Estamos de vuelta al cole, como nuestros más pequeños que se disponen a llenar sus mochilas y carteras con los nuevos libros recién forrados. Es regresar a lo cotidiano tras la holganza veraniega. El descanso estival fue perturbado por los incendios que, fortuitos o provocados, han asolado tantas cosas poniendo un desconsolado llanto ante lo perdido personal o materialmente. No comienza el cole de la misma manera para los que han sufrido pérdidas de seres queridos, pérdidas también de casas, campiñas y ganados con los que sostenían sus vidas. Un escenario difícil de mirar y duro de asimilar. No levantaremos nosotros la voz a otros debida, para prevenir, controlar y en la media de lo posible evitar estos desastres que exigen una gestión inteligente, solidaria y generosa, sin caer en banderías aprovechonas en las que acusar a otros de la culpa propia.
Han sido muchos los incendios y de muchos tipos de llamas. Yo he vuelto a sufrir algunos chispazos políticos y mediáticos ante algo que expresé brevemente al hilo de una cuestión lejana como era el uso o no de un polideportivo para un ritual musulmán de sacrificios de corderos. No entré en la cuestión. Simplemente dije que el buenismo que hacía ponerse a algunos estupendos esgrimiendo el respeto por un ritual musulmán y un espacio público donde ejecutarlo, a mí me recordaba que no es el mismo trato que nos brindan a los cristianos cuando pacíficamente tratamos de vivir y expresar (con enorme censura o incluso con hostil persecución) nuestra fe en los lares donde hay gobernanzas de la media luna que se rigen por el Corán. Dentro de un diálogo interreligioso viable y deseable, yo entiendo que es posible la convivencia respetuosa entre las distintas religiones. De hecho, tengo la experiencia en mis visitas a África donde estaban nuestros misioneros, de una relación cordial y respetuosa entre nuestra comunidad cristiana con la parroquia católica y los responsables y fieles islámicos con su mezquita musulmana.
Pero, lamentablemente, no siempre es así. Y también se da una versión violenta y excluyente de los postulados islámicos. Se llega incluso a la acción terrorista cuando se practican los secuestros de cristianos, las violaciones de nuestras mujeres, los asesinatos por degollación y las explosiones de bomba en nuestras iglesias católicas. Además de la casi imposibilidad de expresar la fe cristiana más allá de la clandestinidad a la que nos obligan en sus lares. Entonces pedí simplemente la reciprocidad: bienvenidos los musulmanes que con respeto a nuestra historia y tradiciones se integran entre nosotros, pudiendo libremente expresar su fe, pero que los cristianos seamos igualmente bienvenidos con idénticas actitudes de benevolencia en sus países.
A algunos les resultó insufrible el término “moritos” con el que me referí a los musulmanes. La palabra “moro” viene del griego “máuros” que significa literalmente “oscuro”. Y así se denominó a los habitantes de Mauritania por estar poblada de personas con la tez oscura, “mora”. Luego se extendió a todo el Magreb y finalmente al África en la que se expandió la religión musulmana. Decir moro era como decir musulmán. Nada despectivo, hiriente o insultante. Véase el desarrollo del uso popular y nuestro refranero. Y “moritos”, como españolitos o asturianinos, no deja de ser un apelativo cariñoso. ¿Dónde está el problema?
La reacción que produjo mi breve deseo ha sido desproporcionada: por una parte, las diatribas sincronizadas de quienes necesitaban construir un “casus belli” para atacarme o justificar mi improcedencia y mi exclusión, pero por otra, mucho más (inmensamente mucho más) el apoyo agradecido que he recibido desde EEUU, México, Alemania, Austria, Italia, Marruecos y de toda España. No hubo intención por mi parte más que de pedir reciprocidad a los moritos para con los cristianitos. No es una escaramuza de moros y cristianos siguiendo el manual de Don Pelayo, sino justamente todo lo contrario: entrar en un diálogo que fomenta la convivencia desde el respeto a la vida y la sana tolerancia fraterna. Como pide el Papa y pedimos los obispos.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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