Decía Santa Teresa que "Dios escribe recto, con renglones torcidos". De algún modo así ha sido la vida de nuestro querido Juan; a pesar de lo torcida que le vino en muchas ocasiones, él supo vivirla sin salirse de la perspectiva espiritual, como su perfecta "letra de molde" con la que tanto escribió en las agendas de esta Parroquia, o en los diplomas que redactó para tantos niños de primera comunión. Juan José Fernández García nació en aldea ovetense de Feleches, perteneciente a la parroquia de San Pedro de Nora, en cuyo templo prerománico recibió las aguas del bautismo. Hijo de Herminio y Adela. Aunque ya muy niño se trasladó a Sograndio, como él decía: "el pueblo más soleyeru de Asturias''. Aquí se crió, hizo la primera comunión en la iglesia románica de San Esteban, e incluso quiso fundar un equipo de futbol juvenil de la Parroquia, pero cuando el párroco -Don Luis- se enteró que Juanito había ido por las casas pidiendo ayuda económica en nombre de la Parroquia para comprar la equipación, recibió como premio un buen coscorrón del cura. En su juventud estudio solfeo, e incluso formó parte de un grupo musical: ''los espaciales'', pero al empezar a trabajar muy joven la música que tanto le gustaba tuvo que quedarse a un lado. Empezó trabajando en "Almacenes de Eutimio Alonso", pasando después a "Almacenes Emilio Gallego", donde se jubiló tras sufrir un accidente tráfico con su esposa camino de Covadonga, al sufrir "ictus" mientras conducía por la N-364 a la altura de Prunales, Arobes, Ozanes (Parres).
Al poco de esto le vinieron nuevos achaques que aceptó con confianza, resignación y seriedad. Si el médico le decía que cinco minutos de gimnasia al día, lo cumplía. Desde su jubilación tras años peregrinando por Asturias con su furgoneta y en especial por toda la cuenca minera, de Olloniego a Felechosa, pudo disfrutar de este Lugones que él consideró su casa desde que se casó en esta iglesia con una vecina de la Avenida de Viella, llamada Rosi. Fueron diez años de noviazgo, y no fueron más porque el padre de Juan tuvo un pequeño susto de salud y le hizo jurar en el hospital que se casaba. Como sentenció Rosi aún hace unos años: ''Juanín, porque tu padre se puso malu, que si no, tábamos a estes hores cortejando''... El día de la boda el novio fue a pagar el estipendio a la sacristía, y lo llevaba todo en monedas enrroscadas dentro de un pañuelo, y Don José María de la Riva que fue el oficiante le comentó: ''vaya cartera más guapa me traes''...
Una vez jubilado vinieron años de muchos médicos y de mucha medicación y, al mismo tiempo, de una vida sosegada. Juan siempre quiso ser transparente y claro, y por eso guardaba cada libreta y cada libro de cuentas y detalles de pedidos o ventas de toda su vida laboral. Hace unos años al limpiar el garaje, Rosi insistió que había que tirar todo aquello; él no quería y decía con ese sentido de honradez propio de un cristiano: ''¿y si me van a pedir cuentes de algo y no tengo los papeles?''... Pero Rosi dijo que se tiraban y se tiraron, diciendo ''a estes altures Juanele, que cuentes te van a pedir sin no tienes un duru''... Juan no tendría dinero, pero tenía alegría, era feliz con muy poco: una manzana del prao, un puñao de nueces, una muestra gratuita de perfume.... Por poner un ejemplo de lo feliz que era Juan con tan poco, recuerdo una escena inolvidable un viaje a Benidorm en que paramos a comer en Zafra de Záncara (Cuenca). Todos los que estábamos de la Parroquia que eramos casi una decena, quedamos maravillados de la buena cocina del lugar; Juan nos dio su opinión al subirnos a la furgoneta: ''vaya aceitunes fiu, vaya riques que taben''... Fuimos desde la provincia de Cuenca hasta Benidorm escuchando a Juan ensalzar aquellas aceitunas como el mayor manjar que había comido en su vida, hasta que Rosi ya casi a la entrada de Benidorm sacó a relucir su frase más internacional: ''Juan por favor te lo pido, no me pongas de mal humor''...
O en otra ocasión, cuando conoció Roma y París viajando con Don Joaquín, a la vuelta le pregunté: ¿qué tal la comida Juanín; gustote? Y Juan con esa genialidad suya tan sincera respondió: ''lo mejor fue un bocadillo de jamón en el aeropuerto de Santander; en la vida comí tan bien''... Luego estaban sus salidas propias cuando alguien preguntaba por el párroco, igual Don Joaquín estaba en casa, pero Juan con tal de que no lo molestaran salía por peteneras: ''ta pa Palanquinos''; ''ta pa Roma'', ''ta pa Oviedo''... A veces aparecía de pronto Don Joaquín en la sacristía y decía la señora: ¿pero no estaba en Roma?... Le encantaba ser un poco travieso y "coñón". Para muchos niños de Lugones que pasaron por el campamento, la catequesis o fueron monaguillos, "Pirri" era como el hombre que siempre estaba en la iglesia para saludarte con un ''¡yes mundial!''... A un niño de Madrid de famila acomodada en un barrio residencial de la capital y que venía al campamento le decía: ¡madriles; Vallecas!... Las aventuras junto a él darían para hacer un par de libros, pues cuando quería ser gracioso, aunque a Rosi le enfadara, no se reprimía ni había quien le ganara. Hicimos un viaje de diez días, y la primera mañana desayunamos cerca de Pechón (Cantabria) corbatas de Unquera; sobraron media docena que Juanin guardó entre servilletas por si pasabamos hambre durante el viaje. Nadie se volvió a acordar de ellas hasta que ya regresando a casa el décimo día, bajando por la autopista del Huerna preguntó Juanín: "¿quier alguien corbates...?" La carcajada fue mayúscula y general... Le vamos a echar mucho de menos, pues era la sonrisa eterna hasta en los días de mayor niebla. Qué inolvidables las noches de viernes santo recitando "su" oración que él declinaba con mímica y solemnidad: ''Por la calle de la amargura'', con el hábito de la Cofradía tan bien puesto y llevado que parecía un venerable clérigo; fue tan aplaudido que él un año especialmente emocionado se dirigió a los presentes con un: ''¡amadísimos feligreses!'', cual Pepe Isbert en un film español en blanco y negro...
Una debilidad suya era el "flan con helao", por eso en alguna fiesta de la Parroquia yo llevaba ya algunos flanes para el restaurante para que a Juan en lugar de tarta y helado le pusieran su flan con helado, que no se lo tomaba tal cual sino que lo batía, y lo que yo llamaba ''puding juaneliano''. Le encantaba el embutido, y yo le decía: ''Juanelo come jamón de Guijuelo, que ye muy bueno pa la sangre'', y el me decía: ''¡qué bien lo sabes''! Cuando le regalaba algún detalle que le prestaba mucho: algo de Santa Gema, de Sograndio, alguna partitura de cantos litúrgicos... Siempre me decía: ''¡Gracias Rodri, yes el mejor!''. Y siempre que me escuchaba una canción nueva era el primero en decirme: "¡vaya canción más guapa!", tienes que conseguime la letra... Aún recuerdo el día que conocí a Juan, un 30 de agosto de 2009, el domingo de Santa Isabel. Estaba en la capilla lateral de Santa Bárbara, con su inseparable amigo Juan (el de Marisa), y nada más terminar la procesión los dos juanes vinieron a presentarse llevando Juanín la voz cantante... Quién me iba decir cuánto íbamos a compartir en esta vida, en esta Parroquia, con lluvia o sol: ¡Cuántas excursiones a Covadonga sentado a mi lado! Y siempre había dos sitios a los que Juan estaba atento: al llegar a Cangas de Onís y divisar a lo lejos el cementerio parroquial siempre comentaba: ''Ahí ta Pablo''; y primero, al pasar por San Miguel de la Barreda siempre me señalaba el cementerio y me decía: ''mira Rodri, pa ahí voy a dir yo, mira que guapo y soleao''... Una vez que tuvo nicho en Lugones ya no lo dijo más, pero yo se lo recordaba: ''¡mira Juan, el cementerio de San Miguel!''. Y él me decía: ''¡na... ahora voy pal de Lugones que ta muy empozao y da poco el sol''. Y yo para sacarle una sonrisa le decía: ''no pasa nada Juanín, en el Cantarranas por la noche como encienden los focos del campo de fútbol ye como si fuera soleyero'', y él que era un pillo bueno, se reía. Aún hace unos meses tuvo un susto gordo con esa pasión tan suya de comer la carne casi cruda. Siempre que comía fuera de casa la advertencia era la misma sobre cómo quería el filete: "vuelta y vuelta, que no vea la sartén"... Se atragantó quedando más pálido que la cera un domingo; Don Joaquín lo tiró al suelo del comedor estando en el restaurante Principado lleno de gente. Tras veinte minutos de reanimación cardio pulmonar por D. Joaquín y una médico que se incorporó después, Juan, al que todos consideraban ya cadáver con un grito estentóreo volvió a respirar... Al día siguiente fue a desayunar tan tranquilo mientras un cliente del bar comentaba: "yo a este hombre ayer lo vi muerto; estaba muerto, y el cura de Lugones lo resucitó". Fue un poco como lo de Lázaro, el pobre Juan vivió para volver a morir, pero después de disfrutar lo suyo.
En los quehaceres cotidianos de Juan no era raro encontrarlo en zapatillas y bata limpiando el garaje, cuidando el jardín o limpiando por casa. Yo, para provocar a Rosi le decía: Juanín tenemos que ponenos a limpiar el gallineru y sacar toda la madera que hay allí, y él a todo me decía que sí con tal de picar un poco a Rosina... Tenía siempre dos respuestas cuando le preguntaban cómo estaba, y estas eran: ''cada día más vieyu'', ó, ''llevando bronques''... Él mismo se definía como "el mundial de les bronques'', a lo que Rosi añadía al segundo: ''¡porque les mereces!''. Si ibamos a merendar, yo le decía: ''pide bizcochón'', pero Rosi decía: ''¡no; que ya se pasó esta semana con el dulce!''. Y yo le decía: ''garra un cachu ahora que no mira'', y en cuanto nos pillaba la jugada Rosi, comentaba: ''cuando me quede lelu vas venir tú a cuidalu''... Gracias a Dios nunca se dio esa situación, a pesar de haber sufrido varios microictus. Pudo ser autónomo hasta la hora de su muerte. Cuántas peregrinaciones cada mes a Fitoria con su vecina Pepita -que en paz descanse- a su querida Santa Gema para hacer la colecta y ayudar a las Pasionistas en lo que le pidieran. Recuerdo un viaje a Madrid que le llevé a él, a Rosi y a Marisa de sorpresa al Santuario de Santa Gema, donde está el corazón de la Santa. Es un templo moderno en la calle Leizarán, cerca del Bernabeu; para Juan fue lo mejor de aquel viaje. Estoy seguro que Santa Gema Galgani, a la que tanto quería, le ayudará ahora en su camino al cielo. Descansa en paz querido Juan, gracias por tu cariño, por tantos momentos felices, por tantas risas y complicidades y por haber vivido la fe gozosamente a pesar de las muchas dificultades de tu vida. Quién lo iba a decir, que en la capital de España donde está el corazón de Santa Gema, se iba a parar el corazón de este su gran devoto suyo... Querido Juanín, cuando llegues al cielo, y veas a tu Santa, háblale de los que quedamos aquí, de tu querida parroquia de Lugones que hoy llora tu partida, al tiempo que se alegra de la dicha de tan dulce final, sentado en la furgoneta después de una semana feliz, pasando de sueño terreno al eterno. No hace falta prometerte que no te vamos a olvidar, pues en tu caso es un imposible. Decía el Padre jesuita San José María Rubio que ¡"De Madrid al cielo"! ¡Ojalá se haya cumplido esto ya para ti! Cuando suspirabas solías decir ''¡Ay Virgen del Carmen!''... Pues que tu Santina de Sograndio, la Reina del Carmelo, te lleve a Cristo; querido, muy querido Juanelo...

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