domingo, 29 de diciembre de 2024

¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Dentro de esta Octava de Navidad como es tradición, siempre cada domingo posterior a la Natividad del Señor celebramos a la Sagrada Familia de Nazaret; contemplamos especialmente a Jesús, José y María a que los en todo este Tiempo hemos tenido aquí en la tierna escena del pesebre. Esta familia bendita es un referente para cada una de las nuestras; sí, como lo es por sí el mismo hecho tan evidente de que estamos ante una institución querida por Dios, tal es así que no sólo quiso nacer en el seno de una familia, sino que ésta terrenal nos deja una referencia a ese misterio aún mayor de nuestro Dios que es trino y uno, comunidad de amor: Padre, Hijo y Espíritu. Mirar a la Sagrada Familia no es tan sólo un modelo para el ámbito de las familias, sino especialmente también para la Iglesia donde tantas veces no aportamos calor de hogar o no sabemos entretejer lazos familiares; saber ser hijos sin dejar de ser padres y madres espirituales en medio de nuestro hoy.

No hay Navidad sin esta Santa Familia que no es una devoción secundaria ni un apéndice cualquiera en la historia de nuestra salvación, es nada menos que la prolongación y la consecuencia lógica que emana de la encarnación misma del Verbo. Más la belleza de esta familia es que no la sentimos lejana ni ajena, sino cercana y semejante a las nuestras. Una familia que tuvo que hacer muchos kilómetros, que supieron lo que era ser rechazados o perseguidos, que encontraron puertas cerradas y problemas, que sabían lo que era ganarse el pan de cada jornada entre alegrías y sinsabores. En ellos podemos aprender de respeto y amor, exigencia y caridad, unidad y oración... Quizás dos claves de la familia cristiana de siempre que hemos perdido radica en dos actitudes claves que brillan hoy por su ausencia: vivir sin perder nunca el santo temor de Dios, y vivir abiertos a la vida. No en vano la Iglesia nos pone en esta celebración el salmo 127 para que lo hagamos nuestro: ''Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos''. 

La crisis en que está inmersa la familia desde hace años es muy preocupante, refleja el estado de salud en que se encuentra nuestra sociedad: familias rotas, divididas, aumento de la violencia intrafamiliar, desprecio a la vida, crisis de identidad, vacío moral y de valores, ética y coherencia... Pero también hemos de ver los brotes verdes aunque aún sean pocos, como es la apuesta de la Iglesia por acompañar a las familias que pasan tribulación de tantos modos. Cuántas realidades están surgiendo en España para promover la vida, reducir los abortos, centros de orientación familiar: Equipos de Nuestra Señora, Proyecto de Amor conyugal, y así un largo etc. Cáritas tiene una especial preocupación por las familias, como tantos organismos eclesiales que quieren aportar su granito de arena al cuidado de la familia, que no es únicamente un discurso doctrinal; hay muchos hechos que dejan evidente la apuesta y esperanza de la Iglesia en las familias ahora ante nuevos retos como las cuestiones de género o los nuevos modelos de familia reconocidos por el gobierno; familias con problemas de adicciones, la preocupación por los ancianos y mayores que viven la soledad o el abandono, el acompañamiento en el noviazgo y tantísimas realidades que se nos presentan cada día como un reto pastoral para hacer familia de familias, y es que la Iglesia nunca ha querido ser edificio frío, sino casa abierta con ambiente hogareño. 

En el evangelio de este día nos sitúa viendo a un niño Jesús ya crecido y preadolescente. Él tenía muy claro cuál era su misión: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". Es un pasaje nada sencillo el este del Niño perdido y hallado en el templo, y que tantas hipótesis, debates e interpretaciones ha motivado entre exégetas y biblistas. Es una escena muy profunda, sucede en la peregrinación al templo de Jerusalén, y San Lucas nos dice que tenía doce años, por tanto lo que el evangelista nos está diciendo es que aún no tenía los trece, que era cuando se considera a los niños capaces de cumplir con la Torá en la tradición judía. Podríamos decir que estamos ante un Jesús que quiso ser doblemente obediente, primero con su Padre Eterno del Cielo, por ello lo encuentran en medio de los maestros del templo interesándose por los temas sagrados: ''las cosas de su Padre'' y, por otro lado, se nos dice: ''Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos''; es decir, que obedecía y amaba también profundamente no sólo a su madre María, sino a su padre putativo en este mundo: el bendito San José. Pidamos a la Sagrada Familia que interceda por todas las familias del mundo, en especial las que como ellos se han visto obligados a emigrar por causa de los tiranos de hoy; encomendamos a todas las familias rotas o que pasan dificultad, o viven momentos de enfermedad, dolor o incertidumbre, para que sientan el consuelo de la fe y la esperanza.

Jesús, José y María, os doy mi corazón y el alma mía.

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