el Antiguo Testamento de la Iglesia católica, porque, en éste, junto a los libros de la Biblia en hebreo, figuran los de la tradición judía alejandrina, que están en griego.
Y si el lector del periódico desea, con motivo del septuagésimo quinto aniversario de tan importante descubrimiento, verlos y explorarlos en una edición de alta resolución, basta sólo con que escriba en Google “Proyecto Digital de los Manuscritos del Mar Muerto”, haga clic en la entrada que dice “Los manuscritos del Mar Muerto. Proyecto Digital” y accederá a los más importantes.
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