En este domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, el Señor nos habla en este evangelio del capítulo 22 de San Mateo con otra parábola ya no relacionada con "la Viña", sino que lo que nos ocupa es el relato del rey que invita a la boda de su hijo. Es un nuevo caso de ingratitud el que se nos pone delante: una invitación generosa a un banquete gratuito al que los invitados no acuden. Esto se dirige a todos; es verdad que Jesús relata esta historia de cara a los ancianos del templo y los sumos sacerdotes, pero aquí y ahora somos nosotros los que hemos de hacer nuestra esta enseñanza. Una pregunta primera que deberíamos hacernos es: ¿Qué importancia tiene Dios en mi vida? pues eso será lo que determine mi actitud de cara a su invitación. Si no está entre lo primero y lo central es que algo no marcha bien en mi vida de fe. Si Dios que es el más importante lo tengo entre lo menos prioritario de mi vida quiere decir que he convertido en pequeños diosecillos y principales prioridades aquello que no merece que le dedique tantas atenciones por ser realidades secundarias. No antepongamos nada al amor de Dios, no seamos invitados ingratos que prefiramos comer basura y rechacemos el manjar del cielo.
Este evangelio me lleva a pensar en el valor que le damos a la eucaristía; siempre nos estamos quejando de que hay pocos sacerdotes, de que tiene que estar siempre a carreras, que no siempre son puntuales... Pero seamos sinceros: ¿no nos habremos hecho muy cómodos y seguimos viviendo como si estuviéramos en tiempos de bonanza religiosa?. Si nos detenemos a mirar los horarios de misas en Oviedo y en todo el Arciprestazgo, es sin dudas uno de los lugares de Asturias con más celebraciones diarias y dominicales. Tenemos la posibilidad de elegir la más temprana para poder luego hacer una espada, o más tarde para no madrugar. Y si una semana o un fin de semana hiciéramos una fotografía de cada templo en cada celebración nos llevaríamos la sorpresa de ver tantísimos huecos vacíos. Y las personas que están, ¿Quiénes son? A menudo mayores, personas sencillas, cristianos que no tienen más tesoro que el Señor. Comentaba un cardenal español que cuando fue cura de pueblo, una vecina le había preguntado por qué en todos los pueblos había algún tontico, pero que siempre estaba en la iglesia, y el Eminentísimo señor le respondió: ''porque en la parroquia es el único sitio del pueblo donde se sienten acogidos y en casa''. Muchos últimos serán primeros, y lo hemos visto de forma clara: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda."
El Señor nos invita todos los domingos -¡todos los días!- al banquete de bodas de su Hijo, a la Eucaristía, y cuántas veces nuestro lugar reservado está vacío porque le he cambiado por dormir la mañana, por ir al rastro, a nadar, al monte... Quizás no rechazamos con agresividad, pero si lo hacemos con indiferencia. Ante esto hay algo que se diluye en nosotros y que es el honor de las personas. En Lugones he descubierto algo que desconocía, y es lo mucho que tenemos de aprender, por ejemplo, de las personas de etnia gitana en lo que se refiere a ese concepto. Soy testigo que a la hora de afrontar la enfermedad, las calamidades, la muerte o la boda de uno de los suyos, no hay personas más preocupadas por honrar a su familia. Antes era una honra que te invitaran a una boda, y la familia se sentía honrada de que todos los invitados respondieran. Ahora en España ponemos velas para que no nos inviten a las bodas porque el cubierto está muy caro, pero -ojo al dato- en la boda del evangelio no se invitaba para pedir, sino que tan sólo para asistir y ser agasajado honrando al novio y siendo honrados por el padre en la invitación. No era para ir a cobrar a los viñadores, tan sólo para sentarte y disfrutar, y ni aún así, la respuesta es positiva. Y nosotros: ¿tenemos motivos para decir al Señor que no voy?: es que trabajo, es que es mala hora, es que tengo que limpiar la casa...Si conociésemos la historia de tantas personas que cada día trabaja, limpia, cuida a los suyos y se dejan la piel en todo, y sin embargo encuentran tiempo para dedicarle a Dios media hora cada jornada asistiendo a la santa misa nos avergonzaríamos. Personas que apenas pueden ya caminar, y todos los días allá van fieles a la misa; personas que se levanta una hora antes para escuchar la misa antes de entrar a trabajar... Necesitamos caer en la cuenta que no tenemos verdaderos motivos, sino muchas excusas.
Y concluyo con el detalle del invitado que no tenía traje de fiesta: ¿Qué significa esto? Suena incoherente, el rey dicen que vayan a los cruces de los caminos y que inviten a los que encuentren y ese pobre que asiste sin traje de fiesta lo manda echar fuera del convite: ¿Qué nos quiere decir Jesús con eso?. Muy sencillo, que te inviten y que no te cueste nada no significa que puedas ir de cualquier manera. A nadie se le ocurre ir a una boda en pijama, ni a un funeral en bañador. Pero esta escena dice más de lo que parece: ¿Qué se nos pide a nosotros para venir a la misa? no hay que pagar a la entrada, no te mira nadie con escáner o ver si eres de este equipo de fútbol o del otro... Aquí para poder participar del banquete, para poder comulgar, y ponernos a la fila de la comunión sólo se nos pide estar presentables, no tanto por fuera sino por dentro. Si creemos que Jesús está presente y nos invita a su mesa, debo renovar mi vestuario interior, y si mi alma que es como una túnica blanca está llena de manchas necesita pasar por el confesionario que es el mejor túnel de lavado que tenemos los católicos. Sería ciertamente desagradable que públicamente nos rechacen por no ir debidamente vestido. Por eso los seguidores de Jesús a lo largo de nuestra vida que está llena de fallos, necesitamos acudir una y otra vez a confesarnos para que cuando nos llegue la hora definitiva Jesús nos diga que podemos pasar al banquete por ir debidamente preparados y llevar limpio el traje para la boda.
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