Hemos iniciado el tiempo de Adviento, y con éste, el nuevo año litúrgico con su ciclo propio -C- de lecturas. Este año los textos pueden resultarnos curiosos en su distribución dado que hoy el evangelio nos habla del fin de los tiempos, mientras que el del cuarto domingo nos hablará de la Anunciación. Alguien podría pensar que se trata de un error; empezar por el final para acabar por el principio, pero es que la intención de la Iglesia en este caso es ayudarnos a vivir estas cuatro semanas no sólo recordando aquella primera venida del Señor, sino especialmente, con los ojos puesto en su venida última y definitiva.
A menudo nos limitamos en decir que el Adviento son las cuatro semanas de preparación para la Navidad, y decimos bien, pero no lo decimos todo; realmente tendríamos que decir ''para prepararme a la navidad'': yo; en primera persona del singular. Muchas veces os lo digo; cada momento es único e irrepetible, no volverá a haber otro idéntico y no podemos perder de vista que incluso éste puede ser nuestro último adviento. Y estas no son ideas para meter miedo en el cuerpo, sino al contrario, para estimular y aprovechar estos días para esponjar el corazón y vivir este Tiempo con toda intensidad enriqueciéndonos con las lecturas y predisponernos a una Navidad en clave de Dios. Viene alguien muy especial e importante; viene Cristo a nosotros, y Él no espera regalos de lujo, comidas de categoría ni decoraciones despampanantes, sino que tan sólo quiere tener morada en nuestro corazón. Por eso el adviento es momento de hacer limpieza, revisión de vida y confesión de nuestros pecados en busca de conversión y mejora que Jesús espera encontrar en nosotros dentro de cuatro semanas.
Jesús vino, viene y vendrá. Vino a redimirnos y viene cada día como canta bellamente la liturgia: ''viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor, de la espera dichosa de su reino''... Y vendrá al final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos. El evangelio de San Lucas, tomado de su capítulo 21, habla de ese fin del mundo en que habrá signos en el sol, en la luna y las estrellas, y nos regala una advertencia: ''Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra''. Ante esto hay otra idea que es bueno tener presente: no sabemos ni el día ni la hora; no sólo de ese final de los tiempos, ni siquiera el de nuestro propio final. Y en el Adviento es bueno que nos preguntemos al despertarnos: ¿si hoy fuera mi último día de vida que llevo en mi mochila, cómo me encontrará Jesús? ¿Vivo vigilante, preocupado por llevar mi vida de fe al día, de no dejar enemistades, de saldar cuentas pendientes y estar en gracia con el Señor y en paz con mis semejantes?...
Es cierto que no vivimos uno tiempos fáciles, que los creyentes tenemos muchas cosas en contra, pero eso no debe ser excusa para rendirnos ni estancarnos en la mediocridad, sino para crecer más aún en la esperanza. Hemos escuchado en la primera lectura al profeta Jeremías anunciar de modo solemne: ''suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia''. El Profeta escribe y habla en un momento de dolor, seguramente en uno de los episodios más trágicos de la historia de Israel, cuando el rey de Persia arrasó Jerusalén, profanó el templo y los deportó a Babilonia. Y sin embargo, Jeremías en ese momento de plena oscuridad anuncia ya que habrá luz al final del túnel y que algún día el pueblo podrá decir: “El Señor es nuestra justicia”. Hemos de vivir nuestra vida con visión espiritual, que nuestra mirada vaya más allá de nuestras narices y sepamos comprender que nuestro tiempo es el que quiso Dios para nosotros. Hay momentos de cansancio, de querer rendirnos, de claudicar, y es ahí cuando hemos de hacer nuestra la oración del salmista: ''A ti, Señor, levanto mi alma. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas''.
Tenemos que esperar a Jesús, Él nos dice que vendrá; el Apocalipsis apunta: ''yo vengo pronto'', y así va ser. Pero, ¿le esperamos?. Porque Dios si quiere ser nuestro invitado, quiere hospedarse en nuestra alma, pero cuántas veces nos encuentra dormidos, despistados y sin nada preparado ante su llegada... Hemos de despertar ese anhelo de forma continua en la búsqueda de Dios, que vea que tomamos nosotros la iniciativa teniendo hambre y sed de Él. ¿Nos ocurre esto? Pues para eso vamos a vivir el Adviento, no para dejar pasar los días perdiendo una nueva oportunidad de crecer en la fe, sino para incentivar nuestra esperanza. Que no desaprovechemos estas cuatro semanas para preparar a fondo el corazón, para que esta Navidad sea más especial que nunca; todo radicará en cuánto espacio le dejemos a Cristo en nuestra alma y corazón para tener morada en nosotros esta Nochebuena.
Buen Adviento: ¡Maranatha! ¡Ven pronto Señor!
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