Hoy estrenamos los cristianos el año con el comienzo del adviento. Llegamos siempre a esta cita con el fardo repleto de noticias, situaciones, circunstancias, todo cuanto nos acontece en los adentros de nuestra intimidad y todo cuanto sucede en las afueras de nuestra biografía. No faltan razones para expresar una cierta hartura ante el escenario mundial y el nacional cuando cotejamos las situaciones de guerra que destruyen los pueblos y expulsan de su tierra a los inocentes que deben salir huyendo. Tampoco ayuda ver cómo hay políticos que se enfangan con su maquillada corrupción, grapándose a sus poltronas de poder y enriqueciéndose con lo que roban a mansalva, mientras se divierten con sus frivolidades y placeres sin freno ni pudor.
Así llama a la puerta un nuevo adviento, cuando por todo esto tal vez la vida se deja caer en un vacío que acaba destruyéndonos cuando con una resignación malsana suelta los brazos porque todo le da lo mismo. Acaso ha entrado en un bucle de repetitiva inercia en donde se deja convencer de que todo es igual, que no hay nada nuevo bajo el sol como decía el sabio (cf. Ecles 1,2), para sumirse en la vanidad de las vanidades cada vez más viejo en todos los sentidos. Pero no son así las cosas únicamente.
Porque, cuando sin prejuicio nos atrevemos a escuchar de veras el corazón, constatamos que el hombre no sabe dejar de esperar, no puede censurar ese grito que pone nombre a nuestra espera y de pronto nos hacemos bondadosamente rebeldes ante lo que pretende aplastarnos o arrinconarnos. La vida entera nos reclama un cumplimiento de una verdad, una bondad y una belleza que nuestras manos son incapaces de amasar, aunque no lo alcance nuestra vista o no seamos capaces de soñarlo. Esperamos que suceda algo, que acontezca alguien, que ponga plenitud en el corazón que ha sido creado para un infinito que no sabemos ni colmar ni calmar.
Y esta es la historia de los hombres, que describe por doquier en cada época, en cada lugar, el ansia de una plenitud gozosa, humilde, bella y llena de bondad, para llegar al encuentro con aquello o aquel que pueda abrazar nuestra humanidad herida de una pregunta que nos reclama una respuesta de verdad. Pero de mil modos y maneras, esperamos siempre que esto siempre acontezca. La palabra acontecimiento indica algo más que un simple suceder. El acontecimiento nos arranca de la rutina cotidiana para gritarnos que es posible la sorpresa y el estupor. Esto es el adviento. Ven Señor Jesús.
En este primer domingo la Palabra de Dios nos describe el adviento hablando de ese doble movimiento que se da en la historia de la salvación. En el primer movimiento tiene Dios la iniciativa: es el Dios que vino, que viene y que vendrá, con un continuo abalanzarse a nuestras situaciones. El segundo movimiento se inscribe en el corazón del hombre: la espera y la vigilancia. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Esto es el adviento cristiano, el que siempre se vuelve a empezar sin cansarnos nunca de hacerlo. La historia de este tiempo litúrgico habla de los tres advientos: mirando al Señor que ya vino una vez (primer adviento, hace 2000 años), acogiendo al que incesantemente llega a nuestro corazón (segundo adviento, en nuestro hoy de cada día), y así nos preparamos a recibirle en su última venida (tercer adviento, al final de los tiempos). Ahí tenemos la conjugación de los verbos de la vida: el pasado, el presente y el futuro, que se concentran en el reconocimiento del que vino, del que siempre está a nuestro lado y del que volverá.
El “no sabéis el día ni la hora” (Mt 24,42) que escuchamos en el Evangelio, no es una encerrona terrible que pretende asustarnos, sino un toque de atención para que cuando Él manifieste su gracia en nuestros corazones podamos sencillamente reconocerlo. Nuestra vigilancia es la respuesta a su venida, justamente lo contrario a esa actitud en la que demasiadas veces estamos instalados: la distracción. El que vive distraído es alguien que ha quedado preso en sus pasados o bloqueado ante sus futuros, y por eso es incapaz de acoger una novedad presente que acontece, que se hace acontecimiento. Para no vivir distraídos, para poder abrazar una novedad radical, de la que nos hablará Isaías en la 1ª lectura, que ponga luz y esperanza en todas nuestras zonas apagadas y cansinas, y que cambie nuestras lanzas en arados y nuestras espadas en podaderas (Is 2,1-5), para eso necesitamos adentrarnos en un nuevo adviento.
No vale una actitud de espera cualquiera, nuestra vigilancia no tiene nada de pasiva. Por eso nos dirá San Pablo en la 2ª lectura que hay que despertar (Rom 13,11) de todas nuestras pesantes pesadillas que achatan y asfixian nuestra esperanza. La vigilancia es vivir despiertos, porque la salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer. Y esta vigilancia espabilada, consiste en quitarse los disfraces que ocultan y desfiguran la belleza de nuestra vida, para revestirnos de esa Luz (Rom 13,12-13) que hace más trasparente la belleza que en nosotros trasluce a quien nos hizo y redimió.
Sin duda que necesitamos que acontezca la eterna novedad del Señor en las venas de nuestra vida. Hay demasiadas pesadillas en nuestro mundo planetario de las que despertar, demasiadas rutinas que cansan y agotan, demasiadas necesidades en nuestro corazón y en el corazón social de que Alguien que ya vino y que vendrá, venga ahora también para encendernos la luz, una Luz que no se apague, que nos alumbre sin deslumbrarnos, cambiando todas nuestras maldiciones y enconos en ternura y bendición.
A esto se nos llama y para esto se nos quiere preparar en estas semanas que ahora empiezan poniendo en nuestros labios una vez más, pero con sabor a estreno, el canto de los santos que reconocieron el acontecimiento que Dios les ofrecía. Ellos supieron poner nombre a su espera: ¡Ven Señor, ven y no tardes ya! Este sería igualmente nuestro grito, o nuestra plegaria, o las dos cosas. La espera no cambia, el acontecimiento de Dios que se hace hombre tampoco. Sólo cambiamos nosotros que, con el paso de los días y el secreto de cada circunstancia, somos invitados a reestrenar lo que Dios nos dice y lo que nos regala. Este es el Acontecimiento que jamás caduca ni se gasta. Dichoso quien sin censura ninguna se atreve a esperarlo como la vez primera, con la esperanza que nunca defrauda. Feliz camino del adviento que termina en la santa navidad.
El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Covadonga, 30 noviembre de 2025

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