El 3 de diciembre de 1839 nace la Congregación de Hermanas del Santo Ángel (SAC). Con motivo de esta efeméride nos acercamos a la figura de la Madre San Pascual, fundadora y promotora de la espiritualidad angelina. Las Hermanas han celebrado a lo largo del último curso el año congregacional de la Madre San Pascual, celebración que concluyó el pasado 2 de octubre, pero cuyos frutos han de empezar a extenderse ahora a todas las realidades en las que las hermanas entregan su vida: enseñanza, pastoral y misión "ad gentes".
Desde la parroquia de San Félix de Lugones hemos recibido con gran alegría las noticias vinculadas al realce de la figura de la Madre San Pascual, primero con la apertura de los trámites para su abrir su proceso de canonización en 2017 y, en este 2024 la noticia de un año dedicado a ella en la Congregación. En el año 2022 nuestro párroco Don Joaquín Manuel Serrano Vila publicó un artículo titulado ''Chère Mère, descubriendo a la Madre San Pascual'', en el que reivindicaba la vida, legado y actualidad de esta figura portentosa en años convulsos de la historia de la Iglesia y de Francia. Afirmaba Don Joaquín que ''El gran problema, como en muchos otros casos de verdaderamente "santos" no reconocidos, es precisamente esto: el desconocimiento de la heroica vida''. Para ello la Congregación ha orado y profundizado en este año sobre su vida y figura, y ha puesto en marcha darla a conocer. Han transcurrido nada menos que 150 años de su muerte, y su huella permanece viva en su Congregación, en sus colegios, en la familia laical, y en todos los lugares donde las hermanas son "ángeles visibles" para los demás. Su misión, espíritu y sueño es coetáneo a nosotros en el servicio generoso de sus hijas, a ejemplo de aquella dedicación inquebrantable en hacer "verdaderos discípulos".
Madre San Pascual, vivió sesenta y seis años; desde el punto de vista de hoy puede parecernos muy poco, pero en su tiempo superó con creces toda expectativa no tanto en longevidad de vida, sino en la intensidad en que estos fueron vividos. Nació para este mundo en la Bretaña francesa en 1809 y murió para vivir eternamente en 1875. Su vida no se entiende sin la Iglesia, la vida consagrada, la enseñanza y la misión "ad gentes". De niña se formó con las Ursulinas de Ploërmel, aunque en el momento de responder a la llamada vocacional sintió que el Señor la quería como una religiosa Hermana de la Instrucción Cristiana, también llamadas de ''Saint-Gildas''. Ella nunca tuvo un plan prestablecido, únicamente sabía que el Señor la quería para sí, pero a buen seguro se imaginaba gastando sus días como una humilde religiosa de colegio, feliz y entregada, más Cristo la quería para una empresa aún mayor. Su deseo de cumplir en su vida la voluntad a Dios, su confianza ciega en la Providencia y el cruzarse en su camino el Beato Luis Antonio Ormieres lo cambiarían todo. Tuvo que aprender sobre la marcha a ser directora de escuela rural, superiora de comunidad, administradora, ecónoma, fundadora de una congregación y superiora general de ésta. Gozaba de una inteligencia sobresaliente, que unido a una piedad muy profunda hacían de Chere Meré un imán para todos los que la trataban y conocían. Hay que señalar un aspecto que no siempre se subraya, y es el gran cariño que sentía por los sacerdotes; estaba tan orgullosa de tener un tío presbítero, y cuando hizo su primera profesión en 1826 con apenas diecisiete años, al ser preguntada por el nuevo nombre que quería adoptar eligió el de "San Pascual", en homenaje a su tío. Su verdadero nombre era Juliana María José Lavrilloux.
Las bases de la Congregación, estructura y espiritualidad fueron posibles gracias a que Madre San Pascual creyó desde el primer instante que era de Dios el anhelo del Padre Ormieres de educar y cuidar a los pequeños, dándoles una formación integral, y al mismo tiempo espiritual. No descuidó del todo a su familia tíos y primas, de los que estuvo atenta a pesar de su mucho trabajo. Los comienzos no fueron nada sencillos, no faltaron los sinsabores, las deserciones o la tristeza de tener que cerrar alguna de las primeras fundaciones, como por ejemplo la de Tuchan, parroquia en la que la Madre se sentía muy integrada. El primer noviciado fue el propio Quillán a donde llegaron hijas del pueblo, una de ellas la hermana pequeña del P. Ormieres. Tampoco el campo vocacional fue un camino de rosas: un instituto tan nuevo da aún más vértigo que una congregación más rodada, y así costó un tiempo que las jóvenes que entraban en la Congregación perseverasen. Madre San Pascual nunca tiró la toalla, y aunque en algunos momentos viviera más penas que alegrías, su anhelo era dar a conocer a Cristo, por eso insistía a sus hijas: ''Es necesario trabajar para tener el cielo''.
Hubo momentos en que parecía que toda la obra estaba a punto de desaparecer o cambiar de rumbo, uno de esos momentos fue la crisis vivida con la decisión de trasladar el noviciado de Quillán a Codeville; el peor parado en las críticas era el P. Ormieres, y para complicarse aún más las cosas, Carcassonne ya no tenía de obispo a Monseñor Saint - Rome - Gualy que era un gran amigo de las Hermanas y del Padre Luis Anttonio, al haber seguido de cerca éste el nacimiento de esta familia religiosa. El nuevo obispo de Carcassonne, Monseñor de Bonnechose, ante el revuelo existente con este tema del noviciado se planteó apartar al P. Ormieres de las Hermanas y nombrar a otro sacerdote diocesano de su confianza responsable de ellas, e imponer el traslado del noviciado a Carcassonne. En cuanto la Madre San Pascual tuvo noticia de aquel proyecto fue ella misma a Carcassonne a entrevistarse con el Prelado. Nadie sabe qué le dijo con exactitud la Madre al obispo, pero está claro que defendió al Padre Ormieres con uñas y dientes, pues tras su paso por el Obispado las aguas volvieron a su curso y no se tomó ninguna medida de las prevista. La Madre San Pascual era muy considerada en la diócesis de Carcassonne, y logró detener aquel golpe. Pero el secreto de Madre San Pascual era precisamente su ejemplaridad de vida: predicó con sus silencios, humildad y penas escondidas en el corazón. La vocación de ser Ángel en este mundo pasaba por el sigilo muchas veces, en especial en su labor como primera Superiora General, donde no se caracterizó por reproches o riñas, sino por confrontar a cada hermana con su propia conciencia de cara a Dios y a la misión angelina en la Iglesia. Las alas de esta obra del Ángel Custodio se extendieron así velozmente, pues dentro de la dureza de la vida consagrada del momento la madre fundadora parecía imitar de algún modo el carisma francés visitandino, pero aquí sin clausura; es decir, vivir la vocación con alegría y siendo ejemplo para los demás como María para Isabel, pero en este caso como el Ángel de la Guarda, con cada uno de sus custodiados.
Los últimos años de Madre San Pascual, su desgaste físico era notabilísimo, fue de algún modo la andariega francesa; igual fundaba una nueva escuela, que escribía a las superioras de las ya existentes. Mantenía informado al P. Ormieres, supervisaba la marcha del noviciado, etc. Muchos párrocos de la Francia católica querían contar con una comunidad de Hermanas del Santo Ángel para responder a la indigencia cultural de los párvulos, por lo que la Madre conoció en su siglo como nadie la realidad rural francesa. En sus últimos meses de vida las Hermanas vivieron con profunda preocupación su deterioro; el mismo Padre Órmieres pidió que le pasaran un paño al cuerpo de San Luis María Griñon de Monfort, que era familia de la Madre, mientras las hermanas comenzaron una novena a Nuestra Señora de Lourdes. Parecía que la Madre San Pascual agonizaba en la madrugada de Pascua, aquel 28 de marzo de 1875 pero, por el contrario, se recuperó aunque no totalmente. El Señor aún tenía planes para ella en esta vida y, sin embargo, llegados al mes de octubre, en la madrugada del día 2 festividad del Santo Ángel, vinieron los mismos ángeles a recoger el alma de Chére Meré. Aquella fue su mañana de luz recién amanecida en La Molle. 150 años después las palabras del P. Órmieres siguen siendo de actualidad en referencia a la Madre San Pascual: ''Aún muerta, sigue hablando''.

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