(Infovaticana) ‘El único delito del que nos acusan es ser católicos y esto es un honor para nosotros’, aseguraba Isidro Fernández Cordero antes de ser asesinado por odio a la fe en 1936 junto a Genaro Fueyo Castañón, Antonio González Alonso y Segundo Alonso González. La Iglesia reconoció en 2016 el martirio de estos cuatro asturianos -un sacerdote, un seglar y dos padres de familia- que fueron asesinados en el año 1936 por odio a la fe. Estos relatos forman parte del libro «Los mártires de Nembra» del sacerdote D. Ángel Garralda García.
Segundo e Isidro tenían 48 y 43 años respectivamente cuando fueron asesinados. Eran padres de familia numerosa, amigos y primeros responsables de la Adoración Nocturna y del Sindicato Católico. Eran mineros y ambos murieron perdonando. El sacerdote Genaro Fueyo llevaba 37 años en Nembra cuando fue martirizado. Al día siguiente de su muerte, cumpliría sus bodas de oro sacerdotales.
Estos mártires murieron entre escarnios, desangrados y descuartizados, en un cruel y lento martirio, que tuvo lugar dentro de la Iglesia. Previamente les habían obligado a cavar su tumba. De los testimonios que se recogieron años más tarde, algunos incluso de sus propios verdugos, se sabe que tuvieron una actitud serena y valiente ante la muerte.
Al día siguiente del martirio, sus asesinos fueron a las casas de los mártires anunciando que éstos se habían fugado, y amenazaban con represalias si no les encontraban. La mayor parte de los familiares no se creyeron estas palabras e intuyeron que habían sido asesinados. Efectivamente, un año después encontraron los restos de los mártires. Estaban íntegros, sin síntomas de corrupción. Sus familias, tal y como les indicaron los mártires, procuraron perdonar. Fueron varios los casos en que los hijos ayudaron a los familiares de los verdugos de sus padres.
Antonio González: Le cortaron la lengua por negarse a blasfemar
Nació el 11 de abril de 1912. Era el octavo de los hermanos, y siendo muy joven ingresó en la Escuela Apostólica que tenían los padres Dominicos en Mejorada (Valladolid), donde coincidió con su hermano Jesús. Cursó hasta 1927 los cursos de Humanidades con muy buenos resultados, e ingresó como postulante. Su deseo era ser fraile y llegó a ingresar en el convento de Santo Tomás, de los padres Dominicos, en Ávila. Sin embargo, enfermó de turberculosis y tuvo que regresar a casa de sus padres, al menos de forma temporal, hasta que se repusiera. Como su salud no se recuperaba a corto plazo, llegó un punto en que tomó la decisión, por consejo de los médicos y de los padres Dominicos, de que su destino no era la vida religiosa.
Una vez de vuelta a su casa, los testimonios de la gente que le recuerda le describen como un joven sonriente y amable. Asistía a misa diariamente, y ayudaba como monaguillo. También atendía la sección de Tarsicios de la Adoración Nocturna (secciones infantil y juvenil). Decidió estudiar Magisterio en la Escuela Normal de Oviedo, pero sólo llegó a estudiar el primer curso, de 1935 a 1936.
El 20 de julio de 1936 él y su hermano Cristóbal fueron hechos prisioneros. Su calvario comenzó cuando fue obligado a destrozar símbolos religiosos, y él se negó, por ir contra su conciencia. Sus captores le dieron 24 horas de plazo para pensar lo que iba a hacer, porque si se negaba a blasfemar y destruir objetos religiosos sería asesinado. Su respuesta, al cabo de un día fue «Lo he pensado bien y he llegado a la conclusión de que, en conciencia, no puedo ni debo pisar ese cuadro por lo que representa».
A su hermano Cristóbal había llegado a decirle una vez «Yo tengo una ocasión para dar mi vida a Dios en calidad de mártir; no quisiera desaprovechar esta gracia, pero tú haz lo posible para seguir viviendo y atender a nuestros padres. Yo desde el cielo pienso pedir mucho por la familia». El 11 de septiembre le sacaron del encierro y le llevaron en coche hacia Moreda. En el trayecto pasó por delante de su casa, donde se encontraba la madre sentada en la puerta. En voz alta le dijo: «Adiós, madre, hasta el cielo».
Fue llevado al Puerto de San Emiliano, entre Mieres y Sama. Le sacaron del coche y, al no oír ni un solo disparo –según el testimonio que se recogió del conductor– se cree que, como otras víctimas anteriores en el mismo lugar, fue asesinado a palos y despeñado. Al cabo de tres horas, volvieron sin Antonio. Sus restos nunca se encontraron. Se supone que fueron recogidos de entre los muchos que allí había, y llevados al cementerio de Sama. El chófer del coche que le llevó hasta allí indicó que le habían cortado la lengua previamente, por negarse a blasfemar. Tenía 24 años.
Genaro Fueyo Castañón: Convirtió a su parroquia en un semillero de vocaciones
Nació en Linares (barrio de la parroquia de Congostinas del Puerto), el 23 de enero de 1864, hijo de Ramón Fueyo Barros e Isabel Castañón Díaz. En aquel momento, Linares era un barrio insignificante de seis vecinos, en pleno puerto Pajares. En el archivo diocesano se conserva una declaración del puño y letra del mismo Genaro. El 27 de noviembre de 1934 hizo una pequeña declaración de su nombre, lugar de nacimiento, nombre de sus padres y de sus abuelos.
En 1899 Genaro Fueyo Castañón fue nombrado párroco de Nembra por el Cabildo de la Catedral de Oviedo. De él decía la gente que destacaba por su buen carácter, de apariencia seria, pero con mucho sentido del humor. Era desprendido, todo lo daba y lo compartía con los necesitados. Ayudaba a las familias en dificultad, buscaba trabajo para los que estaban en paro y desde el altar promocionaba la solidaridad para ayudar a los necesitados. Convirtió a su parroquia en un semillero de vocaciones sacerdotales y religiosas, y tuvo la satisfacción de ver consagrados en la vida religiosa a más de cien jóvenes vecinos de Nembra. En la Adoración Nocturna, pasaba la noche entera con los adoradores una vez al mes. El mismo local parroquial de la Sala de Guardia se usaba como Escuela de lunes a sábado para los hijos del Sindicato Católico y como Centro Católico para el Sindicato los domingos después de misa.
Genaro Sabía que iba a ser perseguido. En el año 34 ya acudieron hombres desde Moreda a Nembra para matarle. En esa revolución asesinaron a treinta y un sacerdotes y religiosos, y siete seminaristas. Se salvó gracias a unas mujeres, que descubrieron los planes de estos hombres y se adelantaron para decirle que se escondiera. Él huyó a Murias a casa de su hermano Cesáreo. Allí pasó desapercibido los quince días de la revolución. En 1936, en cambio, no encontró motivos para huir. No había hecho daño a nadie, no había denunciado a nadie, no había perseguido a nadie. Fue detenido y llevado a la cárcel hasta el 20 de octubre. Ese día, lo trasladaron a la iglesia de Nembra.
Isidro Fernández: El único delito del que nos acusan es de ser católicos
Nació en Murias, fruto del matrimonio de Buenaventura Fernández y Méndez, y Florentina Cordero Suárez. Era el tercero de cinco hermanos. Se casó con Celsa García en 1922, cuando contaba con 28 años, y ella 25. Tuvieron siete hijos. De ellos, tres fueron religiosos. Tenía, con su mujer, un comercio mixto –con bar incluido–, pero con la llegada de su numerosa familia Isidro se vio obligado a solicitar trabajo como minero en la Hullera Española.
El 24 de julio de 1936 por la noche se presentaron en su casa cuatro milicianos interrumpiendo la cena de la familia, y manifestando que Isidro debía presentarse ante el Comité. Allí fue acusado de ser «un rezador», y fue destinado directamente a la cárcel, que hasta el momento había sido la Sala de Guardia de la Adoración Nocturna, de la que él había sido tesorero. Fue liberado de manera provisional, y tanto a él como a sus compañeros encarcelados les advertían que cuantas veces les llamaran deberían presentarse, pues de lo contrario la familia sufriría las consecuencias. A primeros de agosto, sin embargo, volvieron a abrir la cárcel.
Isidro, que se había marchado a una cabaña en el monte llamada La Brañella, pensando que allí pasaría desapercibido, recibe una visita de su hermana Jesusa, comunicándole que debe presentarse en el Comité de Nembra. Le advierte que no se presente y que huya a León, pero él no escucha estos consejos y decide presentarse, preocupado por lo que pueda pasarle a su familia.
Él afirmaba: «Si no me presento, se vengarán con mi familia. Siempre nos han acusado de ser unos carcas y unos rezadores, por lo que se ve el único delito del que nos acusan es de ser católicos, y esto es un honor para nosotros. Delitos no tenemos ninguno, por lo tanto, nada nos pueden hacer, y de esta manera salvamos a nuestra familia de las molestias o escarnios que quisieran hacer. Dios sabe por qué nos tiene aquí y en sus manos estamos; si Él lo permite, por algo será».
Estuvo preso dos meses y diez días. Allí rezaba el Rosario a diario. En algún momento breve pudo recibir visitas de sus hijos y de su mujer. Cuando una de sus hijas le dijo un día: «¿Por qué no te escapas?» Él contestó: «No puedo, y además, soy testigo de Jesucristo. Tenéis que perdonar a todos como yo les perdono. De corazón. Se lo dices a tu madre y a tus hermanos».
En vísperas de su martirio, dijo Isidro a su hijo Darío: «Dile a tu madre que, si quiere, que vaya a Gijón a hablar con el Comité Provincial, pero que ya no hay nada que hacer. A Segundo hace dos días que le han sacado, y no sabemos si vive. Hoy espero que me saquen a mí. Este beso es para tu madre y para tus hermanos también. Ya no nos veremos más. Dile también que no llore, porque somos mártires, nos persiguen y abofetean como a Jesucristo. Rezad mucho por nosotros. En el cielo nos veremos». Efectivamente, esa noche Isidro pasó a la Iglesia, donde se encontró con segundo. Al día siguiente trajeron al párroco, don Genaro, desde Moreda.
Segundo Alonso González: A pesar de las palizas, cada vez rezaba más
Nació en Cabo, parroquia de Nembra, el 13 de mayo de 1888. Era el quinto de seis hijos del matrimonio entre Manuel Alonso e Isabel González, que vivían de la agricultura y la ganadería. Tres de sus hermanos fueron religiosos.
Se casó, a la edad de 23 años, con María Lobo Alonso, el 21 de octubre de 1911. 25 años más tarde, justo el día de sus bodas de plata matrimoniales, era martirizado en esa misma Iglesia. Tuvieron 12 hijos, y aunque comenzó trabajando en alguna finca, con el tiempo se ve en la obligación de pedir empleo en la Hullera española. Hacía diariamente siete kilómetros desde su casa al trabajo, y lo completaba con el trabajo en el campo y pequeños trabajos en casa de carpintería. De los doce hijos, sobrevivieron siete. La última, María, falleció al nacer junto con su madre, en 1926. Dos de ellos, además, fueron sacerdotes.
Era profundamente religioso, mayordomo de la capilla de Enfistiella dedicada a Santo Domingo de Guzmán, y presidente de la Adoración Nocturna. Fue también presidente del Sindicato Católico de Mineros, así como de la Cofradía del Rosario.
Según el testimonio de su hijo Luis Alonso Lobo, el padre se encontraba en el puerto de La Espina días antes de su prendimiento. Le increpó por no haber huido a León, a lo que él alegó “nada malo he hecho y por tanto nada tengo que temer; aquí no van a venir a buscarme”. A las 5 de la mañana del día 20 de octubre, llegaron los milicianos a buscarle. No lo encontraron, pero a última hora de la tarde regresaron por fin con él preso, y con otros dos más. Tenían orden de que no podían volver sin él: “hemos cazado al pez gordo”, decían.
Una vez en el Comité, fue sometido a un largo interrogatorio, preguntándole por armas, imágenes escondidas y nombres de personas peligrosas para su causa. Sentían que habían cogido a alguien realmente importante, pues era el Presidente del Sindicato Católico y de la Adoración Nocturna.
Le encerraron en la Sala de Guardia de la Adoración Nocturna, que hacía las veces de cárcel, y Segundo les dijo a los que estaban allí ya: “Muchas veces hemos pasado aquí la noche para acudir el turno de vela ante el Santísimo; como ahora no podemos hacerlo, recemos el Rosario y hagamos un sincero acto de contricción, poniéndonos en las manos de Dios, ya que es posible que algunos de nosotros tenga los días contados”.
Durante los días en que estuvo preso, fue sometido a torturas y malos tratos. A finales de julio fueron dando la libertad a los detenidos con cuenta gotas. Segundo e Isidro fueron los últimos. A ambos les liberaron, pero con la condición de no ausentarse de la casa, porque tendrían que presentarse cuantas veces fueran llamados.
La liberación duró poco tiempo, ya que el día 11 de agosto por la tarde volvieron a prenderles. Volvieron de nuevo las noches de interrogatorios y malos tratos, escarnios y burlas a su fe.
Los testigos que sobrevivieron narraron que a pesar de las palizas, especialmente a Segundo, cada vez rezaban más, y Segundo escribía en un papel con frecuencia que escondía en las bisagras de la ventana y que leía muy a menudo. Esas notas se perdieron pero según un testigo que llegó a leerla, afirmó que se trataba de una “hermosa comunión espiritual”.
La noche del 21 de octubre fue cruelmente martirizado en la iglesia, junto con su compañero, Isidro, y su párroco, don Genaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario