lunes, 23 de diciembre de 2024

Don César Franco, el obispo poeta de Piñuécar que se va de confesor con las Salesas. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Quizás otro titular más llamativo para este escrito hubiera sido ''los obispos también lloran'', y es que si algo ha caracterizado a Don César siempre es su naturalidad, hasta el punto de no importarle llorar, emocionarse o pedir disculpas en público. El pasado 3 de diciembre de 2024 le era aceptada su renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Segovia, de conformidad con el Canon 401 § 1 del CIC. Desde entonces ejerce de Administrador Apostólico en sede vacante. 

Me pareció bellísima la entrevista publicada en la COPE que le hizo Ramón Morales; el entrevistador fue poco protocolario en mi opinión, empezando el coloquio tuteándole, pero quizá tuvo aún más valor la poca importancia que le dio Don Cesar; lo transparente que fue en el momento en que se le pide un mensaje para los segovianos, y a lo que respondió: ''pues a los segovianos les diré que los quiero muchísimo, que les he querido querer con todas mis fuerzas durante todo este tiempo, que no los olvidaré nunca porque irán muy unidos a mí vida y a mí propio ministerio...Y tuvo que hacer esfuerzos para no romper a llorar; tal fue así, que el periodista comentó: ''se emociona Monseñor''. 

No todos los días vemos a un obispo llorar de amor a su diócesis, sin perder de vista que no dejaba una sede cardenalicia numerosa ni de renombre, sino una diócesis mayormente rural, muy despoblada y con pocos recursos. Un territorio diocesano de 6.949 km² y unos 149000 fieles con 339 parroquias atendidas por 94 párrocos; hay 37 jubilados que aún colaboran con capellanías y otras encomienda. El presbiterio diocesano lo forman un total de 136 sacerdotes y más de una docena siguen ejerciendo de párrocos a pesar de superar los 80 años. Pero Monseñor Franco Martínez ha sabido ver todo lo bueno que tiene esta antiquísima Iglesia peregrina en Segovia, que hunde sus raíces ya en el siglo VI. 

Formado en el Seminario Conciliar de Madrid, fue ordenado sacerdote por Monseñor Tarancón en 1973. Su biografía pastoral nos revelan su admiración por lo sencillo. Coadjutor de San Casimiro en Vicalvaro unos meses del año 1973, coadjutor de Santa Rosalía en el distrito Canillas de 1973 a 1975, coadjutor de Nuestra Señora de los Dolores en la Calle San Bernardo en dos periodos de 1975 a 1978 y de 1981 a 1986, siendo entre ambas etapas capellán de las Hijas de la Caridad del Colegio San Fernando de 1980 a 1981 a su regreso de Jerusalén. En 1986 Monseñor Ángel Suquía le nombra Consiliario Diocesano de Acción Católica General, así como capellán de la Escuela de Ingenieros de Caminos y de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. 

En ese mismo 1986 es elegido Secretario del Consejo Presbiteral de la Archidiócesis, cargo que ostentará hasta 1994. En 1993 es nombrado rector del Oratorio del Santo Niño del Remedio de Madrid, donde estará hasta 1995 en que Monseñor Rouco Varela, con gran criterio quiso contar con él en la curia diocesana, por lo que le nombra Vicario Episcopal de la entonces Vicaría VIII -que actualmente es la VII-. 
Intelectual de altura, tras ser ordenado sacerdote se licenció en 1978 por la Universidad Pontifica de Comillas; se diplomó en 1980 en Ciencias Bíblicas por L´École Biblique et Archéologique de Jerusalén con un estudio brillante sobre la eucaristía y la cristología sacerdotal, dirigida por el Padre Boismard O.P. así como se doctora en 1983 en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia de Comillas con la tesis  “Jesucristo, su persona y su obra en la carta a los Hebreos“. Fue también colaborador, promotor y secretario de redacción en la revista Cuadernos del Evangelio. Gran estudioso de los textos joánicos y paulinos, ha sido profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid, así como en la Universidad Complutense. Ha dedicado muchas horas de su tiempo a la formación bíblica y teológica con cursos para la vida consagrada e institutos seculares. Siempre destacó su apuesta por el apostolado seglar y la pastoral juvenil. Igualmente, fue miembro del equipo que tradujo el Catecismo de la Iglesia Católica.

Preconizado obispo titular de Ursona -diócesis que existió en el siglo IV con sede en lo que hoy conocemos como Osuna, en Sevilla- y Auxiliar de Madrid el 14 de mayo de 1996, teniendo lugar su ordenación episcopal el 29 de junio de dicho año. En la diócesis madrileña fue el Coordinador General de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 y Deán de la Catedral de la Almudena de 2012 a 2014. Fue también Consiliario Nacional de La Asociación Católica de Propagandistas (1996 - 2011). En la Conferencia Episcopal Española presidió la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis (2014-2020). Miembro de las Comisiones Episcopales de Liturgia (1996-1999), de Enseñanza y Catequesis (1996-2008), de Apostolado Seglar (1999-2002) y de Relaciones Interconfesionales (2008-2014). En la CEE es miembro de la Comisión Episcopal para las Misiones y Cooperación de las Iglesias desde marzo de 2020. Además, ha sido presidente en funciones de esta Comisión de enero a marzo de 2023. Fue muy valorada su etapa como responsable del Departamento de Pastoral Juvenil. 

El día en que fue preconizado obispo de Segovia -el 12 de noviembre de 2014- en la rueda de prensa posterior tuvo unas palabras muy sentidas: ''siempre he notado que crecía la desproporción entre lo que uno es y lo que Dios le da, y por tanto yo sólo tengo que vivir en gratitud como dice el evangelio de hoy, y aquel buen samaritano, leproso que había sido curado y que fue a agradecerle a Dios''. En la misma línea, en su toma de posesión ya dejó patente que se reconocía frágil, por ello asumir la sede de Segovia con todas las dificultades de su realidad humilde no le asustaba, pero se sentía hasta pequeño de aceptar tan alta la misión que la Iglesia le pedía. 

Que bella declaración la que regaló en la homilía del inicio de su ministerio episcopal aquel 20 de diciembre de 2014: "Como vosotros, soy un redimido por Cristo, que, en mi condición de obispo, he recibido la misión de fortalecer vuestra pertenencia y fidelidad a Él, para ser en medio del mundo alabanza de su gloria. Confieso que me estremece la belleza de la Iglesia, humilde y pequeño rebaño del Señor, presente en el mundo para manifestar el amor de Dios por todas y cada una de sus criaturas. ¿Cómo no conmoverme? si, gracias a ella, puedo decir con san Juan de la Cruz: «Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí» . Sí, hermanos, todos los días doy gracias a Dios por pertenecer a la Iglesia y pido constantemente perdón por mis pecados que desfiguran su rostro. Al terminar la jornada, me gusta pronunciar y meditar las palabras que Cristo nos dejó para que los trabajos realizados no sean causa de vano orgullo: «Siervo inútil soy, sólo hice lo que debía". 

Creo que ha sido un grandísimo obispo, haciendo en ocasiones auténticas filigranas a pesar de los pocos medios de esa diócesis vaciada, envejecida y secularizada, como tantas de nuestra querida España. Le ha tocado época de vacas flacas, con frecuencia con más penas que alegrías: fallecimiento de sacerdotes, cierre de conventos... También le visitó en varias ocasiones en estos años de pontificado la enfermedad y, sin embargo, él lo afrontó todo buscando el bien de su grey; hizo en verdad en su pastoreo las palabras de su lema episcopal tomado de Jn 10, 10 “Ut vitam habeant et abundantius habeant” (He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia).

Mi párroco; es decir, el cura de mi parroquia natal, atiende tres parroquias con más de ochenta años, mi Candás natal que tiene unos 7.300 habitantes, Perlora que tendrá unos 650 habitantes y Piedeloro que serán pocos más de un centenar. Entre el sábado y el domingo celebra normalmente 8 misas, eso si no cae -que es muy fácil- algún funeral o aniversario para el sábado. Pues de todas las celebraciones del fin de semana, una que él disfruta de forma especial es la vespertina en la iglesia románica de Piedeloro cada sábado a las seis de la tarde. Dice que disfruta la vocación de cura rural, y que allí cuando se reviste en la sacristía piensa en las zonas rurales, en esos curas anónimos que son los curas de aldea y que a menudo gastan su vida con con más agrazones que uvas. Desde hace años le encanta leer los artículos del blog ''de profesión cura'', pues a su juicio -como al mío- uno se topa la sensatez pastoral y eclesial con mayúsculas. Mi cura, Don José Manuel, no se ve a estas alturas haciéndose bloguero, pero reconoce que él también tiene su cinco magníficas, su señora Juana y su Rafaela... Todos los curas de pueblo las tenemos, pero quizá gracias a D. Jorge González Guadalix hemos aprendido ha dejar de ser quejicas para empezar a ser agradecidos valorando lo poco que tenemos. 

Y Don César ha sabido hacer esto en Segovia; si llegaba a un pueblo con tres fieles no se hacía la foto y escapaba, celebraba con ellos, los animaba, se interesaba por sus vidas y avatares, su preocupación por ser los últimos de Filipinas, o por que su pobre cura tuviera que compartirlos con otras diecinueve parroquias del olvidado mundo rural castellano-leonés -¡y español!- Los segovianos han experimentado que tuvieron un pastor a pie de calle que ha querido visitar todas las parroquias, que se ha identificado con la cultura, historia y tradiciones del lugar como un segoviano más. Podría parecer una casualidad sin más, pero el párroco de Monseñor César Franco, es un tal D. Jorge González Guadalix: ¿será broma? ¡en absoluto!, pues Don César nació en Piñuécar, donde su madre -Doña Felipa- era maestra, por tanto madrileño de pura cepa; sí, pero además, serrano que imprime carácter. Bien sabrá por tanto Don César de ese encanto particular y de lo insignificante que es para el mundo y lo grande que puede ser para Dios. 

Ahora le sustituye Don Jesús Vidal Chamorro: que cosas del Señor, descubrió su vocación sacerdotal en un curso que dio Don César, y le siguió en tres encomiendas muy concretas: los dos han sido rectores del Oratorio del Santo Niño del Remedio, ambos Auxiliares de Madrid, y ahora la sorpresa de la sucesión en la sede episcopal de Segovia. 

Al igual que hizo Don Atilano Rodríguez, también Don César se retira como capellán de monjas, en concreto en el primer Monasterio de la Visitación de Madrid (C/ Santa Engracia 20) con las benditas Salesas. Allá dice él a prepararse a morir, a pasar horas delante del Sagrario -quizá alguna piadosa mujer entre a reñir al Santísimo apuntándole con el dedo como hacía una feligresa de Don Cesar- y horas sentado en el confesionario qué, según siempre ha dicho en todos los foros, es el lugar donde se hizo cura. Sacará tiempo también para el estudio este teólogo con gran conocimiento en el campo dogmático y espiritual; biblista reputado en textos joánicos y paulinos; persona ilustrada en literatura, poesía, pintura o teatro. Un gran campo evangelizador el de la belleza, para dar a conocer la verdad del Evangelio. Como diría el arzobispo de Oviedo, Paul Claudel o Ratzinger "es la belleza capaz de herirnos -para bien- el alma y el corazón". Gracias por sus lágrimas, por su humanidad, humildad y sencillez, Don César, y en esta nueva etapa de emérito que comienza, tenga aún más presente que nunca que es «Cristo, nuestro amigo». 

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