miércoles, 17 de diciembre de 2025

Mensaje de los Obispos para la Jornada de la Sagrada Familia

Matrimonio, vocación de santidad 

Al concluir este año jubilar, en el que el Señor ha derramado sobreabundantemente sus gracias, celebramos con gozo la Jornada de la Sagrada Familia, reflexionando sobre el gran don de la vocación matrimonial y fa miliar, a la luz de lo vivido en el Congreso para las Vocaciones «Asamblea de llamados para la misión», organizado por la Conferencia Episcopal Española en febrero del presente año. 

1. La antropología del don 

En muchas ocasiones se plantea el tema del discernimiento vocacional desde la elección que hace el individuo, olvidando la importancia de la acogida y la escucha del plan que Dios tiene pensado para cada persona. El discernimiento vocacional forma parte del camino del cristiano hacia la unión plena con Cristo. En el encuentro con la vocación a la que somos llamados por Dios, solo seremos felices en la respuesta positiva al plan que Dios tiene previsto para cada uno; solo así, además, estaremos en plena comunión con nuestros hermanos. «La Iglesia existe para evangelizar» (1), para anunciar a cada hombre y a cada mujer el maravilloso plan del amor de Dios, la llamada a la alianza de amor por el sacramento del bautismo. Esta es la vocación originaria, la fuente del resto de vocaciones. El hombre, creado a imagen y semejanza del Dios Trinidad, que es comunión de amor, solo puede encontrar su plenitud cuando vive en la clave del amor que se entrega. Verdaderamente: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él viva mente» (2). De ahí brota la constante necesidad de volver al amor primero; por eso, «debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario» (3). 

2. Especial llamada al matrimonio 

El camino vocacional de cada persona es un plan único trazado por Dios, que se va revelando en el tejido real de la vida. En el caso del matrimonio, la llamada no se percibe habitualmente como una decisión previa y abstracta —como si primero uno descubriera su vocación al matrimonio y solo después encontrara a la persona adecuada—, sino que nace precisamente en el encuentro con alguien concreto. Es en el amor hacia una persona determinada donde el hombre y la mujer descubren que Dios los llama a vivir una comunión estable y fe cunda, a hacer de ese vínculo una entrega total y definitiva. Así, la vocación matrimonial no se separa de la experiencia humana del amor, sino que la eleva, la purifica y la plenifíca con la gracia de Dios. De este modo, cada historia de amor auténtico puede convertirse en lugar de llamada y de misión: el espacio donde Dios invita a los esposos a ser signo visible de su propio amor fiel y creador. Como nos recordaba san Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Familiaris consortio: «Entre los numerosos caminos, la familia es el primero y el más importante. Es un camino común, aunque particular, único e irrepetible, como irrepetible es todo hombre; un camino del cual no pue de alejarse el ser humano» (4). Es un camino común, que se recorre en unión: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» Mt (19,5). La vocación matrimonial es un camino particular, es el germen de la sociedad, la hace crecer, la enriquece y aumenta. Sin unos esposos abiertos a un amor fecundo, la vocación al matrimonio pierde uno de sus sentidos fundamentales: ser prósperos; aun en los casos de situaciones de infertilidad es la fecundidad lo que les da sentido y los realizará. El matrimonio es una verdadera vocación, llamada a visibilizar, nítida y abiertamente, el amor con mayúsculas sin rebajas ni aditamentos que lo desvirtúen. El hogar es el primer tabernáculo, el ámbito de la intimidad más profunda donde el amor auténtico se hace visible. 

3. Santidad y misión en el matrimonio 

El papa León XIV nos decía en la homilía del Jubileo de las Familias: En las últimas décadas hemos recibido un signo que llena de gozo y, al mismo tiempo, invita a reflexionar: me refiero al hecho de que fueron proclamados beatos y santos algunos esposos, no por separado, sino juntos, como pareja de esposos. Pienso en Luis y Celia Martin, los padres de santa Teresa del Niño Jesús, y recuerdo también a los beatos Luis y María Beltrame Quattrocchi, cuya vida familiar transcurrió en Roma, el siglo pasado. Y no olvidemos a la familia polaca Ulma, padres e hijos unidos en el amor y en el martirio (5). Es un error desvincular la santidad del matrimonio. Al contrario, la Iglesia hoy nos propone ejemplos de matrimonios santos, matrimonios que, en el día a día, tendrían dificultades, desencuentros, momentos de duda, pruebas…, pero que supieron acudir a la fuente de la vida juntos, para convertir el sacramento que un día los unió en una oblación perfecta: «Vivid en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y sacrificio de suave olor a Dios» (Ef 5,2). Acudamos a la Sagrada Familia como guía espiritual en las dificultades y medio de unión a Cristo. Precisamente, en el mundo actual, donde el matrimonio se encuentra desprestigiado, en decadencia, por el egoísmo, la falta de compromiso, la individualidad imperante, la exacerbación del yo y las dificultades eco nómicas y materiales para llevar a cabo un proceso de vida en común, se pone más de relieve la necesidad de matrimonios santos que, con su testimonio audaz e incansable, sean testigos firmes de Cristo en esta santa vocación. Necesitamos familias que, como Iglesia doméstica, sean testigos vivos del amor de Cristo por su esposa, la Iglesia, manifestando con su vida cotidiana la gracia que las capacita para responder a la llamada de Dios y reflejar su amor único y entregado. Conclusión En este tiempo de Navidad cuando la salvación del mundo quiso nacer en una familia, la Sagrada Familia de Nazaret, os invitamos a redescu brir vuestra vocación matrimonial. En palabras del papa León XIV: «El matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo. Este amor, al hacerlos “una sola carne”, los capacita para dar vida, a imagen de Dios».Acudamos a la Sagrada Familia, para que todas aquellas familias que se encuentran en situaciones difíciles, de adversidad o de guerra, encuentren consuelo y puedan, a pesar de sus circunstancias, sentirse amados y acompañados. 

+Mons. D. José Mazuelos Pérez 
Obispo de Canarias. 
Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida 

+ Mons. Ángel Pérez Pueyo Obispo de Barbastro-Monzón 
 santos Montoya torres Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño 

+Mons. Antonio Prieto Lucena 
Obispo de Alcalá de Henares 

+ Mons. Gerardo Melgar Viciosa 
Obispo emérito de Ciudad Real

(1) Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 14. 1
(2) Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10.
(3) Francisco, Amoris laetitia, 58.
(4) Juan Pablo II, carta a las familias Gratissimam sane, 2
(5) León XIV, Homilía en el Jubileo de las Familias (1-6-2025).

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