Queridos hermanos:
Feliz y Santa Navidad! Se nos ha anunciado una gran alegría: "hoy en la ciudad de David nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor". Para los católicos es un tiempo de gracia muy especial, pues hay dos pascuas que marcan nuestra vida de fe: la pascua navideña y la pascua de resurrección. He aquí dos puntales de nuestra fe, la encarnación-nacimiento del Salvador que es el comienzo del "plan de redención trazado desde antiguo", y la pasión-muerte-resurrección del Señor, cuando finalmente "muere el que es la vida" para hacernos partícipes de ésta a los que vivíamos "en sombras de muerte". En estas semanas de preparación para esta fiesta grande se nos ha dado un aviso: ''levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación''. Así es; Cristo viene a liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, no viene con programas políticos ni a solucionar cuestiones sociales. Viene a nosotros como el nuevo Adán a restaurar la imagen del hombre del pecado original, a pesar de haber sido creado a imagen y semejanza de su Hacedor; esta es la misión que trae ahora Jesús con su encarnación y nacimiento: reparar los efectos de aquel primer pecado.
El niño nacido de la Virgen María viene como Redentor, pues así nos lo dice San Lucas: "porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). Recordar el nacimiento del Señor es caer también en la cuenta de que de esta forma se rompió el muro que separaba lo divino de lo humano al abajarse Él haciéndose uno de nosotros; lo divino lo vemos más humano, por eso los cristianos estamos llamados a hacer nuestro día a día mundano más divino, a darle matiz de trascendencia, mirada de sobrenaturalidad... A menudo nos equivocamos creyendo que cuanto más modernas, creativas o cercanas a las personas de nuestro tiempo hagamos las celebraciones litúrgicas, más atractivas y más fieles acudirán. Nos equivocamos, y ahora nos cuesta recuperar el halo del misterio que hemos vuelto prácticamente inapreciable. La Navidad nos llama ésto, a la delicadeza de quien trata con lo más grande que para nuestro asombro hace un niño frágil e indefenso al que ni siquiera los suyos, que durante siglos le llevaban esperando, no le recibieron ni le reconocieron.
Jesucristo viene a todos, aunque no todos le quieren, más sí muchos. El Señor no impone, da libertad para acogerle o cerrarle la puerta en las narices como lo experimentaron San José y la Santísima Virgen en aquella noche santa. Esto a veces no nos queda claro, y así unos dicen que Jesús viene para los pobres, y es verdad que son los predilectos de su corazón y de la Iglesia, pero a menudo esto se utiliza desde un trasfondo del materialismo histórico marxista, como si el Hijo de Dios viniera únicamente a defender a los pobres de los ricos, y no es eso; vino a salvar a todo el que estaba perdido, y es que Él bien sabía que "no necesitan médico los sanos sino los enfermos''. Hubo una época en la que los sacerdotes decían que se situaban en la opción preferencial por los pobres, lo que era ya en sí una discriminación hacia otras pobrezas que no son materiales como es por ejemplo la pobreza espiritual, y que tampoco se ajustaba, pues Cristo no hizo opción preferencial por los pobres sino por cada uno de nosotros sin distinción de clase o condición. Los sacerdotes hacemos opción preferencial por las almas necesitadas de acompañamiento y redención, conscientes de que Jesús no tenía ninguna visión sesgada o ideologizada con la que ha menudo se le quiere identificar.
En nuestro mundo coexisten el mal y el bien; hemos de ser realistas ante la evidencia de un mundo herido por los odios que afloran del corazón hombre. Y en medio de este panorama de guerras, sufrimiento y dolor nace el Príncipe de la Paz, pero es algo curioso, la paz que nos trae Jesús es la de la humanidad del Creador con quienes seremos reconciliados por su sangre y, sin embargo, a nivel de nuestro mundo Jesucristo no será un instrumento pacificador, sino como Él mismo afirmó: No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra...'' (Mt 10, 34-35). ¿Y esto, cómo lo debemos entender? Pues muy sencillo: nuestra vida en este suelo siempre será una lucha continua, empezando por cada uno de nosotros donde se libra en nuestro interior la disputa entre nuestro yo más partidario del Niño Jesús y nuestro yo más partidario de Herodes. Y hay que tener claro que seguir radicalmente a Jesucristo implica que el mundo nos dará la espalda, como dirá Simeón: ''será signo de contradicción''. Si el Santo de los santos fue rechazado, ¿Cómo no vamos a ser rechazados nosotros?. Pero eso no debe acobardarnos; el nacimiento de Cristo ha de invitarnos a unirnos a los ángeles en el canto del gloria. Se cumplen 2025 años de aquella noche bendita, por eso la Iglesia celebra su Jubileo ordinario que ayer fue iniciado con la solemne apertura de la puerta santa. El Santo Padre recordaba en su homilía que ''la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti! Hay esperanza para cada uno de nosotros''.
Si el 25 de diciembre celebramos la Natividad del Señor, el 26 de diciembre celebramos a San Esteban, un mártir, el primero de todos, y la Iglesia nos recuerda al Protomártir precisamente al día siguiente del nacimiento del Señor para abrirnos los ojos y para recordarnos que el nacimiento de Cristo no borra el mal del mundo, y que seguimos conviviendo con él y teniendo que combatirle. Y a esto somos llamados, a seguir las huellas de Jesús de Belén al Calvario, a ser signo de contradicción como lo fue Él, y a su ejemplo San Esteban y todos los mártires y santos. Si celebramos en Navidad que el Verbo se ha hecho carne, que se ha hecho uno de nosotros y que Él que es la "verdad", qué mejor forma de reflexionar para el seguimiento del Señor que por medio los mártires que celebraremos estos días: San Esteban, los Santos Inocentes, Santo Tomás Becket... Todos testigos de la verdad con sus obras, con sus silencios y con sus escritos. El santoral nos ayuda a vivir una navidad coherente y no idealizada, teniendo presente que todos los días mueren hermanos nuestros por fidelidad al Evangelio. Me contaban de un fraile franciscano que en un lugar muy complicado de Tierra Santa vive su ministerio en pleno enfrentamiento, y como celebra a menudo la eucaristía él sólo, cuando llega el momento de la paz mira a un lado y al otro del altar y dice: ''la paz Palestina'' ''la paz Israel''... Ojalá nosotros como San Francisco sepamos ser instrumentos de paz, especialmente en estos días siendo testigos valientes del Señor con detalles muy sencillos, por ejemplo, cuando nos digan "felices fiestas" (que lo son porque nace Dios) respondamos sin titubeos: ¡Feliz Navidad!
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