(ABC) La Compañía de las Hermanas de la Cruz, en la figura de la hermana María del Redentor de la Cruz, superiora de la casa de la Compañía en Roma, se ha convertido en protagonista, aunque ese a buen seguro es el último deseo de las monjas, del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular por el mensaje claro, directo y removedor de conciencias que lanzó en su ponencia del pasado sábado 7 de diciembre.
Las hermanas de la Cruz jamás habían hablado en público, tal es su afán por no ser más que reflejo del pobre. «No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera…», es el leit motiv de su vida, su trabajo y su consagración a los más necesitados. Y por obediencia al arzobispo de Sevilla, la superiora de la Casa de Roma, con 56 años de experiencia en la Ciudad Eterna, expuso en su ponencia lo más sencillo, y lo más difícil, del mensaje de Cristo: «No hay mejor manera de evangelizar que cumpliendo el mandato de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado»«.
La pobreza en sus diferentes manifestaciones fue el eje sobre el que las hermanas de la Cruz dieron testimonio en el II Congreso con el firme objetivo de motivar la colaboración en el proyecto de la Obra Social del Congreso, «que tiene como fin apoyar el trabajo que se realiza desde los proyectos de atención en la calle a personas sin hogar, atendiendo las necesidades básicas, que implican las derivadas de la pernocta, higiene personal y ropería».
En su alegato final, la hermana María del Redentor de la Cruz reivindicó un programa de actividades como exigencia de la acción caritativa y social de la Iglesias y las hermandades, piedra de toque para los cristianos, «para que el Señor pueda decirnos, al fin de nuestra vida terrena y al final de los tiempos: Venid, benditos de mi padre, porque estaba parado y me disteis trabajo, era inmigrante y me acogisteis, estaba hundido en la droga, el alcoholismo o el juego y me tendisteis una mano para levantarme. Era un feto y me defendisteis contra el aborto para que pudiera nacer y vivir. Estaba muy anciano, enfermo y solitario y vinisteis a limpiarme, a hacerme la comida y a darme compañía. Era un niño de la calle sin familia y sin techo donde cobijarme y me buscasteis un hogar donde poder crecer con afecto y con dignidad. Era un niño que por circunstancias de la vida fui abandonado por mi madre y unos brazos llenos de ternura me acogieron y me dieron todo el amor que llevaban en su corazón. Fui un campesino en un país de desarrollo, sin tierras y sin trabajo, y luchasteis para defender mis tierras y mis derechos«.
La religiosa apeló a hacer un examen de conciencia, personal y comunitario, para preguntarnos si «nuestra actividad caritativa y social responde fielmente a los principios fundamentales del Evangelio« y finalizó su alocución dando las gracias en nombre de las Hermanas de la Cruz.
Un sonoro y emotivo aplauso de varios minutos de duración despidió a la religiosa, que no quiso levantar ni la mirada cuando terminó el acto, en una manifestación espontánea de agradecimiento por parte de los congresistas que tuvieron la posibilidad de escuchar de los labios de una religiosa de la Compañía cuánto bien hacen, cuánta fortaleza tiene el carisma de Santa Ángela de la Cruz, y cómo estamos todos llamados, como ellas, al camino de la santidad.
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