En este domingo XXIX del Tiempo Ordinario el evangelio nos hablará de darle a Dios y a los hombres lo que a cada cual corresponde, y es algo tema que viene perfectamente para reflexionar también en este día del DOMUND en que oramos y hacemos la colecta por las misiones, pero sin perder de vista que el misionero que necesitamos cuidar especialmente es el que duerme en nuestro interior y necesita ser despertado a veces de su letargo; la misión a la que nos envía el Señor está en nuestros hogares, en nuestro trabajo, entre nuestros vecinos... También en este día se celebra la memoria litúrgica de San Juan Pablo II, cuyo mensaje en favor de la nueva evangelización sigue resonando en todos los rincones del mundo.
La lección central de este pasaje del capítulo 22 de San Mateo nos lo sabemos muy bien, pues forma parte -como tantos textos de las Escrituras- de nuestro lenguaje coloquial. Jesús da una lección magistral ante una pregunta trampa que únicamente buscaba poder acusarlo de alborotador y enemigo de Roma, y así acabar con él haciendo que los romanos se le echaran encima. Pero tal vez hemos escuchado tantas veces ''Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios'' que ya lo tomamos como una frase hecha sin mucho sentido, que suena rimbombante, pero que sólo aplicamos a los demás y nunca a nosotros mismos.
Esta frase tan breve también ha sido tergiversada y malinterpretada muy a menudo, a pesar de que la Iglesia siempre nos ha explicado a lo largo de los siglos lo que realmente trataba de decir el Señor. No significa únicamente -que también- tengamos doble rasero, que como Fulanito o Menganito hago lo que quiero y como católico con cumplir el domingo llega. Tampoco significa que lo terreno y lo trascendente sean incompatibles, u otras interpretaciones de tinte político o ideológico. Es curioso que los que más insisten en no poner en proyección divina lo humano, sí mundanizan lo divino olvidando que es precisamente la doctrina social de la Iglesia la que eleva a Dios la condición humana a la luz del Evangelio. Mundanizamos la Palabra de Dios cuando no acogemos el texto en su autenticidad, sino que buscamos giros que digan o justifiquen aquello que nos gustaría que tratara de decir en función de mis propias ideas, criterios o ideología. Necesitamos poner a Dios el primero y dejar lo secundario; lo que ha de quedarse en este mundo en un segundo plano.
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