Este domingo IV de Adviento es un día de ilusión; una jornada especialmente mariana al ocupar Nuestra Señora el protagonismo del día, aunque realmente de Ella es todo el Adviento. Es un día hermoso, pues vemos la corona con sus cuatro cirios ya encendidos indicándonos que Cristo está ya al llegar, y por qué no decirlo, para los católicos de Lugones siempre es un regalo escuchar de nuevo el relato de la Visitación, aunque lo sepamos casi de memoria lo sentimos tan nuestro que nos toca el corazón de modo singular que la Iglesia nos lo proponga en este domingo para que de nuevo lo hagamos nuestro. En este pasaje de la visita de María a su prima, San Lucas nos da los datos principales; sin embargo, no entra en muchos detalles como queriendo velar la intimidad y familiaridad que allí se vivió; esto hace que ponga nuestras mentes a discurrir y hacernos preguntas: ¿Qué más cosas se dirían María e Isabel? ¿Iría San José también con Ella y se pondría éste a tertuliar con Zacarías? ¿Cómo latirían de fuertes los corazones de Jesús y de Juan en el vientre de sus madres al sentir el uno la presencia del otro?...
En el Adviento insistimos mucho en que hay que prepararle un sitio digno a Jesús, pero también a su Madre que es quien nos lo trae, y a su esposo José que es el Custodio de esa bendita familia. Si en todo el año no dejamos de saludar diariamente a María, en estos días que llamamos de las "ferias mayores del Adviento", "días de la O, de la Esperanza", con cuánta más insistencia y cariño deberemos tenerla presente. Invoquemos a la ''Virgen Fecunda'' como la llamamos en el "Alma Redemptoris Mater", y dejémonos saludar por Ella. Santa Isabel recibió a su prima con sorpresa; sin embargo, no la cogió desubicada en lo espiritual, sino que supo ver en aquella visita la caricia de Dios. Dejémonos sorprender también nosotros por el nacimiento del Señor esta Navidad como si fuera -utilizando las palabras de la Madre Teresa de Calcuta sobre la Eucaristía- nuestra primera Navidad, nuestra última Navidad y nuestra única Navidad. Recibamos al Enmanuel con asombro, con sencillez y, especialmente, desde el agradecimiento.
El próximo martes día 24 a las cinco de la tarde tendremos en la parroquia las confesiones que siempre organizamos al final del Adviento. Este año al coincidir el calendario de la forma que coincide, las hemos puesto el mismo día de Nochebuena; es decir, en las últimas horas del Adviento y previas a la noche santa en la que iniciaremos el Tiempo de Navidad con la misa del Gallo. Os animo a confesaros, pues los sacerdotes que ejercemos la cura pastoral tenemos esta misión de la santificación de nuestra grey y de velar por vuestro bien espiritual. Si no la tuviera no diría la importancia de este sacramento, o como hacen algunos hermanos acomodados en un cierto engaño, os daría una absolución colectiva traicionando la verdad de la fe católica, y estaría yo mismo condenándome por ser infiel al mandato recibido. Por eso a los sacerdotes cuando se nos da "posesión" de la parroquia nos mandan sentarnos en el confesionario, y se nos dice en nombre del obispo que el párroco está llamado a ser padre, médico, juez y buen pastor, teniendo la obligación de formar rectamente la conciencia de nuestra feligresía y abriéndoles a la verdad de Dios para que vivan en santidad.
Gracias a la confesión blanqueamos de nuevo el alma que se va manchando por el pecado, para que pueda llenarse del Espíritu del Señor y así saltar de gozo nuestro corazón como hizo San Juan en el vientre de Santa Isabel. A veces estas fechas se ven ensombrecidas por los problemas, las tristezas y añoranzas, pero precisamente para esto viene Cristo a visitarnos, para que pueda la esperanza renacer en nuestra vida. Benedicto XVI afirmó en una ocasión que ''Dios es tan grande que puede hacerse pequeño''; hagámonos también nosotros pequeños, reconozcamos como Santa Isabel que somos indignos de esta visita de la Madre de nuestro Señor con Él en sus entrañas. Experimentemos y saboreemos nuestra fragilidad, pequeñez y desnudez; sólo así podremos contemplar el misterio del pesebre en esta navidad desde los ojos del alma. Que la posada de nuestro yo no tenga las puertas cerradas, sino que acojamos a Cristo niño que nace para nuestra salvación. El canto del salmista en este domingo es en verdad un grito de necesidad: ''Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve''.
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