domingo, 28 de diciembre de 2025

Sagrada Familia de Nazaret. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Celebramos dentro de esta Octava de Navidad, el día grande que se alarga durante ocho jornadas: el domingo de la Sagrada Familia de Nazaret. La primera palabra en este día debe ser de denuncia, pues al igual que nos quieren robar la Navidad y la Familia, también nos quieren manipular e ideologizar a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. La Familia Santa de Nazaret no es un guiño ni a Palestina ni a Israel; no es tampoco un estandarte político para cuestiones migratorias o sociales, sino que es un icono de cómo la iglesia doméstica -que diría el Concilio Vaticano II- ha de ser escuela de santidad y de valores católicos ante las embestidas del modernismo neoliberalismo que ven en el modelo familiar cristiano un enemigo a batir. No nos dejemos arrastrar ni por los de fuera que no protegen a la familia, ni por los de dentro que nos venden ideas tendenciosas de la verdadera misión de la Sagrada Familia en la historia de la salvación.

El Señor nos ha mandado honrar "padre y madre", y hay que reconocer guste o no, las épocas de mayor catolicidad en España han coincidido con los momentos más boyantes en la salud de la institución familiar. Hoy las estadísticas nos dicen que la fe no cotiza al alta en España y en Europa, y al mismo tiempo, la familia afronta una crisis social profunda como vemos en la realidad cotidiana. Las noticias diarias delatan que no vamos por buen camino: geriátricos llenos de personas mayores olvidadas en no pocos casos como trastos inservibles, personas que son encontradas muertas en sus pisos tras años y años sin haberse notado su ausencia ni entre los suyos más próximos, padres y madres ancianos asesinados por sus hijos como aún a ocurrido esta semana en Infiesto... Y ante esto, la palabra de Dios nos interpela con esa sentencia clara del libro del Eclesiástico: "Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados". Así es, nuestro mundo tiene sus prioridades y prisas, prisa por ganar en calidad de vida, y esto viene del pecado, del egoísmo de pensar en mi beneficio antes que en mi salvación y la de los míos. Yo me alegro de que crezca la sensibilidad hacia los animales, la naturaleza y toda cuestión ecológica, pero un matrimonio joven que dice no a la vida, que no está dispuesto a tener hijos como antídoto para no tener gastos u obligaciones, para tener libertad de movimientos y vivir sin ningún compromiso, está incumpliendo el mandato de Dios de "creced y multiplicaos".

También en nuestro proyecto de vida ha de estar presente el temor de Dios, sabiendo que la vida no es tan propia como pensamos, que nos ha sido regalada por el Señor, y a Él he de rendir cuentas de ella. Por ello el salmista alaba a los que viven en esta santa actitud: "dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos". Es decir, bienaventurados los que piensan en hacer lo que agrada a Dios por encima de lo que a mí me apetece. En esta línea va también la epístola de San Pablo a los Colosenses: "Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro"... Dios ha nacido, viene a cambiarlo todo y, por tanto, no podemos seguir anclados en una vida mediocre. Si Dios ha dado el paso de venir a nosotros cuando fuimos nosotros quien le dimos la espalda, ¿cómo podemos permanecer instalados en el odio, el rencor y la enemistad?. El Apóstol es directo: "El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo". Y esto es necesario en la vida de familia, sea en el hogar con los de la propia sangre, en la familia parroquial, en la familia de comunidad o congregación, o en la familia del presbiterio... Ha venido a nosotros el Príncipe de la Paz, pero si no reina su paz en nuestro corazón de nada sirve vestirse de gala, cenar grandes manjares, hacer regalos espléndidos, llenar el interior de la casa de adornos y el exterior de luces; si no nos hemos reconciliado con Dios ni nos acercamos al hermano del que estamos alejados, nuestra podredumbre y miseria no la podrá tapar una celebración vacía y fría en una Navidad sólo de cara a la galería.


En el evangelio de este domingo nos presentan los sueños de San José, en concreto en relación a la conocida como huida a Egipto. No nos relata un hecho a través de datos, sino que el hilo conductor son los sueños de José, y es que Dios nos habla de las formas que menos esperamos. Que Cristo tuviera que exiliarse en Egipto es un detalle precioso que nos recuerda el exilio del pueblo elegido bajo la esclavitud del faraón, así como el peregrinar por el desierto, todo un guiño a cómo el Mesías hace suyo el largo peregrinar de su pueblo. El evangelista San Mateo le da un papel central a San José, y es que su papel de custodio del Redentor no fue algo anecdótico ni accesorio. La revelación de Dios para que José regresara a su tierra nos revela cómo él fue el instrumento del Señor para que en su Hijo Adoptivo se cumplieran las antiguas profecías. Hoy el evangelio nos recuerda dos: "De Egipto llamé a mi hijo", que es algo anunciado por el profeta Oseas. Y la segunda, llama aún más la atención sobre que se llamaría "Nazareno". Si lo pensamos bien, a Jesús no le vinculamos con su pueblo natal, no decimos el de belén o el belemita, sino el de Nazaret. Jesús hace suyo el pueblo de José y María, crece bajo su autoridad en una familia, la de José, por eso se sentía orgulloso de ser reconocido como "el hijo del carpintero". En los años setenta estaban de moda las predicaciones que nos hablaban de "Jesús obrero", "el hijo de un obrero" procedente de una familia pobre... Siempre me pareció muy atrevido afirmar lo que desconocemos, y más grave aún querer que la Sagrada Familia de Nazaret sea el tipo de familia que yo quisiera que fuera para hacer banderas reivindicativas como ha pretendido la llamada "teología de la liberación". En esta Jornada tan entrañable pedimos a la familia Sagrada por nuestra familias, en especial las que pasan dificultad. La Sagrada Familia es referente, modelo y guía para nuestras familias de hoy. El Papa León XIV afirmaba recientemente que «Podemos entender la familia como un don y una tarea. Es crucial fomentar la corresponsabilidad y el protagonismo de las familias en la vida social, política y cultural, promoviendo su valiosa contribución en la comunidad. En cada hijo, en cada esposa o esposo, Dios nos encomienda a su Hijo y a su Madre, como hizo con San José, para ser, junto a ellos, base, fermento y testimonio del amor de Dios en medio de los hombres. Para ser Iglesia doméstica y hogar donde arda el fuego del Espíritu Santo, difunda su calor, aporte sus dones y experiencias para el bien común y los convoque a todos a vivir en esperanza».

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