Nos disponemos a celebrar el día del Señor en este domingo XXVI del Tiempo Ordinario. Él nos convoca una vez más para encontrarnos con su Palabra, en su Cuerpo, y con nuestros hermanos... Abrámonos a la gracia de este nuevo ofrecimiento y dejémonos llenar de Dios para tratar de cambiar desde nuestro ser cristiano la realidad de este mundo tan lleno de males y tan necesitado de amor y misericordia.
La lectura de Libro de los Números nos presenta una enseñanza que continuamente presenciamos y nos sigue pasando desapercibida, y es que el Espíritu del Señor no se puede secuestrar ni se reduce a “sabios y entendidos”. En este relato vemos la escena donde Moisés no es el protagonista, ni tampoco Eldad y Medad, sino el mismo Señor cuyo espíritu se hace presente en medio de su pueblo. Dios vive en los humildes y sencillos, entre el pueblo llano, por tanto dudemos de aquellos que nos quieren hacer creer que sólo ellos conocen los deseos del Señor o de los que pretenden suplantar al verdadero pueblo abrogándose su representación mientras ellos viven farisaicamente una aburguesada vida.
Por su parte, el apóstol Santiago en la segunda lectura tal parece que se presente casi como el primer sindicalista de la historia, pero sin sindicado ni sueldo de “liberado”: ¡ni mucho menos! Consciente de la dramática situación entre los pobres esclavizados y la opulencia de muchos ricos indolentes y acomodados, denuncia ante todo el mal uso de la riqueza y el abuso del hombre sobre el hombre. Hay que tener también mucho cuidado a la hora de interpretar y explicar este texto, pues a menudo ha sido empleado para hacer ideología política sobre él. El mismo no puede ser visto de forma reduccionista y desde dicotomías donde los pobres son siempre los buenos y los ricos por sistema los malos. Desde la Sagrada Escritura el tema interpela mucho más allá, y se concreta en el uso de la riqueza cualitativa y cuantitativamente que nunca puede ni ser abusiva sobre otros seres humanos ni criminalizar a unos contra otros. La enseñanza de la Palabra de Dios trasciende siempre teorías filosóficas o ideologías políticas; en todas partes hay pobres muy “ricos” y ricos muy “pobres”. La cuestión es si estamos abiertos a la generosidad de nuestras riquezas espirituales y materiales. Ahora que estamos al comienzo de curso podemos plantearlo de este modo: si se me da bien cantar, por qué no unirme al coro; si medito y proclamo adecuadamente la Palabra de Dios, podría echar una mano en las celebraciones; si tengo un espíritu solidario y me preocupan las realidades sociales, por qué no me acerco como voluntario a Cáritas; si Dios me ha bendecido con sobrados o suficientes bienes materiales y económicos, por qué no soy más generoso con las necesidades de mi Parroquia… Estas son las riquezas -y diferencias- entre los ricos y pobres a que se refiere el Apóstol. También en sus palabras está la denuncia de aquellos ricos “miserables” que acumulan y presumen de grandes cantidades de dinero y posesiones qué, finalmente, también son fuente de muchas desgracias y frustraciones para sí mismos, y un foco insalvable de insomnios y desgarros familiares. Igualmente en las parroquias los sacerdotes somos testigos de muchas viudas pobres como la del Evangelio, que dan todo lo que tienen, mientras que los ricos muy ricos no son capaces de meter la mano en el bolso, o lo hacen para que los vean, quedando finalmente retratada en sus “calderillas” su miseria…
En el evangelio, en línea con lo ocurrido en el pasaje del libro de los Números, nos encontramos también con una clara crítica del Señor hacia el puritanismo. En este caso son los discípulos los que encontrando a un hombre que estaba llevando a cabo un exorcismo y quieren prohibírselo porque “no es de los nuestros”… El Señor les pide que le dejen, dado que quien hace el bien a los demás en su nombre está con Él y no en su contra. Podríamos caer igualmente nosotros en la consideración excluyente de aquellos que buscan el bien, y aún no conscientes del todo, buscar al Dios de Jesucristo de maneras diferentes. Es esta casi la primera prefiguración ecuménica de nuestra fe. Por otra parte en el mismo evangelio el Señor nos aprieta a cada cual allá donde está nuestra miseria y pecado, los cuales bien sabemos dónde están y Él bien conoce… Más nos vale entrar mancos, cojos o ciegos en el Reino de Dios, que ser echados al infierno “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”…
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