La belleza esbelta de esa iglesia medieval, se elevaba durante siglos en esa pequeña isla del río Sena en París. Una catedral guarda siempre los secretos que, a través del tiempo sus piedras discretas han visto pasar. Es la iglesia de Nuestra Señora de París, que se iniciará en 1163 con un estilo románico normando y se concluirá en 1345 con un gótico que introducirá los preciosos y coloridos rosetones que llenan de luz y armonía las naves de este templo tan especial. Como toda historia arquitectónica, esta catedral ha sido testigo de los eventos que dentro de sus muros han acontecido: coronaciones de reyes como Enrique VI de Inglaterra y emperadores como Napoleón Bonaparte, bodas reales, beatificaciones como la de Juana de Arco, pero también invasiones duran te la Revolución Francesa o la de la Revolución de la Comuna que harán de esta emblemática iglesia una vulgar nave para todo tipo de vejaciones y destrucciones fuera de todo civismo, durante las cuales se salvaron reliquias como la Corona de Espinas de Jesús o un fragmento del Lignum Crucis, llevándolas a la Biblioteca Nacional.
El escritor Víctor Hugo inmortalizará en sus páginas esta catedral en su célebre novela Nuestra Señora de París, que más tarde llevaría a la pantalla Wallace Worsley con la película El jorobado de Notre Dame. Entre sus tesoros escultóricos des taca la Piedad de Nicolás Coustou presidiendo el ábside central, y obras pictóricas del siglo XX como las debidas a los pinceles de Henri Matisse y Marc Chagall.
Así podríamos ir desglosando sucesos históricos, rincones artísticos, tratamientos varios que políticos y ejércitos han aplicado a través del tiempo. Sin omitir las consecuencias que en su secular historia han tenido los dos grandes incendios que asolaron la catedral de Notre Dame: en 1871 con el asalto de la Comuna y el más reciente en 2019. Las llamas siempre nos chamuscan la historia: tanto la que antaño sucedió y que con respeto custodiamos con gratitud para ser fieles a la herencia recibida, como la historia que tenemos entre las manos y que forma parte de nuestro presente actual.
Un incendio convierte todo en pasto de llamas que arrasan quemando el pasado reducido a cenizas, o quemando el momento actual arrebatándonos las herramientas y la posibilidad de seguir escribiendo esa historia inacabada. Arden los recuerdos, archivos, obras de arte, espacios, como si una mano negra quisiera borrarlos tan violentamente. Y arden también los sueños que tienen la fecha de la actualidad que desprevenida se sorprende perdiendo todo. Y no sólo son los enseres, sino sobre todo las personas que nos acompañan las que pueden quedar bajo la ruina devastadora de un incendio sin piedad.
Sin embargo, lo que esas llamas malhadadas no pueden tocar es el futuro que tenemos por delante. Por más que sea complejo y fatigoso, difícil y lejano lo que se puede entrever en el horizonte, es ahí don de se nos reclama para poner manos a la obra, la mirada en la esperanza y la confianza en el recomenzar. La gran purificación puede habernos aligerado de cosas, que como fardos nos hacían lentos y pesados, y que como un crisol nos hace más gráciles y más libres para verdaderamente poder volver a empezar.
La larga historia cristiana se verifica también en la catedral Notre Dame, con esa sabiduría aprendida en el dolor purificador cuando ha tenido que afrontar tantos incendios simbólicos o reales. Porque no somos simples bedeles de un pasado museístico ni rehenes de un presente apropiador, sino testigos de un ayer que agradecemos, de un presente que nos compromete apasionadamente, y de un futuro que con esperanza seguimos ensoñando con la ayuda del buen Dios. Hay llamas que pueden destruir, pero a la postre también nos pueden purificar fortaleciendo la fe, dejando intacta la esperanza y alimentando el amor.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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