domingo, 7 de septiembre de 2025

''No puede ser discípulo mío''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


De hoz y coz ya en el mes de septiembre, que en nuestra diócesis es un mes muy de María y muy de la Cruz, nos reunimos como comunidad para celebrar el día del Señor en este domingo XXIII del Tiempo Ordinario. La palabra de Dios de este día nos llama a enfocar nuestra vida según lo que espera el Señor de nosotros, más que lo que nosotros esperamos de Él. A veces nuestro yo, nuestro ego, nuestro criterio, es nuestro mayor enemigo, pues nos desborda; nos ciega y anula de modo que nos es imposible poder vivir la vida cristiana con coherencia. Una persona orgullosa, altanera... que sólo se siente Iglesia cuando va en la dirección que le gusta, cuando en su parroquia se hacen las cosas de una determinada manera, o que sólo está a bien con Dios cuando todo le sale a pedir de boca, será alguien que se dirá cristiano, pero que realmente no ha conocido a Jesucristo ni su mensaje. Ante esto el Señor pone delante de nosotros hoy la necesidad de integrar y aceptar las frustraciones, fracasos y dolores. Y qué mejor mes para interiorizar esto que estas fechas en que tantos nos acercamos a santuarios de la Cruz. Y es que de nada me sirve hacer una procesión tras Jesús cargando la Cruz, si no soy capaz de ver que me está llamando a mí a abrazarla, besarla y llevarla.

¡Tantas veces nos sentimos autosuficientes! Creemos que todo lo podemos con nuestras fuerzas, hasta el punto que sacamos a Dios de nuestra vida convirtiéndonos nosotros en nuestros propios dioses, o buscando y descansando en nuestros becerros de oro particulares a los que adorar. Así nos advierte Libro de la Sabiduría en la primera lectura que hemos escuchado: ''Los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa''. Es evidente que el hombre no tiene respuestas para todo, especialmente en lo que se refiere al campo de la fe, pero lo preocupante no es no encontrar la respuesta más clara, sino cuando sencillamente dejamos de hacernos preguntas. Necesitamos invocar al Espíritu Santo para que nos de luz, para que seamos capaces de descifrar no lo que me conviene hacer en este momento, sino lo que espera el Señor de mí; es decir, qué camino es el que me va ayudar más a creer en mi seguimiento del Maestro. Y esto no es una decisión puntual de un día, sino que cada vez que tomo una decisión, aunque sólo sea para ver qué hago con las monedas del cambio al salir del supermercado -si guardármelo para darme un capricho o dar una limosna al de la puerta- ya es un cruce de caminos en mi vida de fe. Este texto sapiencial nos lleva a reflexionar sobre nuestra fragilidad humana, que es tal, que cuanto mejores creyentes nos creemos, ya estamos siendo mediocres y actuando en corto. Por eso ante nuestras flaquezas nos viene la respuesta del salmista: ''Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación''. Por mal que lo hagamos, por mucho que nos equivoquemos, siempre estará  el Señor esperandonos para acogernos como refugio y descanso del alma. 

La epístola de San Pablo a Filemón es muy breve pero muy sentida y elocuente. Hoy no es tanto una catequesis, sino una carta más bien privada que nos revela el corazón del Apóstol. Nos presenta a Onésimo, al que llama hijo, y nos dice que lo ha "engendrado" en la cárcel... Este hombre era un prisionero, un esclavo, que fue compañero de prisión con Pablo, el cual se convierte y pide el bautismo en la cárcel al conocer el evangelio por boca del Apóstol. Onésimo ya es libre a pesar de estar en la cárcel, y es que ha renacido por las aguas del bautismo, goza ya de la libertad de los Hijos de Dios. San Pablo siente un gran cariño por este muchacho, pero es consciente de que cuando salga de prisión y regrese a casa de su amo recibirá un gran castigo como era costumbre. Es esto es lo que motivó al apóstol a escribir al "amo" de Onésimo que se llamaba Filemón, para pedirle que le conceda la libertad social ya que es libre del pecado original. San Pablo es claro: ''que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor''. Nos vemos por tanto ante otra característica del orgullo: considerar inferior, peor y no a mi altura, a quien debería ver como lo que en verdad es: ¡un hermano! 

Adentrándonos en el evangelio nos situamos ante un texto tomado del capítulo 14 del evangelio de San Lucas: Jesús sigue preparando a sus discípulos y a la gente que le seguía en el camino a Jerusalén, que es en definitiva el camino al Calvario, por eso el tema de la cruz es tan importante. Pero lo que se aborda implícitamente es el de la humildad como ya apuntamos, lo cual es fundamental para poder vivir en nuestras vidas el evangelio y para que Cristo pueda morar en nuestros corazones. Jesús nos habla de tres renuncias para seguirle en verdad: posponer a la familia y a uno mismo, cargar con la cruz y renunciar a todos los bienes. Y a estas tres premisas les pone la misma sentencia para el que no lo acepte así: ''no puede ser discípulo mío''... ¿Es que Jesús no quiere que amemos a la familia, que no tengamos autoestima - amor propio? ¿Quiere Jesús que lo pasemos mal y vivamos en la miseria?... Hay que entender las cosas en su contexto: lógicamente el Señor no quiere que demos la espalda a la familia o que no tengamos autoestima o vivamos en calamidad; lo que quiere Jesús de nosotros es que nuestra fe no esté por debajo de lo nuestro ni de nuestro yo. Esto es difícil, evidentemente, pero es una propuesta para crecer en la humildad. Y es que ya decía Santa Teresa: ''la humildad es la madre de todas las virtudes''; ''quien anda en humildad anda en verdad''. O, ''La humildad, por profunda que sea, ni inquieta ni perturba el alma; va acompañada de paz, alegría y tranquilidad''. Somos llamados a vivir en sencillez, en la pobreza evangélica, que no es sinónimo de miseria. 

Pero sobre todo, hoy somos invitados a cargar con la cruz, que ciertamente no nos gusta, y porque nos cuesta una parte de nosotros se revela, y es que el Reino de Dios no es de este mundo, por eso los criterios mundanos siempre chocan con su Palabra. Mientras este mundo nos invita a vivir la vida (lo cual es un sinsentido, pues no existe vida sin sufrimiento) Jesús nos dice: ''toma tu cruz y sígueme''... Si Jesús cargó su cruz que era mil veces más pesada que la nuestra, cómo voy yo a quejarme de nada cuando puedo hacer que el sufrimiento de la propia vida me ayude a crecer, me acerque más al Señor y pueda ofrecerlo por tantas intenciones piadosas. 

También hemos de tener cuidado cómo interpretamos la palabra de Dios: seguir a Cristo implica discernir de la misma forma que el que calcula antes de una obra o batalla, si estamos dispuestos a renunciar a todo lo que se oponga a Él. Este compromiso exige una lucha interior, pero conduce a la amistad con Jesús y a la paz del cielo. 

La fe disuelve barreras y renueva actitudes construyendo comunidades basadas en el respeto y la igualdad. El discipulado se compara con una torre y una batalla. Construir implica perseverancia y renuncia; luchar supone enfrentar y superar egoísmos, miedos y tentaciones. La victoria no sigue criterios mundanos: puede implicar perder bienes o la vida, pero está asegurada en el Resucitado. La gloria del discípulo es participar de la vida y misión de Cristo, en sus momentos de luz y de cruz, con la certeza de que la victoria final, la vida eterna, ya nos ha sido dada por adelantado en Él.

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