Llamaron a varias puertas, pero no se les abrió ninguna. Se encontraron como extranjeros, sin techo donde cobijarse, al pairo desamparado de una imprevista deriva. La situación de no encontrar posada les hizo masticar la dureza real de una vida sin alero, sin refugio, sin el hogar entrañable que tal vez cada día soñaban como cualquier otra familia. Una ley resultada de un edicto imperial que quería hacer censo global en todo el Imperio Romano, forzó aquel viaje desde la Galilea de Nazaret hasta la Judea de Belén, por imperativo legal. Y esta circunstancia que tantos artistas han escenificado con los pinceles de sus pinturas, con los relatos de sus versos y obras teatrales, con las estrofas de sus poemas musicales, tiene una valencia más cercana y cotidiana de lo que nos parece.
Lo he podido comprobar hace sólo unos días visitando un albergue de nuestra Cáritas diocesana donde tienen recogidos a casi 80 personas que deambulan de aquí para allá, no pocos de ellos sin los papeles que legitiman su trasiego, su búsqueda honrada de trabajo, y su deseable hallazgo de una casa que se transforme en su hogar para ellos y sus familias errantes, viniendo tantos de ellos de lejanas tierras también.
Siempre que te adentras en ese territorio del desamparo, a poco que tengas la mirada atenta y el corazón provocado, te asomas a una realidad que no puede dejarte frío, distraído o escaqueado y zafado. Aquel “no encontraban posada” con el que se describe la zozobra de la Sagrada Familia, tiene muchas versiones actuales que son reconocibles en historias contemporáneas en nuestro mundo de hoy. Por eso, me pareció algo sobrecogedor dentro de la ternura que me suscitaba, la visita que hice a este espacio del Albergue Cano Mata precisamente en estos días que anteceden a la Navidad.
Tuvimos un programa de la Cadena Cope in situ, y se fueron entrevistando a responsables del albergue, algunos voluntarios y trabajadores, y también a varios de los acogidos en esa casa de Cáritas diocesana. Fui también invitado a participar en una mesa redonda donde fuimos interviniendo en esa rueda de impresiones y pareceres tan conmovedores. Para mí era inevitable la comparanza con la escena de Belén que recordaba la falta de posada. Y también cómo el mismo Jesús tuvo aquella provocativa declaración que sorprendió a sus discípulos en una incómoda mala conciencia que ha atravesado los dos mil años de cristianismo: “estuve desnudo, hambriento y sediento, enfermo y en la cárcel, sin techo ni cobijo, fui extranjero errante”, como refiere el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo. Es la divina comunión de Cristo que se identifica hasta el abrazo más solidario con aquellos escenarios en donde la gente sufre de verdad por las mil circunstancias en las que la vida nos pone a prueba y zarandea hasta el extremo. También el Señor experimentó esa situación de no tener sitio para nacer, o tener que huir a Egipto al poco de haber nacido.
Pero fue el testimonio de uno de los usuarios del albergue, lo que acabó de conmoverme profundamente. Desde su llegada a España desde un país de la América hispana, sufrió lo que significa no tener los papeles, no encontrar trabajo ni poderlo buscar, tener que dormir a la intemperie o rebujado en los cajeros callejeros de las entidades bancarias. Salió a flote, y ahora con sus papeles en regla y un precario pero digno trabajo, va por los cajeros de la noche para auxiliar de mil modos a lo que pasan por lo que él pasó. Y nos decía: a mí me ayudaron, yo debo ayudar. Es lo que Jesús proponía a sus discípulos para aprender tamaña lección: lo que hacéis o dejáis de hacer con estos mis pequeños hermanos, tiene que ver conmigo. Preciosa lección que nos enseña a situarnos en estos días con aquella misma entraña que nos presenta Jesús para ser testigos de la esperanza en medio de un mundo tan ensimismado en sus decadencias y corrupciones más insolidarias.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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